Mi madre ya contaba con setenta y siete años. Hacía un buen tiempo que se teñía el cabello rubio y, pese a estar en una edad en que la mayoría de las personas no se siente con ganas de nada, ella no se sentía más joven porque no se podía. Desde la muerte de mi padre, era la responsable de mantenernos a todos unidos… Y la muerte de Addie le daba, una vez más, la oportunidad de hacerlo.
-¡Billie Joe! –exclamó, apenas abrí la puerta.
-Hola, mamá –murmuré, dejando que me apretujara en un abrazo. Me sentía como si tuviera diez años-. ¿Cómo estás?
Se separó de mí y me observó, de pies a cabeza. Sentí cómo su mirada se detenía en mis ojos y en mi nariz… Y como olfateaba a mi alrededor.
Déjenme aclarar algo: Mi madre era un detector de drogas humano. Era capaz de detectar un rastro de cocaína en una camisa blanca y un resto de olor a marihuana en la camisa del colgador de la pieza, camisa con la que fumaste marihuana días atrás. Para mi suerte, llevaba meses limpio, por lo que no detectó nada.
-Mejor que tú, mira que flaco estás –farfulló, pasando una mano por mi rostro. Sólo atiné a sonreír, levemente, a modo de disculpas-. Bueno, estoy aquí y me encargaré de alimentarte.
-Gracias, supongo.
Fue ahí que me di cuenta que mis hermanos se encontraban avanzando lentamente a la casa, como si temieran mi reacción o mi estado. Suspirando, me separé de mi madre y me dirigí hacia ellos, a ayudarlos con las maletas, a la vez que Joey y Jake distraían a su abuela… Digo, la saludaban. Cómo sea…
-¿Cómo están todos? –les pregunté, quitándole una pesada maleta a Marci y una más liviana a Anna- ¿Qué mierda traen aquí?
-Estás peor de lo que pensé –murmuró David, mirándome, con preocupación.
David es con quien tengo menor diferencia de edad (dos años, aproximadamente), por lo que era con quien mejor me llevaba en mi infancia y adolescencia… Lo que causa que sea quien mejor me entiende, analiza y demás.
Pero eso no fue ningún impedimento para mi mayor don: Estirar la verdad. O, en una palabra más informal, común y sincera, mentir.
-Entiendan que estoy bien, no hacía falta que vinieran todos –murmuré-. ¿Por qué crees que estoy tan mal?
David señaló mi rostro… Más específicamente, el delineador.
-Puedes estar fingiendo sentirte bien, lo que quiere decir que te sientes como la mierda… O puedes estar bien de verdad (cosa que dudo) y tienes severos problemas mentales –se explicó.
Suspiré.
-No le digas a mamá.
Fue ahí que llegamos a la entrada. Dejé las maletas de mis hermanas y las saludé apropiadamente (es decir, con un abrazo). Marci no parecía querer soltarme, y Anna tenía cara de funeral. Odiaba esa cara. Y lo peor es que la vería por un buen tiempo.
-¿Y Alan? –pregunté, ya dentro, tras haber cerrado la puerta.
-Se vino en taxi, porque decidió que era intolerante a tanta gente en tan poco espacio –respondió Anna, torciendo sus comisuras levemente, en un intento de sonrisa. Estuve a punto de regañarla para que sonriera normalmente, pero me contuve a tiempo-. Llegará en unos…
En ese instante, sonó el timbre. Sonreí y me dirigí a abrirle a mi medio hermano, a quien todos considerábamos como hermano de sangre… Aún si tuviera más diferencia de edad conmigo que con mamá.
-Hola, hermanito –lo saludé, con una sonrisa, recibiéndole la maleta… O, mejor dicho, arrebatándosela de sus manos, ya que no parecía querer entregármela. Probablemente, no quería que yo me esforzara, por miedo a que me pusiera a llorar o algo-. ¿Cómo estás? ¿Cómo están tus veinte hijos?
Alan soltó una breve carcajada.
-Quince, perdóname –murmuró-. Están bien, todos te mandan saludos, mi esposa igual.
Asentí.
Silencio.
-¿Qué tan mal estás? –me preguntó, a mitad de camino.
Exasperado, revoleé los ojos.
-Entiendan que estoy tan bien como puedo estar –mascullé.
-Cuando entiendas que nos preocupas y que te conocemos lo suficiente como para saber que eres capaz de… -Mi hermano negó, incapaz de completar la oración. No hacía falta que lo hiciera, le había entendido.
