Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

sábado, septiembre 01, 2012

Good Riddance (Ridding of you) - Chapter 14: Everything will be alright.



Antes de lo esperado, Billie Joe ya se encontraba fuera del edificio. Un tanto nervioso, condujo hasta encontrar la zona de la cuadra en la que se le permitía estacionar, y bajó. Una vez en el vestíbulo del edificio, se percató de que no tenía idea de cuál era el departamento de Amelia. En su mente, maldijo.
Piensa... Sabes su apellido... Quizás el portero sepa en cuál número vive pensó.    Nervioso como estaba, se acercó al portero, quien se quedó mirándolo, instándolo a hablar de una vez por todas.
-Eh… Buenos días… -comenzó, preguntándose si la expresión del portero era porque lo había reconocido o porque encontraba totalmente ridículo el hecho de que se pusiera tan nervioso-. ¿Podría decirme el número de la familia Sanhueza, si fue…?
-Tercer piso, número 391 –soltó el hombre, bastante rápido. Fue el turno de Billie de quedarse mirándolo-. Llegaron la semana pasada, por lo que tenemos el número bastante a mano. Además… Inquilinos extranjeros, eso siempre es interesante.
-Muchas gracias –se limitó a contestar Billie, aún nervioso.
Decidido a relajarse, prefirió subir por las escaleras, en un intento de cumplir su decisión y de pensar qué decir en caso de que le abriera uno de los padres de Amelia… Mejor dicho, pensar en cómo contenerse en caso de que le abriera el padre. Algo le decía que apenas lo viera, la rabia del día anterior se saldría de su control.

Pero, al igual que todas las cosas que se espera que nunca lleguen, el tercer piso llegó antes de lo que Billie deseaba. Suspirando, caminó por el pasillo, buscando el número. 387, 388… Al final del pasillo, frente al 390, se encontraba el departamento 391. Aún nervioso e inhalando exageradas cantidades de aire, tocó el timbre.
-¡Voy! –gritó su amiga desde el interior.
¿Quién mierda será? escuchó Billie en su cabeza. Sonrió al notar que la voz era nerviosa. Parecía que él no era el único al que no le gustaba hablar con desconocidos. ¿Dónde están mis zapatillas? A la mierda, no voy a salir a ningún lado, sólo voy a abrir.
A Billie le costó mucho no reírse, pero logró cambiar su semblante a uno serio apenas la adolescente la abrió.
Amelia estaba, tal como él había supuesto, sin zapatillas, mas vestida. Tanto sus jeans como sus polera estaban algo arrugados y estaba bastante despeinada. Pero eso no le importaba. Estaba demasiado preocupado ordenando sus pensamientos.
-¿Billie? –inquirió, extrañada- ¿Qué haces aquí?
-¿Podemos hablar? –preguntó él, intentando controlar su voz y sus pensamientos, para que ella no supiera lo que pasaba por su cabeza.
-Sí, pasa –murmuró ella, aún extrañada.
La entrada daba a un pequeño recibidor, el cual derivaba en el living comedor. El comedor consistía en una mesa redonda con un florero al centro, mientras que el living consistía en tres sofás alrededor de la mesita para café y un televisor con DVD. Era esa zona la más desordenada: Habían restos de papas fritas, palomitas, chocolates y tres botellas de bebida vacías; un cuaderno; un  estuche que dejaba muchos lápices a la vista; y una guitarra eléctrica con su pequeño amplificador.
-Papá salió anoche cuando “me dormí” –explicó, simulando las comillas-. Supongo que volverá a la noche. Como sea, ¿qué te trae por aquí?
Billie suspiró.
-Arremángate tu manga izquierda –pidió él, más serio de lo que jamás se había mostrado con la quinceañera.
Ella palideció rápidamente.
-Q… ¿qué? –preguntó, fingiendo no entender de lo que le hablaba.
