Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

sábado, abril 30, 2011

Rest - Capítulo Veintidós: Hora de pedir ayuda.


Como tenía demasiada hambre, entré al primer lugar que encontré abierto… Es decir, entré a un pequeño bar de mala muerte, en el que, esperaba, hubiera comida. Me alivié al ver que sí y que no era tan malo por dentro como lo parecía por fuera. Me senté en una mesa y ordené una hamburguesa y un gran plato de papas fritas. Me vi tentado a pedir también una cerveza, pero decidí que lo mejor era mantenerme lo más consciente y despierto posible, por lo simplemente pedí una Coca-Cola.
Unos diez minutos después, me encontraba comiendo lo pedido, mientras que me preguntaba el porqué Addie me había hecho aparecer ahí. Lo reconocía como el lado este de Oakland, bastante cerca de unos suburbios para nada seguros y unos suburbios un poco más tranquilos. También sabía que, si me ponía a caminar, llegaría a Berkeley en menos de diez minutos y a Rodeo en una hora, ya que estos eran los lados que solíamos frecuentar con Mike cuando nos aburríamos durante nuestra adolescencia.
¿Acaso Dean Bleeker podía vivir por aquí? ¿O mi aparición acá era una simple coincidencia? Mejor dicho… ¿Quién era Dean Bleeker? ¿Cómo conocía a mi esposa? ¿Por qué quería meterse con ella? Bueno, eso era fácil, ella era hermosa, comprensiva…
-Concéntrate –me recordó la conciencia que solía adoptar la voz de Mike. Sacudí la cabeza-. Así me gusta.
-Necesito papel –murmuré, restregándome los ojos.
Aunque la verdad eso sería una pérdida de tiempo, ya que no tenía nada que anotar. Sólo el nombre Dean Bleeker, un montón de signos de interrogación y muchas, muchas, muchas páginas de lo maravillosa que era Addie.
En fin, terminé mi comida y mi bebida y llamé a la camarera, para pagarle la cuenta. Recién ahí recordé que, probablemente, no tenía dinero…
Fue por eso que me sorprendí al encontrar en un bolsillo una billetera con el dinero justo para pagar la cuenta y dejar un poco de propina. Pagué y me fui del bar, preguntándome cuando había llegado eso ahí.
Mi mirada se desvió a una cabina telefónica que había en la calle de al frente, una de las típicas… con Guía Telefónica incluida. Guiado por un impulso, crucé la calle y empecé a revisar la guía. No tardé nada en encontrar el apellido Bleeker… y la gran cantidad de nombres. Había, a lo menos, unos diez Dean. Y era muy tarde para probar uno a uno por teléfono, ya que no me contestarían… Y el que vivía más cerca, vivía a dos horas caminando.
-Bueno, no me queda opción –murmuré.
Arranqué la hoja de la guía, la doblé en varios pedazos y comencé a caminar… Y a caminar… Y a caminar…
Había pasado alrededor de una hora, cuando me pregunté cómo sabría quién era. Sin Addie a mi lado, no tenía cómo reconocerlo, ya que era ella quien lo conocía, no yo. Maldije en mi mente, mas no me detuve. A falta de plan, era lo único que podía hacer.
-Necesito un auto –murmuré.
Vi el desvío que me dejaría en mi casa en una media hora más de caminata. Me planteé ir hacia allá, entrar y sacar algún auto, para continuar mi búsqueda más rápidamente. Estaba por doblar, cuando recordé que ya eran más de las cuatro de la mañana, y que, debido a ello, todos estaban durmiendo. También recordé que se suponía que estaba en coma en un hospital, así que no podía pedirle a nadie que me abriera la puerta… Y, además, de abrirme, no me dejarían sacar un auto, ya que se suponía que estaba loco, alucinando y que pertenecía a un psiquiátrico. Fue por esto que no doblé y continué caminando.
Para cuando llegué a la casa de ese Bleeker, el sol ya estaba saliendo y, gracias a las luces del segundo piso, deduje que ya había movimiento en la casa. Rogando con que hubiera alguien lo suficientemente despierto como para abrirme, fui a la puerta principal y toqué el timbre. Al no obtener respuesta, volví a tocar… Y otra vez…
Estaba a punto de tocar el timbre por cuarta vez, cuando la puerta se abrió, dándole paso a un hombre poco mayor que yo, quien me miró molesto, de pies a cabeza. Ya estaba vestido, mas su cabello aún se veía húmedo, por lo que supuse que se había vestido a toda carrera para abrir la puerta.