-No he estado haciendo nada autodestructivo –mascullé-. Y no pienso hacerlo tampoco.
Alan volvió a negar.
-Ese es el problema: No lo piensas. Un día colapsarás tanto que, de impulsivo, terminarás haciendo alguna idiotez –murmuró.
No le dije nada. Primero porque no sabía que decir, y segundo porque ya habíamos llegado a la puerta de la casa, por lo que no nos era posible continuar la conversación, no sin correr el riesgo de que todos se involucraran.
-¡Tré, suéltame! –exclamaba mamá, riendo, desde la cocina.
-¡Nunca! –gritó él, como un niño pequeño.
Reí también y me dirigí hacia allá, donde estaban todos. Al final, tras una mirada de fingida “rabia” hacia Tré de mi parte, él la soltó, permitiéndole saludar a Mike, quien se limitó a un simple abrazo y un beso en la mejilla, para luego saludar a Alan, quien venía detrás de mí.
-Eh… ¿Almorzaron? –les pregunté a todos, sin saber qué decir, tras un breve silencio.
-No, no aún, cariño –respondió mi madre.
Cariño… Cómo odiaba que me dijera así. Sólo lo hacía cuando era pequeño y hacía alguna maldad, o cuando ella creía que me sentía mal y deprimido por haber peleado o terminado con alguna novia.
-Ok… ¿Tienen hambre? Porque el almuerzo está listo y estoy seguro que Joey y Jake me destriparán si no comemos ahora –murmuré, haciendo que mi hijo menor asintiera, rápidamente. Todos rieron.
-Sí, está bien.
Así pasamos a la mesa, donde no me quedó otra opción que comerme el GRAN plato que mi madre había servido… Se preguntarán el porqué sirvió ella, siendo que es mi casa. La razón es simple: Mi madre no puede estar con todos nosotros sin ser la maldita anfitriona. Siempre que nos juntamos en otra casa, termina haciendo todo ella. Útil si no quieres trabajar… Estresante si el estrés y la presión son mucho para ella.
-Billie, ¿has estado comiendo bien? Estás [i]tan[/i] flaco –decía ella, desde el otro lado de la mesa. Ella había quedado en una cabecera y yo en la otra.
-Sí, mamá, he estado comiendo bien –mentí, poniendo los ojos en blanco. Realmente me sentía como un maldito adolescente-. Ya sabes que cuando no me siento bien psicológicamente, bajo de peso.
Me arrepentí de inmediato de haber dicho eso. Ahora comenzaría a sospechar lo mal que estaba. O eso creí, ya que, para mi suerte, Anna entró al rescate.
-Mike, ¿cómo están Britt y Brixton? Vi las fotos de la boda en una revista el mes pasado…
Mi amigo sonrió, levemente, a la vez que todos dirigían sus miradas hacia él, permitiéndome suspirar, aliviado.
-Están bien. Brixton cumplió un año la semana pasada, ya quiere aprender a caminar… Estelle se la pasa jugando con él…
Fue así que comenzó una conversación sobre los primeros pasos de los hijos, comenzada por Mike, Anna y Alan. Mamá se metió ahí de inmediato, casi al mismo tiempo que Marci. David se limitó a escuchar atentamente, al igual que mis hijos y Tré se dedicó a no participar y vigilar mi estado. Al parecer, en mi rostro se reflejaba que me sentía a punto de vomitar.
-Papá, ¿cómo empezamos a caminar nosotros? –me preguntó Jake.
Algo en mi expresión debió revelarle que había sido una mala idea preguntar, ya que pareció arrepentirse de inmediato.
-Tus primeros pasos fueron en el patio… Al lado del árbol. Estabas con tu madre y yo me tenía que ir de gira… Fuiste tras de mí –murmuré, recordando: El aroma del pasto recién regado, el sonido de la van afuera, esperándome… Las pequeñas lágrimas que corrían por los ojos de Adrienne, quien veía cómo nuestro hijo menor caminaba torpemente hacia mí, para abrazarme y pedirme con su mirada que no me fuera…
Tardé un par de instantes en darme cuenta que todos me miraban, atentamente. Tardé aún más en darme cuenta que su expresión era de preocupación.
-Permiso, mamá me sirvió mucho y me duele el estómago –musité, poniéndome de pié, en dirección al segundo piso-. Bajo en un rato.
