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Mi cabeza dolía como si me la hubiera golpeado fuertemente.
Estaba mareado y sentía la garganta más que seca, además de tener le estómago
revuelto. No recordaba ni qué había hecho, ni dónde estaba, ni nada. Concluí
que había bebido mucho la noche anterior, ya que era lo único que explicaba
todo racionalmente… Eso o que me habían atropellado, causándome una contusión
severa.
Sentí una mano pasando suavemente por mi cabeza, haciéndome
cariño, cuidadosamente. Pensé en Sarah, en sus suaves manos contra las mías…
¿Por qué pensaba en eso si no le había tomado las manos
desde 1990?
-¿Para qué volver?
¿Para ver cómo te metías con mis amigas? Entiende, después de todo lo que
hiciste, no hay ninguna posibilidad de que volvamos a estar juntos.
-Sí hay
posibilidades. ¿Por qué no nos damos otra oportunidad?
-Ya nos dimos todas
las oportunidades que nos merecíamos y más. Entiéndelo: Sólo fue amor de
adolescentes. Y no vuelvas a llamar a estas horas, que no me molestaré en
venir.
¿Eso lo había soñado, o había ocurrido de verdad?
-¿Qué te pasó anoche, Billie Joe? –susurró la voz de mi
esposa, ahora acariciando mi frente- ¿Qué te pasó luego de que te fuiste?
¿Después de que me fui? Decidiendo descartar la idea del
choque (porque parecía ser mi cama, y no olía a hospital, por decirlo de alguna
forma), hice memoria. Recordé haber discutido con Mike, haber llegado a la casa
y haberme encerrado en el estudio. También recordé haber discutido con Addie
por el sobre de porros, y haber terminado dando vueltas en mi auto. A partir de
eso, todos mis recuerdos se volvían borrosos, hasta el momento en que desperté.
-No recuerdo qué pasó. –murmuré con la voz áspera, y
abriendo los ojos. Esto aumentó el dolor de cabeza.- Mierda.
Ella sólo me miró. Al contrario de la mañana de año nuevo,
no tomó mi resaca como algo cómico ni mucho menos, simplemente me miró
fijamente.
-¿Fumaste los porros?
Pensé en decirle que no estaba seguro (haberlos fumado
explicaba bastante bien el porqué estaba tan mareado), cuando recordé sacarlos
de su sobre. Estuve a punto de admitir que sí, que aparentemente lo había
hecho, cuando un nuevo recuerdo apareció en mi cabeza: Había tomado sólo uno de
los porros, había sacado el papel con la dirección de Jimmy, me la había
memorizado y lo había guardado en el sobre con los demás, para meterlo en la
guantera.
-No. Están los cuatro porros en el sobre, dentro de la
guantera. Puedes revisar si no me crees.
Recién ahí noté que estaba vestida.
-Ya lo hice. Quería asegurarme que no fueras a mentirme,
así que revisé tus cosas. Pudiste haberte matado anoche, ¿sabes?
Por su voz y su cara deduje que estaba al borde del llanto.
Y no tuve otra opción que negar.
-Lo siento, no sé de qué hablas –musité-. Aún no recuerdo
todo lo de anoche. –Ella cerró los ojos y dejó que una única lágrima se le
escapase.- Amor, no llores…
Quise limpiarle la lágrima, pero ella le dio un fuerte
palmetazo a mi mano.
-Vomita todo lo que tomaste, dúchate y recuerda lo que
pasó. Te estaré esperando en el living. Si no recuerdas todo para entonces, yo
te diré lo que me dijiste, a ver si con eso refrescas tu puta memoria.
Asentí. Estaba enojada, y bastante… ¿Por qué tanto? Bueno,
quizás la ducha ayudaría a recordar. El vomitar lo haría sin dudar, ya que mi
estómago me estaba matando. Me salí de la cama.
-Espera, ¿en el living? ¿Y los niños? –pregunté, ya en la
puerta del baño, notando ese detalle.
Adrienne negó.
-Los fui a dejar donde tu madre, no quería que te vieran
así. Preguntaron mucho por ti durante el almuerzo, así que mejor los llevé allá.
Volví a asentir, pensativo. Preguntaron por mí durante el
almuerzo, y ella los había ido a dejar después. O sea que ya eran más de las
tres de la tarde. Bien.
Fui al baño, me arrodillé frente al inodoro y, apenas me
estaba empezando a preguntar si tendría que forzarlo o si saldría solo, vomité.
El mundo dejó de darme vueltas al instante que eché a correr el agua. Abrí el
paso del agua caliente en la ducha y me miré al espejo.