-¿Sí?
Recordando lo que había planeado en el camino, dije:
-¿Esta es la casa de Dean Bleeker? Era un amigo de mi esposa, y me gustaría hablar un poco con él al respecto…
-¿Dean Bleeker? No, él ya no vive aquí –masculló el hombre.
Y me cerró la puerta en la cara, fuertemente. Molesto y tomando su reacción como la confirmación de que él era Bleeker y que no quería hablar conmigo, levanté mi puño, dispuesto a volver a tocar la puerta y el timbre, alternadamente, hasta que me recibiera apropiadamente…
-No es él –susurró una voz a mi izquierda. Me detuve de inmediato y la miré-. Te dijo la verdad, él ya no vive aquí…
-¿Pero vivía aquí? –Pregunté en un susurro. Ella asintió.- ¿Cómo lo sabes?
-¿Para qué te mentiría? –Ella suspiró, tomándome de la mano y llevándome a un lugar más alejado.- Pero no hay modo de saber si es el mismo Dean Bleeker que me acosaba o no.
-¿No lo sabes? –Negó.- ¿Entonces por qué aparecí más cerca de acá que de cualquiera de los otros Bleekers?
-No lo sé. Yo no elegí el lugar de tu “renacimiento”, fue al azar –explicó-. Si yo hubiera elegido, habría optado por un lugar más central y a una hora más razonable.
-¿Quién eligió entonces? –pregunté, deteniéndome; habíamos avanzado media cuadra y ya estábamos fuera de la vista de la casa cuya puerta había tocado.
Habló. Y no le entendí. Suspiré.
-Soy prácticamente lo mismo que tú, y aún no tengo derecho a saber qué hay después de la muerte –murmuré, molesto.
-Pero hay una gran diferencia entre nosotros: Tú estás vivo. Yo no. Simplemente no estás en tu cuerpo y tienes un cuerpo “provisorio”, que no tiene pulso y que, si no te has dado cuenta, no necesita respirar.
Recién ahí me di cuenta que no estaba respirando y que, si me ponía a analizarlo, no había respirado en toda la larga caminata. El único momento en el que recordaba haber tomado aire, era cuando le hablé al sujeto, ya que, sin aire, no podía emitir sonido. La miré, extrañado.
-Si no tengo para que respirar y no tengo pulso, ¿por qué tenía hambre?
Addie se sonrió.
- no tienes que respirar y no tienes pulso porque tu cuerpo está respirando por ti y teniendo pulso por ti. Sin embargo, a tu cuerpo le están dando suero, así que tiene hambre, o sea, tú tienes hambre –se explicó.
Asentí, comprendiendo.
-No sé si encontrar eso genial o ridículo –admití-. En fin, necesitamos un plan para entrar a la casa y averiguar si hay algo del Bleeker que ya no vive ahí.
Addie abrió mucho los ojos.
-No hablas en serio…
-Sí lo hago, y lo sabes. En todo caso, ¿qué es lo peor que me puede pasar? No pueden inculparme, ¡tengo la coartada perfecta! –me expliqué.
-Pueden atraparte en el acto y no podrás volver a tu cuerpo. Y si te atrapan y mueres, no te irá muy bien allá arriba –murmuró.
-¿Qué? ¿Me mandarán al infierno?
Addie hizo una mueca.
-El infierno no existe.
La miré, sorprendido. Era la primera revelación del más allá que me hacía y que yo podía entenderle. Addie se sonrió, probablemente viendo mi cara… O leyendo mis pensamientos. Acababa de recordar que ahora podía hacer eso.
-Si no hay infierno, ¿qué le pasa a la gente que…?
-Son obligados a reencarnar –me cortó-. Y realmente me gustaría que tuvieras una buena y larga vida antes de morir, y que, al hacerlo, estés conmigo para siempre –se explicó, acariciándome la mejilla.
Le sonreí, levemente.
-Bueno, no dejaré que me atrapen –murmuré-. Simplemente tengo que ir cuando salgan todos y arreglármelas. No se ve tan difícil: La casa no tiene rejas.
-¿Y si tiene alarma?
