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El 2003 comenzó para mí en un estado deplorable. No por lo
emocional, si no que por lo físico: Había bebido más de la cuenta en la fiesta
que organizó Reprise después de las 12, para todos los que trabajábamos ahí.
Quizás el estar celebrando en el mismo lugar en el que Sarah se encontraba
había tenido algo que ver… Quizás simplemente lo hice porque era lo que solía
hacer cuando celebraba algo con Mike y Tré (quien andaba bastante deprimido por
una pelea casi definitiva con Claudia, por lo que también bebió bastante
conmigo)… Quizás simplemente me gustaba beber. Lo más probable era que las tres
posibilidades se hubieran combinado, causando que, aquella mañana del primero
de enero, me encontrara bocabajo en la cama, sujetándome la cabeza firmemente.
-¿Estás despierto? –susurró Addie, quien se encontraba a mi
lado.
-Y en agonía –susurré yo-. No me dejes beber tanto nunca
más.
Ella rió, sarcásticamente, causando que mi cabeza doliera
más aún. Al notarlo (no me pregunten cómo, ya que no podía verme la cara, pero
lo notó), me acarició la cabeza.
-Ambos sabemos que mañana ya estarás necesitando una
cerveza –comentó, aún acariciando mi cabello. Me esforcé para girar mi cabeza y
mirarla a los ojos.
-Pero tomar cerveza es lo mismo que tomar bebida –murmuré,
con una sonrisa.
Addie volvió a reír, y sentí el impulso de tomar el control
remoto, apuntarla y presionar el botón de “mute”, a ver si con eso su cantarina
risa dejaba de molestar a mi pobre cabeza.
-Me voy a levantar para ir a buscar a los niños donde
Ollie, ¿ok? –Asentí. Me arrepentí al notar que mi cabeza dolía más al moverla
que al hablar. Addie también se dio cuenta de esto, por lo que se me acercó y
me dio un suave beso en la cabeza, en el punto exacto que me dolía más-.
Aprovecha de dormir.
-Sí, amor –murmuré, acomodándome en la cama, mas dejando un
pie fuera de la cama, firmemente apoyado en el piso, lo que consiguió que el
mundo dejara de girar en mi cabeza. Casi al instante, me dormí.
Desperté un buen rato después, aún mareado y con muchas
náuseas. Sabiendo lo que iba a pasar, corrí al baño, en cuyo inodoro vomité
todo lo bebido y más. Para cuando eché a correr el agua, me sentía mucho mejor.
Me lavé la cara y entré a la ducha. El agua caliente ayudó bastante a
deshacerme del dolor de cabeza y, para cuando ya estaba vestido, me sentía
muchísimo mejor. No estaba seguro de ser capaz de comer algo, por lo que bajé a
la cocina con la intención de tomarme un café, que, esperaba, bastaría para
deshacerme completamente de la resaca.
Para mi sorpresa, Addie se encontraba en la cocina con los
niños, sirviendo el almuerzo para los tres.
-¿Cuánto dormí?
Ella rió.
-Mucho. Son las dos.
Solté un silbido, sorprendido.
-¿Qué hay de almuerzo? –pregunté, al tiempo que encendía la
cafetera.
-¡Arroz con pollo! –gritó Jake, corriendo hacia mí, para
que lo tomara en brazos. El esfuerzo de levantarlo me mareó su tanto, aunque no
demasiado… Pero bastó para que mi hijo se diera cuenta.- Papá, ¿estás enfermo?
Me reí.
-No. Lo que pasa es que anoche comí algo que no me cayó muy
bien.
Joey, quien ya iba a cumplir ocho años y era, por
consiguiente, más “despierto” que su hermano, preguntó:
-¿La cerveza es comida?
Addie y yo intercambiamos una mirada, ella sorprendida y yo
avergonzado.
-¿Por qué dices eso?
-Porque en la tele la gente que bebe termina así al día
siguiente.
Mi hijo me sorprendía a veces, de verdad.
-Bueno, sí, se me pasó la mano con la cerveza –murmuré-. No
volverá a pasar.
Y les sonreí, tras lo que pasé a servirme un poco de arroz,
pensativo. Acababa de asimilar que mis hijos nunca me habían visto ni ebrio, ni
con resaca, ni nada. Cuando Joey era un recién nacido siempre había tenido
cuidado en ese aspecto, y luego dejé de tenerlo, pero, aún así, nunca me habían
descubierto. De todos modos, nunca creí que iban a entenderlo realmente, así
que me daba igual. Hasta ahora: Sí entendían. Sí sabían lo que pasaba a su
alrededor. Después de todo, ya eran conscientes del mundo…
En fin, almorzamos, y luego los niños se fueron a jugar,
dejándome a mí y a Addie solos.
-Eso no me lo esperaba –admití, juntando los platos.
Adrienne suspiró.
-Yo tampoco. Mira, lo mejor es que no vean que aún estás
mareado… -Vale decir que yo ya no estaba mareado.- Aprovecha de ordenar el
armario. Dijiste que lo harías antes de año nuevo y… Bueno.
