Era junio de 2011. El sol ya calentaba lo suficiente como para que los habitantes de Oakland sintieran un calor casi insoportable. Pero a Jenny no le importaba. Todo lo que quería era salir de ahí.
La joven se encontraba en una de las librerías más grandes de Oakland, autografiando libros a sus fans. El problema era que el aire acondicionado del lugar se había echado a perder, ocasionando una temperatura mayor a la del exterior, convirtiendo el lugar en sofocante. Sumarle a eso las decenas de personas que entraban y salían del lugar, y el hecho de que Jenny tenía que estar ahí hasta la hora de cierre, hacían que la cabeza de la pelirroja se sintiera al borde del colapso. Y, como guinda de la torta, ella tenía que mantenerse sonriente por horas.
-¿Nombre? –preguntó ella, por enésima vez en el día, sin levantar la vista aún.
-Tú me dices Holden Caulfield –dijo una voz masculina.
Con una sonrisa, Jennifer levantó la mirada, para encontrarse con un hombre de estatura baja, cabello oscuro y ojos verdes.
-Nada en especial, pensé que estarías aburrida y acalorada –dijo él, con una sonrisa, que a Jenny se le hizo forzada, por lo cual alzó una ceja-. Peleé con Addie, de nuevo. Quizás se le quite en la noche. En todo caso, te traje una coca-cola.
-¡Gracias! –exclamó ella, recibiendo la botella, sabiendo que era mejor no preguntar el motivo de la pelea.
-Cuando quieras –musitó él-. Y fírmame rápido el libro, que hay una larga fila detrás de mí.
Ella le pasó el libro, con una sonrisa. Él igual sonrió, pero no tan alegremente.
-Voy a ver si hay algo más que me interese comprar –musitó.
Billie salió de la fila, dejando a una señora mayor frente a la pelirroja, señora mayor a quien Jenny reconoció de inmediato como la madre de un ex compañero.
-¡Jennifer! Cuanto vi tu nombre en la entrada, vine de inmediato –dijo la mujer, a modo de saludo, pasándole un ejemplar del libro-. ¿Qué ha sido de tu vida?
La señora tenía cabello oscuro y rizado, similar al de Addie, pese a ser mayor que ella. Era de esas mujeres que siempre estaban interesadas en las vidas ajenas y que debían enterarse de todos los chismes y noticias de sus conocidos.
-Todo igual. Libros, giras autógrafos –respondió Jenny, como quien dice el tiempo-. ¿Cómo está usted? ¿Cómo le ha ido a Lou?
-Yo estoy bien, Lou igual, aunque no le creo mucho cuando dice que peleaste con una profesora, tomaste tus cosas y te fuiste –respondió y comentó.
Jenny sonrió levemente, mientras firmaba el libro.
-Sí peleé con una profesora y si tomé mis cosas y me largué, aunque le grité a la señora primero. –La persona detrás de la madre de Lou carraspeó.- Y creo que tendremos que dejar la conversación hasta aquí, porque estoy trabajando.
La señora recibió el libro, se despidió rápidamente y salió, incrédula.
-Discul… -comenzó Jenny a disculparse, mas se calló debido a la impresión- ¿Señora Miller?
Sintió como su rostro adquiría su característico rubor-nervioso-ansioso al ver cómo Susan Miller, su ex profesora de química, asentía.
-Ha pasado un buen tiempo –dijo la mujer, con su característica voz más aguda del promedio de las voces normales-. Veo que tu profesora de lenguaje sabía lo que hacía.
-Gracias, supongo –farfulló Jenny-. ¿Tengo que firmar algo o eso es todo?
Si no lo recuerdan, Jenny le gritó a su profesora que el colegio era una mierda, que las clases eran inútiles y que tuviera mala suerte. Por ello, utilizaba un tono de voz un tanto insolente, a la vez que apresuraba la situación lo más posible.
-Toma –dijo la mujer.
Y no solo le pasó un libro, sino que también una carpeta. Extrañada, Jenny la revisó y se encontró con pruebas (la que dejó inconclusa, el día en que se fue, incluida) y archivos de su último año en el colegio.
-Pensé que quizás lo querrías –dijo-. Ahora, ¿puedes darme el autógrafo?
Jenny estaba escarlata.
-Gracias –musitó, devolviéndole el libro, ahora autografiado.
-Mandaré saldos a tu curso –dijo la mujer.
Y Susan Miller salió de la fila, para revelar a Jenny a alguien a quien sí quería ver, ya que no lo veía desde hacía un buen tiempo.
-¡Mark! –exclamó, parándose a abrazarlo.
-Hola, tú –la saludó él-. Tanto tiempo.
-Sí. ¡Tú tienes que empezar a salir los sábados! –lo regañó ella, sacándole una sonrisa-. ¿Cómo has estado? ¿Qué has hecho?
-Bien, sin mucho que contar, al contrario de ti –ella sonrió.- He estado estudiando, leyendo –le pasó el libro para que lo firmara- y juntándome con algunos amigos.
