Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

sábado, mayo 07, 2011

Simple Twist of Fate - Chapter sixty-five: Alone.


Odia a tus enemigos, salva a tus amigos. Encuentra tu lugar, di la verdad.
RADIO FRIENDLY UNIT SHIFTER – NIRVANA

-Acabamos de llegar de la mitad de una gira, ¡¿y tú ya compusiste un álbum nuevo?! –exclamaba Tré, atónito- ¡¿Dónde quedaron los tiempos en los que te tardabas cuatro años en sacar un mierdoso disco?!
Aquel casi otoñal diecisiete de septiembre se encontraban Billie, Mike y Tré en el estudio del primero, quien los había llamado hacía una media hora para mostrarle todas las canciones que había escrito en los últimos días.
-Estoy harto de tus discos conceptuales –comentó Mike, leyendo una canción llamada “paranoia”.
El guitarrista, quien se encontraba recostado en un sofá con una guitarra acústica, sonrió, irónicamente.
-¿Quién dijo que era conceptual? –murmuró para sí, a la vez que tocaba una serie de acordes al azar, buscando aquel que sonara mejor. Tardó un rato en percatarse que Tré lo miraba, preocupado- ¿Qué?
-¿Tienes ataques paranoicos de nuevo? –inquirió. Billie negó- Entonces, ¿qué?
El mayor suspiró.
-Estaba escuchando Nirvana hace unos días...
-¿TÚ ESCUCHANDO NIRVANA? –inquirió Mike, volteándose, entre extrañado y asustado, por decirlo de algún modo- Billie, ¡tú odias el grunge!
El guitarrista torció una sonrisa.
-Estaba bloqueado, necesitaba escuchar algo diferente. En fin, Cobain tenía una canción que decía “que seas paranoico no significa que no vayan detrás de ti”. Me quedó dando vueltas y... Bueno,  escribí esa canción –explicó.
Era mentira. Sabía que pasaría el resto del día mintiendo respecto a sus canciones, y odiaba tener que hacerlo. Y eso no era lo peor. Lo peor era que rogaba que el día se alargara, rogaba que el día fuera eterno. Rogaba que el siguiente amanecer nunca llegara, al igual que había rogado con los amaneceres de todos los días de septiembre.
Desgraciadamente, Mike y Tré se fueron a la media hora, dejándolo completamente solo.
Nunca, en toda su vida, había sufrido tanto estando solo. Porque estar solo significaba pensar. Y pensar significaba imaginar. E imaginar significaba temer, temer lo que ocurriría al día siguiente.
Es lo mejor, es lo que tienes que hacer se repetía en su mente, al igual que se había repetido todos los días desde el lejano día en que Jenny había intentado matarse en la playa.
Desesperado por el silencio, se puso de pié y volvió a poner el compilado de Nirvana. No, no era fan. De hecho, apenas lo aguantaba. Pero, en ese instante, sólo quería saber qué había sentido Cobain antes del final. Quería saber qué había sentido Cobain antes de que todo acabara.
-Billie, ¡a cenar! –lo llamó Addie, asomándose por la puerta del estudio, cuando la primera canción iba a la mitad.
-¡Voy! –gritó él, poniéndose de pié.
Apagó el estéreo y subió a la cocina, intentando que ni sus rodillas ni sus manos temblasen, intentando lucir relajado. Era su última cena.
-¿Cómo te fue en la escuela? –le preguntó a Angie, ya en la mesa; como había estado en el estudio, no la había visto.
-Bien, no nos dieron tarea –contestó la niña, con una sonrisa.
Billie también sonrió.
Durante el resto de la cena, Billie se forzó porque el ambiente no estuviera tenso. Durante toda la cena, el guitarrista intentó que la conversación fuera normal, forzando risas y sonrisas. En resumen, toda la cena fue una farsa para él. Lo único que hizo de verdad fue comer, cosa de la que se arrepentía varias horas después, de vuelta al estudio, cuando Addie dormía. Sentía un fuerte retorcijón en el estómago, similar a las náuseas, debido a los nervios y a la ansiedad.
Y había tantas cosas que no había hecho en su vida, que no había dicho. Y tenía tan pocas cosas a las que aferrarse en sus últimos instantes...
-Y no podré hacer un testamento de última hora, porque será extraño para todos –murmuró.
Su mirada se perdió en el estudio y se encontró con algo en lo que no había pensado: Micrófonos e instrumentos.
Con una pequeña sonrisa en su rostro, cruzó el cuarto y colocó un micrófono en su pedestal, tras lo que posicionó varios instrumentos cerca. Tomó un par de audífonos inalámbricos y, tras presionar el botón de play fuera de la cabina de grabación, comenzó a cantar y tocar lo que sería su testamento.