Asentí, quedamente, al tiempo que notaba que mi esposa
estaba un tanto molesta. Así que me dirigí sin reclamar a mi habitación para,
de una vez por todas, ordenar. No pude evitar reír al ver que la mitad de Addie
estaba impecable, mientras que en la mía había ropa en el suelo, ropa
amontonada y muy poca en los colgadores, donde correspondían.
-Dios, esto está sucio –murmuré, tirando lejos un par de
pantalones con una gran mancha de salsa de tomate, para luego tomar una chaqueta
y tantear los bolsillos por el exterior-. Y esto tiene basura en el bolsillo.
Metí la mano y, para mi sorpresa, me encontré con el sobre
de porros que Jesus me había dejado al morir. Me mordí el labio inferior.
Hacía mucho, mucho
tiempo que no me fumaba un porro. No podía recordar la fecha exacta de la
última vez que había fumado algo de esa especia, pero sabía que había sido poco
antes del nacimiento de Joey. Me sentí tentado. Aún estaba bloqueado y era
incapaz de componer, y, en el pasado, esto solía ayudar, y bastante.
Pero antes de tomar una decisión, escuché pasos al otro
lado de la puerta de la habitación, causando que metiera el sobre en el
bolsillo de mi pantalón de inmediato.
-Hola, Addie –saludé, colgando la chaqueta en el armario-.
Casi termino.
-Bien… Pero quería hablar de otra cosa –musitó. Sonaba
incómoda, así que la miré fijamente, demostrando que le ponía total y absoluta
atención-. Eso que le dijiste a Jake, de que no se te volvería a pasar la mano
con el alcohol… ¿Fue una promesa real, o lo dijiste por decir?
Torcí una mueca.
-No puedo prometerlo a un cien por ciento, ¿qué quieres que
te diga? –Me lanzó una mirada de reproche.- Dios, por esa cara, es como si
llegara ebrio todos los días.
-¡Pero eso fue exactamente lo que hiciste durante los
últimos tres meses del año pasado! ¡Llegabas siempre ebrio! ¡Todo por ese
“experimento” que se te ocurrió con Mike y Tré!
Me quedé en mi lugar, avergonzado.
-Perdón.
-¡No! ¡Nada de perdón! Billie, los niños ahora sí se dan
cuenta de las cosas. ¿Qué les dirás si un día llegas demasiado borracho y te
ven? ¿Cómo se los explicarás? –No dije nada.- Deberías considerar dejarlo, o,
por lo menos, moderarte de verdad.
Asentí, repentinamente deprimido.
-Lo pensaré. Estaré en el estudio.
Una vez allí, me senté en el sofá, sintiendo una especie de
tristeza recorrer todo mi cuerpo. Addie estaba molesta conmigo por algo que era
parte de mi personalidad, y que no estaba dispuesto a cambiar… No porque ella
me lo pidiera, en todo caso. Y con esa tristeza en mente, sumada a la ya
permanente frustración de no poder componer, saqué el sobre de los porros de mi
bolsillo. Si fumaba uno, sólo uno, nadie se daría cuenta. Bastaba con poner el
ventilador y todo estaría bien y, quizás, hasta sería capaz de componer algo
genial. Abrí el sobre y lo di vuelta sobre la mesa de centro que tenía en
frente, permitiendo que los cuatro porros cayeran.
Me extrañé al darme cuenta de algo. Recordaba que el
primero tenía un escrito de Jesus, pero nunca me había fijado que había otro
porro con un papel extra. Separé el papel del porro.
“Número once, calle siete oeste. Esa es la
casa de Jimmy. Sé que él quería hablar contigo.”
No quedaba lejos. Pensativo, guardé los porros y el papel de
vuelta en su sobre y me lo volví a meter en el bolsillo. Tenía una idea idiota
en mente, y bastaba para distraerme de la depresión. ¿Qué pasaría si iba a ver
a Jimmy? ¿Cómo estaría? ¿Me reconocería? ¿Me pediría disculpas? ¿O fingiría que
no tenía idea de que le hablaba? ¿Sería más feliz que su hermano? ¿Lloraría su muerte?
¿Seguiría siendo exactamente igual a Jesus?
Sin saber qué hacer allí abajo, decidí que lo más sano
sería tocar un rato. Ventilar ideas. Lo que solía hacer en busca de
inspiración, sin éxito. Estuve ahí su buen par de horas, y habría seguido ahí
hasta bien entrada la noche (había puesto un disco y me dispuse a sacar todos
los instrumentos, a modo de entretención), de no ser por Addie, a quien vi de
pié al otro lado del estudio, apoyada en la pared, justo cuando yo me volteaba
de dar un par de saltos ridículos mientras tocaba la guitarra. Levemente
avergonzado, dejé la guitarra de lado y le puse pausa al disco que aún tenía de
fondo. Me acerqué a ella y la abracé.
-Perdón por lo de hace un rato –susurró ella a mi oído-.
Sólo que…
-Sólo que no quieres que me vuelva en un mal ejemplo para
los niños –completé yo, separándome un poco de ella para que viera que
sonreía-. Lo sé. Lo entiendo. Pienso lo mismo que tú. –Le di un suave beso.-
Estoy bien.
Negó, lentamente, con una sonrisa casi imperceptible en su
rostro.
-Si estuvieras bien no habrías corrido a encerrarte aquí en
el estudio apenas terminamos de conversar –susurró ella.
La besé, lentamente, y por un buen rato, tras lo que apoyé
mi frente contra la suya, al tiempo que le acariciaba la mejilla. Sabía que
bastaría con eso para convencerla.
-Necesitaba pensar por un rato, sólo eso –respondí al fin,
con mis labios pegados a su oído, ahora acariciándole la espalda-. ¿Qué están
haciendo los niños?
Lo había logrado. Addie respiraba agitadamente, y se notaba
que ya no le interesaba la discusión que habíamos tenido hacía un rato.
-Duermen. Les dije que estabas ocupado trabajando y que por
eso no habías subido a cenar –susurró.
Apenas terminó esas palabras, pasó a besarme el cuello y a sacarme
la polera, mientras yo hacía lo mismo con su vestido. Creo que pueden suponer
bastante precisamente lo que pasó después en el sofá, así que no hace falta que
se los cuente.
A la mañana siguiente, desperté bastante temprano, aún
abrazando a Addie en el estrecho sofá. En algún momento, ambos nos habíamos
puesto la ropa interior, pero eso era todo. Como yo estaba al borde del sofá,
pude pararme fácilmente. Me puse la polera que había quedado abandonada en el
suelo y tomé una manta que había en otro sillón, para taparla; hacía un frío de
mierda, motivo principal para el que yo hubiera despertado. Tras taparla,
revisé mi celular para ver la hora: Ocho de la mañana. Le di un beso en la
frente a mi esposa y subí, en dirección a la cocina; sabía que ya no podría
dormir más.
Ese día y el siguiente pasaron bastante normales… Pero fue
el cuatro de enero en que todo cambió. Y no para bien.
Era de noche y me encontraba en el estudio, mirando
fijamente la hoja en blanco que tenía en mi cuaderno, como si así fuera a
llenarse mágicamente con la mejor canción de mi vida. Había pasado el día
entero encerrado con Mike y Tré en el Estudio 880 de Oakland, ensayando
canciones viejas y de distintos estilos, rogando que así algo se nos ocurriera,
y estaba exhausto… Y aún sin nada en mente. Para peor, había discutido con
Mike. Para mí no había sido nada serio (habíamos discutido porque Tré y yo
siempre llegábamos tarde), pero, para él, pareció ser la gota que rebalsó el
vaso. Debía pedirle disculpas… Fue mientras que pensaba eso que Addie entró,
con una cesta de ropa.
-Billie, ¿subiste los pantalones después de…? Bueno, tú
sabes.
Puse cara pensativa, como si no supiera de lo que hablaba.
-¿Después de qué, amor? No recuerdo. –Me miró, con el ceño
fruncido, mas con una sonrisa en su rostro.- Ah, ¿te refieres al día que
hicimos el amor en este sofá? –Se sonrosó.- No, no los subí, aquí están.
Me paré, dejando el cuaderno de lado, y me agaché, para
sacar los pantalones de debajo del sofá. Fue al ponerme de pié que del bolsillo
del pantalón cayó el sobre con los porros. Recordando su contenido, le pasé el
pantalón a mi esposa y me apresuré a tomar el sobre, para que no se le
ocurriera recogerlo a ella… El único problema fue que, al tomarlo, todos los
porros se cayeron del sobre. Y ella los vio.
Horas después, yo me encontraba en mi auto, bastante lejos
de casa. Aún retumbaban en mis oídos las palabras de Adrienne durante la
discusión que siguió a ese momento: “¡¿Qué
ejemplo serás para nuestros niños, si aún fumas esta cosa como si tuvieras
diecisiete años?! ¡No creo una mierda de que no hayas fumado ninguno! ¡Y
tenerlos en un sobre que dice que te dejes ser arrastrado por lo que realmente
amas! ¿Acaso esto es lo que realmente amas, Billie Joe? ¿Las drogas por sobre
tu familia?”
Y no importó nada todo lo que insistí, ella no me creyó ni
una palabra. Le expliqué que Jesus me había dejado el sobre en su testamento al
morir, junto a una caja llena de cartas escritas para mí. Y su respuesta no me
ayudó: “Sé que Jesus murió, no soy
idiota, sé que fue a su funeral que fuiste. Sé que estuviste mal por él. Sólo
esperaba que tú me lo contaras, que tú me contaras lo mucho que te había dolido
que tu ‘amigo’ hubiera muerto” y luego empezó una cháchara acerca de cómo
yo no confiaba en ella y blah, mierdoso blah… Y luego empecé yo. Que ella no
confiaba en mí tampoco, que por qué no me había dicho algo, que ella tampoco me
había demostrado nada de apoyo…
En resumen: Addie estaba furiosa conmigo, y yo me había ido
de casa, hasta nuevo aviso… Probablemente, hasta el día siguiente, cuando fuera
capaz de recordarme a mí mismo que debía estar con ella para no quedar solo
como un perro sufriendo por el recuerdo de Sarah el resto de mis días. Pero no.
Estaba enojado con ella en ese momento, así que no me veía capaz de convencerme
con ese tonto argumento, no de momento.
Eché a andar el auto…
Sarah…
¿Por qué a mí? ¿Por qué me había pasado esto? ¿Cómo podía
ser el destino tan cruel hacia mi persona? La había esperado por años, la había
buscado con la mirada en todos mis conciertos, por pequeños que fueran… Y ella
llegaba y se quedaba con mi mejor amigo. Y no era mi culpa. Es decir, sí, debí
haber esperado un poquito más antes de ir y meterme con Fran, pero, para ser
justos, hasta donde yo sabía, ella no volvería y me había pedido que siguiera
con mi vida.
Miré por la ventana
y solté una maldición: Me había pasado de largo. Tuve que dar vuelta en U en un
lugar en que no se permitía, pero no me importaba: Estando solo, me había dado
cuenta que necesitaba ver a Jimmy,
así que eso haría, sin importarme que fuera medianoche y que, quizás, mi viejo
amigo estaría durmiendo. Avancé un poco más y estacioné el auto, frente a la
casa de James Oakley, que resultó ser una típica casita de un suburbio de
Oakland. Sonriendo ante el pensamiento que su vida finalmente había dejado de
ser tan disfuncional, llevé mi mano al timbre y lo toqué.
-¡Voy! –Sonreí al escuchar esa voz masculina desde el
interior.
Y, repentinamente, me sentí furioso. Había arruinado mi
vida. Pero no, no debía enojarme. Realmente quería saber cómo estaba, y
conseguiría más respuestas siendo una persona civilizada que un furioso
impulsivo.
La puerta se abrió, sacándome de mis pensamientos, para
darle paso a un tipo más alto que yo, de cabello castaño y ojos miel.
-Disculpe, ¿lo conozco? –preguntó, en un tono educado de
voz. Y yo no pude contener una risa.
-Sí, aunque la última vez que te vi eras un drogadicto de
mierda que se ponía a cantar cada vez que aspiraba algo –respondí, con una
sonrisa.
Un destello de reconocimiento apareció en sus ojos miel.
-¡Billie Joe! –exclamó, para luego abrazarme.
-El mismo –respondí, aún sonriendo, aunque, con cada
segundo que pasaba, mi sonrisa se tornaba más y más falsa-. Estás igual…
-No puedo decir lo mismo de ti –masculló Jimmy, separándose
de mí y mirándome-. ¡Ni siquiera estás tan bajo!
Torcí una mueca y le mostré mis zapatos, que tenían grandes
plataformas. Un regalo de navidad de broma de parte de Mike, que había
resultado ser bastante práctico y demás.
-Plataformas, sigo igual de enano –me expliqué al fin-. Debí
haber empezado a usar estos zapatos antes…
Jimmy rió, casi auténticamente. Cualquiera habría pasado
por alto el tono de nervios que ocultaba su risa… A menos que lo conociera y
supiera todo lo que me había hecho, claro está.
-Bueno… ¿Qué ha sido de tu vida, Two Dollars Bill?
–preguntó, haciéndome pasar.
-Me casé, tengo dos hijos, sigo con Tré y Mike y… ¿Qué más
ha pasado? Ah, sí, vivo al otro lado de la ciudad –enumeré, rápidamente-. ¿Cómo
va todo en tu vida?
Jimmy sonrió levemente, sentándose en uno de los sofás, invitándome
a sentarme frente a él, cosa que hice.
-Estoy comprometido –contestó-. Lindsay espera a nuestro
hijo y no puedo ser más jodidamente feliz.
Sonreí, de un modo casi honesto.
-Felicidades, te lo mereces –murmuré, y esto sí fue totalmente
honesto.
-Gracias… Aunque… No sé, hay tantas cosas de las que me
arrepiento –susurró, mirándome fijamente a los ojos-. Supongo que por eso
viniste.
Suspiré.
-Eso y… Siento lo de tu hermano… Nunca te di el pésame
–murmuré, decidiendo que no era buena idea decir que lo único que me llevaba a
su hogar eran las ganas de gritarle por lo miserable que era mi vida.
-Se lo tenía merecido. Sabíamos que iba a acabar así
–masculló-. Probablemente no lo sabías, pero se metió con todo lo que se le
cruzó antes de morir. Lo que no entiendo es el porqué luces realmente triste.
No pude evitar soltar otra risa, ahora irónica.
