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Prólogo

domingo, mayo 01, 2011

One of these days - Chapter twenty-five: I'm not afraid of him.


John irrumpió en la casa, con Jenny sujetada firmemente por su brazo.
-¡SUÉLTAME! –volvió a gritar ella, por enésima vez.
Y, finalmente, John la soltó, sólo para empujarla contra un sillón, en el cual cayó sentada en una posición muy incómoda.
-¿Qué ocurre aquí? ¡Acabo de limpiar! –exclamaba Diana, a la vez que entraba al living.
-Lo que ocurre, es que nuestra hija desarrolló una amistad con un hombre mayor –explicó él, mordazmente-. Adivina quién es.
La mujer negó, intrigada.
-¡Billie Joe Armstrong! ¡El imbécil que cumplió todo los sueños que tenía pensados para m... nosotros!
-Perdóname, pero el imbécil eres tú, por haber dejado lo que te gustaba sólo por hacer lo correcto –soltó Jenny, sin poder contenerse.
John le pegó otra cachetada en la ya enrojecida mejilla. Jenny no se quejó.
-No quiero que vuelvas a salir.
Jenny quedó shockeada al ver que quién decía eso no era su padre, sino su madre, Diana. Su madre, quien la dejaba hacer de todo, la única razón por la que no vivía en el sótano. Su madre era quien estaba confinándola a un sufrimiento que no acabaría hasta septiembre, donde la salida sólo se permitiría para ir a la escuela.
Y antes de darse cuenta, estaba encerrada en su habitación. Su padre había puesto un candado en el exterior y había salido a comprar una alarma, para evitar que escapase por la escalera de emergencia. Así que ese día iba a acabar con una Jenny tirada en su cama, analizando los sonidos del exterior. Debían ser las once de la noche. John ya había instalado una sirena que comenzaría a sonar apenas alguien pasase por ahí.
¿Cuánto tiempo llevaba ahí, intentando escuchar algo más que su propia respiración, algo más que las palabras que sus padres aún intercambiaban a gritos? ¿Para qué? ¿De qué le servía? Ninguno de sus amigos acudiría. Billie Joe era el único que sabía que estaba encerrada en su hogar y era obvio que no iría.
La tristeza la sobrecogió tanto, que llegó a sentirse ahogada. Corrió hacia la ventana, lo cual fue una suerte, ya que logró ver a la figura de un hombre de baja estatura caminando hacia la escalera, haciendo que Jenny entrara en pánico. ¿Qué podía hacer? Si John veía a su amigo, éste podía darse por muerto.
Apenas consciente de lo que hacía, abrió la ventana (que era de esas que se habrían hacia arriba, por lo que sonaría cuando se abriera) y sacó un brazo fuera, activando la alarma.
-¡Corre! –le gritó a Billie, apenas por sobre el sonido de la sirena.
Sin dudarlo, el hombre se alejó del callejón.
Y justo a tiempo, ya que apenas se perdió de vista, la puerta se abrió, para darle paso a John.
-¿Quién está ahí? –preguntó él.
Jenny se contuvo de gritar al ver que su padre la apuntaba con un rifle. La oscuridad no le permitía descifrar su rostro, pero estaba segura de que no era una expresión agradable.
-Soy yo, Jennifer, tu hija –contestó ella, controlando su voz para que no temblara mucho. No quería demostrar su miedo y su debilidad ante el hombre que la mantenía cautiva.
-¿Qué hacías en la ventana? ¿Intentabas escapar? –inquirió, molesto.
-Te presento a mi amigo Aire Fresco, con quien conversaba –dijo ella, irónicamente-. ¡Necesitaba aire! Me olvidé de la alarma y saqué la cabeza.
John la miró suspicazmente, pero no hizo ningún comentario al respecto.
-El lunes pondremos los barrotes en la ventana, así que tendrás que quedarte en nuestro cuarto –le informó él.
Ella sólo gruñó a modo de afirmación, mientras cerraba la ventana.

Al mismo tiempo, Billie se paseaba de un lado a otro de su living, nerviosamente. ¿Cómo podían tenerla así de encerrada? Era más cruel que tener a un pez dentro de una pequeña pecera, dando vueltas, corriendo una y otra sobre los mismos terrenos. ¿Para qué? Para encontrarse sólo con los mismos viejos miedos.
-Wish you, were here –sonaba en la radio, que el guitarrista apagó. No necesitaba una distracción.
Se tiró de espaldas en el sofá, para quedar mirando el techo. ¿Qué podía hacer?
De algún modo, terminó llegando a la conclusión de que la alarma debía tener algún sensor de movimiento... Y esos sensores no detectaban objetos de menor tamaño que una pelota de football. Así que, pese a no poder pasar, otros objetos sí.
Con una sonrisa, comenzó a trazar su plan.

-Jenny, ¿puedo pasar? –preguntó su madre, dulcemente, desde el otro lado de la puerta.
-Yo no tengo la llave –masculló la chica, molesta, aún tirada en la cama-. Así que depende de si tú quieres entrar.
Escuchó como su madre abría el candado y le sacaba el seguro a la puerta, para luego entrar.
-¿Cómo estás? –preguntó Diana.
-¿Cómo crees? ¡Estoy encerrada! Papá pondrá barrotes el lunes, no puedo salir... ¡Ni siquiera puedo ir al baño!
-Sí puedes salir al baño, sólo debes avisar –Jenny revoleó los ojos-. También puedes salir para las comidas.
La adolescente rió.
-Eso lo haces para no tener que subir tú la comida –farfulló.
Diana la miró entristecida. Sin saber bien lo que hacía, se acercó a su hija y la abrazó. Era la primera vez que lo hacía en mucho tiempo... Pero a Jenny no le importó. Habría recibido gustosa un abrazo de parte de cualquiera de sus amigos...
En cuanto notó que su hija no estaba interesada, se separó de ella y salió del cuarto, volviéndola a encerrar.
Jenny volvió a tirarse en la cama.
Y ahí se quedó hasta las dos de la mañana, hora en que decidió que lo mejor era dormir. No tenía la energía suficiente como para ponerse el pijama y meterse a la cama, así que comenzó a cerrar los ojos, dispuesta a entrar a ese mundo maravilloso de los sueños... Quizás soñaría con su familia anterior...
Desde el exterior le llegó un silbido, un silbido que era igual al de Patience de los Guns N’ Roses. Se sintió despierta al instante y, guiada por un impulso, se acercó a la ventana, desde la cual vio a Billie Joe, quien silbaba. Al notar que había captado la atención de la joven, sacó un cartel.
“Abre la ventana y aléjate de ella”
Jenny obedeció sin chistar. Se alejó de la ahora abierta ventana y esperó, sólo por unos segundos, ya que una piedra no tardó en entrar. La tomó. Estaba envuelta en un papel, el cual estaba escrito. Lo tomó.
“No le tengo miedo a tu padre, y por ti estoy dispuesto a hacer esta locura. Ten todas tus cosas listas mañana, a una hora en que tu padre esté en casa... Mejor escribe aquí cuando está y todo lo que sepas de la alarma”
La chica se quedó asombrada. Billie parecía estar dispuesto a todo.
Tras meditarlo un poco, tomó una hoja y escribió lo que sabía de la alarma y las horas en las que su padre estaba en casa. Envolvió la piedra con la información y la lanzó hacia a su amigo, quien tomó el cartel y le escribió algo al reverso.
“Todo saldrá bien; la señal es ‘Only of you’”
Sin decir nada más, se alejó.

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