Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

sábado, mayo 07, 2011

Simple Twist of Fate - Chapter sixty-four: I love YOU more.


Sentía una fuerte punzada en la cabeza y estaba segura de que si abría los ojos, su entorno daría vueltas. Pero debía abrirlos. Debía saber dónde estaba. Ya no sentía el olor a sal, como tampoco sentía la brisa o la arena en contacto con su piel. Sabía que no estaba muerta (no había llegado a jalar el gatillo), pero no sabía ni dónde estaba, ni quien había evitado que acabara con su vida. Así que, haciendo un acopio de todas sus fuerzas, despegó sus párpados, para encontrarse con un par de ojos verdes mirándola.
-Gracias a Dios –susurró él, abrazándola estrechamente.
Algo en su voz le delató a la mujer que el hombre había estado llorando, lo que logró que la culpa se apoderase de ella rápidamente. La apartó por unos instantes.
-¿Qué pasó? –inquirió ella, en un susurro, intentando orientarse.
Billie Joe suspiró y se separó de ella, lentamente sentándose en la cama.
-¿Por qué intentaste matarte? –preguntó él, con la tristeza reflejada en su rostro.
Jennifer también se sentó, suspirando. Su plan era que no tendría que darle explicaciones a nada ni nadie. Odiaba cuando las cosas no resultaban cómo quería, aún cuando, de haber funcionado, no habría podido ver a Billie una vez más.
-Porque no aguantaba la idea de que te mataran a ti en mi lugar… Enfrentémoslo, no hay forma de ganarle a estos tipos y que tú murieras por mi causa es…
El guitarrista la interrumpió con un dulce beso, beso que la tranquilizó al instante. Se sentía tan bien estar viva con él a su lado, se sentía tan bien saber que aún les quedaba tiempo…
-No me importa lo que pase, ni en la vida real ni en tu cabeza, prométeme que no volverás a intentar matarte –susurró él, tras separarse, tomándole las manos con las suyas propias y mirándola fijamente a los ojos-. Prométemelo.
Ella cerró los ojos y se acercó más a él, para darle un suave beso.
-Lo prometo –musitó ella, cabizbaja-. Ahora, ¿me explicas cómo me encontraste y por qué quedé inconsciente? ¿Y qué hora es?
Billie sonrió levemente, mientras le acariciaba la mejilla suavemente con su dedo pulgar.
-Desperté demasiado confundido y me di cuenta que había dormido demasiado, así que supuse que me drogaste con algo. –Ella se sonrojó.- Tomaré eso como una confirmación. Como sea, comencé a estresarme y me acordé lo que dijiste de la playa, además de que andabas rara, así que decidí ir a ver. Te encontré con el arma en la sien, a punto de matarte, así que corrí, te grité “no” y te empujé al suelo. Me asusté porque no abrías los ojos, pero luego supuse que no habías ni tomado agua ni comido nada, así que te traje acá. Eso fue hace unos treinta minutos y estuve esperando a que despertaras y aquí estás. Así que quédate aquí y traeré algo para que comamos, ¿ya?
Jenny se limitó a asentir, aún algo avergonzada por haber intentado acabar con todo. Billie se percató de ello.
-No te avergüences de esto… Fue un error, que, gracias a Dios, Alá, Buda, el karma o lo que sea que creas, no resultó –murmuró él.
-Sabes que no creo en ninguna de esas cosas –susurró ella, con una pequeña sonrisa-. Y tú tampoco.
Una mueca apareció en el rostro de Billie.
-En estos tiempos hay que aferrarse a algo por muy disparatado que sea –murmuró él-. Lennon se aferró a él y a Yoko. Yo me aferro a ti y a mí.
Jenny sonrió enternecida y lo abrazó.
-Te amo, te amo, te amo, sólo por eso hacía esto –susurró ella, entristecida.
-Sh… -la calmó él- Voy por la “cena” y nos olvidaremos del asunto, ¿de acuerdo? Si quieres colocas algo en la tele por mientras, no sé…
Ella asintió. Tras darle un corto beso, Billie salió de la habitación, en dirección a la cocina.
Sin embargo, al llegar a la cocina, el hombre no empezó a buscar qué preparar, sino que se dejó caer al enlozado suelo, tomándose la cabeza con ambas manos. No podía creer que Jenny hubiera estado tan cerca de la muerte. Y por su culpa…
No pasó, y no pasará. Estarás con ella siempre para evitar que haga alguna locura y, si no funciona, sabes que estos psicópatas estarán atentos se tranquilizó. Aunque que los psicópatas estuvieran siguiendo cada movimiento de Jennifer no era del todo tranquilizador…
“Tú sabes que no la queremos muerta” le había dicho Hal.
Y, para su desgracia, tenía razón. Lo sabía, y más que bien. Sabía que lo querían a él, como también sabía que, si no lo conseguían, acabarían con ella sólo para hacerlo sufrir.
Suspiró y empezó a preparar unos tallarines y unas hamburguesas, además de dos tazones de café instantáneo, con bastante azúcar para la pelirroja. Armó la bandeja y esperó, pacientemente, a que los tallarines y las hamburguesas estuvieran listos. Por mientras, se dejó caer en una de las sillas de la cocina.
¿Qué haría? Amaba demasiado a Jenny como para seguir arriesgándose a que muriera…
-¿Por qué mierda lo hiciste? Tú amas a Joey –murmuró para sí.
-Porque a ti te amo más –susurró una voz a sus espaldas.
Sorprendido, se incorporó y se volteó, para encontrarse con la pelirroja mirándolo tristemente con sus ojos azules.
-¿Qué? –inquirió, en un tono bajo y tembloroso de voz.
-Que a ti te amo más –repitió ella, sinceramente-. Por eso lo hice. No quería que tuvieras que morir tú.
Él negó.
-No importaba que tú murieras, ellos me matarían igualmente –murmuró.
-No, y lo sabes. Kurt hizo lo mismo por Dave, ¿no? –musitó ella- Si moría Dave, Kurt viviría con el cargo de conciencia, pero viviría.
Billie se acercó a ella.
-¿De verdad? –susurró él, en un hilo de voz debido a la sorpresa. Ella asintió.
Sin contenerse, él acortó la distancia y la besó, estrechándola en sus brazos. Sorprendida, ella le devolvió el beso, por varios minutos, tras lo que él se separó, lentamente.
-Te amo –murmuró ella, con una sonrisa.
-Yo a ti –respondió él, acariciándole el rostro levemente-. Ya, vuelve a la cama, que está todo listo.
La mujer obedeció.
Cenaron en la pieza viendo una película que daban en el cable. Era una especie de comedia romántica navideña (que por algún motivo daban en Agosto), pero mucho no les importaba. Simplemente cenaron conversando y besándose de tanto en tanto, para luego, una vez acabada la comida, acurrucarse y ver el final de la película.
-Qué linda te ves –susurró él, viendo como la mujer dormía.
Tras darle un suave beso en la frente a la mujer, se salió de la cama y se dirigió al pequeño estudio del departamento, con el celular en su mano. Cerró la puerta y se dejó caer en el único y pequeño sofá que había. Suspirando, marcó el número de Hal, número que había guardado ahí después de llamar al hombre.

