Pisó más fuerte el acelerador de su auto. El motor sonaba como si fuese a explotar, pero no le importaba. Después de todo, su auto sonaba así aunque anduviera a veinte kilómetros por hora.
-Boddah estaría feliz –musitó para sí, recordando al amigo imaginario de su infancia.
Continuó acelerando por las calles menos concurridas de Seattle durante el día. Como eran las tres de la mañana, ya estaban más que desiertas, por lo que no tenía razón alguna por la cual preocuparse de llevar la cuenta de cuánta gente arrollaba. Después de todo, era su último día.
A un par de cuadra del lugar que había escogido para su final, detuvo el auto, en plena calle, sin molestarse en aparcarlo correctamente. Apagó el motor y se bajó. Sonrió al sentir una fuerte ventisca contra su rostro, revolviendo su rubio cabello, permitiendo que sus pulmones se hincharan de aire. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió vivo.
Tras quedarse parado ahí por varios minutos, sin pensar en nada que no fuera en la fuerza del viento contra su cuerpo, caminó hasta el teléfono público que había en la cuadra. Sacó un papel de su bolsillo e intentó leerlo. Rió, como hacía tiempo no lo hacía: Alegre, pero amargo a la vez. Metió su mano libre a uno de los bolsillos de su larga camisa a cuadros y sacó un encendedor, con el cual iluminó lo suficiente como para ver el número. Sonrió. Descolgó el teléfono, insertó una moneda y marcó.
-¿Aló? –preguntó una voz masculina.
-Me siento más vivo que nunca ¿sabes? –dijo, riendo.
-Kurt, sabes que tienes otra opción. No hace falta que seas tú –le dijo el hombre de la otra línea.
-No, tengo que ser yo. Si no fuera yo, viviría con la culpa, me sentiría más jodido que nunca y terminaría matándome de todos modos, sin una razón lo suficientemente buena como para justificarme. –Volvió a reír.- Primera vez que digo algo tan coherente y profundo estando limpio.
Silencio.
-No me crees, ¿cierto? –dijo Kurt, al ver que su interlocutor no decía nada.
-Lo siento, llevo siguiéndote por más de un año, y en ese año te he visto más que drogado varias veces.
Kurt rió, levemente.
-No, ahora estoy limpio. Quería sentir todo normalmente antes de… -Se calló, sin poder continuar. El hombre comprendió.
-¿Estás seguro? –preguntó.
-Sí, es lo mejor. –Suspiró.- ¿Puede ser mañana? No quiero aplazarlo más.
El hombre suspiró.
-Realmente, no creí que fueras a hacerlo –masculló el hombre-. Bueno, espérame en… tú ya sabes en donde.
Y cortó.
Kurt colgó el teléfono, sacó el papel con el número de su bolsillo y sacó el encendedor, el cual encendió. Acercó el papel al fuego y lo quemó.
Veintiséis años después, Billie se encontraba ordenando discos en su sótano, en un intento de no pensar en lo ocurrido aquella mañana. No quería ordenar sus discos en orden alfabético (después de todo, así los tenía ordenados), sino que por orden cronológico de su vida. De ese modo tendría su cabeza enfocada únicamente en ello. Así que, automáticamente, colocó primero en el estante aquel CD de Elvis Presley que había comprado a los diez años.
Ordenando, encontró un CD de Queen que hacía un buen tiempo no escuchaba. Sonrió, lo puso en el estéreo y apretó el aleatorio.
-I was told a million times of all the troubles in my way –cantaba Freddie Mercury desde los parlantes. Billie rió al reconocer “Keep yourself alive”.
-Mierda, yo me sabía esta canción –masculló, intentando acordarse-. Keep yourself alive, keep yourself alive. I’ll take you all your time and a money, honey you’ll survive –cantó, cuando llegó al coro, siendo esa la única parte que recordaba-. Será.
Guardó la caja en su lugar y continuó con unos cuantos más. Habría seguido durante toda la tarde, pero se vio interrumpido por el sonido de su celular.
-El destino no me dejará terminar –masculló, buscando en su bolsillo el teléfono. Lo encontró-. ¿Aló? –contestó.
-Billie, soy yo, Mike –saludó su amigo.
-¡Mike! ¿Qué ocurre? –preguntó Billie, sonriendo.
-Nada, estaba aburrido y me preguntaba si tu agenda te permitía venir aquí a no hacer nada durante un rato.
Billie rió.
-Por supuesto, estaré allá en… media hora.
Se despidieron y colgaron la llamada. Billie se estiró y subió al primer piso de la casa, donde Addie veía televisión.
-Addie, voy donde Mike –dijo él, cruzando el living rápidamente, en dirección a la salida de la casa.
-Ok, vuelve temprano –le gritó ella, justo antes de que él cerrara la puerta.
Llegó a la casa de su amigo en el tiempo estimado. Estacionó el auto y tocó el timbre. Mike salió a abrir a los pocos segundos. Se saludaron de un abrazo y entraron.
