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Antes
de lo esperado, Billie Joe ya se encontraba fuera del edificio. Un tanto
nervioso, condujo hasta encontrar la zona de la cuadra en la que se le permitía
estacionar, y bajó. Una vez en el vestíbulo del edificio, se percató de que no
tenía idea de cuál era el departamento de Amelia. En su mente, maldijo.
Piensa... Sabes su
apellido... Quizás el portero sepa en cuál número vive pensó. Nervioso como estaba, se acercó al portero,
quien se quedó mirándolo, instándolo a hablar de una vez por todas.
-Eh…
Buenos días… -comenzó, preguntándose si la expresión del portero era porque lo
había reconocido o porque encontraba totalmente ridículo el hecho de que se
pusiera tan nervioso-. ¿Podría decirme el número de la familia Sanhueza, si
fue…?
-Tercer
piso, número 391 –soltó el hombre, bastante rápido. Fue el turno de Billie de
quedarse mirándolo-. Llegaron la semana pasada, por lo que tenemos el número
bastante a mano. Además… Inquilinos extranjeros, eso siempre es interesante.
-Muchas
gracias –se limitó a contestar Billie, aún nervioso.
Decidido
a relajarse, prefirió subir por las escaleras, en un intento de cumplir su
decisión y de pensar qué decir en caso de que le abriera uno de los padres de
Amelia… Mejor dicho, pensar en cómo contenerse en caso de que le abriera el
padre. Algo le decía que apenas lo viera, la rabia del día anterior se saldría
de su control.
Pero,
al igual que todas las cosas que se espera que nunca lleguen, el tercer piso
llegó antes de lo que Billie deseaba. Suspirando, caminó por el pasillo,
buscando el número. 387, 388… Al final del pasillo, frente al 390, se
encontraba el departamento 391. Aún nervioso e inhalando exageradas cantidades
de aire, tocó el timbre.
-¡Voy!
–gritó su amiga desde el interior.
¿Quién mierda será? escuchó Billie en
su cabeza. Sonrió al notar que la voz era nerviosa. Parecía que él no era el
único al que no le gustaba hablar con desconocidos. ¿Dónde están mis zapatillas? A la mierda, no voy a salir a ningún lado,
sólo voy a abrir.
A
Billie le costó mucho no reírse, pero logró cambiar su semblante a uno serio
apenas la adolescente la abrió.
Amelia
estaba, tal como él había supuesto, sin zapatillas, mas vestida. Tanto sus
jeans como sus polera estaban algo arrugados y estaba bastante despeinada. Pero
eso no le importaba. Estaba demasiado preocupado ordenando sus pensamientos.
-¿Billie?
–inquirió, extrañada- ¿Qué haces aquí?
-¿Podemos
hablar? –preguntó él, intentando controlar su voz y sus pensamientos, para que
ella no supiera lo que pasaba por su cabeza.
-Sí,
pasa –murmuró ella, aún extrañada.
La
entrada daba a un pequeño recibidor, el cual derivaba en el living comedor. El
comedor consistía en una mesa redonda con un florero al centro, mientras que el
living consistía en tres sofás alrededor de la mesita para café y un televisor
con DVD. Era esa zona la más desordenada: Habían restos de papas fritas,
palomitas, chocolates y tres botellas de bebida vacías; un cuaderno; un estuche que dejaba muchos lápices a la vista;
y una guitarra eléctrica con su pequeño amplificador.
-Papá
salió anoche cuando “me dormí” –explicó, simulando las comillas-. Supongo que
volverá a la noche. Como sea, ¿qué te trae por aquí?
Billie
suspiró.
-Arremángate
tu manga izquierda –pidió él, más serio de lo que jamás se había mostrado con
la quinceañera.
Ella
palideció rápidamente.
-Q…
¿qué? –preguntó, fingiendo no entender de lo que le hablaba.
¿Cómo lo supo? se preguntó.
Amy, por favor… volvió a pedirle
él, ahora mediante el pensamiento.
