Si alguien se dedicara a recorrer el primer piso, se lo encontraría totalmente a oscuras. Después de todo, eran pasadas las doce de la noche y, debido al viaje, todos los miembros del Clan Armstrong estaban cansados. Sin embargo, si alguien cruzara el pasillo que lleva a la cocina, vería una única y pequeña luz, proveniente de una lámpara, frente a la cual verían a un sujeto leyendo un libro con el pelo cubierto en una gorra de baño transparente. El sujeto era, obviamente, yo. El libro, como de costumbre cuando sufría de insomnio severo, era “El guardián en el Centeno”, y la gorra era por mi cabello, el cual volvía a teñir. Esta vez, había optado por mantener el pelo completamente negro, no rubio con raíces negras como quería, originalmente. Estaba tan distraído que, probablemente, olvidaría retocármelo las veces que necesito retocarlo, por lo que era mejor algo simple.
Cerré el libro. Pese a sabérmelo de memoria a esas alturas, no lograba comprender ni una palabra de lo que leía. El insomnio tenía mi cabeza en otro lado, lo que me impedía concentrarme en lo único capaz de distraerme de mis alucinaciones…
-No puedes ignorarme para siempre, ¿sabes?
… Las cuales, por cierto, no habían desaparecido ni por si acaso.
-Desaparece –murmuré, sin dignarme a girar la cabeza hacia la izquierda, que era desde donde escuchaba a Addie.
Sin embargo, la respuesta vino desde la derecha, en forma de una voz masculina:
-Ok, lo siento.
-No, David, perdón –farfullé, rápidamente-. Hablaba solo.
Mi hermano prendió la luz de la cocina, por lo que yo apagué la lámpara que utilizaba en ese momento, resignándome a que no podría dormir nuevamente; leer con poca luz me daba sueño, pero ahora no estaba ni leyendo ni con poca luz, y, probablemente, la conversación que tendría requeriría de muchísima concentración como para poder irme a dormir.
-¿Y por qué estabas en las penumbras? –me preguntó, sentándose frente a mí, tragándose todos los comentarios que solía hacer cuando me veía tiñéndome o maquillándome, al mismo tiempo que Addie suspiraba y se iba de la cocina.
-Porque así me daría sueño –respondí, sin entrar en detalles, concentrándome en no demostrar ninguna señal de alivio ante la desaparición de mi alucinación.
-¿Insomnio?
-Como siempre.
-Estás mintiendo.
Hice una mueca.
-Ok, peor de lo usual, pero tú me entiendes –murmuré. Quería dejar el tema zanjado-. ¿Qué te trae por aquí?
David me dedicó una mirada severa.
-¿Hace cuánto que no duermes? –me preguntó.
-¿Anoche?
Revoleó los ojos.
-Decentemente.
No dije nada. Si le decía “desde la muerte de Adrienne” se preocuparía, y, probablemente, le diría a mamá. Era igual que en la secundaria: Si yo tenía un problema y David me descubría, debía fingir que no me afectaba, para no tener que lidiar con mi madre histérica y neurótica.
-¿Has pensado tomar algo para eso?
Reí, irónicamente.
-Claro que he pensado en tomar algo, David. Pero tú sabes que, si empiezo a tomar algo, es probable que no lo deje –murmuré-. Y no me siento de humor para desconectarme de la realidad…
Es decir, si ya alucinaba sin tomar nada…
-Me tienes preocupado…
-A ti y a todos los demás –mascullé, cruzándome de brazos y frunciendo el ceño-. Entiendan que estoy lo suficientemente grandecito como para cuidarme solo.
-¿Y por eso tuviste que vivir con Tré por un tiempo?
Suspiré.
-Era la única forma de que él y Mike me dejaran tranquilo, ¿sabes? –murmuré.
La alarma de mi celular sonó, recordándome que debía enjuagarme el cabello. Sin decir nada, apagué el equipo y me dirigí al lavaplatos, donde tenía un gran recipiente con agua limpia. Sumergí mi cabeza en él, para luego enjuagarlo abrir la llave del agua y enjuagarme con eso. David se limitó a observarme en silencio, incluso hasta después que cerré la llave y comencé a secarme con una toalla que tenía a mano.