Varias horas después, al otro lado de la ciudad, Jennifer despertaba, agitada; seguía teniendo pesadillas en las que sí había logrado acabar con su vida, pesadillas en las que, tras jalar el gatillo, veía a Joey en un funeral… Mas no el suyo, sino que en el de Billie.
-A la mierda, no voy a poder dormir de nuevo –musitó para sí, saliendo de la cama, cuidando de no despertar a su esposo.
Su esposo…
¿Por qué mierda se había apurado tanto? ¿Qué tan injusto era el mundo para no poder estar con el amor de su vida, a quien tenía tan cerca?
Entró al estudio de Joey y cerró la puerta…
-¡¿Por qué mierda no lo dejé seguir la primera vez?! –exclamó para sí, enojada- ¡Si hubiera dejado a Billie Joe seguir la primera vez, probablemente estaríamos juntos, y casados entre nosotros ahora!
Tomó aire, intentando relajarse.
-¡MIERDA! –exclamó, tras lo que se dejó caer al suelo, desde el que soltó otra maldición.
Se quedó en esa posición varios minutos, tras lo que se puso de pié. Necesitaba… No, debía escribir algo. Lo que fuese. Si no, explotaría. Debido a ello, corrió a su “oficina”, donde, como guinda de la torta, no podía encontrar ningún lápiz.
-En algún cajón debo tener alguno –susurró para sí.
Se agachó y abrió uno de los tantos cajones del mueble. Se sorprendió al no sólo encontrar un viejo lápiz, sino que también varios fajos de fotos. Extrañada, revisó la fecha detrás de la última foto. Sonrió, levemente. Eran del distante 2008: El año en que había conocido al guitarrista.
Miró por la ventana del cuarto y se percató de que el sol estaba por salir. Con una sonrisa, volvió a su cuarto, donde se cambió el pijama por ropa; ya se ducharía más tarde. Tras ello, volvió a su oficina, de donde sacó el fajo de fotos, un cuaderno en blanco, el lápiz que había encontrado y una barra de pegamento, materiales que metió en una bolsa, bolsa con la que salió al patio, en cuyo pasto se sentó.
Comenzó a pegar las fotos en el cuaderno, escribiendo dónde fue tomada, por quién, quiénes estaban y cuándo.
Una lágrima se le escapó al ver una foto que Mike y Tré les habían tomado a ella y a Billie, el día en que supieron que estaban saliendo. Se veían tan felices…
Dejó el cuaderno y las fotos de lado y se rodeó las piernas con los brazos, apoyando su cabeza en ellas, al mismo tiempo que el sol salía, sin saber que el guitarrista contemplaba el mismo amanecer de pié, apoyado en un árbol y acabándose un cigarrillo.