-A mí me tienes olvidada –lo regañó ella.
-¡No tengo donde contactarte! –se defendió- Dame tu número.
Suspirando, tomó el libro que le tendía. Ahí, además del autógrafo, dejó su celular.
-¿Cómo va la vida amorosa? –preguntó, recibiendo el libro.
-Bastante bien –respondió ella, con una sonrisa-. ¿La tuya?
Mark hizo una mueca.
-Me equivoqué con esta chica… Cindy se llama. Es dos años menor que nosotros…
-¿Rubia, alta, y de ojos grises? –inquirió ella. Él asintió, sorprendido-. La ex de Joey. Es una perra. Sin ofender.
-Gracias por el dato. Y mejor me voy o toda la gente detrás de mí me odiará. Adiós.
Le dio un beso en la mejilla y salió.
-No has tenido un día corto –le dijo el desconocido que estaba detrás de Mark.
-En lo absoluto. Falta que me encuentre con Salinger, y mi día estará colapsado –bromeó ella. El sujeto rió, pasándole el libro-. ¿Nombre?
-J.D. Salinger –ella lo miró, atónita-. Un gusto conocerte.
-¿No qué usted vivía aislado en una cabaña? –preguntó, sorprendida.
-Sí, decidí vagar un poco, viajar… -contestó.
Ella seguía sorprendida, en especial porque el hombre que tenía frente a ella no se veía tan viejo como era en realidad.
-¿Me da un autógrafo también? –preguntó ella, buscando su cuaderno en un su bolso.
-Claro, todo por una fan a quien admiro –ella se sonrojó.
Se autografiaron mutuamente.
-¿Puede hacerme un favor? –preguntó ella. Él asintió-. ¿Puede hablar un poco con el sujeto de negro de por allá? –señaló a Billie- Le gustan sus libros y no anda de buenas, me gustaría animarlo un poco.
-Veré qué puedo hacer –dijo el hombre, sonriendo-. Un gusto, Jennifer.
-El gusto es mío, señor.
El hombre se retiró y Jenny levantó la vista, para encontrarse con la última persona que quería ver, alguien a quien no veía hacía años y encontraba detestable. Ese alguien era John Kiffmeyer… Su padre.
Quedaron mirándose un buen rato, él sin querer decir nada y ella incapaz de hacerlo.
-¿Qué haces aquí? –preguntó ella, bruscamente, cuando recuperó el habla.
-Vine a verte. Parece que la única forma para ello es pidiendo un autógrafo. ¿Cómo te ha tratado la vida?
El hombre lucía desaliñado. Probablemente había tomado sus días libres en el trabajo, dado que era la única forma en la que dejaría crecer su barba. Además, había un disimulado olor a jerez a su alrededor y muchas arrugas surcando su rostro.
-Excelente –susurró ella, mirando de reojo a su amigo, quien lucía sorprendido de estar entablando una conversación con su autor favorito (de hecho, sin contar a Jenny, era el único escritor de quien se había leído todos los libros). La presencia de Billie en la tienda la relajó un poco-. Excelente.
Él le pasó el libro.
-¿Puedes ponerlo a nombre de tu madre? Puede que la alegre un poco –musitó él. Ella asintió-. Gracias.
Jenny autografió el libro con una falsa alegría en su caligrafía, falsedad de la que él se percató.
-¿Aún enojada? –inquirió él, delicadamente. Ella asintió- Creo que te debo unas disculpas. Fue… Fue un grave error.
Ella sonrió, amargamente.
-Dile a mamá que estoy bien. Y, por favor, díselo con una sonrisa o algo, no merece sufrir así –musitó.
John suspiró.
-Se lo haré saber.
Y salió.
Jenny no se encontró con nadie más aquella tarde, pero no pudo dejar de pensar en lo demacrado que estaba su padre. ¿Qué habría pasado? ¿Acaso había estado mal haberse ido de aquella forma?
Sintió una mano apoyada en su hombro, cuando la larga fila ya había acabado y era la hora de cerrar la tienda. Levantó la vista y encontró a un par de ojos verdes mirándola.
-No es tu culpa –susurró, honestamente.
Ella suspiró.
-¿Y por qué parece que sí lo es? –susurró.
Billie se sentó en la mesa, ignorando la iracunda mirada que le lanzaba uno de los auxiliares.
-John es de esas personas que no pueden ser felices. Y tu madre es de esas personas que se enferman por lo que las hace infelices. No tienen remedio y, si hubieras seguido ahí, habrías acabado igual o peor. No es tu culpa que estén tan mal –le dio un beso en la frente-. Y no deberías pensar en eso.
Ella sonrió, se incorporó y lo abrazó.
-Muchas gracias –musitó-. Tengo que hablar unas cosas con el Gerente…
-Te espero –dijo él-. Creo que me necesitas aquí.
Ella sonrió y habló con el Gerente, ignorando, al menos por el momento, todas las conclusiones que había sacado… Y todas las emociones que ocupaban su mente, emociones que iban desde el odio hasta aquella extraña mezcla de gratitud y algo más.
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