Ella lo miró, tristemente, mientras se arremangaba la
manga.
-Olvidé que lo sentías –murmuró ella, sin sentirse
capaz de mirar esos ojos verdes, los cuales imaginaba decepcionados. Sin
embargo, la única expresión que cabía en los ojos del hombre era la de
tristeza.
-¿Por qué? ¿Desde cuándo lo haces? –preguntó él,
tomándole el brazo de un modo bastante delicado con una mano y deslizando un
dedo de la otra por las múltiples cicatrices y contemplando las cortadas
frescas, ignorando lo bien que se sentía la vibración causada por el tacto
entre las pieles de ambos.
-Desde
que tengo doce… Había parado hace unos cuantos meses, pero… Las circunstancias
volvieron a cambiar en mi contra –hizo una mueca.
Esto es mi culpa pensó él, de
inmediato.
-No,
no lo es –musitó-. De hecho, todo estaba bien hasta que me bajé del auto ayer.
-Pero
fue por mí –susurró él, seguro de lo que decía.
Ella
suspiró, escuchando un atisbo de lo que el guitarrista pensaba.
-En
parte, sí… Pero hace tiempo que mi padre no pegaba, lo habría hecho por
cualquier otra estupidez –murmuró Amelia, sin conseguir mirarlo a los ojos; la
vergüenza era mucha para ella-. De hecho, la última vez que lo hizo fue unas
dos semanas antes de la última cortada, y eso fue cuando estábamos en Santiago.
Billie
se sorprendió al sentir lo avergonzada que estaba la adolescente. No debería
sentirse así. De hecho, el único que tenía derecho de sentirse avergonzado era
el padre de la chica. Pensando en esto, le levantó la barbilla a Amelia,
consiguiendo de paso otra vibración, más fuerte que la anterior.
-Prométeme
que no lo volverás a hacer –susurró él, mirándola fijamente a los ojos castaños
con los suyos verdes-. Prométeme que no lo volverás a hacer y que, si tu padre
te pega, me lo dirás de inmediato.
Amelia
cerró los ojos y los abrió, decidida.
Billie se sintió muy mal al ver que una única lágrima se le escapaba a la
pelinegra.
-Lo prometo –susurró.
Guiado por un impulso, él la
abrazó, ante lo que ella apoyó su rostro en el pecho del guitarrista, justo
debajo de su hombro, donde comenzó a llorar silenciosamente.
Todo va a estar bien pensó él,
acariciándole la espalda, agradecido de que no hubiera piel con cuyo roce
pudiera distraerse ahí. Te lo juro.
No puedes saber eso pensó
ella, negando levemente con la cabeza, aún sin separarse de él.
En un intento de confortarla,
Billie le dio un beso en la cabeza a la adolescente, lo que causó una vibración
muy fuerte que se extendió por el cuerpo de ambos. Ambos tuvieron que morderse
el labio inferior para retener la sensación que los embargó.
-Gracias –susurró Amelia,
separándose de él, lentamente.
-Cuando quieras, Billie a tu
servicio –bromeó él, sacándole una sonrisa a la adolescente-. ¿Te ayudo a
ordenar?
Ella asintió, agradecida.
Así
se pusieron a ordenar el living. Él se dedicó a juntar la loza y todos los
envases que podían botarse, mientras que Amelia juntaba todos los papeles y los
metía dentro de su carpeta, la cual metió en una amplia mochila negra con
varios parches, junto a su estuche y lo que quedaba de los chocolates. Luego,
alejó la mesita del sofá, mientras que Billie acomodaba los sofás. Ella se
apresuró a ayudarlo. Cansados por el peso de los sofás, apenas terminaron se
dejaron caer en uno.
-¿Sabes?
Es raro que tú sepas todo de mí y yo no sepa nada acerca de tu vida, aunque me
sigas pareciendo conocida de antes –comentó Billie, después de un largo
silencio.
-No
sabría decirte, nunca me ha pasado antes –dijo ella, con risa.
Silencio.
-Quiero
saber todo sobre ti –soltó él, sin pensar en lo que decía. Ella negó-. Por
favor. Quiero entender cómo es que eres cómo eres.
¿A qué te refieres? inquirió ella,
extrañada.
A que pasas por una
persona feliz, pero no lo eres. A que pasas por una insensible, pero en verdad
los sentimientos te sobrecogen siempre. A que eres extremadamente buena para
ocultar tus sentimientos. ¿Cómo eres así? se explicó él.
Ella
sonrió, amargamente.
-¿No
tengo opción, cierto? –preguntó, parándose en dirección a la cocina.
-Nope
–respondió él, desde el living.
Suspirando,
ella sacó dos botellas de bebida y volvió al living.
-La
necesitarás; seré joven, pero mi vida no es tan corta.
Él
la miró fijamente, demostrándole que la escuchaba atentamente. Ella volvió a
suspirar.
-Creo
que primero tendría que contarte la historia de mi padre, pero esa es algo
enredada... –Él la miró, fijamente, demostrándole que la escuchaba.- Su madre
era latina y su padre era descendiente de japoneses o algo así...
Por eso los ojos
achinados
pensó Billie, fijándose por primera vez en que los ojos de su amiga eran un
tanto estrechos. No mucho, pero más de lo normal.
-Sí,
por eso. Bueno, el punto es que nació en Chile, porque su madre estaba haciendo
un trabajo allá, pero vivió su infancia y su adolescencia acá. De hecho, se fue
a Chile después de que un trabajo lo llevaba ahí muchas veces al año, por lo
que prefirió vivir allá de una vez por todas. Se divorció de su ex esposa,
dejando a Jimmy con ella y se fue.
»
Fue ahí cuando mi padre, Rafael, conoció a mi madre, Gabriela. Se enamoraron,
se casaron, nací yo y todo iba bien, hasta que...
Su
voz se quebró. Por reflejo, se llevó una mano a la mejilla.
-¿Qué
pasó? –susurró él, rodeándola con un brazo, instándola a continuar.
-A
los once años, Jimmy fue a Chile a culpar a mi padre por la muerte de su madre
y a no sé qué mierda más. En ese tiempo, él sólo hablaba inglés y yo sólo
hablaba español, por lo que no entendí nada de esa discusión. Al final,
conseguí convencer a mi padre de que me dejara conocer a mi medio hermano...
»
Lo conocí... Me mostró a un gran grupo de Oakland –Billie sonrió, levemente-, y
empezamos a intentar comunicarnos... Pero en ese tiempo Rafael ya estaba
bastante imbécil y... –Suspiró.- Ahí fue cuando empezó a pegarme.
Conteniendo
las lágrimas, se separó un poco del hombre para tomar un sorbo de bebida. Él la
imitó, más que nada para tener algo que hacer.
-Jimmy
era el único que sabía; ya tenía diecinueve y sentía que podía confiar en él...
Claro que después mis amigos supieron, pero eso fue poco antes de que a mi
padre lo ascendieran en el trabajo y lo trasladaron a Santiago (otra ciudad de
allá), cuando yo ecién tenía catorce.
Una
lágrima se le escapó, por lo que Billie volvió a rodearla con un brazo, más
estrechamente.
-Estuve
demasiado mal durante el tiempo en
que viví allá –prosiguió ella-. Rafael me pegaba más aún, lo que causaba más
cortadas... Fumé por un tiempo, en un intento de controlar todas las mierdas
que sentía (lo dejé casi de inmediato, era asqueroso) y llegué a considerar la
opción de acabar con todo más de una vez. –Billie la miró, horrorizado, ante lo
que ella se sonrosó; se avergonzaba bastante de haber llegado a eso.- Y
entonces todo cambió...
»
Por alguna extraña razón, Rafael dejó de pegarme. Eso me mantenía un poco más
feliz, lo que me ayudó a hacerme amigos, y eso fue lo que me salvó del pozo en
el que estaba metida. Así que tenía nuevos amigos (no tan buenos como los de
antes, pero algo era algo) y todo parecía que iba a arreglarse...