¿Cómo lo supo? se preguntó.
Amy, por favor… volvió a pedirle él, ahora mediante el pensamiento.
Ella lo miró, tristemente, mientras se arremangaba la manga.
-Olvidé que lo sentías –murmuró ella, sin sentirse capaz de mirar esos ojos verdes, los cuales imaginaba decepcionados. Sin embargo, la única expresión que cabía en los ojos del hombre era la de tristeza.
-¿Por qué? ¿Desde cuándo lo haces? –preguntó él, tomándole el brazo de un modo bastante delicado con una mano y deslizando un dedo de la otra por las múltiples cicatrices y contemplando las cortadas frescas, ignorando lo bien que se sentía la vibración causada por el tacto entre las pieles de ambos.
-Desde que tengo doce… Había parado hace unos cuantos meses, pero… Las circunstancias volvieron a cambiar en mi contra –hizo una mueca.
Esto es mi culpa pensó él, de inmediato.
-No, no lo es –musitó-. De hecho, todo estaba bien hasta que me bajé del auto ayer.
-Pero fue por mí –susurró él, seguro de lo que decía.
Ella suspiró, escuchando un atisbo de lo que el guitarrista pensaba.
-En parte, sí… Pero hace tiempo que mi padre no pegaba, lo habría hecho por cualquier otra estupidez –murmuró Amelia, sin conseguir mirarlo a los ojos; la vergüenza era mucha para ella-. De hecho, la última vez que lo hizo fue unas dos semanas antes de la última cortada, y eso fue cuando estábamos en Santiago.
Billie se sorprendió al sentir lo avergonzada que estaba la adolescente. No debería sentirse así. De hecho, el único que tenía derecho de sentirse avergonzado era el padre de la chica. Pensando en esto, le levantó la barbilla a Amelia, consiguiendo de paso otra vibración, más fuerte que la anterior.
-Prométeme que no lo volverás a hacer –susurró él, mirándola fijamente a los ojos castaños con los suyos verdes-. Prométeme que no lo volverás a hacer y que, si tu padre te pega, me lo dirás de inmediato.
Amelia cerró los ojos y los abrió, decidida. Billie se sintió muy mal al ver que una única lágrima se le escapaba a la pelinegra.
-Lo prometo –susurró.
Guiado por un impulso, él la abrazó, ante lo que ella apoyó su rostro en el pecho del guitarrista, justo debajo de su hombro, donde comenzó a llorar silenciosamente.
Todo va a estar bien pensó él, acariciándole la espalda, agradecido de que no hubiera piel con cuyo roce pudiera distraerse ahí. Te lo juro.
No puedes saber eso pensó ella, negando levemente con la cabeza, aún sin separarse de él.
En un intento de confortarla, Billie le dio un beso en la cabeza a la adolescente, lo que causó una vibración muy fuerte que se extendió por el cuerpo de ambos. Ambos tuvieron que morderse el labio inferior para retener la sensación que los embargó.
-Gracias –susurró Amelia, separándose de él, lentamente.
-Cuando quieras, Billie a tu servicio –bromeó él, sacándole una sonrisa a la adolescente-. ¿Te ayudo a ordenar?
Ella asintió, agradecida.
Así se pusieron a ordenar el living. Él se dedicó a juntar la loza y todos los envases que podían botarse, mientras que Amelia juntaba todos los papeles y los metía dentro de su carpeta, la cual metió en una amplia mochila negra con varios parches, junto a su estuche y lo que quedaba de los chocolates. Luego, alejó la mesita del sofá, mientras que Billie acomodaba los sofás. Ella se apresuró a ayudarlo. Cansados por el peso de los sofás, apenas terminaron se dejaron caer en uno.
-¿Sabes? Es raro que tú sepas todo de mí y yo no sepa nada acerca de tu vida, aunque me sigas pareciendo conocida de antes –comentó Billie, después de un largo silencio.