-Miraré por la ventana a ver si se ve algo de alguna alarma antes de entrar; la mayoría de esas cosas están cerca de la entrada.
-¿Y si alguien te ve?
Pensé eso por unos momentos.
-¿Todavía sientes cuando alguien se acerca? –le pregunté, ante lo que ella asintió- Bueno, cuando sientas eso, me avisas y salgo de ahí lo más rápido que pueda. Y si me descubren, me encierran, no alcanzo a volver a mi cuerpo y muero… Bueno, si encuentro la información que haga que el imbécil vaya a la cárcel, pagaré feliz el castigo que me impongan allá arriba.
Me abrazó.
-De acuerdo… Pero  si te pillan, te juro que te daré una patada de la que no te olvidarás ni en tu próxima vida –murmuró, molesta-. Mejor busca un lugar en el que puedas ver qué pasa sin que nadie te vea.
Asentí y me devolví hacia allá, por la calle contraria, buscando algún lugar en el que pudiera esconderme. Al final, me decidí por el pequeño pasaje que quedaba entre dos casas que estaban muy pegadas, en el cual alguien había puesto algunos basureros. Los esquivé y me escondí detrás de ellos, para poder observar lo que ocurría en la casa, no sin antes revisar la hora: Seis y cuarto de la mañana. Addie se sentó a mi lado.
-Podemos conversar si quieres –musitó ella, tras unos diez minutos de silencio en los que yo la había rodeado con un brazo y me concentraba en no pensar demasiadas cosas; no quería marearla.
-Puede que a ti no te escuchen, pero a mí sí –susurré-, y se supone que estoy de incógnito.
Ella revoleó los ojos.
-Pero yo puedo leer tu mente. Así que, técnicamente, tú piensas y yo te respondo.
Me sonreí.
-Buena idea –pensé-. ¿Puedo preguntarte el cómo apareció una billetera con el dinero justo para pagar la cuenta de mi comida?
Addie se sonrió, apoyándose en mi hombro.
-Tómalo como un regalo de navidad adelantado, ya que no puedo darte mucho más –musitó.
Estuvimos “conversando” alrededor de media hora, yo preguntándole cosas acerca de lo que viene después (lo único que conseguí averiguar era que ella estaba bien, ya que el resto de sus palabras se me hicieron imposibles de comprender) y ella preguntándome acerca de mi estadía en el psiquiátrico. No obstante, después de esos treinta minutos, optamos por quedarnos en silencio, simplemente abrazándonos… Lo que para mí significaba un gran esfuerzo mental. Ella lo notó.
-¿Cómo nunca lo noté? –La miré, sin entender.- ¿Cómo nunca noté lo mucho que pasaba por tu cabeza?
Suspiré.
-Porque cuando estaba contigo, sólo pensaba en ti –pensé, con una sonrisa-. Excepto cuando estaba atrapado con alguna canción o algo así, que eran los momentos de largos silencios y mirar al vacío, que era cuando preferías alejarte.
Addie asintió, recordando.
En ese momento, escuché cómo la puerta de un garaje se abría. Apenas asomando la cabeza por detrás de los basureros, miré a la casa que vigilábamos. Efectivamente, era ese garaje, y de él salía un pequeño auto azul. Salió a la desierta calle y se fue, dejando que la puerta se cerrara automáticamente. Sin importarme que alguien me viera o que aún pudiera quedar gente en la casa, crucé la calle y, como pude, me tiré para atravesar la nada de espacio que quedaba entre la puerta y el suelo, para caer en el interior. El golpe fue lo suficientemente fuerte como para quedarme en el suelo un par de instantes, recuperándome. Luego, me puse de pié, recordando que no me convenía desperdiciar tiempo si tenía ir a todas partes caminando. Tras limpiarme un poco de polvo que me había quedado de rodar por el suelo, me dirigí a la puerta del garaje, del modo más silencioso posible, en caso de que aún hubiera alguien en la casa. Sin embargo, antes de llegar a la puerta, esta se abrió desde adentro, sobresaltándome. De haber tenido corazón, probablemente me habría dado un infarto o un ataque de taquicardia. No obstante, me relajé al instante al ver que era mi Addie quien me esperaba al otro lado del umbral.
-La casa está vacía –anunció-. Y no hay alarma.
Suspiré, aliviado.
-Gracias –murmuré.