El teléfono comenzó a sonar. Extrañado, el hombre se estiró hacia el aparato y, tras asegurarse que la distorsión del micrófono estaba encendida, contestó.
-¿Aló? –inquirió. Nadie le contestó- ¿Hay alguien ahí?
-Sí, necesito hablar con Hal –murmuró la otra persona.
El hombre sintió cómo su pulso se aceleraba. Había reconocido la voz de inmediato: Era la de su objetivo, era la voz de Armstrong.
-Lo traeré enseguida –farfulló, poniéndose de pié.
Dejó el teléfono sobre el tablero de controles y se dirigió a la habitación contigua, donde el mayor leía uno de los libros de Kiffmeyer detenidamente.
-No importa cuántas veces lo leas, no entenderás lo que es el amor desde un libro –murmuró él-. Como sea, te llaman.
Hal levantó la mirada, con un leve brillo en sus ojos castaños.
-¿Armstrong? –El menor asintió.- Llévame al teléfono.
Suspirando, el hombre tomó la silla de ruedas de Hal y la llevó hasta la cabina donde había dejado el teléfono.
-Déjame aquí, puedo volver solo –murmuró Hal, indicándole al menor que era hora de que se fuera. Suspirando, obedeció.
-¿Para qué llamas ahora, Armstrong? Ya salvaste a tu amada –“saludó” Hal.
Lo había observado tantas veces que estaba seguro que el guitarrista cerraba los ojos en ese instante, debido a los nervios.
-Tú sabes para qué –respondió, en un tono cansino de voz-. ¿Qué tengo que hacer?
Hal rió, irónicamente. Estaba resultando demasiado fácil.
-Sabes que no eres capaz de...
-¡No me digas de lo que soy o no soy capaz de hacer! –lo interrumpió, desde la otra línea- Así que dime, ¿qué mierda tengo que hacer?
Curvando sus labios en una cruel sonrisa, contestó:
-Dieciocho de septiembre, a las siete, en el parque donde conversaste con Kiffmeyer el día después del choque. –Silencio.- ¿Sabes que si vas, no podrás arrepentirte?
Supuso que el guitarrista volvía a cerrar sus ojos, ahora de sufrimiento.
-Sí.
-Entonces nos vemos.
Y colgó.

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