-Habrás cagado una buena parte de mi vida, Jimmy, pero aún
así te tengo aprecio –admití-. Y… Bueno, a tu hermano lo amé, y de verdad, así
que…
-Pues no deberías tenerme aprecio –masculló,
cortantemente-. Arruiné todo lo que habías planeado para tu vida, arruiné todo
lo que tenías pensado para ti y Sarah… ¿Por qué no te has enojado? ¿Por qué no
me has gritado? ¿Por qué mierda no me has dado el buen puñetazo que me merezco?
La imagen mental de Mike y Sarah besándose apareció en mi
mente, más nítida que nunca. La ira más fuerte que jamás había sentido brotó en
mi interior. Nunca estaría con Sarah, y era culpa de la persona que tenía
frente a mí. Y sin contenerme, me puse de pié, y le pegué un fuerte puñetazo en
su rostro. Él no se defendió. Simplemente se quedó ahí.
-Debería odiarte, ¡pero sabes que no puedo! No después de
todo lo que vivimos, de todo lo que hicimos… -Negué, ahora cabizbajo.- Éramos
amigos, amigos de verdad. Tú me viste sufrir por ella cuando no estábamos
juntos, me viste siendo feliz con ella. Y pensar que sólo te habías acercado a
mí para que fuera infeliz por el resto de mis días…
-Detente ahí, Billie, no me hice amigo tuyo sólo porque mi
madre iba a echarme y morir sin dejarnos nada si no lo hacía, lo hice porque
realmente me caías bien… -Me rehusé a levantar la mirada, por lo que él
suspiró.- Tú sabes que me negué lo más posible a hacerte lo que te hice. No
sabes lo mal que me sentí que casi mueres por culpa de la carta que dejé que te
llegara. Pero fue para mejor. Gracias a eso pudiste seguir con tu vida… Hasta
que Jesus te contó la verdad, claro.
Suspiré y, finalmente levanté la mirada hacia quien había
sido mi amigo durante varios años, quien ahora me miraba entristecido, con un
poco de sangre corriendo por su nariz.
-Yo no quería hacerte eso –susurró-. De verdad. Lo hice,
sí, pero no quería. Y lo siento mucho. De verdad. No me arrepiento de nada de
lo que he hecho… Excepto, eso.
-Lo sé. En parte es culpa mía que mi vida no sea nada de lo
que esperaba –mascullé, ignorando como Jimmy abría la boca para replicar-. Pude
haberme dado cuenta de la verdad, pude haberme dignado a buscarla bien… ¡Pude
no haberme enamorado de Addie!
-Armstrong, ¡para! –exclamó- No es tu culpa. O sea, sí,
fuiste demasiado imbécil para no haber buscado bien, pero te enamoraste de
ella. Es decir, Sarah se había ido, estaba bien que estuvieras con ella…
-Pero no me enamoré de ella… Nunca lo hice –admití-. Me
engañé a mí mismo, y me he seguido engañando. No amo a Addie. Le tengo cariño,
sí, pero no la amo. No como amo a Sarah al menos.
-Y nada de eso es tu culpa –murmuró-. Te obligamos,
¿recuerdas? ¿Recuerdas cuánto insistimos para que salieras, para que estuvieras
con alguien? ¿Para que la superaras?
Suspiré.
-Creo que es hora de irme…
Sabía que Jimmy quería hablar más, pero no me importaba.
Quería salir de ahí, quería desaparecer por un rato… Y fue por eso que no dudé
en dirigirme a toda velocidad a un bar… Más específicamente, al mismo bar en el
que me había reencontrado con Jesus hacía ya tanto tiempo. Era imposible que me
lo encontrara, y lo sabía, pero había un lado de mí que tenía la esperanza de
que él reapareciera y me salvara de mi soledad.
Bebí… Y bebí… Tras
varios tragos, me puse a pensar en Addie.
No había nada malo conmigo, así se suponía que era. Y, aún
así, ella estaba furiosa por mi forma de actuar. Siempre había sido así, ¿por
qué se enojaba ahora?
Porque tus hijos
ahora sí se dan cuenta respondió la molesta vocecita de mi cabeza.
Quizás al casarnos Addie había tenido la esperanza de que
maduraría y que, al cabo de un tiempo, dejaría de beber tanto, y que dejaría
ese estilo de vida que llevaba. ¿No me había preguntado hacía unos meses si
quería dejar la banda? Sí, lo había hecho. Y lo había hecho únicamente porque
eso era lo que ella soñaba: Que yo llevara una vida normal, con ella a mi lado.
Recordé las tardes pasadas con Sarah, hacía ya tantos años…
Ella sólo soñaba que estuviéramos juntos, yo con mi grupo o lo que me hiciera
feliz, y ella con su fotografía o lo que la hiciera feliz, pero siempre
llegando a los brazos del otro al final del día. Sólo quería verme feliz, y yo
quería verla feliz a ella. Yo la amaba y ella me amaba. Quizás Addie ni
siquiera me amaba, amaba lo que yo podría llegar a ser si me dejaba moldear un
poco.