-Hasta
que trasladaron tu padre aquí –concluyó Billie. Ella lo miró fijamente y asintió.
-La
verdad es que ahora no me molesta haberme venido, pero... –Suspiró.- Es
terrible estar lejos de tus costumbres, de tus amigos y de lo único que te
mantenía feliz...
Pero luego los
conocí a ustedes
pensó, con una pequeña sonrisa en su rostro, que él interpretó, correctamente,
como que el ambiente estaba un tanto más relajado.
-¿Y
esa es toda tu vida hasta que choqué contigo? –preguntó Billie.
-Sí,
más o menos –murmuró Amelia-. ¿Sabes? Es un alivio habérselo contado a alguien
al fin... Jimmy lo supo porque lo adivinó.
-Para
algo son los amigos, ¿no? –dijo él, sonriendo- Aunque todo eso no me aclara del
todo el por qué te pegó anoche.
Ella
se sonrosó.
-¿Amy?
–preguntó él, extrañado de la reacción de su amiga.
Creyó que eras mi
novio
pensó, rápidamente.
Billie
la miró, sorprendido.
-¿Qué?
–inquirió, en voz alta. Había sospechado que los golpes habían tenido que ver
con que ella hubiese salido con él toda la tarde, pero esa idea no se le había
pasado por la cabeza.
-Es
el típico tipo que cree que su hija siempre termina convirtiéndose en la novia
de su amigo –farfulló ella.
-Vaya
que es un imbécil –masculló Billie.
-Sí,
y me prohibió verte hasta que llegue mi madre de Chile, o sea, el viernes
–agregó ella, tristemente.
Billie
palideció, rápidamente.
-¿Y
si llegara ahora? –preguntó.
No me hago
responsable de daños a la salud física de tu padre la advirtió. No parezco ser muy bueno peleando, pero
puedo dejarte sin futuros hermanos.
-No
está mamá, no llegará hasta las once –lo tranquilizó Amelia, sorprendida de los
pensamientos del guitarrista. Realmente estaba enojado con su padre-. Como sea,
tengo que ir al baño...
-¿Puedo
intrusear por ahí? –preguntó él, mientras ella se paraba.
Mi departamento es
tu departamento
pensó ella, en dirección al cuarto de baño.
Así
que, mientras ella hacía sus necesidades, él comenzó a recorrer el lugar. La
verdad, era que sólo buscaba una habitación... Y esa era la de su amiga.
Se
sonrió al ver un póster con él y los chicos en la pared que quedaba sobre la
cama y otro en la pared contraria a la puerta. También había uno de The Ramones
y un dibujo de mariposa, firmado por una tal Sara. Con una sonrisa, comenzó a
recorrer el cuarto con la mirada, la cual se vio atraída por un cuaderno que
había abierto sobre la cama.
Un
impulso lo hizo cruzar la habitación en dos pasos, para terminar junto al
cuaderno, el cual tomó y leyó. Se sorprendió al ver varios acordes... los
mismos que él había escrito la noche anterior en su hogar.
-¿Billie?
–preguntó una voz, desde el pasillo, acercándose- ¿Dónde estás?
-¡En
tu pieza! –exclamó él, aún mirando anonadado el cuaderno. Ella soltó una
maldición- ¿Qué?
-Que
me da vergüenza que revises mis cosas –admitió ella, entrando a la habitación y
acercándose a él-. Me refería a cosas como esa.
Billie
despegó la vista del cuaderno para fijarla en ella.
-¿Compones?
–le preguntó. Amelia negó- ¿Segura?
-Segura
–musitó. Revisó la hoja-. Ah, eso... Se me vinieron de la nada y los anoté
porque sonaban bien.
Él
la miró, sorprendido.
-¿Qué
pasa?
-Nada...
Sólo que son los
mismos acordes, en el mismo orden, que pensé anoche para una canción.
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