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Llevaba en la ciudad casi un mes. Un mes que se había pasado volando. Un
mes en el que sólo había tenido una preocupación en mente: ¿Por qué mierda no
se llenaba el vacío?
¿Y por qué no podía dejar de pensar en ella?
Ustedes se preguntarán de quién hablo. Bueno, resulta que después de
quedarnos todos dormidos drogados y bajo la lluvia, me despertó una tipa un
poco menor que yo, zarandeándome bruscamente.
-Ah, estás vivo –me había dicho cuando abrí los ojos.
Y sin decir nada más, se fue, dejándome con la incógnita de quién era en
la cabeza.
Doblé por una calle para terminar cerca del límite entre los suburbios y
la ciudad en sí. Me daba igual. Todo en lo que podía pensar era en las muchas
veces que había visto a la desconocida en la ciudad. La había visto cuando me
tocaba a mí ir a comprar las provisiones para mi departamento y el de mi nuevo
amigo, Tim (había sido él quien me había conseguido el lugar), la había visto
cuando salía a comprar drogas para todos… Y la había visto en varias de mis
caminatas nocturnas, como la que tenía ahora. Aprovechaba que la ciudad dormía
para caminar solo, preguntándome si toda esta maravilla de la ciudad era real,
preguntándome si realmente estaba vivo… Y, por sobre todas las cosas, pese a
que intentara negarlo, deseando que la chica misteriosa me encontrara…
Eran
las ocho y treinta de la mañana y Billie Joe se encontraba a la mitad de un
solitario desayuno. Y, pese a estar muerto de sueño, un lado de Billie no
dejaba de cuestionarse por qué sus sentimientos se encontraban divididos entre
el miedo y la alegría.
¿Qué le habrá
pasado a Amelia?
seguía preguntándose. Apenas había logrado conciliar el sueño con esa
preocupación en mente.
Y,
repentinamente, quería saber todo sobre la vida de la adolescente, quería estar
ahí para apoyarla en sus problemas… Quería que estuviera bien, y estaba dispuesto
a hacer de todo para ello.
Te estás
involucrando demasiado espetó una vocecita en su cabeza mientras se paraba de
la mesa, la cual ignoró. Dejó las cosas en el lavaplatos y salió, en dirección
a la casa de Adrienne.
Llegó
a los pocos minutos. Como aún conservaba las llaves, no tuvo problemas en
entrar el auto a la residencia, pero prefirió tocar el timbre de la casa a
entrar sin avisar. Aún le quedaban algunos modales.
Al
parecer, su futura ex esposa lo estaba esperando, ya que le abrió de inmediato.
Se saludaron tímidamente y ella lo llevó al living.
-Billie,
él es Denny Stark, será nuestro abogado –presentó Adrienne, señalando al hombre
que estaba sentado al lado de la “Guitarra Familiar” (la cual era los restos de
una guitarra llena de fotos y cosas de la familia).
-Buenos
días, señor Armstrong –saludó él, poniéndose de pie y ofreciéndole su mano al
guitarrista, para estrechársela-. Un gusto conocerlo.
-Hola
–fue todo lo que Billie pudo contestar, algo desanimado. Odiaba que le dijeran señor-. ¿Puede sólo decirme Billie?
-No,
lo lamento. La política de mi trabajo dice que lo trate por el apellido, señor
Armstrong –explicó el abogado.
-Entiendo
señor Stark –masculló Billie,
ignorando la mirada que le lanzaba a Adrienne.
Sin
más, se sentó en el sofá que estaba al frente de Denny, quien volvió a
sentarse. La mujer suspiró y se sentó en el mismo de su ex esposo, pero al otro
extremo, quedando un considerable espacio entre ambos.
-Bueno,
el día de hoy discutiremos el proceder del divorcio, la repartición de bienes y
qué harán con sus hijos, ¿de acuerdo? –dijo el abogado. Tanto Adrienne como
Billie asintieron.
Y
así fue como Denny Stark empezó una larguísima y tediosa disertación acerca de
cómo sería el divorcio y de cómo harían la repartición. Bastaron tres minutos
para que el cerebro de Billie se desconectara y, por la cara que tenía
Adrienne, el guitarrista podía concluir que la mujer estaba en un estado
similar.
-¿Entendido?
–preguntó el abogado, después de unos diez minutos.
Tanto
Billie como Addie negaron.
-¿Podría
decirlo en un lenguaje más coloquial? –inquirió Billie, tentativamente.
-Sí,
estoy de acuerdo con eso –murmuró Addie.
Denny
suspiró, cansinamente.
-Resumidamente,
con el divorcio sus pertenencias serán separadas de formas equitativas. Es
decir, si el señor Armstrong es doctor, él se queda con todas las ganancias de
la consulta y...