Estuve ahí hasta las dos de la mañana, hora en la que el
bar cerraba esa noche. Salí bastante borracho, pero, por suerte, el que estaba
a cargo de la barra no se dio cuenta, o, de lo contrario, me habría quitado las
llaves y me habría mandado en un taxi a casa. Y yo no quería ir a casa, porque
no lo sentía como mi hogar. El hogar es donde está el corazón. Y mi corazón no
estaba ahí. Mi corazón estaba con Sarah…
Subí al auto… ¿Qué pasaría si iba a casa de Mike, a hablar
con Sarah, a explicarle todo el asunto de una vez? ¿A decirle que la amaba, que
siempre la había amado, y que la única
razón por la cual me había besado con Fran hacía tantos años era porque ella me
había pedido que siguiera adelante en la única carta que había recibido? ¿A
decirle que su lugar era conmigo, y no con Mike?
Estaba tan borracho, que no le encontré ninguna falla al
plan. De hecho, me parecía que era lo mejor que podía hacer en ese momento. Y
era totalmente imposible que ella me dijera que no, que prefería a Mike, porque
era obvio que aún me amaba, aún si me hubiera tratado como a cualquier persona
todas las veces que nos habíamos encontrado en los últimos meses. Así que,
apenas avancé un par de cuadras, pisé el acelerador a fondo, ignorando
totalmente a la patrulla que estaba estacionada ahí. Iba a explicarle todo a
Sarah, iba a arreglar todo…
Mi vista se desvió del camino hacia el espejo retrovisor
del auto, a través del cual vi una patrulla con sus luces encendidas. Quedé
mirando las luces por un rato, tras lo que asimilé que me seguía a mí. Revisé el
indicador de velocidad, y vi que había doblado el límite. Maldiciendo, saqué mi
pie del acelerador y pisé el freno, fuertemente, deteniendo el vehículo a mitad
de la calle. La policía no tardó en alcanzarme y, para cuando vi que se bajaba
un oficial, yo ya tenía la ventana abierta, y ya me sentía como un idiota.
Bien, Armstrong, ahora no podría ir a decirle todo a Sarah, porque me tendrían
ocupado por un buen rato, y eso si no me detenían.
-Señor, necesito que se baje del auto –me pidió el hombre.
Conteniendo la risa que repentinamente quería escapárseme,
obedecí.
-¿Sus documentos? –pidió el policía.
Tuve que esforzarme para concentrarme en lo que el hombre
me pedía, ya que me sentía más que tentado a soltar una risotada que no le
venía al caso. Era un total y completo idiota. Saqué la billetera de mi
bolsillo y se la pasé.
-Bien, señor Armstrong, necesito que haga el cuatro, si
fuera tan amable –pidió él, en un tono educado de voz… Falso, claro está.
Conteniéndome para no insultarlo, le obedecí… O eso creí, ya que me sorprendí
al llegar al suelo. El oficial rió-. Espere aquí, vuelvo enseguida.
Suspiré molesto y, repentinamente, mareado. ¿Cómo mierda
había conducido sin chocar nada? Veía todo más que borroso, y sentía que el
mundo entero me daba vueltas. De haber estado un poquito menos molesto, habría
estado agradecido de estar vivo. O quizás no, ya que mi vida era tan mierdosa
que realmente no había mucho que agradecer.
A los pocos minutos, el policía volvió, con un aparato en
su mano.
-Bien, señor Armstrong, le haremos el test de alcoholemia –me
dijo, acercándome un pequeño tubito-. Sople ahí.
Tomé el aparato e hice lo que le indicaba el hombre, no muy
animado. Sabía que estaba muy sobre el límite de lo legal, creencia que se vio
confirmada por la cara que me puso el oficial.
-¿Qué le parece si lo hace de nuevo? Estas máquinas pueden
fallar –masculló, un tanto sorprendido. Supuse que había marcado algo bastante
alto. Soplé de nuevo, desesperanzado: Sabía que ese era el resultado real-. Ok,
0.18, el doble de lo legal.
-Pudo haberme ido peor –susurré, irónicamente, causando que
él sonriera del mismo modo.
-Sí, pudimos haberle quitado la licencia. No chocó con
nadie, así que no hay problema, pero me temo que debemos llevarlo detenido.
Volví a suspirar y me paré de un salto, causando que el
mundo volviera a darme vueltas y que me tambaleara. El oficial me hizo caminar
hasta el asiento trasero del auto y me subí.
-¿Cuánto te salió en el test? –preguntó el conductor,
mientras que el otro llamaba a una grúa.
-Punto dieciocho –contesté-. En fin, ¿qué se le va a hacer?
El conductor me miró fijamente a través del espejo
retrovisor del vehículo.
-Me pareces conocido de algún lado –susurró, para sí mismo.
Sabía que no tenía que responder, lo sabía. Pero estaba tan
ebrio que no pude contenerme:
-Es porque estoy en una banda, Green Day, no sé si la
conoces.