-Acabo de cantar más de un disco sin instrumentos –murmuró para sí, mirando un horizonte que nunca había visto tan sinuoso-. Al menos me aseguré que Mike y Tré no quedaran cesantes.
Y eso sin contar la cinta que le había dejado a Jenny y sólo a Jenny. Cinta que sí incluía instrumentos, y varios. Tenía todas las canciones que le habría dedicado, todas las canciones que le había escrito en secreto y todas las canciones que expresaban todo lo que sentía por ella. Bueno, quizás no todas, pero al menos las importantes.
-Te amo –susurró él, mirando la única foto que tenía de los tres días en los que él y la pelirroja fueron novios, foto que ella igual tenía en su hogar.
Dobló la foto por la mitad y la guardó en su billetera, tras lo que volvió a entrar a su hogar, donde comenzó a preparar el desayuno, para luego ir a levantar a Angie. Le quedaba un último día, y quería ser un buen esposo y padre ese día.
Y así lo hizo. Levantó a Angie, la acompañó a desayunar, le avisó a Addie que él la iría a dejar, la fue a dejar y luego volvió a la casa, para prepararle el desayuno a su esposa y llevárselo a la cama. No quería que Adrienne lo recordara como el estúpido que anduvo raro durante un mes antes de su fin.
Y luego de que su esposa se fuera a Adeline, él tomó uno de los autos más viejos que tenía y partió a la casa de Jake, su hijo menor. Sonrió tristemente al ver que estaba vacía. Alguien menos de quién despedirse.
A las tres en punto fue a buscar a su hija menor al colegio, para llevarla a la casa. Preparó el almuerzo para los dos y lo sirvió. Lo comieron conversando, hablando tanto de todo lo que había pasado en la vida de Angie como de las giras del hombre… Obviamente, él omitió varias partes, pero bueno, le contó todo lo que podía.
Antes de lo esperado, las seis de la tarde llegaron, junto a Adrienne La saludó de un beso y, tras inventarle que tenía que mostrarle el departamento a un posible comprador, salió de la casa, en dirección a aquel parque donde había hablado con la escritora al día siguiente del choque.
Tal como supuso, al llegar al lugar exacto, no había nadie. Suspirando, se sentó en el suelo y esperó, pacientemente, a que llegara algún hombre con aspecto sospechoso. Pero nadie se acercaba a ese lado del parque. Maldijo por lo bajo. Quedaban dos minutos y el sujeto aún no aparecía.
Justo ahí, su vista se vio atraída en dos sujetos: Uno mayor y en silla de ruedas, siendo conducido por uno que se veía bastante menor detrás de las gafas y el jockey que llevaba. Al estar oscureciendo, sus rasgos no eran distinguibles. Se sorprendió bastante al ver que iban hacia él. Aún extrañado, se incorporó y se dirigió a ellos.
-¿Tú eres Hal? –le preguntó al hombre en la silla, intentando ocultar su asombro.
-Sí, pero no creas que por andar en silla de ruedas soy menos peligroso –murmuró el hombre, con una voz no tan desgastada como el guitarrista imaginaba-. Tanto yo como mi asistente andamos con armas, así que no intentes nada.
Billie rió, irónicamente.
-Técnicamente, me da igual, ya que a eso vine…
Hal suspiró.
-Armstrong, Armstrong, no aprendes nada –musitó-. ¿Realmente crees que te mataremos a sangre fría?
-Eh… ¿Sí? –respondió, confuso.
-¡No! Nuestra idea es usar algún veneno poco doloro, cuyo modo de aplicación tú eliges. Tenemos que prepararlo todavía, así que te queda alrededor de un mes.
El guitarrista sintió cómo su pulso se aceleraba. ¿Un mes? Tenía más tiempo. Podría disfrutar más. Podría estar con Jenny. Podría pasar más tiempo con el amor de su vida.
-D… ¿De verdad? –inquirió. Hal asintió- P… ¿Podrías darme una fecha más específica?
El hombre hizo una mueca.
-Eso es variable. Puedo averiguarlo hoy y avisarte. –Fue el turno del guitarrista de hacer una mueca.- ¿Qué?
-Puedes… ¿Puedes no decírmelo hasta unos cuantos días antes? Quiero… Quiero vivir cada día como si fuera el último, no quiero andar preocupándome de “me quedan treinta y tres días”. Prefiero saberlo cuando me queden unos seis días.
Hal asintió.
-¿Por qué lo haces? –preguntó el asistente del asesino, con una voz más ronca de la que Billie se imaginaba que tenía. Supuso que la estaba forzando.
-“Odia a tus enemigos, salva a tus amigos. Encuentra tu lugar, di la verdad” –citó él-. No puedo decir la verdad, porque matarán a Jenny. Y mi lugar no existe. Así que sólo puedo hacer las dos primeras: Realmente los odio y salvaré a quien fue mi mejor amiga, aún si ahora es más que eso.
El menor asintió, intentando ignorar la mirada divertida que le lanzaba Hal, mirada de la que Billie no se percató. Estaba muy ocupado intentando ordenar sus pensamientos. ¿Qué hacía primero? ¿Ver a Jenny o volver a su casa? ¿Fingía que nada había pasado o se lo contaba a alguien? ¿Componía más canciones o terminaba todo?
Un bostezo se le escapó. Fue ahí cuando recordó que no había dormido en más de veinticuatro horas. La adrenalina que había sentido todo el día comenzaba a desaparecer, por lo que el sueño comenzaba a aparecer.
-Hasta el próximo mes, Armstrong –se despidió Hal.
-Jódanse –murmuró el guitarrista.
Sin más, se fue, sintiéndose, una vez más, solo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario