Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

sábado, enero 08, 2011

Wake me up when September ends - Capítulo 3: Alive like SUICIDE.



Los días pasaron. No hablaba con Tré. No hablaba con Mike. Apenas sí hablaba con Addie, pero eran conversaciones normales: Nada profundo, nada importante… Nada sobre Sarah ni mis supuestos amigos. Y necesitaba hablar. Tré tenía razón, necesitaba hablar… Pero… ¿Con quién? No quería ver a ninguno de ellos a la cara, mucho menos abrirles mi corazón para una conversación a fondo respecto a lo que sentía, como la que estaba necesitando…
Junio pasó, dándole paso a Julio, un mes mucho más cálido que el anterior… Y, para mí, más lleno de distracciones: Los niños estaban más grandes y, como estaban de vacaciones y hacía calor, me la pasaba con ellos en la piscina. Joey estaba aprendiendo a nadar, pero Jake, de sólo tres años, simplemente me rogaba que lo llevara de un lado a otro en brazos por la piscina. Además, Joey ya me pedía que lo llevara al cine o a otros lugares, lo que me permitía no pensar en los problemas que me atormentaban, y me permitía no preguntarme todo el día con quién podía hablar.
Cierto día, sin embargo, a mediados de mes, fue Adrienne quien salió con los niños en la mañana, antes que yo despertara, ya que quería llevarlos a comprar ropa y no sé qué más. Así que yo quedé solo en casa… Solo, con mis pensamientos como única compañía.
-Necesito hablar con alguien –murmuré, pensativo, mientras pasaba rápidamente los canales del televisor. Así llegué a un canal de películas en blanco y negro, en el cual daban Frankenstein.
Frankenstein…
¿Tan idiota era? ¿Cómo no me había acordado de él antes?
Con el pulso acelerado corrí al teléfono, para marcar el celular de John Roecker. Rogando que mi amigo estuviera en Berkeley, o, a lo más, en San Francisco, lo llamé.
-¿Aló?
-¡John!
Tardó un poco en reconocerme.
-¡Billie Joe! ¡Tanto tiempo! ¿Cómo estás?
-Bien, bien… Sólo… Necesito hablar con alguien.
Mi amigo soltó una especie de quejido.
-Supongo que quieres hablar en persona… -Alguna afirmación dije.- Dios, Billie, lo siento, estoy en Los Ángeles, trabajando en una película.
-¿Una película? –pregunté, interesado, intentando aplacar la decepción que sentía. Me había ilusionado con que al fin podría conversar tranquilamente con alguien.
-Yep, Tim me convenció. Es en stop-motion, aún no sé quién hará las voces. Quizás te pida ayuda después… -Suspiró.- Mira, lo siento, pero esta semana no puedo.
Sonreí, levemente. Al menos mi amigo cumplía uno de sus sueños.
-Está bien, no te preocupes.
-Ok… ¿Por qué no hablas con Mike o Tré?
Fruncí la nariz.
-No es un tema para hablarlo con ellos.
-Oh, ¿homosexualidad? Mierda, ¡esto se veía bueno!
-¡Nada de eso! –Reí.- Aunque… Me diste una idea. Gracias.
-De nada, supongo. Adiós.
-Adiós.
Colgué e, inmediatamente, corrí al vestíbulo, de cuya mesita saqué las llaves de mi auto y mis gafas, para luego sacar una chaqueta (no sabía cuánto rato estaría fuera, quizás refrescaba un poco en la tarde) y una boina del perchero. Era una idiotez ir, pero era la única persona que me escucharía, entendería a la perfección, y no me juzgaría por estar con Adrienne, a pesar de aún amar a Sarah. Si, Jesus era la solución a mis problemas. Así que me subí a mi auto, y en él me dirigí a toda velocidad a Berkeley. Recordaba donde estaba su edificio, así que no tardé mucho en llegar. Estacioné el auto junto a la acera y me dirigí al panel con los timbres. Recordaba que estaba en el quinto piso…
Pero no recordaba el número. Me quedé un buen rato mirando los trece departamentos de ese piso, preguntándome cuál sería el correcto.
-¿Buscas a alguien? –preguntó una voz a mi izquierda.
Me sobresalté. En mi ensimismamiento, no había notado al portero.
-Eh… Sí. ¿El departamento de Jesus Oakley? Sé que está en el quinto piso, pero…
El hombre abrió mucho los ojos, para luego mirarme con… ¿Pena?
-¿No supiste? Jesus se suicidó.
Sentí como si algo en mi interior fuera apuñalado, al tiempo que sentía algo similar al vértigo que se siente al saltarse un peldaño de la escalera… Sólo que unas veinte veces más fuerte, por lo menos.
-¿Qué? –fue lo único que atiné a decir.
Quería gritar. Quería romper los vidrios de las puertas del edificio. Quería correr. Quería desaparecer del mapa.
-Se suicidó. Tomó un montón de pastillas y… Bueno, su amiga, la del 613, lo encontró al día siguiente. No sé mucho más, ella –señaló el timbre del 613- es la que sabe todos los detalles del funeral y demás. –Suspiró.- Era un buen chico. Poco mayor que tú, ¿no?
Negué.
-Menor, por unos ocho meses –murmuré.
No podía haber muerto, no podía haber muerto…
-Mira, te haré pasar a casa de Celeste… Ella te dará los detalles del funeral y si fuiste nombrado en el testamento, y todo eso.
Asentí, pese a no saber muy bien lo que me decía. Mi mente se encontraba lejos, no en el espacio, si no que en el tiempo; estaba muchos años atrás, recordando nuestro noviazgo… Recordando la noche en la que le había dicho adiós, supuestamente para siempre, en Rodeo… Recordando nuestro reencuentro…
No me di cuenta cómo era dirigido hacia el interior, y apenas fui consciente de cuando el ascensor llegó al sexto piso. Me costó bastante salir y dirigirme al 613, y me costó más aún tocar la puerta.
Fue así que me encontré frente a una mujer de unos veintitantos años, de cabello castaño, y expresión preocupada. Me sonrió, levemente.
-¿Conocido, amigo, familiar, o algo más?
Algo me decía que ella sabía, que ella sabía que yo había estado con Jesus. No me sentía con ánimos de mentir, así que sólo respondí:
-Ex algo más.
Me sonrió.
-Ponte cómodo, traeré té.
Asentí, al tiempo que me dejaba solo en el living comedor. Normalmente, habría contemplado la estancia, pero me encontraba en tal shock que sólo fui capaz de dejarme caer en un sofá, ya que tanto las piernas como las manos me temblaban. Sentía escalofríos recorrer mi espalda, y mi cuerpo comenzaba a cubrirse, rápidamente, por un sudor frío. Sentía náuseas… ¿Cómo mierda se le ocurría matarse?  ¿Cómo mierda se le ocurría haberlo pensado, y no haberlo dudado más? ¿Tan solo estaba? ¿Tanto sufría? De acuerdo, no iba a negar que la idea se me hubiera pasado por la cabeza varias veces, pero tenía mis hijos… Y él… Él no tenía a nadie… Aún así…
-¿Estás bien?
Fue esa pregunta la que se deshizo del zumbido que tenía en mis oídos. Levanté la mirada, para encontrarme con la joven, quien sostenía una bandeja con dos tazas de té, un azucarero y otra bandeja con cuatro cupcakes.
-Sí… Sí, estoy bien… ¿Celeste, no?
Ella asintió, con una pequeña sonrisa.
-¿Sabes? Eres el único que admitió haber tenido algo con él –comentó, pasándome la taza-. A los otros no les ofrecí nada.
Intenté reír, pero la risa no salió.
-¿Cómo lo conociste? –pregunté, con la voz un tanto más áspera de lo usual, al tiempo que le echaba una cucharada de azúcar al té.
-Fui de sus primeras alumnas. Nos hicimos amigos, y me ayudó a encontrar un lugar aquí, así que nos hicimos más cercanos. También fui la primera del colegio en darme cuenta que era más gay que el cuatro de julio.
Tras un sorbo del té, me fue más fácil forzar la sonrisa.
-¿De verdad nadie lo notó?
Ella sonrió, de un modo más natural. Algo me decía que por dentro aún lloraba la muerte de su amigo, pero ya llevaba más días de duelo, así que ya debía haber empezado a sobrellevar la pérdida.
-¿Cómo lo conociste tú? ¿También fuiste alumno?
Con una sonrisa más amplia, negué.
-¿Realmente me veo tan joven? –Pregunté, ante lo que ella asintió. Solté una corta risa.- No, no, era su compañero de secundaria.