El conductor asintió, al mismo tiempo que el policía que
había “efectuado” el arresto cortaba la comunicación con la grúa.
-Bien, vamos a la comisaría –musitó.
Apenas dijo esas palabras, me quedé profundamente dormido
en el asiento trasero. Me despertaron un rato después, ya fuera de la comisaría
-¿No tengo derecho a una llamada? –pregunté, cuando
estábamos entrando, sin darme cuenta lo ridículo que era el que me tuvieran que
llevar a rastras.
Pese a estar ebrio, tenía algo bastante claro: No pasaría
la noche en la cárcel. Es decir… No quería un trato especial, no me lo merecía,
pero quería asegurarme de que aún le importaba a alguien lo suficiente como
para pagar mi fianza. Bueno, Addie la pagaría de inmediato, pero no quería
pedírselo a ella. Después de todo, no quería tener que responder todas las
preguntas que me haría. Al estar tan desconectado de todo, no era capaz de
crear ninguna mentira coherente, de verdad que no, y acabaría por decirle que
no la amaba, y que estaba ahí porque había acelerado hacia la casa de Mike,
para hablar con Sarah…
-Primero te tomaremos la foto de identificación,
registraremos tus huellas digitales y guardaremos los objetos que tengas en los
bolsillos. Luego de eso podrás llamar a alguien para que pague tu fianza –respondió
un tercer oficial al que no reconocí, interrumpiendo mis pensamientos.
Me llevaron a una sala. Entregué todo lo que tenía en los
bolsillos (por suerte había guardado los porros en la guantera del auto) y dejé
que me tomaran la bendita foto de identificación. Puse las huellas digitales y,
finalmente, uno de los policías (creo que el conductor, la verdad que sus caras
me eran muy borrosas como para distinguirlos) me pasó una moneda de veinticinco
centavos, para luego dejarme frente al teléfono público que había.
¿A quién llamaba? ¿A quién le importaba lo suficiente como
para ir a mi rescate a esas horas?
Y, como siempre supe que terminaría haciendo de estar en
este escenario, marqué el número de Mike.
Un tono… dos… tres, cuatro…
-¿Aló? –preguntó una voz femenina.
Mi corazón se saltó un latido, y, a la altura del estómago,
sentí lo mismo que se siente al saltarse un peldaño al bajar las escaleras.
Sarah.
-¿Está Mike? –mascullé, percatándome, por primera vez, lo
pastosa y áspera que estaba mi voz. Me sentí avergonzado. Si me importaba la
opinión de alguien, era la de ella.- Es un tanto privado.
-¿Billie? –inquirió Sarah, bostezando- ¿Qué pasa? ¿Por qué
llamas a las tres de la mañana?
-Me metí en aprietos, necesito que alguien me pague la
fianza –farfullé, más avergonzado aún-. ¿Puedes decirle a Mike que estoy en la
comisaría de la Calle Este #12?
-Claro –musitó ella, aún algo adormilada.
Y la comunicación se cortó. Colgué el teléfono y le avisé
al policía que había terminado la llamada. Él asintió y me llevó a una celda
que, por suerte, estaba vacía. Había un inodoro y un catre que se veía más
incómodo que la mierda, pero me daba igual. El alcohol me hacía sentir más que
nostálgico, y por ello necesitaba dormir, para no terminar llorando en un
rincón y pensando en cortarme las venas. Así que me tiré en el catre y, al
instante, me dormí.
Pero, extrañamente, mi sueño se vio interrumpido mucho
antes de lo esperado.
-Armstrong, pagaron tu fianza –me dijo un policía,
golpeando los barrotes para asegurarse que estuviera bien despierto. Mi cabeza
daba vueltas.
-¿Tan rápido? –pregunté, extrañado. Había calculado que
Mike tardaría más, y, teniendo en cuenta que nos habíamos peleado en la tarde,
estaba seguro que llegaría a eso de las cinco de la mañana, con suerte.
-Sí, tuviste suerte –respondió el policía, abriéndome la
celda-. Ya, ven.
Aún extrañado, me paré y lo seguí, para llegar a entrada de
la comisaría, donde me encontré con la persona que menos me esperaba.
-¿Tú? –pregunté, sintiéndome, repentinamente, completamente
sobrio.
Era Sarah. Era Sarah quien había venido a buscarme, era
Sarah quien se había levantado y había venido por mí.
-Adiós, Billie –musitó ella, volteándose.
Estuve a punto de echar a correr tras ella, pero recordé
que tenía que llevarme mis cosas. Me pasaron todo en una bolsa plástica, en
cuyo interior vi también la citación al juzgado. Metí todo como pude en el
bolsillo de la chaqueta y salí corriendo tras ella.
-¡Sarah! –grité.
-Déjame en paz –masculló, sin detenerse.
La alcancé.
-Nunca creí que vendrías tú –admití, con una torcida
sonrisa en mi rostro.