-Si vas a decirme algo, hazlo ahora, que me quiero ir a acostar –dije, harto de que se quedara ahí parado sin hacer o decir nada, simplemente analizándome con la mirada.
David hizo una mueca.
-Si tienes algún problema o algo, que no compartes por miedo a nuestra reacción… Sólo quiero que sepas que estamos aquí para ti, ¿ok?
Sonreí. Conociéndolo, le había costado bastante decir eso.
-No te preocupes, si me pasa algo así, no dudaré en correr a pedir ayuda como el marica que soy –mentí, con una sonrisa, sonando más honesto que lo que había sonado en toda la conversación. David sonrió, creyéndome-. Ya, me voy a dormir, buenas noches.
Sin prestarle atención alguna a su respuesta, me dirigí a la escalera, la cual subí, pesadamente. Debía irme a la pieza matrimonial y quedarme ahí, intentando dormir. Sabía que me sería imposible dormir en el mismo cuarto en el que había encontrado a Adrienne muerta, pero debía intentarlo. Al menos por una hora, tras la cual podría irme al sótano sin problemas, ya que todos estarían durmiendo profundamente.
No obstante, aún con todos esos pensamientos en mente, no pude evitar el plantearme no entrar cuando estuve frente a la puerta. Tomando una gran cantidad de aire, abrí la puerta y la atravesé, con los ojos cerrados. Aún sin abrirlos, cerré la puerta tras de mí. Avancé un par de pasos y, recién ahí, los abrí.
Casi solté un grito cuando me encontré con Addie, muy cerca de mí. Conteniéndome, retrocedí un paso.
-No seas idiota –murmuró ella, con cierta tristeza en su voz-, tenemos que hablar, de verdad.
Negué.
-No voy a hablar con una alucinación –susurré.
Fijó sus ojos castaños en los míos. Vi en la penumbra (no había prendido la luz, pero la cortina no estaba cerrada por completo, así que algo de luz se filtraba) cómo se mordía el labio inferior y como su respiración (sí, respiraba) se aceleraba levemente.
-No estás alucinando, Billie –susurró ella, seriamente-. Soy real.
Negué.
-Estás muerta.
-Lo sé.
-¿Entonces cómo puedes ser real?
Sin responderme nada, se acercó a mí, lentamente. Me mantuve firme. Sabía que, al tocarme, desaparecía, así que no me moví…
Me equivoqué… Y soberanamente. No me di cuenta cómo me abrazaba y besaba, desesperadamente. Un escalofrío recorrió mi espalda, rápidamente: Era tangible. Me separé, asustado, con la respiración agitada por los nervios, a la vez que un rubor prácticamente imperceptible (¿dije que estábamos a oscuras?) aparecía en su rostro.
-Sí eres real –susurré, llevándome una mano a mis labios, intentando no pensar en lo bien que se había sentido besarla por primera vez en un mes-. Sí eres real.
Ella asintió, con una pequeña sonrisa.
-Lo soy.
-Addie… –susurré.
Ésta vez, fui yo quien se acercó, y lo hice de un modo bastante más rápido. La abracé, estrechamente, dejando que unas cuantas lágrimas se me escaparan. A continuación, la besé, lentamente, disfrutando cada segundo del beso, el cual se alargó por un rato, tras lo que me separé, apoyando mi frente en la suya.
-¿Por qué? –pregunté.
-¿“Por qué” qué? –susurró ella, cerrando los ojos ante el tacto de mi mano.
-¿Por qué todo?
Las lágrimas también se agolpaban en sus ojos ahora. También me había extrañado. Sin separarse de mí, negó.
-No te lo puedo explicar todo –musitó-. Bastante, pero no todo.
Asentí, levemente. Las palabras se habían perdido en mi garganta, y no lograba concentrarme en nada coherente. Sólo podía pensar en que la tenía a mi lado. Tras un gran esfuerzo, pude articular algo:
-Te amo –susurré.
Addie sonrió.
-¿Aún después de todo esto? –me preguntó, intentando no demostrar lo mucho que le preocupaba la respuesta. También sonreí.