Sin más, entré, mirando todo a mi alrededor, y analizándolo de paso. Era una típica casa familiar. O eso supuse, ya que habían cuadros de flores y paisajes, además de bordados, así que, o el tipo que me abrió era gay o vivía con una mujer…
Y luego encontré un cuadro en el que se veía una hoja de papel y dos pequeñas manos estampadas con témpera. Debajo de esto decía, con letras de niño pequeño, “Feliz día, Mamá”. En la letra de algún adulto, decía 1999. Así que además había una adolescente en la casa. Bien. Una familia. Mi suposición era correcta.
En fin, el pasillo se acabó y llegué a una sala de estar, en la cual había un mueble bajo lleno de libros… sobre el cual se encontraban varias fotografías. Había varias familiares, así que empecé a verlas, con Addie a mi lado, en caso de que ella reconociera al Bleeker que buscábamos…
Fue ahí que la vi.
Jane era la adolescente que vivía en la casa.
Al instante recordé las palabras de Joey cuando la madre de Jane fue a buscarla a la casa: “Es divorciada”.
-Así te conoció… -susurré, más para mí que para mi esposa- Por eso estaba cerca de la casa el otro día… Por eso el otro tipo se enojó cuando lo nombre…
-¿Qué? –me preguntó Addie.
-¿No te das cuenta?
-¿Qué cosa?
Le mostré la foto en la que se veían el sujeto que me había abierto hace un rato, Jane y su madre.
-La madre de Jane es divorciada. Su ex esposo debe ser Dean Bleeker. Debió haberte conocido en alguna cosa del curso y le gustaste…
-Billie, eso es bastante improbable, ni siquiera sabes el apellido de Jane –murmuró, no muy convencida de mi teoría.
Sin decir nada, comencé a rebuscar entre las fotos, hasta que pillé una foto en la que Jane era más pequeña y se encontraba en brazos de otro hombre, quien tenía sus mismos ojos. Le mostré la foto a Addie, quien, al instante, empalideció y se tensó. Suspirando, me acerqué a ella y la rodeé con un brazo.
-¿Es él? –Ella asintió, quedamente.- ¿Viste que aparecí ahí por alguna razón?
Ella rió, levemente, tras lo que le di un corto beso.
-Estamos sobre la pista. Ahora tenemos que encontrar algo que nos diga donde vive…
Sin esperar respuesta alguna de Addie, la solté y me fui al teléfono que había en una mesita, esperando encontrar alguna libreta con direcciones. Al no encontrar nada, registré el resto de la sala de estar con la mirada. No vi ninguna libreta, así que atravesé la puerta que había al fondo, puerta que me llevó al comedor, en el que no había ningún pedazo de papel.  Ninguno. Fue por eso que atravesé la otra puerta del lugar, que llevaba a la cocina, en cuyo refrigerador había una gran cantidad de papeles pegados con imanes. Con una sonrisa, empecé a revisarlos. Entre ellos, había una gran lista de números y direcciones de emergencia. La dirección de Bleeker era la última de la lista, y estaba cubierta por un calendario de la campaña de Clinton. Era como si fuera su último recurso.
Me pregunté el porqué se habían divorciado, tras lo que recordé que el sujeto acosaba a mi esposa. Quizás Addie no había sido la primera. Quizás había más mujeres que habían acabado matándose por él, o sufriendo eternamente en vida. Me sentí mal. Todas ellas sufriendo, sin ningún tarado dispuesto a sacrificar todo por ellas, como yo por Addie. Todas ellas sufriendo, sin ningún tarado amándolas incondicionalmente…
Sentí un abrazo, sacándome una sonrisa. Obviamente, había oído todo lo que yo había pensado.
-No eres un tarado…
-Sí lo soy, pero eso no importa, te amo.
Ella sonrió.
-Yo te amo más.
-No lo creo…
La besé…
Al separarme, suspiré, frustrado.
-¿Cómo voy a llegar allá? Está en San Francisco. No hay forma de llegar allá, encontrar todo y volver al hospital antes de las tres de la mañana –murmuré-. Aunque si robo un auto podría hacer eso, pero tú con suerte me dejaste entrar a una casa y…
-No, robar un auto es una idea terrible… Creo que es hora.
-¿Hora de qué?
Me miró, seriamente.
-De pedir ayuda a Mike.

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