Mi cara lucía espantosa. Tenía enormes ojeras, y mi rostro
tenía un aspecto grisáceo. Mis ojos estaban opacos y mi barba se veía más
asquerosa de lo usual, pese a que me había afeitado el día anterior. Me lavé la
cara, me saqué los bóxers y me metí a la ducha, donde dejé que el agua cayera
sobre toda mi cabeza, aliviando el dolor.
Ok, supongamos que sí fui donde Jimmy. ¿De qué hablamos? ¿Lo
traté bien, o dejé que la frustración por no estar con Sarah me dominara?
-Arruiné todo lo que
habías planeado para tu vida, arruiné todo lo que tenías pensado para ti y
Sarah… ¿Por qué no te has enojado? ¿Por qué no me has gritado? ¿Por qué mierda
no me has dado el buen puñetazo que me merezco?
Me miré el puño derecho y los recuerdos aparecieron con la
misma intensidad que si alguien me hubiera golpeado a mí. Había ido donde
Jimmy. Habíamos hablado. Le había dado un buen puñetazo y me había ido a un
bar. Y había bebido. Y bebido. Y bebido…
Seguí duchándome, intentando recordar algo más. Addie
estaba enojada, e, incluso, dolida, y sabía que el haber llegado ebrio no era
el motivo de esto. Había algo más, y no lograba recordarlo.
Para cuando salí de la ducha, la cabeza ya no me dolía
tanto, el mundo no me daba vueltas y aún no lograba recordar lo que había
pasado entre el bar y el despertar en mi habitación con Addie. Me estiré, un
tanto extrañado por el dolor de espalda que sentía, el cual me recordó a los
tiempos en los que dormía en suelos y similares cuando estaba de gira. Supuse
que así se sentiría dormir en un catre de prisión…
Me quedé estirado por un par de segundos, lívido. Había
recordado.
-¿Qué tan enojada estás?
Me encontraba a la entrada del living. Addie me miraba
fijamente desde un sofá, con los brazos cruzados y una expresión que demostraba
que no sería ella quien iniciara la conversación. Era yo quien debía
explicarse, era yo quien debía justificarse, no ella, quien sólo debía
escuchar, para poder ver si merecía su perdón o no.
-¿Del uno al diez? –Asentí, recodando la vez que Sarah me
había dicho lo mismo hacía ya tantos años, antes de terminar, antes de que yo
estuviera con Jesus.- Trece.
Claro que Sarah no me había dicho nada superior a diez.
Suspiré, y me adentré en la estancia, para sentarme en el
sofá que quedaba exactamente frente a ella.
-¿Qué quieres saber?
-Todo lo que hiciste después de irte.
Suspiré, pensativo. No podía contarle todo lo que había
hablado con Jimmy, ya que, de hacerlo, ella sabría que con Sarah no estaba sólo
por un malentendido. Así que decidí que lo mejor sería no mentir, simplemente
omitir un poco. Me restregué los ojos con una mano.
-Jesus me había dejado la dirección de su hermano en uno de
los porros. No la descubrí hasta ayer. Nunca le di el pésame, y hacía tiempo
que no hablábamos. Así que decidí pasar a verlo anoche, para hacer algo… -Eso
no bastaría para justificar todo lo que había bebido, y lo sabía, así que opté
por mentir un poco:- Me deprimí al ver lo feliz que estaba con su prometida y
todo… Es decir, se lo merece, sólo me ayudó a recordar que tú y yo estábamos
peleados y eso me hizo necesitar beber. Así que fui a un bar y al salir aceleré
demasiado en el auto para llegar rápido acá y… Bueno, me vio una patrulla.
Me quedé en mi lugar, esperando a que ella dijera algo.
-¿Qué pasó con Sarah después de que pagara tu fianza? –La
miré, extrañado.- Anoche me dijiste que llamaste a Mike, pero que ella fue.
Necesito saber qué pasó después.
Miente.
-Nada. Me pagó la fianza y se fue. –Addie alzó una ceja.-
De verdad.
Ella bajó la mirada y apoyó su rostro en sus manos.
-Lo siento, pero no puedo creerte.
La miré, dolido.
-¿Y según tú qué pasó? –me atreví a preguntar.
Levantó la mirada, demostrando lo entristecida que estaba.
-Creo que la besaste. Creo que quizás hicieron algo más.
Creo que aún la amas, y se lo dijiste, y ella te dijo que ella igual. Creo que
Mike y ella están teniendo esta misma conversación ahora.
La miré, sorprendido, tras lo que negué.
