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Prólogo

domingo, mayo 01, 2011

One of these days - Chapter thirty-three: A letter from her is a bomb to my heart.


Tocaron el timbre, nerviosos. Ambos tenían miedo de la reacción que tendrían los Lovett al ver al ex novio de su difunta hija de la mano de una adolescente idéntica a ella.
-Mejor nos soltamos o les dará un ataque –susurró él.
Jenny asintió, soltando la mano del hombre. Billie sonrió y la besó brevemente, tras lo cual tocó el timbre nuevamente.
-¿Quién estará llamando a esta hora? –escucharon desde el otro lado de la puerta.
A Billie le dio un escalofrío al oír aquella voz... La voz de Jeremy Lovett. Jenny estuvo apunto de tomarle la mano para calmarlo, pero se contuvo. Lo que les salvó de ser vistos por el hombre que abría la puerta en ese instante.
El hombre de estatura mediana, tenía una gran calva y el escaso cabello que le quedaba era gris, aunque se conservaban unos cuantos cabellos castaños. Sus ojos eran azules, como zafiros y estaban bajo dos despobladas y alzadas cejas. Despobladas por la edad y alzadas por el asombro de verlos.
-¿Te conozco? –le preguntó a Billie Joe, extrañado; no le había prestado mucha atención a Jenny, quien también lo miraba asombrada: Tenían los mismos ojos. Siempre había creído que se los había heredado algún abuelo (biológicamente hablando, sí era así), pero ahora veía que eran idénticos a los de aquel hombre.
-Mi nombre es Billie Joe Armstrong, yo fui...
Jeremy no le dejó terminar, ya que apenas escuchó su nombre, lo abrazó, como a un hijo. Billie quedó sorprendido. Pese a que Jeremy había sido como un padre para él, nunca había pensado que seguiría teniendo ese trato con él.
-Pasen –dijo, aún sin fijarse en Jenny.
Entraron a una casa bien amueblada, con varias fotos y pinturas colgadas en las paredes. Los llevó a una sala de estar muy pequeña, donde los sillones estaban un tanto amontonados y con suerte cabía una mesa de centro.
-Les traeré té –musitó el hombre, yendo a la cocina-. Póngase cómodos.
Billie y Jennifer se acomodaron en un sofá y se pusieron a esperar a que el señor Lovett les llevase el té. Llegó a los minutos con una bandeja, la cual la dejó en la mesa de centro. Y, al levantar la vista, sus ojos chocaron con los de Jenny.
-J... ¿Jenny? –susurró, acercándose- ¿Mi Jenny?
Con expresión de tristeza, la joven negó.
-Mi nombre es Jennifer Claire Kiffmeyer –respondió-. Soy amiga de Billie. Mi padre se llama John, y también era amigo de su hija.
Él sonrió.
-El hombre que tenemos aquí no era amigo de mi hija. Estoy seguro de que habrían sido la familia perfecta –murmuró.
Jenny y Billie tomaron sus tazones de té.
-Señor Lovett –comenzó él, tras tomar un sorbo de la infusión-, ¿qué le pasó a su hija?
Él cambió su expresión de calma a tristeza.
-Jenny tenía Neurofibromatosis, del tipo dos –la Jenny actual lo miró asombrada, mientras que Billie no entendió-. Es una enfermedad que crea tumores en la piel, columna... Y, en algunas ocasiones, en el cerebro; Jenny los tenía ahí –aclaró.
Billie cambió su expresión de no entender por una que demostraba que tan atónito estaba.
-Pero... La neurofibromatosis es una enfermedad hereditaria; debe tenerla uno de los padres para que los hijos la contraiga, aunque hay sólo un cincuenta por ciento de posibilidades de que la desarrolle.
Él asintió, con expresión amarga.
-Mi esposa lo tenía –murmuró-. Ella murió, poco después de que mi hija falleciera. No soportó el perderla.
Billie se acercó a él y lo rodeó con un brazo, un tanto inseguro de lo que hacía. Se imaginaba lo terrible que sería para él perder a uno de sus hijos y a Addie o Jenny.
Al rato, Jeremy se separó de Billie Joe y se dirigió a alguna parte de la casa, de la que volvió con un sobre en su mano. Se la entregó a Billie.
-Si me disculpan, necesito ir a acostarme...
Les indicó la salida y, tras despedirse, se fueron.
-Eso fue raro –comentó ella.
-Déjalo, acabamos de recordarle la pérdida de dos de sus seres más queridos –dijo él.
-No, eso no fue lo raro –rebatió Jenny-. Lo raro fue el cómo te abrazó y el que yo conociera esa enfermedad. No recuerdo dónde la oí antes...
Billie asintió.
-¿Qué te parece si vamos a un hotel, pedimos servicio a la habitación y ahí abrimos la carta? –sugirió él, encendiendo el motor.
-Me parece bien –respondió ella, con una sonrisa.
Billie se acercó a ella y la besó, brevemente, antes de echar a andar el auto.

Llegaron a un hotel en unos minutos. Sólo quedaba un cuarto matrimonial. Fingiendo ser hermanos (“él se tiñe el pelo, pero en verdad lo tiene del mismo color que yo”), lo consiguieron. Pidieron algo para cenar a la habitación y, tras recibir la comida, se acomodaron sobre las mantas y abrieron la carta, la cual estaba escrita en la clara letra de Jennifer Lovett.
  
“Querido Billie Joe:
Si estás leyendo esto, es que yo ya me he ido. Y debes estar preguntándote, el porqué te dejé, si yo te amaba tanto. La respuesta es porque tengo una enfermedad mortal, llamada neurofibromatosis. Y...
No te imaginas lo terrible que fue para mí decirte que no te amaba, siendo que no era verdad. Lo terrible que fue empacar todo para irme a Oregon, con el fin de asistir a todos los tratamientos de Washington que pudiera. Lo terrible que fue dejar todo, para no hacerte sufrir de más. Hace ya una semana que terminamos, y no puedo dejar de pensar en ti. Te amo, como nunca amaré a nadie.
Me dieron tiempo hasta poco después de que cumpliera veinte años. Después de eso... Bueno, el tumor de mi cerebro llegará a su límite.
Espero que hayas continuado tu vida. Sé que te casarás y tendrás una vida feliz, una vida que yo siempre deseé pero que posible no será. No pierdas lo que consigas en tu vida. Y si alguna vez llegas a quedar encerrado en la oscuridad, no olvides que tus estrellas de la suerte llegarán a ayudarte.
Con amor, tu Jenny.”

En el sobre también estaban las fotos de ellos juntos y cartas que se enviaban. Pero esa había sido la carta que más le había llegado a él en su vida. Con unas cuantas lágrimas en los ojos, se dejó abrazar por la pelirroja.
Así se durmieron.

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