-No sabría decirte, nunca me ha pasado antes –dijo ella, con risa.
Silencio.
-Quiero saber todo sobre ti –soltó él, sin pensar en lo que decía. Ella negó-. Por favor. Quiero entender cómo es que eres cómo eres.
¿A qué te refieres? inquirió ella, extrañada.
A que pasas por una persona feliz, pero no lo eres. A que pasas por una insensible, pero en verdad los sentimientos te sobrecogen siempre. A que eres extremadamente buena para ocultar tus sentimientos. ¿Cómo eres así? se explicó él.
Ella sonrió, amargamente.
-¿No tengo opción, cierto? –preguntó, parándose en dirección a la cocina.
-Nope –respondió él, desde el living.
Suspirando, ella sacó dos botellas de bebida y volvió al living.
-La necesitarás; seré joven, pero mi vida no es tan corta.
Él la miró fijamente, demostrándole que la escuchaba atentamente. Ella volvió a suspirar.
-Creo que primero tendría que contarte la historia de mi padre, pero esa es algo enredada... –Él la miró, fijamente, demostrándole que la escuchaba.- Su madre era latina y su padre era descendiente de japoneses o algo así...
Por eso los ojos achinados pensó Billie, fijándose por primera vez en que los ojos de su amiga eran un tanto estrechos. No mucho, pero más de lo normal.
-Sí, por eso. Bueno, el punto es que nació en Chile, porque su madre estaba haciendo un trabajo allá, pero vivió su infancia y su adolescencia acá. De hecho, se fue a Chile después de que un trabajo lo llevaba ahí muchas veces al año, por lo que prefirió vivir allá de una vez por todas. Se divorció de su ex esposa, dejando a Jimmy con ella y se fue.
» Fue ahí cuando mi padre, Rafael, conoció a mi madre, Gabriela. Se enamoraron, se casaron, nací yo y todo iba bien, hasta que...
Su voz se quebró. Por reflejo, se llevó una mano a la mejilla.
-¿Qué pasó? –susurró él, rodeándola con un brazo, instándola a continuar.
-A los once años, Jimmy fue a Chile a culpar a mi padre por la muerte de su madre y a no sé qué mierda más. En ese tiempo, él sólo hablaba inglés y yo sólo hablaba español, por lo que no entendí nada de esa discusión. Al final, conseguí convencer a mi padre de que me dejara conocer a mi medio hermano...
» Lo conocí... Me mostró a un gran grupo de Oakland –Billie sonrió, levemente-, y empezamos a intentar comunicarnos... Pero en ese tiempo Rafael ya estaba bastante imbécil y... –Suspiró.- Ahí fue cuando empezó a pegarme.
Conteniendo las lágrimas, se separó un poco del hombre para tomar un sorbo de bebida. Él la imitó, más que nada para tener algo que hacer.
-Jimmy era el único que sabía; ya tenía diecinueve y sentía que podía confiar en él... Claro que después mis amigos supieron, pero eso fue poco antes de que a mi padre lo ascendieran en el trabajo y lo trasladaron a Santiago (otra ciudad de allá), cuando yo ecién tenía catorce.
Una lágrima se le escapó, por lo que Billie volvió a rodearla con un brazo, más estrechamente.
-Estuve demasiado mal durante el tiempo en que viví allá –prosiguió ella-. Rafael me pegaba más aún, lo que causaba más cortadas... Fumé por un tiempo, en un intento de controlar todas las mierdas que sentía (lo dejé casi de inmediato, era asqueroso) y llegué a considerar la opción de acabar con todo más de una vez. –Billie la miró, horrorizado, ante lo que ella se sonrosó; se avergonzaba bastante de haber llegado a eso.- Y entonces todo cambió...