-Amor, no pasa absolutamente nada entre Sarah y yo. Ella
ama a Mike, y yo te amo a ti –susurré, intentando no demostrar lo mucho que
sufría por la primera verdad y la segunda gran mentira-. Ella sólo llegó, pagó
mi fianza y se fue. No pasó nada más. –Addie sólo movió su cabeza, demostrando
que no estaba convencida. Me paré, me acerqué a su lado y me arrodillé ante
ella, levantándole la cabeza con una de mis manos en su barbilla, suavemente.-
Te amo.
-¿Entonces por qué estás sufriendo tanto? ¿Por qué no
puedes componer? Si me amas como dices, entonces tienes todo lo que necesitas
en tu vida, ¿no? Entonces ¿por qué no puedes escribir ninguna maldita canción?
Negué, sintiendo que las lágrimas de Adrienne eran contagiosas,
ya que mis ojos comenzaban a arder.
-No lo sé –susurré en un hilo de voz-. Simplemente no lo
sé. Simplemente no logro pensar en nada que valga la pena…
-¡Yo valgo la pena! ¡Tus hijos lo valen! ¿No puedes
escribir una canción al respecto? –inquirió, con más lágrimas.
-No funciona así… Tiene que ser algo que sienta…
-¿Y no sientes nada por nosotros? ¿No puedes escribir del
amor hacia tu familia? –Negué, poniéndome de pié y dándole la espalda, para que
no pudiera ver cómo me limpiaba las lágrimas.- ¿Por qué no? ¿Por qué no puedes
escribir lo mucho que nos quieres, lo mucho que te importamos?
-¡Porque no estoy seguro de lo que siento! –grité al fin,
desesperado, volteándome hacia ella, con lágrimas rodando por mis mejillas, al
igual que rodaban por las mejillas de mi esposa- Lo siento. Yo…
-¿Tú qué?
-Ni siquiera estoy seguro de lo que quiero. –susurré. Y era
verdad. ¿Quería estar con Addie? ¿Quería seguir con la mentira? ¿O el estar
solo ya no me parecía tan terrible? Quizás eso era lo correcto.- ¿Cómo voy a
estar seguro de lo que amo?
Me miró, ahora con más lágrimas. Me sentí mal, pero no lo
suficiente como para fingir que ese arrebato no había ocurrido.
-¿Y qué es lo que crees querer ahora?
Torcí una mueca.
-Desaparecer.
* * *
Las maletas estaban listas. Había llamado a unos amigos y
me tenían listo un departamento para mí. Ya le había devuelto el dinero de la
fianza a Mike, y tanto a él como a Tré les había avisado que no estaría y que,
por motivos de obviedad, no nos juntaríamos a grabar ni a ensayar. No le había
dado explicaciones a nadie, ni siquiera a mis hijos, quienes creían que yo
tenía que ir a visitar a unos parientes lejanos a Oklahoma. Nadie sabía a dónde
iría, sólo Adrienne, y así estaba bien. Y así me encontraba en el aeropuerto,
con ella y mis dos hijos, quienes me abrazaban estrechamente.
-¿Cuándo vuelves? –me preguntaba Joey.
-No lo sé aún –respondí, mirando a Addie de reojo, quien
parecía estar conteniendo el llanto nuevamente-. El tío Stonewall me dijo que
el asunto tenía para largo, así que no sé si estaré ahí una semana o más… -Jake
lloraba en silencio.- Vamos, he estado lejos más tiempo cuando me voy de gira.
Comparado con eso, esto será como un corto fin de semana.
Mis dos hijos asintieron. Yo suspiré.
-Ok, mejor entro o no escucharé cuando llamen a mi vuelo
–murmuré. Les di un fuerte abrazo y un beso en la mejilla a cada uno-. Pórtense
bien mientras no esté, ¿de acuerdo?
Asintieron. Me separé de ellos y me incorporé, para mirar a
Adrienne, en cuya expresión se notaba que había derramado muchas lágrimas en
los últimos días, y que temía que mi partida se convirtiera en algo permanente.
Los niños notaron cómo nos mirábamos, por lo que se alejaron un poco.
-Necesito esto –murmuré-. Si no me convertiré en el imbécil
más grande que ha pisado la tierra.
-Lo sé –susurró ella-, y por eso te dejo ir.
Me acerqué a ella y la abracé. Lo correcto habría sido
besarla, pero no me sentía con ganas de ello, y ella lo notó. Nos separamos y
me arregló el cuello de la camisa, para luego acercárseme y darme un beso en la
mejilla.
-No me olvides –susurró.
Sonreí.
-No lo haré –susurré yo.
Con un esfuerzo sobrehumano, le di un corto beso en los
labios.
-Volveré.
Tomé bien mi bolso de mano, les revolví el cabello a mis
dos hijos y me dirigí a la zona de embarque, para, finalmente, entrar por la
puerta doce al vuelo que me llevaría a Nueva York, no a Oklahoma como mis hijos
creían. Y, tras cuatro horas de viaje, llegué. Crucé el aeropuerto y salí.
Era de noche. Las estrellas brillaban por sobre mi cabeza,
junto a los helicópteros y los otros aviones. Frente a mis ojos, veía a los
autos avanzar rápidamente, de un lado a otro, al igual que la gente. A mi
alrededor, sólo había edificios, nada de casas, nada de condominios… No estaban
ni Addie, ni los niños, ni Mike, ni Tré, ni Sarah… Estaba yo, solo. Respiré,
profundamente: Era libre.
Desperté en el centro de la cama. No había nadie a mi lado
a quien abrazar y no había ninguna nota dándome explicaciones en el velador.
Estaba solo, totalmente solo… Y no pude evitar sonreír, ampliamente.
Lo primero que hice ese día fue ver la hora, para
organizarme: Ocho y media. Bastante temprano, pero era mejor así. Me salí de la
cama y me fui a la cocina. Mis amigos me habían llenado las alacenas de comida,
al igual que el refrigerador. Puse café en la cafetera y puse unas salchichas a
freír. Mientras estaban listas, fui al baño, para luego pasar por el living un
poner el primer CD que encontré en el equipo: Nevermind the bollocks, de los Sex Pistols. Subí el volumen y volví
a la cocina, para sacar las salchichas, cortarlas en pedacitos, devolverlas a
la sartén y añadir un par de huevos, que revolví rápidamente. Cuando estuvo
todo listo, le eché sal y pimienta. Aún sonriente, saqué todo lo de la sartén y
lo puse en un plato: Mi primer desayuno de soltero desde 1994. Me serví el café
y me fui al living, a comer con la música.
Luego de desayunar, fui al baño y me duché. Olvidé las
toallas en la pieza, por lo que no me quedó otra opción que caminar desnudo por
el departamento. Tanta libertad se me hacía extraña, pero se sentía bien… Muy
bien. Tras vestirme, apagué la radio y tomé el celular nuevo que había comprado
la noche anterior (había apagado el otro para no ser molestado), me puse el
abrigo, una bufanda y una boina y salí.
Ese día sólo caminé. No quería pensar aún, simplemente usé
ese día para caminar por todo Nueva York, para recorrer, respirar y disfrutar
el hecho de que no tenía hora de llegada, que no tenía que dar explicaciones…
El segundo día fue parecido. Las diferencias comenzaron
cuando, al contrario del día anterior, me detuve a mitad de la tarde a comer
algo en un restaurante. Era raro esto de poder hacer lo que quisiera. Seguía
sin querer pensar, así que llamé a Jesse Malin, un amigo que tenía en Nueva
York, quien era el responsable de que tuviera un departamento decente.
-Al fin te reportas –comentó él-. ¿Piensas decirme el por
qué te viniste a la Gran Manzana tan repentinamente y sin tu familia, ni Mike,
ni Tré?
Sonreí.
-Me vine para no dar explicaciones, y eso te incluye a ti
también.
Escuché su suspiro desde la otra línea.
-Está bien, no te preguntaré nada. ¿Quieres juntarte y
hacer algo hoy?
Fue así que terminé en su bar, el Niagra, con él y un amigo
suyo, Ryan Adams. Su amigo era bastante simpático, y terminamos en una conversación
bastante profunda… que soy incapaz de recordar, ya que habíamos bebido bastante
para entonces. Recuerdo pedazos, pero prefiero no repetirlos, ya que eran más
ideas suyas que mías.
En mi tercer día en Nueva York desperté tarde (o tarde para
lo que me estaba despertando, pues eran las once), debido a lo bebido el día
anterior. Creo que pude haber seguido durmiendo, pero hacía demasiado frío. Me
cubrí bien con las mantas, aliviado de que mi cabeza no me doliera. Estaba
considerando el salir a dar una vuelta, cuando me di cuenta que estaba nevando.
Sonreí y me acomodé bien en la cama. Me quedé un buen rato ahí, tras lo que
decidí que no podría volver a dormirme, por lo que prendí el televisor que
tenía en la pieza. No lo había utilizado en todos estos días, porque no lo
había necesitado, pero ahora se me hacía útil.
Debido al frío que hacía, decidí pasar el día entero en la
casa. Me quedé en la cama hasta eso de la una, sin contar lo poco que salí para
ir al baño y hacerme el desayuno, que llevé a la cama. Me levanté y me fui al
living, con la guitarra. Toqué varias canciones, pero nada nuevo. Sentía una
idea en creación, pero no era capaz de saber qué era, no aún. Aunque el simple
hecho de sentir eso era una buena señal. Recién entonces empecé a hacer lo que
había ido a hacer a esa ciudad: Pensar. O comenzar a pensar, al menos.
Llevaba ya tres días viviendo solo, como si fuera soltero y
desempleado, y no había experimentado ninguna sensación de abandono ni similar.
Me sentía en mi elemento: Libre al fin. Podía componer tranquilamente, ya que
no había nadie ahí para criticar mi trabajo… Y podía pasar todo el día
caminando, pensando… No le debía explicaciones a nadie. Quizás el estar con
Addie para no estar solo era una estupidez…
Pero no. Tres días no son lo mismo que diez años. En algún
momento comenzaría a sentirme solo de nuevo… O quizás no. Todo dependía de si
lograba resolver mis demonios o no, y de si los resolvía bien.
Sin ser plenamente consciente del todo, comencé a tocar The one I want en la guitarra. Tardé en
reconocerla, y, al hacerlo, no me quedó opción que dejar la guitarra de lado,
prender la televisión y poner una película cualquiera, para distraerme.
-¿Cómo una persona puede afectar tanto en una vida?
–susurré al fin.
Y era verdad. ¿Cómo Sarah podía ser la responsable de tanto
sufrimiento y tantas alegrías pasadas? ¿Cómo podía ser ella (ella sola, y sin
la ayuda de nadie más) la responsable de todas mis acciones desde 1990? Me
había casado para olvidarla, había seguido en la banda para distraerme de ella,
había escapado de California para salir de la confusión en la que me tenía
sumido… Todo, absolutamente todo, había sido por ella… Mi vida giraba en torno
a ella…
“Déjate llevar
silenciosamente por el arrastre de lo que realmente amas…”
Pero ¿qué es lo que realmente amo?
¿Puede ser que ame más de una cosa?
Al final, todo se
reduce a eso, a lo que eres y a lo que quieres ser…
¿Y si en verdad lo que pasaba era que no amaba a nada en
absoluto, y lo que quería ser era alguien que tuviera sentimientos, que pudiera
amar?
Cuarto día. Desperté a las seis de la mañana. Me había
quedado dormido bastante temprano en el sofá. Apagué el televisor, me estiré y
fui al baño, donde tomé una ducha. Me cambié de ropa y me hice el desayuno,
esta vez consistente en un pan tostado con huevos revueltos. Creo que tendría
que ir a comprar huevos un día de estos, de verdad… Desayuné. Me puse el
abrigo, un gorro y la bufanda, y salí, a recorrer la nevada Nueva York, ahora
cuestionándome a mí mismo.
Era un huracán de mentiras. Siempre lo había sido. Mentía
diciendo que había superado a Sarah, mentía diciendo que todo estaba bien,
mentía al decir que amaba a Addie con todo mi corazón…
Pero… No, ese no era yo. Me había convertido en eso, pero
mi yo auténtico aún existía debajo de todo eso. Sólo que nadie lo escuchaba… Ni
siquiera yo. Llevaba trece años callándolo al pobre, lo que es comprensible, ya
que sólo me pedía una cosa: Volver con Sarah. Pero eso no era posible.
Y, al igual que el día anterior, las palabras de Jesus volvieron
a mi mente: “Todo se reduce a eso, a lo que eres y a lo que quieres ser”. Lo
que quiero ser es este huracán de mentiras, quería que fueran verdades. Pero
era un demente trastornado. Un loco inseguro, con un gran vacío. Quizás hasta
un retardado emocionalmente. No era perfecto. Eso lo sabía, y tampoco aspiraba
a serlo. Sólo quería ser feliz. Libre y feliz. ¿Quizás si dejaba las mentiras
de lado? Porque vivir así, sin sentir el aire entrar a mis pulmones, era como
estar muerto, o sumergido en la tragedia… Era el producto… No, el hijo de la rabia y del amor…
Me detuve en seco a mitad de la calle que cruzaba, y me
costó un poco recordar que no debía quedarme parado ahí. Esa línea sonaba bien.
Demasiado bien.
Me costó, pero logré dar con una tienda abierta, donde
compré un lápiz y un cuaderno. Corrí con ellos a la banca más cercana, abrí la
primera hoja y destapé el bolígrafo… Soy
el hijo de la Rabia y del Amor, el Jesús del Suburbio.
Y escribí. Y escribí. Llené la hoja entera y la siguiente a
esa. ¿Era todo eso una canción? ¿O podían ser más canciones? No, debía ser toda
una sola cosa… Pero era gigantesca… Dependiendo la música, podía llegar a durar
diez minutos… Ya estaba pensando en la guitarra, una introducción de tres
acordes tocados con molinete…
Y tan rápido como había entrado en ese trance, salí de él,
confundido. Tardé bastante en darme cuenta que había llegado al Central Park,
que se veía hermoso nevado. Sonreí. Al fin podría ir a ver dónde se iban los
patos en invierno.
Me llevé la decepción de mi vida al verlos escondidos bajo
el puente, muertos de frío. Menos mal Holden Caulfield nunca se dio cuenta de
esto en su libro, creo que lo habría matado…
Holden… El Guardián en el Centeno… Me pregunté si seguiría
siendo el libro favorito de Sarah. Lo dudaba, ya que algo me decía que ella
había leído mucho más que yo en los últimos trece años, y que había encontrado
algo verdaderamente profundo que convertir en un libro favorito.
Me quedé en medio del puente por un buen rato, sintiendo la
brisa contra mi rostro, observando cómo un pato caminaba por el congelado lago,
balanceándose de un lado a otro al hacerlo. Hacía un frío de mierda, pero a él
no le importaba, simplemente caminaba, sin preocupaciones ni nada.
-Quiero ser un pato –dije sin pensar.
-¿Quién no? –preguntó una voz femenina, pasando detrás de
mí, en un tono irónico de voz. Me volteé, cruzado de brazos, fingiendo
molestia.- Hablo en serio, sin contar el frío, tienen una buena vi… Yo te
conozco.
Sentí que el alma se me caía a los pies. No tenía ganas de
hablar con fans, de verdad que no…
Y ahí me di cuenta de algo más: Sí la conocía. Su rostro me
era familiar, demasiado familiar… Familiar de aquellos lejanos años en la
secundaria…
-¿Ale? –pregunté, sorprendido.
-Oh, por Dios, ¡Billie! –Me abrazó.- ¡Tanto tiempo!
-¿Cierto? –bromeé yo, devolviéndole el abrazo, para luego
separarme de ella y preguntarle- ¿Cómo estás?
Mi vieja amiga sonrió.
-Bien. Sigo aquí, ahora mismo venía de hablar con una
agencia de una película para hacerles unos afiches y demás… -La miré sin
comprender, por lo que se explayó:- Trabajo en eso, diseño afiches, poleras y
demás para compañías, ya sean de cine, empresas o de televisión.
-Wow. Felicidades –fue lo único que atiné a decir.
-Gracias… Pero ¿qué haces tú en Nueva York? Sé que no han
lanzado un disco nuevo ni nada. ¿Viniste con tu familia de vacaciones? ¿O
vinieron con Mike y Tré por algo más? –Abrí mucho los ojos.- ¿Qué? Eres
bastante de seguir, y lo sabes. Con Iris siempre nos reímos de eso.
-¿Iris? ¿Iris vive aquí?
-Sip, pero se fue con su familia a visitar a sus padres a
California. Ya, responde a mi pregunta, ¿qué haces aquí?
Torcí una pequeña sonrisa, decidiendo que era mejor decir
la verdad.
-Vine solo… Necesitaba desaparecer.
Ale me miró preocupada.
-¿Desaparecer? ¿Por qué?
-Mike se casa –respondí.
-¿Y estás celoso?
Solté una pequeña risa, un tanto sarcástica si quería ser
honesto conmigo mismo.
-Sí, pero no por él. –Suspiré.- Se casa con Sarah.
Estoy seguro que de haber estado bebiendo algo, Ale se
habría atorado.
-¡¿QUÉ?! ¿Mike se casa con Sarah? ¿Sarah Horowitz?
–Asentí.- ¡¿Cómo mierda pasó eso?! ¡Cuando supe que te casaste, supuse que fue
porque ella no volvió más!
Negué.
-Ella volvió, pero yo no lo supe hasta mucho tiempo
después… De hecho, hasta el mes después de mi boda. –Me miró, incrédula.- Creo
que me tomará un buen rato contártelo todo.
-Tengo todo el tiempo del mundo hoy.
Y sin más nos pusimos a caminar. No tengo idea a dónde
íbamos, yo sólo la seguí, contándole todo lo que había pasado desde la última
vez que la había visto.
-¿Y le dijiste que la amabas? ¡¿Y ella te dijo que ella no
a ti?!
-Yep, y añadió que sólo había sido amor de adolescentes.
Nos encontrábamos en su departamento, tomando un té. Había
prendido la estufa, lo cual se lo agradecía profundamente, ya que me había
congelado en el camino desde el Central Park, y ella seguía abrumada por la
cantidad de información que le había dado.
-¿Por qué no le dijiste que era un malentendido? ¿Por qué
no le dijiste que las cartas no te llegaron?
