Adrienne colgó el teléfono, al mismo tiempo que su marido salía del sótano, junto a sus amigos y compañeros de banda, Mike y Tré.
-¿Quién llamaba? –preguntó el guitarrista.
Billie Joe Armstrong contaba ya con cuarenta y ocho años de edad. Seguía siendo bajo, delgado y de ojos verdes. Su cabello, sin embargo, ya no era negro, sino que estaba de su color natural y entrecano. Se había aburrido de teñirse cada mes; era más entretenido cuando no hacía falta. Además de eso, seguía igual. Ok, tendría unas cuantas arrugas más, pero seguía siendo la misma persona enérgica que amaba saltar en los conciertos y usaba negro para toda ocasión.
Adrienne Armstrong, por su parte, tenía cincuenta años. Ella era de contextura media, apenas más baja que su marido. Se preocupaba de tinturar sus canas regularmente y de mantener sus rizos. Al contrario de su esposo, se vestía de cualquier manera, sin importar el color y su actitud había cambiado un poco. Por ejemplo, ya no se sentaba a beber cerveza con los muchachos. Sólo lo hacía en ocasiones especiales, siendo que en el pasado solía sentarse junto a ellos y Jenny.
-Nadie, amor –mintió Addie.
¿Cuántas llamadas había logrado interferir? La cuenta ya se había perdido en la memoria de la mujer. No quería reavivar aquel lazo tan fuerte que solía existiré entre su esposo y su nuera. No quería correr el riesgo de que una aventura se produjese entre ambos. No quería volver a quedar en segundo plano.
El guitarrista se encogió de hombros ante la mentira y salió de la casa, seguido por Mike y Tré. Addie, sonriente de que le hubiera creído, se dirigió a la cocina.
Al mismo tiempo que ella comenzaba a preparar un tardío almuerzo (después de todo, eran casi las tres de la tarde), Billie volvía a entrar a la casa. Tras asegurarse que Adrienne estaba en la cocina, se dirigió al teléfono.
-Gracias, Jake, por enseñarme a usar el identificador de llamadas –murmuró, al ver que la última llamada correspondía a Jennifer-. ¡Amor, voy a salir! –gritó, en dirección a la cocina.
Addie salió, extrañada.
-¿Qué? ¿Por qué? –inquirió.
-Hace tiempo que no hablo con Jenny, prefiero hacerlo en persona –respondió él, relajadamente-. Y sé que no eres mi secretaria, pero ¿puedes avisarme cuando me llaman? Gracias.
Sin decir nada más, se dirigió al vestíbulo, de donde sacó su chaqueta y sus llaves. Ignoró por completo las quejas de su esposa. Su sexto sentido le decía que tenía que estar en la casa de su hijo y su mejor amiga.
No le tomó ni diez minutos en llegar a la casa. Se preguntó si Joey estaría ahí. Lo dudaba. Después de todo, Jenny sólo lo llamaba cuando Joey no andaba cerca. Con eso aún en mente, bajó del auto, lo aseguró, cruzó la vereda, cruzó el jardín de entrada y tocó el timbre.
El timbre de la casa sonó. Jenny miró extrañada a la puerta. ¿Quién sería? ¿Acaso, realmente, iban a matarla? ¿O, simplemente, eran los Testigos de Jehová?
Lentamente, se acercó a la puerta de calle y abrió.
-¡Billie! –exclamó, abrazándolo, con una sonrisa.
-¡Hola, Jenny! –respondió él, devolviéndole el abrazo.
Sin más, entraron conversando de todo lo que les había ocurrido en los últimos dos meses, dos meses en los que no se habían sentado a conversar tranquilamente ni nada.
-¿Por qué no me devolvías mis llamadas? –preguntó ella, rato después.
-Porque no me enteraba de ellas. Addie no quiere que nos juntemos, no sé porqué –respondió él-. ¿Por qué tengo el presentimiento de que omites algo?
Jenny lo miró y suspiró.
-Me llamaron por teléfono. Era un hombre, con la voz distorsionada. Me preguntó que tenían en común un montón de músicos muertos. Le dije “que están muertos”. Luego me preguntó que tenía yo en común con ellos. Se contestó solo: “eres la siguiente” –relató Jenny-. Es muy probable que hubiese sido una broma, pero igual me asusté un poco.
Billie la abrazó.
-De seguro no fue nada –la tranquilizó. Seguidamente, le dio un beso en la frente-. Extrañaba hacer eso.
Jenny se sonrosó levemente, demostrando que también había extrañado esos besos.
-Aunque… te extrañé más a ti –musitó Billie.
Ella sonrió.
-Y yo a ti –contestó, mirándolo a los ojos.
En ese instante, empezó a sonar el teléfono. Billie, que estaba más cerca, contestó.
-Amor, voy de vuelta –dijo una voz en la otra línea.
-Supongo que es para tu esposa. Se lo haré saber –contestó Billie, con risa-. ¿Cómo estás, hijo?
-¡Papá! Bien, con los niños. Te dicen hola. Jake igual.
Jenny miraba, riendo. Billie no hablaba con Joey desde hacía un buen tiempo.
-Vendré más seguido –dijo Billie, en cuanto colgó la llamada.
-Más te vale –musitó ella.
De nuevo, se miraron fijamente. Él le quitó unos mechones de la cara, con una pequeña y amarga sonrisa. Jenny lo miró entristecida. Él debía estar pensando en la otra Jenny, en su novia de la secundaria, novia que había reencarnado en ella.
-Será mejor que me vaya –susurró él, poniéndose lentamente de pié-. Me esperan muchos gritos de Adrienne.
Jenny asintió y lo salió a dejar. Tras mandar saludos mutuamente, se despidieron del típico beso en la mejilla.
Apenas la mujer volvió a entrar a su casa, el teléfono sonó, una vez más. Despreocupada, contestó.
-Jennifer, te aseguro que no es una broma –masculló la voz.
Y la comunicación se cortó definitivamente, dejándola más asustada de lo que estaba antes de que Billie fuese.
No hay comentarios:
Publicar un comentario