-No te hagas falsas ilusiones, Billie Joe, vine porque Mike
está demasiado cansado por todos los ensayos que planeas –espetó. Me sentí
culpable: Había organizado una cantidad de ensayos sorprendente durante las
últimas semanas-. De hecho, vine para pedirte que no hagas tantos.
-Tenemos que hacer un disco decente, debemos ensayar. –me excusé,
mirándola. No pude evitar decirle:- Sigues igual de hermosa.
-Y tú sigues igual de imbécil desde 1987 –masculló ella,
molesta.
Sonreí, más ampliamente.
-Si hay algo que sigue exactamente igual desde 1987, es lo
mucho que te amo –susurré.
Ella se detuvo y me miró a la cara, súbitamente pálida.
-Si me amaras tanto como dices, no habrías hecho todas las
idioteces que hiciste –susurró, rápidamente-. Billie, entiéndelo: Ya no te amo.
-Vamos, si te casas con Mike porque es lo más parecido a mí
que pudiste encontrar… -dije sin pensar- Eso o por los viejos tiempos, no lo
sé…
Sarah levantó su mano y me cacheteó con fuerza.
-No te atrevas a insultar a Mike de ese modo –dijo ella,
fríamente… Pero pude notar algo de culpa reflejada en su rostro, cosa que me
esperanzó-. Yo no soy la que se metió con la primera persona que demostró el
menor interés en mí.
-¡Y yo no soy la persona que no vuelve jamás! –exclamé-.
¡Me lo prometiste!
-¿Para qué volver? ¿Para ver cómo te metías con mis amigas?
–inquirió- Entiende, después de todo lo que hiciste, no hay ninguna posibilidad
de que volvamos a estar juntos.
-Sí hay posibilidades –le tomé las manos-. ¿Por qué no nos
damos otra oportunidad?
¿Por qué mierda no me
dejas explicarte todo?
Sarah se soltó.
-Ya nos dimos todas las oportunidades que nos merecíamos y
más. Entiéndelo: Sólo fue amor de adolescentes –afirmó, segura de sus
palabras-. Y no vuelvas a llamar a estas horas, que no me molestaré en venir.
Me lanzó una última mirada y se puso a caminar,
rápidamente, sin molestarse en voltearse, dejándome solo en medio de la calle,
sintiéndome más idiota que en toda mi vida… Y con un único pensamiento en
mente: Lo bien que se sentía el contacto de las manos de Sarah con las mías…
Me devolví a la comisaría. Mi auto estaba en la calle,
detrás de una patrulla. Asegurándome que no hubiera nadie mirando desde el
interior del edificio, me subí al auto, dejé la chaqueta en el asiento del
acompañante y me fui a mi casa.
Una vez allá, estacioné el auto normalmente y bajé, tambaleándome
nuevamente. Pensando que no hacía falta que Addie se diera cuenta lo borracho
que estaba, entré a la casa, sigilosamente, pensando en irme a dormir a la
pieza de invitados.
Por desgracia, mi plan se fue a la mierda cuando pasé a
llevar una lámpara que estaba en una mesita junto a la escalera. Alcancé a
sujetarla antes que llegara al suelo, pero no lo alcancé a sujetar la
fotografía que sí llegó al suelo, retumbando en el silencio de la casa. Maldije
en mi mente.
-¡Al fin te dignas a llegar! –susurró Addie, desde el
segundo piso, comenzando a bajar la escalera- ¿Dónde andabas?
Torcí una mueca, y, antes de controlarme, las palabras se
escaparon de mis labios:
-Salí a dar unas vueltas, terminé en un bar, bebí un rato y
luego me fui. Me arrestaron, llamé a Mike a que me fuera a buscar, pero él no
fue, así que fue Sarah. Me pagó la fianza y se fue y yo me vine en auto, porque
los de la policía son unos descuidados de mierda –me expliqué, rápidamente-. Me
siento más ebrio que un alcohólico, pero me importa una mierda, porque a nadie
le importo.
Addie me miró más que sorprendida.
-Amor, ¿qué pasó? –preguntó- Confío en ti… Y tú puedes
confiar en mí…
Se notaba que estaba arrepentida de la discusión que
habíamos tenido.
-Lo sé –susurré-. ¿Podemos hablar por la mañana? Necesito
dormir...
Se me acercó y me dio un suave beso en los labios. Pude ver
al separarnos que se sentía asqueada por mi fuerte aliento a alcohol.
-Vamos –susurró, tomándome la mano-. Pero me tienes que
contar todo...
-Sí, Addie –susurré yo sin pensar.
Apenas llegué a la pieza me saqué todo menos los bóxers,
con la ayuda de Adrienne. Caí dormido apenas apoyé la cabeza contra la
almohada, soñando con un sonido de campanas y con un fuerte y claro “nadie te
quiere” de parte de Mike (quien iba de traje) y Sarah (quien usaba un hermoso
vestido de novia, supuse que blanco, no podía estar seguro, ya que todo estaba
en blanco y negro como de costumbre). Desperté por un par de instantes y me
volví a dormir.
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