» Por alguna extraña razón, Rafael dejó de pegarme. Eso me mantenía un poco más feliz, lo que me ayudó a hacerme amigos, y eso fue lo que me salvó del pozo en el que estaba metida. Así que tenía nuevos amigos (no tan buenos como los de antes, pero algo era algo) y todo parecía que iba a arreglarse...
-Hasta que trasladaron tu padre aquí –concluyó Billie. Ella lo miró fijamente y asintió.
-La verdad es que ahora no me molesta haberme venido, pero... –Suspiró.- Es terrible estar lejos de tus costumbres, de tus amigos y de lo único que te mantenía feliz...
Pero luego los conocí a ustedes pensó, con una pequeña sonrisa en su rostro, que él interpretó, correctamente, como que el ambiente estaba un tanto más relajado.
-¿Y esa es toda tu vida hasta que choqué contigo? –preguntó Billie.
-Sí, más o menos –murmuró Amelia-. ¿Sabes? Es un alivio habérselo contado a alguien al fin... Jimmy lo supo porque lo adivinó.
-Para algo son los amigos, ¿no? –dijo él, sonriendo- Aunque todo eso no me aclara del todo el por qué te pegó anoche.
Ella se sonrosó.
-¿Amy? –preguntó él, extrañado de la reacción de su amiga.
Creyó que eras mi novio pensó, rápidamente.
Billie la miró, sorprendido.
-¿Qué? –inquirió, en voz alta. Había sospechado que los golpes habían tenido que ver con que ella hubiese salido con él toda la tarde, pero esa idea no se le había pasado por la cabeza.
-Es el típico tipo que cree que su hija siempre termina convirtiéndose en la novia de su amigo –farfulló ella.
-Vaya que es un imbécil –masculló Billie.
-Sí, y me prohibió verte hasta que llegue mi madre de Chile, o sea, el viernes –agregó ella, tristemente.
Billie palideció, rápidamente.
-¿Y si llegara ahora? –preguntó.
No me hago responsable de daños a la salud física de tu padre la advirtió. No parezco ser muy bueno peleando, pero puedo dejarte sin futuros hermanos.
-No está mamá, no llegará hasta las once –lo tranquilizó Amelia, sorprendida de los pensamientos del guitarrista. Realmente estaba enojado con su padre-. Como sea, tengo que ir al baño...
-¿Puedo intrusear por ahí? –preguntó él, mientras ella se paraba.
Mi departamento es tu departamento pensó ella, en dirección al cuarto de baño.
Así que, mientras ella hacía sus necesidades, él comenzó a recorrer el lugar. La verdad, era que sólo buscaba una habitación... Y esa era la de su amiga.
Se sonrió al ver un póster con él y los chicos en la pared que quedaba sobre la cama y otro en la pared contraria a la puerta. También había uno de The Ramones y un dibujo de mariposa, firmado por una tal Sara. Con una sonrisa, comenzó a recorrer el cuarto con la mirada, la cual se vio atraída por un cuaderno que había abierto sobre la cama.
Un impulso lo hizo cruzar la habitación en dos pasos, para terminar junto al cuaderno, el cual tomó y leyó. Se sorprendió al ver varios acordes... los mismos que él había escrito la noche anterior en su hogar.
-¿Billie? –preguntó una voz, desde el pasillo, acercándose- ¿Dónde estás?
-¡En tu pieza! –exclamó él, aún mirando anonadado el cuaderno. Ella soltó una maldición- ¿Qué?
-Que me da vergüenza que revises mis cosas –admitió ella, entrando a la habitación y acercándose a él-. Me refería a cosas como esa.
Billie despegó la vista del cuaderno para fijarla en ella.
-¿Compones? –le preguntó. Amelia negó- ¿Segura?
-Segura –musitó. Revisó la hoja-. Ah, eso... Se me vinieron de la nada y los anoté porque sonaban bien.
Él la miró, sorprendido.
-¿Qué pasa?
-Nada...
Sólo que son los mismos acordes, en el mismo orden, que pensé anoche para una canción.

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