Abrió mucho los ojos.
-¿Tienes veintinueve?
-Treinta.
Ella volvió a asentir, ahora con expresión pensativa.
-¿Secundaria? ¿Y tuviste algo con él? –Asentí.- Disculpa, ¿cuál era tu nombre?
-No te lo había dicho. Billie Joe.
Celeste casi dio vuelta su té.
-¡Eres él!
No entendí.
-¿Perdón?
-Jesus estaba obsesionado con su primer novio… ¿Eras tú?
Me sentía como si alguien me hubiera tirado un balde de agua fría. Estaba obsesionado conmigo… ¿Y si se había matado por mi culpa?
Lentamente, asentí, para preguntar, rápidamente.
-¿Por qué lo hizo? –Antes de responderme, se puso de pié, rápidamente, en dirección al pasillo.- ¡Hey!
La seguí hasta un cuarto, que resultó ser un estudio, de cuyo escritorio sacó una caja de madera.
-Te dejó esto. Supongo que te explicara todo ahí –me dijo, pasándomela.
Miré la caja, sorprendido. ¿Me la había dejado a mí?
-¿Qué tiene dentro?
-No lo sé, no la abrí. ¿Irás al funeral?
Sentí un nudo en la garganta.
-¿Cuándo es?
-Mañana. El velorio empieza a las once, el funeral es a las tres.
Tras pensarlo un poco, asentí, y ella me anotó las direcciones, tanto de la iglesia como del cementerio. Luego, nos sumimos en un largo silencio, que no me atreví a romper hasta después de darle un par de mordiscos a un cupcake, para asegurarme que el azúcar no me bajara.
-No entiendo… ¿Tan solo se sentía?
 Ella sonrió, amargamente.
-Creo que la pelea que tuvo con su hermano hace un par de semanas fue el detonante –murmuró-. Nunca se llevaron bien…
-Siempre se llevaron bien –la corregí.
Celeste alzó una ceja.
-No, no desde que lo conozco al menos. Decía que Jimmy nunca le perdonó el haberse escapado de Rodeo y el haber abandonado a su madre. Nunca me explicó el porqué, claro está. Me pregunto si irá mañana.
Asentí, para luego mirar la hora en el reloj que tenía en su pared: Eran casi las dos y media de la tarde. Addie empezaría a llamar en cualquier…
Mi celular sonó.
-Adelante, contesta.
Tras tomar aire, contesté.
-Hola, amor, perdón por no avisar que iba a salir.
-¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Ok, mi voz no había salido bien.
-Sí, sí… Después te cuento –murmuré-. No llegaré a almorzar.
-Me lo imaginaba… Cuídate. Te amo.
-Yo a ti.
Corté. Celeste sólo se sonrió.
-¿Esposa?
-Yep.
Tras un largo silencio, me puse de pié.
-Mejor me voy… Tengo… Tengo que pensar –musité.
Ella sonrió.
-Cuídate, Billie Joe.
-Tú igual, Celeste.
Me paré, y ella igual, para tomarme las manos entre las suyas.
-Mira, entenderé que te estés preguntando si lo hizo por ti o no. Pero debes saber que él no estaba bien. Es probable que, aún si hubieran seguido juntos, él habría acabado igual, y ahí tú habrías sufrido más.
Nuevamente, intenté sonreír, fallidamente.
-¿Pero y si todo su sufrimiento, toda su pena y soledad, se debe al dolor de haber terminado? –Negué.
-Al menos su recuerdo quedará tan vivo en tu memoria como un suicidio cercano… Y con eso creo que podrá descansar en paz, sabiendo que le importabas. Aún si no fuera tanto como tú le importabas a él.
La quedé mirando un par de instantes, tras lo que tomé la caja que me había dejado Jesus, y me fui.
No tardé mucho en llegar a un parque, donde estacioné, para bajar e irme a una banca en una zona alejada de donde pasaba toda la gente… Con la caja firmemente sujeta en mi mano. Me daba miedo abrirla. De verdad que sí. Pero era curioso. Y, como ustedes ya saben bien, solía rendirme a la curiosidad. Así que, tras una media hora de estar ahí, preguntándome el porqué las lágrimas no querían salir (quizás ya había llorado todo lo que podía llorar el mes pasado), la abrí.

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