Ninguno de mis hermanos dijo nada, como tampoco lo hicieron mi madre, Joey y Jake. Sin embargo, me detuve al final de la escalera cuando sentí dos pares de pasos, acercándose hacia mí.
-¿Estás bien?
Sólo pude asentir, mientras me volteaba hacia ellos y me dejaba caer en el último peldaño, sentado, apoyando mi rostro en una mano.
-No puedo creer que aún no logre mantenerme sin pensar en Addie por más de media hora –susurré, sin levantar la mirada.
-Es normal –murmuró Mike, sentándose a mi lado-. Te pasó lo mismo cuando murió Andy.
Negué.
-Es diferente… Esto… Esto es peor.
-Claro que es peor, a los diez años no tenías completamente claro el concepto de muerte.
Alcé la mirada, con el pulso acelerado, para encontrarme, nuevamente, con Adrienne, quien me miraba entristecida. Para mi desgracia, desapareció de inmediato, ya que Tré se paró ahí, causando que se “fuera”.
-Vas a superarlo, y lo sabemos… Pero nos preocupa todo lo que te pase mientras lo logras –se explicó el baterista, mirándome fijamente-. Aún no lo has hecho, pero llegará el día en que colapses y te des una sobredosis de todo lo que encuentres.
Negué.
-No quiero consumir nada. No quiero perder el sentido de la realidad…
Bueno, mejor dicho, el poco sentido de la realidad que me quedaba.
Tré suspiró.
-Voy a distraer al clan, les diré que estás cansado porque hace tiempo que no duermes bien…
-Se van a preocupar.
-No tanto como si saben que no duermes en lo absoluto, que apenas comes y que te quedas en mi casa por tu seguridad –me interrumpió-. Ahora anda a tu pieza a relajarte o algo.
Tré se volteó y se fue. Yo me tuve que quedar un poco más en el peldaño antes de poder incorporarme, en dirección a mi habitación, acompañado de Mike. Estaba tan acostumbrado a su presencia que no me molestó. Quería estar solo, pero él era como una extensión de mi persona para entonces.
-¿Qué fue lo que recordaste en la mesa? –me preguntó Mike, ya en el interior de la pieza, cuando yo me sentaba a los pies de la cama.
Una amarga sonrisa torció mis labios.
-La cara de Addie el día que Jake empezó a caminar… Estaba llorando.
Mike hizo memoria.
-Gira –murmuró.
-Gira –concordé-. Mierda, ¿por qué no aproveché mejor el tiempo con ella? ¿Por qué no me quedé a estar con ella?
-Porque no estarías feliz, y te habrías aburrido de mí al poco tiempo.
Dirigí mi mirada a la puerta del baño de mi pieza. Addie volvía a mirarme, ahora con una pequeñísima sonrisa, prácticamente imperceptible. Se me llenaron los ojos de lágrimas, cosa que Mike notó, por lo que siguió mi mirada. Obviamente, al no ver nada, preguntó:
-¿Qué pasó?
Negué, pasándome una mano por los ojos, para secarlos.
-Nada –susurré.
-No me mientas, sé que estabas pensando en algo.
¿Le decía o no? Era quien menos líos armaría, pero no me atrevía a decírselo.
-Sigue tus instintos –susurró Addie.
-¿Billie?
Sacudí la cabeza.
-¿El insomnio y el ayuno causan alucinaciones? –pregunté, en un rápido, atropellado y avergonzado farfullo.
Mike me miró, extrañado.
-¿Qué?
-Que si el insomnio y el ayuno causan alucinaciones –repetí, un poco más claramente.
Alzó una ceja, como si me preguntara si hablara en serio. Casi le dije que no tenía para qué poner esa cara, que era obvio que le hablaba en serio, y que me respondiera de una maldita vez.
-Creo que sí… ¿Estás alucinando?
Me encogí de hombros.
-Me pareció escuchar un ruido –inventé.
Mike sonrió, levemente.
-No, no te pareció escuchar nada –susurró-. Ya, volvamos con los demás, deben estar preocupados. Haré café, beberás de eso y quizás te quite el sueño lo suficiente como para no ver… lo que sea que ves.
Estaba seguro de que Mike iba a decir “Adrienne”, pero algo se lo impidió. Lo agradecí en mi mente.
-Gracias.
Sin más, salimos de mi pieza, de vuelta a la cocina.