Mientras los dos amigos buscaban el modo de contactar a Jennifer Lovett, un niño de trece años intentaba tocar algo en la guitarra. Sin embargo, sus dedos no parecían querer coordinarse para tocar aquel complicadísimo punteo, ya que seguía enredándose, una y otra vez.
-Mierda –masculló.
-¡Joseph! –lo regañó su madre- ¿Qué dijimos de las malas palabras?
-Que no hay que decirlas –respondió Joey, revoleando los ojos-. Aunque lo encuentro un tanto hipócrita de tu parte, ¿qué quieres que te diga? –añadió, sin poder contenerse.
Estuvo apunto de lanzar otra maldición al darse cuenta de lo que había dicho. Y no supo cómo no lanzó otra cuando vio que la vena de su madre (una vena ubicada en su frente, que se hinchaba con el enojo) comenzaba a hincharse.
-¿A qué te refieres? –preguntó en un tono frío de voz.
“Ya que estamos” pensó Joey, antes de contestar. O mejor dicho, mientras pensaba en cómo iba a contestarle a su madre.
-He escuchado como hablas de papá con tus amigas, ¿sabes? –Comenzó a imitar el tono de voz de su madre:- “Es un imbécil, debe estar drogándose y emborrachándose todo el día”. “Ahora debe estar denigrándose para vivir”. “El muy hijo de puta quería que la custodia fuera compartida. ¿Te imaginas cuánto sufrirían los niños?” –Joey volvió a su tono de voz normal.- Madre, ¿crees que él es peligroso? No veo el porqué. Él no intenta llenarnos de ideas falsas, él no nos mete sus miedos en nosotros, ni nos intenta convencer de que nuestros temores, nuestras pesadillas, son cosas reales, cosas que van a comenzar a pasar poco a poco.
Addie lo miró molesta, ocultando el hecho de que realmente la había sorprendido al no elevar el tono de voz.
-Yo sólo quiero lo mejor para ustedes. Los quiero sanos...
-Pero sin ideas propias –masculló Joey.
-... limpios...
-... sin diversión...
-... Y, sobre todo, felices.
-¿Tú concepto de felicidad no estará un tanto distorsionado? Porque en esta cárcel no somos felices. A mí no me dejas ni ir a la esquina, no puedo conectar ni la guitarra, ni el bajo y no puedo bajar al estudio de papá a tocar batería o alguna otra cosa que encuentre por ahí. Y en cuanto a Jake... ¡Lo tienes más confundido que japonés en España! No sabe qué pensar, no sabe qué decir, ¡no sabe qué hacer! ¡Su vida entera está puesta en duda y todo es tu culpa!
-¡BASTA! –gritó Addie, callándolo, haciéndole saber que había ido muy lejos- Tu hermano está bien y no te dejo tocar, porque... Porque...
-¿No sabes la respuesta? –inquirió Joey, alzando una ceja.
-¡PORQUE TOCAS COMO TU PADRE! –respondió, con lágrimas en los ojos.
-¿Acaso no te gusta que te lo recuerde?
-¡NO! Ahora, ¡a tu cuarto!
Joey le obedeció, a regañadientes, y comenzó a subir la escalera.
¿Por qué eran tan iguales? Ambos hacían comparaciones ridículas y se amparaban y basaban en canciones para sus argumentos y discursos... Y ambos le hacían sentirse tan mal. ¿Acaso no veían cuánto había sufrido, cuánto había sacrificado por él? Había abandonado todo por Billie Joe, desde su familia hasta sus amigos de toda la vida. ¿Y cómo se lo pagaba? Metiéndose con la primera que se le cruzase. ¿Lo habría hecho antes? ¿La habría engañado más de una vez?
-¡Te aseguro que papá no se mete con otra! ¿Por qué? ¡Porque te ama! –gritó Joey, desde el segundo piso, como si le leyese el pensamiento- ¡Y tú a él! Me pregunto si George estará al tanto de eso...
-¡TE DIJE QUE TE FUERAS A TU CUARTO! –profirió ella, fuera de sí- ¡NO MÁS PERMISOS PARA TI!
-No hay problemas, no me dejas hacer nada de todos modos. Por cierto, ¿le contaste a papá de tu nuevo novio?
-¡JOEY, A TU CUARTO! –volvió a gritar la mujer, ahora con el rostro completamente mojado por las lágrimas.
Y, como era de esperar, su hijo mayor tenía razón. Seguía amando a Billie Joe y se odiaba. Tenía muchas más cosas en común con George que con Billie. También estaba segura de que George no le causaría tantos problemas como le había causado su ex esposo. Entonces ¿por qué no podía dejar de pensar en Billie Joe, de amarlo?
-No tenías para qué ser tan duro con ella –le reprochaba Jake.
-Se lo merece –farfulló Joey.
Jakob negó.
-Eres igual de terco que papá.
Joseph miró a su hermano menor, horrorizado.
-¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? –Inquirió Joey, molesto.- ¡Esas son palabras de mamá!
-¡Pero si papá es terco! ¿Recuerdas el Pictionary? Discutió por una hora de los pudú son una especie de monos –comentó riendo Jake, haciendo que Joey también riera.
-¿Y el Scrabble?
-¿Y las cartas?
Ambos hermanos siguieron riendo por varios minutos, como hacía mucho tiempo que no lo hacían.
-En serio, no debes ponerte de ese modo con mamá –musitó Jake, una vez que pararon de reír-. A mí tampoco me gusta que esté con George, pero ella es feliz así.
Joey negó.
-No lo es, cree serlo. No es lo mismo...
Jake sólo suspiró y salió de la habitación.
Bajó las escaleras y fue al living, donde encontró a su madre en el suelo, abrazándose las piernas, aún llorando.
-¿Estás bien? –preguntó Jake, inocentemente.
Addie se secó las lágrimas y levantó la vista.
-Por supuesto que sí, Jakob –mintió ella.
¡Claro que no estaba bien! Se encontraba dividida dos partes: Lo que le decía su cabeza y lo que le dictaba el corazón. Su cabeza le decía que se quedara con George, pero su corazón le ordenaba una inmediata reconciliación con Billie.
Jake, sin decir nada más, la abrazó.
-Si crees que él es peligroso, te equivocas. Sólo cometió un error.
Y ahí tenía a su hijo menor diciéndole la verdad que ella supo. Y, pese a que no quería admitirlo, ella igual había cometido un error, uno bastante grande.
Ese error tenía fecha: Dos meses más.
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