¡¿Yo, doctor?! pensó Billie.
Una
risa se le escapó, causando que el abogado lo mirara extrañado.
-Disculpe,
¿dije algo inoportuno? –preguntó el hombre, con un tono un tanto frío de voz. A
Billie esto no le importó, por lo que continuó riendo un poco más hasta que
pudo hablar con claridad.
-Realmente...
¿Usted no tiene idea de lo que hago, cierto? –preguntó Billie, respirando
profundamente, percatándose de que Addie igual reía levemente.
-No
es necesario, me basta saber con que es mi cliente, el señor Armstrong
–respondió Stark, con tono de obviedad.
Billie
suspiró y negó.
-Mi
amigo... –comenzó Billie, intentando imitar el tono de voz del abogado- Soy vocalista
de un grupo de rock.
Aparentemente,
esto no le bastó al abogado, pues murmuró:
-Aún
no entiendo qué le causa tanta gracia.
-Lo
que pasa es que él nunca terminó lo estudios –intervino Adrienne, en un tono
bastante más educado que Billie-. Es imposible
que sea doctor.
No es TAN
imposible, Addie
pensó él, un tanto molesto, pese a saber que la mujer tenía la razón.
-Comprendo
–mintió el abogado; se notaba que seguía sin entender cuál era el chiste-.
¿Prosigamos? –Los otros dos asintieron.- Ya, la custodia de los niños será
repartida hasta la edad que ustedes estimen conveniente para que ellos decidan
con quién quedarse hasta los dieciocho años, por lo menos...
-De
acuerdo –accedieron Billie y Addie, al unísono.
-Y
tendrán que firmar unos papeles frente a un Juez en una corte pública, para que
él los divorcie –añadió Denny.
-Eh...
¿No hay cortes privadas? –preguntó Billie, incómodo ante la situación de tener
que anunciar ante el mundo que estaba separado.
-¿Por
qué, señor Armstrong? –inquirió el abogado.
-Porque
no quiero tener a un millón de personas comentando que me divorcié, sin contar
la gente que vive cerca y que iría a ver “el divorcio de los Armstrong: en vivo
y en directo” –dijo, simulando las comillas.
-Relájese,
sólo pueden entrar familiares a la corte –explicó.
-Está
bien –murmuró Billie, intentando ignorar el presentimiento que le decía que los
periodistas se las arreglarían para entrar de todos modos.
-Bien,
¿qué les parece si nos juntamos el viernes para ver lo de los bienes? –sugirió
el abogado, revisando su reloj de pulsera.
-El
viernes estará bien –musitó Addie.
-Sí...
genial... –farfulló el guitarrista, con los pensamientos en otra parte. Acababa
de sentir una oleada de desorientación, oleada que atribuía a una persona
despertando.
-Estupendo.
El viernes a la misma hora... Que tengan unos buenos días –se despidió,
dirigiéndose a la puerta.
-Yo
lo acompaño a la salida –se apresuró Adrienne.
Los
dos salieron del living. Billie se incorporó de un salto, intentando contener
las emociones ajenas que sentía en su interior. La tristeza y la melancolía
eran sentimientos demasiado fuertes para él, por lo que terminó afirmándose en
el respaldo de un sofá, fuertemente, con los ojos cerrados.
-¿Estás
bien? –le preguntó Addie, entrando al living, extrañada de verlo así. Él
asintió- ¿Seguro?
-Sí,
estoy bien –respondió él, abriendo los ojos, con una media sonrisa-. Qué sujeto más raro, ¿dónde está el abogado de siempre?
Ella suspiró.
-Ese te representa a ti –dijo ella-. Tuve que buscar uno que
no nos conociera para que sea imparcial, y él fue el único disponible. En todo
caso, es un buen abogado, lo revisé.
-Ok –musitó Billie-. Yo mejor
me voy, no te quito más tiempo para que puedas hablar con Braddie o hacer lo
que sea que hagan –añadió, amargamente.
La mujer asintió, con algo de
culpa en su corazón.
-¿El viernes vienes por Jake
o por los dos? –preguntó.
-Eso depende de ellos
–murmuró él, en dirección a la puerta-. Adiós.
Salió de la casa y se dirigió
al auto, donde nuevamente tuvo que soltar un leve grito para deshacerse de
todas las emociones que se unían en su interior.
Y, al mismo tiempo, sintió
más tristeza aún, junto a un leve dolor en la mejilla y en el brazo izquierdo.
Encendió el motor, con una
decisión tomada en mente.
Me vas a explicar todo pensó,
pese a estar seguro de que ella no estaba atenta a sus pensamientos en ese
instante. Me pregunto si esto funcionará
a larga distancia.
Despejó su cabeza y se
dirigió al edificio de Amelia. Era hora de saber la verdad de la adolescente.
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