La casa de Mike era un punto intermedio entre la casa de Billie y la de Tré. Era lo suficientemente grande como para ser considerada LA casa, pero no lo suficiente como para ser llamada mansión. Estaba bastante bien decorada y la presencia de Britt se notaba en algunos de los muebles del living. Sin embargo, no pasaron por esa habitación, sino que se dirigieron directamente al sótano, lugar donde Mike tenía su estudio y un mini bar, además de una mesa de pool, una mesa con cartas, la mayoría de sus discos, un estéreo y dos sofás.
-¿Cerveza? –ofreció Mike.
-¿Cuándo me he negado? –preguntó Billie, con una sonrisa. Mike lo miró fijamente- ¿Qué?
-Tienes cara de estar ocultando algo.
En su mente, Billie maldijo. ¿Por qué Mike lo conocía tan bien?
-No oculto nada –dijo, intentando sonar sincero. Mike alzó una ceja-. De verdad.
-Ah, ok. Entonces ¿dónde estabas en la mañana cuando llamé a tu casa?
Billie suspiró. No le quedaba otra opción que decir la verdad.
-Me dio insomnio anoche y llamé a Jenny, para conversar. Al final terminamos juntándonos en el departamento –musitó.
Mike lo miró, atónito.
-¿Te acostaste con ella? –inquirió.
-¿Qué? ¡No! –exclamó Billie- O sea, dormimos juntos y nada más… -Mike volvió a alzar una ceja- Y nos besamos… -Eso último lo dijo en un tono un tanto más bajo de voz.
El bajista lo miró sorprendido. No tenía sentido. ¿Por qué su amigo se besaba con su mejor amiga, siendo que estaba felizmente casado?
-¿Por qué? –preguntó Mike, un tanto sorprendido.
-No sé, fue un impulso –contestó, honestamente-. Como para recordar los viejos tiempos.
Mike lo miró, preocupado.
-Dudo que te des cuenta, pero te están brillando los ojos –dijo-. Así que no fue sólo un impulso. –Billie no dijo nada.- Vamos, sabes que puedes confiar en mí.
-Sí, lo sé –musitó él-. Y tú sabes que, si hay algo que no te he dicho, es porque no hace falta que te lo diga.
Otra aclaración: Desde que tenían veinte años, ya no existían secretos entre Billie y Mike. Era un acuerdo tácito, el cual indicaba que podían confiar el uno en el otro siempre. De ese modo, los dos sabían todo del otro. O eso creían, ya que Billie no tenía idea de los sentimientos de Mike por Jennifer Lovett y de cierto incidente, a la vez que Mike no tenía idea de los verdaderos sentimientos por Jennifer Kiffmeyer.
-Aún así, ¿por qué la besaste? –insistió Mike.
Billie suspiró.
-Dejémoslo en “porque sí”, ¿ok? –musitó él- Ya, ahora hablemos del verdadero motivo por el cual me llamaste, porque no creo que haya sido sólo hablar de mis supuestos secretos.
Mike suspiró.
-Hay algo que no te he contado –farfulló-. Algo que me involucran a mí, a Jenny y a una de las veces que nos juntamos todos en la casa de Tré, poco después de que ella rompiera con Joey.
El corazón de Billie se aceleró, intrigado.
-¿Qué pasó? –preguntó, intentando disimular lo ansioso que se sentía.
-No estamos seguros de eso… Pero despertamos juntos en la misma cama –respondió Mike.
Y Billie sintió, por primera vez en muchos años, cómo se sentía que su corazón se hiciera añicos.
-¿Cómo que no estás seguro de lo que ocurrió? –inquirió Billie, tratando de controlar su tono de voz lo más posible.
-No estoy seguro porque no lo recuerdo… Sólo pensé que sería mejor que lo supieras de una buena vez. No sé cómo se sentirá Jenny al respecto, pero opino que sería bueno olvidarlo.
Billie comenzó a mover su pie, como un tic nervioso.
-Han pasado como diez años…
-Nueve –lo corrigió Mike.
-Como sea, ¿por qué no me lo habían dicho antes? –Billie ató cabos.- ¿Por eso ustedes son tan distantes?
Mike asintió.
-Lo que pasa es que nunca hemos hablado de ello –explicó-. Como sea, sólo quería sacarme el peso de encima.
Billie asintió. Sin más, se puso de pié.
-¿Estás enojado conmigo? –preguntó Mike, extrañado por la reacción de su amigo, quien aún no dejaba de mover su pie, rápidamente.
-No, simplemente me di cuenta de que debo buscar ciertas respuestas…
Sin más, salió del sótano y de la casa. Se subió a su auto, condujo un par de cuadras y detuvo el auto, para poder apoyar su cabeza en el manubrio y pensar. ¿Se habría Mike acostado con Jenny antes que él? ¿Habría él cumplido su fantasía prohibida?
El teléfono público que había al lado del auto comenzó a sonar. Al no ver a nadie más cerca, Billie decidió bajarse del vehículo y contestarlo.
-¿Aló? –preguntó.
-Armstrong, sé que tienes muchas dudas –dijo una voz masculina que no pudo reconocer-. Y no te las podemos contestar.
-Disculpe, ¿con quién hablo? –inquirió Billie, nervioso, mirando a su alrededor.
-Nadie a quien quieras conocer. Sólo quiero que sepas que debes mantenerte vivo.
Sin más, cortó la comunicación, dejando a Billie con más preguntas en mente.
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