Me dejé caer en un sofá, recién atreviéndome a alejarme de
la estufa.
-¿De qué servía? Ella está feliz con Mike. Darle
información extra sólo la confundirá…
-¿Cómo estás tan seguro de que no te ama, y que no dice
nada porque cree que eres una mierda que es mejor olvidar? Si le dijeras todo,
estoy segura que saltaría a tus brazos…
Sonreí, amargamente.
-Eso no pasará. Nunca más vendrá a mis brazos. Además, yo
estoy con Addie…
Me miró, sin comprender.
-¿Y ella te hace tan feliz como te haría Sarah?
Torcí una mueca.
-Junto a mis hijos, mis amigos y mi música, me hace lo
suficientemente feliz. En todo caso, ¿cómo sabría qué tan feliz me haría Sarah?
-Créeme, lo sabrías.
-Bueno, ella me ama, y yo la quiero bastante… Es la madre
de mis hijos, a quienes amo… Y no quiero estar solo. Es decir, estos días solo
han sido maravillosos, pero sé que en un tiempo más estaré queriendo volver a
casa, sé que en un tiempo más estaré deseando tener alguien a mi lado, alguien
a quien le importe… En especial si Sarah está con Mike.
-Pero a Sarah la amas mucho más que lo que jamás has amado
a tu esposa, se te nota en la cara. Te brillan los ojos al nombrarla. –Me
limité a asentir.- Bueno, tienes dos opciones. La primera es olvidarte de
Sarah, dejar de pensar en ella. Lo más probable es que sigas enamorado de lo
que pudo haber sido, no de lo que verdaderamente es, ni nada. Pudo haber
cambiado mucho en estos últimos trece años…
Negué.
-No ha cambiado. Es la misma persona de la que me enamoré.
En los últimos meses he estado junto a ella cuando nos juntamos todos… No hemos
hablado directamente, pero he escuchado las conversaciones, y son los mismos
ideales que tenía hace ya tanto tiempo.
-¿Y estás totalmente seguro de que la amas?
-Es de lo único que estoy totalmente seguro hoy en día.
-Bien, porque la segunda opción es jugártela por ella.
¿Estás dispuesto a ello?
Bajé la mirada.
-Tampoco. Soy una gallina. Me da miedo jugármela por ella y
perderlo todo. –Me puse de pié.- Ya pensaré algo. Por ahora, me quedaré en
Nueva York, pensando, componiendo, y viendo si realmente vale la pena seguir
sufriendo por Sarah.
Ale me miró.
-¿Y has hecho algo de eso hasta ahora?
Le señalé la bolsa que había dejado encima de otro sillón.
-Escribí el borrador de la posible mejor canción de mi vida
ahí –murmuré-. Es un avance, no escribo nada decente desde antes de saber que
Sarah había vuelto.
-Yay –“celebró” ella. Su celular sonó-. Voy a ver eso,
intrusea por ahí.
Y eso hice. Me puse a revisar todo el living. Había varias
fotos en las paredes y muchos estantes, algunos con libros, otros con más
fotos, otros con discos… Me extrañé al ver que en la mayoría de las fotos salía
un niño mayor que Joey… Niño que tenía rasgos similares a dos personas que
conocía.
-Perdón por eso, eran los de la película…
-Ale, ¿este es tu hijo? –la interrumpí, señalando la foto
que tenía más cerca. Sonrosada, asintió.- ¿Qué edad tiene?
Pasando de sonrosada a sonrojadísima, respondió:
-Doce.
Abrí mucho los ojos.
-¿El padre es…? –Ella asintió.- ¡Mierda! ¿Y Tré lo sabe?
Rió.
-¿Cómo va a saberlo? No hablo con él desde el día que me
fui. –Suspiró.- Si quieres le dices que me viste, pero no creo que sea buena
idea que sepa por ti que tiene un hijo; preferiría decírselo yo.
Tomé el cuaderno y anoté el número de Tré, para sacar la
hoja y pasársela a mi amiga, quien asintió, comprendiendo.
-Llámalo luego, porque siempre pierde o rompe su celular, y
tiene que cambiar el número. –Asintió.- En fin, ¿dónde está tu hijo?
-En la casa de un amigo. –Vio la hora en el reloj que había
en el living.- Debería ir a buscarlo luego, dije que lo llevaría al
McDonnald’s.
Sonreí.
-Entonces te dejo.
Intercambiamos números y salimos juntos del departamento,
sólo que yo me bajé del ascensor en el primer piso, mientras que ella lo haría
en el subterráneo.
-¿Seguro que no quieres que te lleve? –me preguntó, por
enésima vez, cuando yo me bajaba.