-Prometí amarte para siempre, porque creí que así sería –susurré-. Hasta ahora, no he hecho más que darme cuenta que es verdad.
Le di un beso, más corto y superficial. Ella sólo sonrió, para luego separarse de mí y mirarme, con una preocupación más que evidente.
-¿Has dormido?
-Iba a eso –musité.
-Ups –musitó ella, bajando la mirada-. Mejor me voy entonces…
-¡No! –exclamé, mas en un tono bajo de voz- Al menos dime lo que querías decirme.
Frunció su nariz.
-Tengo un conflicto de intereses –admitió, un tanto molesta-. Si te digo todo, no vas a dormir.
-Tampoco dormiré si te vas sin decirme nada –susurré.
Nos quedamos mirando, en silencio. Ella pensativa y yo… ¿Recuerdan cuando les dije que los momentos con Addie eran mis momentos más “silenciosos”, mentalmente hablando? Bueno, en ese instante, no tenía absolutamente nada en mente.
Por primera vez en días, bostecé, de un modo relajado. Ella lo notó.
-Acuéstate que sea –pidió, tomándome una mano con las dos suyas. Se separó de inmediato, al notar mi escalofrío: Estaba helada como la piedra-. Perdón –añadió.
-Está bien, me tomaste por sorpresa –susurré.
Por mera curiosidad, volví a acariciarle el rostro, el cual, para mi sorpresa, pese a estar enrojecido, estaba igual de helado que su mano. Ella notó la extrañeza en mi rostro.
-Consecuencias de estar muerta –murmuró, con cierto resentimiento.
Asentí, intentando contener el nuevo escalofrío que quería recorrer mi espalda. Un pensamiento había despertado en mi mente, y no era uno bueno. Era uno bastante razonable, el cual convertía toda esta conversación en lo más terrorífico que había experimentado en mi vida. Algo debió reflejarse en mi mirada.
-Estás asustado –afirmó.
-No –mentí.
Ella sonrió, levemente.
-Te he visto mentirle a todos hoy, no parece que lo estés intentando aquí –susurró.
También sonreí.
-No puedo mentirte –confesé-. Ok, sí, estoy un poco asustado, pero únicamente porque es imposible que esté hablando contigo, que pueda tocarte… -Suspiró.- Que estés [i]respirando[/i] a mi lado, como si fuera lo más normal… Como si estuvieras viva.
Volví a tocarle el rostro, decidido. No me estremecí ni nada.
-¿Ves? Sólo fue la sorpresa –susurré-. No tengo miedo.
Ella sonrió, levemente.
-Anda a dormir… Otro día te cuento todo –susurró.
Se separó de mí y comenzó a avanzar a la puerta. Rápidamente, la alcancé y la abracé por la espalda, estrechamente.
-No te vayas –le pedí-. Quédate.
Se separó de mí y me miró.
-Sólo si te vas a dormir [i]ahora[/i] –condicionó.
Con una sonrisa, me quité las converses y todo lo demás, a excepción de los bóxers, para luego ponerme una polera que había dejado a mano y meterme a la cama. Ella sonrió y rodeó la cama, para llegar al lado en el que ella solía dormir. Se sentó ahí, sobre las mantas, mirándome.
-Duerme –susurró, mientras me ladeaba para quedar mirándola.
-Prométeme que no te irás –susurré, abrazándola, a la vez que ella se acomodaba y torcía una mueca-. Promételo.
-Puedo prometerte que no te darás cuenta cuando me vaya –susurró, acariciándome el cabello con su gélida mano.
Era suficiente para mí. La tenía a mi lado. Con una pequeña sonrisa, asentí, y cerré los ojos.
-Te amo.
Todo era tan irreal que, mientras escribo esto, aún no estoy seguro de que realmente estaba ahí. Parte de mí está convencida que esa noche me desmayé del sueño y soñé todo lo ocurrido, mientras que otra prefiere creer que Addie realmente estaba ahí. Todo lo que sé es que, al cerrar los ojos, sólo fui consciente de su mano acariciándome y de su respiración por un par de minutos, tras lo que me dormí, sumiéndome en el sueño más profundo que tenía en semanas.
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