-Sí, seguro, quiero caminar.
Y eso fue lo único que hice ese día: Caminar.
Quinto día. Me encontraba mirando fijamente la canción que
había escrito el día anterior. Me preguntaba qué era eso. Dearly beloved y Broken home,
los nombres provisorios que les había puesto a las dos partes finales de la
canción hablaban de mí. I don’t care,
la tercera parte, podría ser una respuesta a Mike y a Sarah, del lado de mí que
estaba enojado con ambos… ¿Pero las dos primeras partes? ¿Quién era el Jesús
del Suburbio? ¿Tendría alguna relación con mi
Jesus? No, no la tenía… Sabía que no… Este Jesús también era mío, pero era más
mío que Jesus Oakley. Era producto de mis sentimientos, de mis emociones, de lo
que yo estaba viviendo. Pero no era yo… Era más un yo pasado… Era el yo que
había terminado con Sarah en 1987…
Sexto día. ¿Sarah valía la pena? No logré llegar a una
conclusión, ya que Jesse me llamó, para que saliera con su amigo Ryan y él. No
me quedó otra opción que aceptar la invitación.
Día siete… Me encontraba en el baño, afirmado en el
lavamanos y mirándome fijamente en el espejo. Amaba a Sarah, pero ella no me
amaba. Ella no me amaba. Sarah no me amaba. No estaba interesada en mí. Ella
amaba a Mike, no a mí, no estaría conmigo nunca más, ni por todo el dinero del
mundo.
-No te ama, no te ama –me dije.
¿Por qué no bastaba eso para dejar de pensar en ella?
Ocho. Salí a caminar temprano y, cuando pensaba en irme a
almorzar a otro restaurante, me llamó Jesse. Esta vez, rechacé la invitación.
No quería verlo. No quería ver a nadie. Quería estar solo y resolver lo que
debía hacer de una vez.
Nueve, diez, once días… Aún no sabía qué hacer, por lo que
salí con Ale y Jesse.
Doce. Extrañaba a mis hijos, así que los llamé.
-¿Cuándo vuelves? –preguntó Jake.
-No lo sé aún.
Tras colgar, me dediqué a pensar en lo que sentía.
No podría estar con Sarah nunca, ya que ella no quería
estar conmigo. Y verla feliz con alguien más debería bastarme para hacerme
feliz… Pero no me veía capaz de estar solo, totalmente solo. Me estaba
empezando a aburrir…
Día trece. Desperté en mi lado de la cama, abrazando la
almohada que había en el otro lado. Me acerqué a ella, en búsqueda de un calor
que nunca sería capaz de darme. Addie podía darme ese calor…
Catorce. Última noche con Jesse y Ryan. Apenas llegué a mi
departamento, corrí a llamar a Adrienne, rogando que no estuviera dormida.
-¿Aló? –preguntó ella.
-Te extraño –susurré yo.
Silencio.
-Yo a ti. ¿Cuándo vuelves?
Me encogí de hombros, ya que no estaba seguro, pero,
finalmente, respondí:
-Pronto.
-Te amo.
Colgué antes de tener que responder. Tras eso, continué
unas canciones que tenía a medio empezar.
Día quince. Visité a
Ale y me despedí de ella. Sabía que me quedaban pocos días en Nueva York.
Dieciséis. Volví a llamar a Adrienne y esta vez fui capaz
de decirle un “te amo” que casi sonó honesto. No pude evitar escribirle una
canción respecto a lo extraordinaria que era por aguantar todo esto.
Diecisiete. Hablé con mis hijos y me puse a pensar en mi
padre. Ya habían pasado veinte años desde su muerte, y aún se sentía como si
hubiese sido hacía sólo un par de meses. Escribí un poco al respecto…
Diecinueve días después de mi partida, me encontraba
bajando del avión en Oakland. Me sorprendí al verme a mí mismo corriendo hacia
Adrienne, abrazándola y besándola, y todo con sentimientos casi reales.
No, no había superado a Sarah. No estaba dispuesto a
olvidarla, ya que no sabía cómo. Así que no me quedaba otra opción que seguir
la segunda propuesta de Ale, modificándola un poco: Al diablo con todo, al
diablo con mi gloria, mi fama, mis amigos, mi familia, todo… Iba a intentarlo.
No iba a explicarle lo de las cartas aún, simplemente iba a ver si ella era
capaz de sentir algo por mí… Y de ser así, de ver que Sarah era capaz de sentir
cosas por alguien que no fuera Mike, le diría todo, y vería si ella era capaz
de dejar todo también. Después de todo, ¿no era ese nuestro plan original?
¿Estar juntos sin importar lo que pasara?
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