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Hacía un buen rato que ya había
amanecido. El sol marcaba las nueve veintisiete de la mañana, y Adrienne
respiraba profundamente a mi lado, dándome la espalda. Llevaba bastante
observándola, a la vez que jugueteaba con el anillo que ahora llevaba en mi
anular izquierdo. Ya debería estar sintiéndolo menos frío, ¿no? ¿O era normal
que siguiera sintiéndolo igual de ajeno que el día anterior? Ojalá fuera la
segunda opción. No quería ni pensar en la posibilidad de que quizás sí me había
apurado mucho en casarme. No quería arrepentirme. De verdad que no. Addie me
amaba, y me amaba de verdad, y no iba a dejarme por nada del mundo… Y más
importante aún, yo la amaba a ella. No tenía por qué preocuparme. No había
forma alguna de que me arrepintiera. De verdad.
Sentí como mi esposa (punzada en mi estómago) se
removía a mi lado. Con una sonrisa, le acaricié la espalda, para luego
abrazarla y susurrar a su oído:
-Buen día, señora Armstrong.
No la veía, pero sabía que
sonreía.
-Buen día, señor Armstrong.
Se volteó y me besó, causando
que, una vez más, mis dudas se disiparan. Ella era tan perfecta, ¿cómo podría
llegar a aburrirme de ella alguna vez?
-¿Cómo dormiste? –pregunté.
Sonrió.
-Bien, aunque sigo con nervios
por la boda… Mi estómago me está matando.
Le di un beso en la frente.
-Hay que volvernos a la casa a
las doce… Pasemos a buscar algo a la farmacia.
-Me parece –murmuró.
Fue ahí que me di cuenta de algo:
Tenía la misma cara que ponía cuando sacaba la cuenta de las cosas que llevábamos
en el supermercado.
-¿Pasa algo? –pregunté.
Negó, aún con esa expresión en su
cara.
-Sólo… Es que… No, no puede ser.
-Addie…
Me miró, con una clara
preocupación en su rostro, mordiéndose el labio inferior.
-Tengo un atraso.
Sentí un escalofrío subir y bajar
por toda mi espalda, para luego ver cómo toda la habitación daba vueltas. Me
sentía al borde de un ataque de pánico, siendo que en verdad ya estaba
sufriendo uno. Me costaba respirar. Haciendo un esfuerzo enorme, pregunté:
-¿Segura?
Cubriéndose el rostro, ella
asintió. También me moví el labio inferior. ¿Qué mierda hacía? ¿O qué debía
decir? Debía mostrarle mi apoyo, debía hacerle saber que todo estaba bien…
¿Pero por qué no podía hacerlo?
Porque no estás listo para un niño.
Ni siquiera intenté apartar ese
pensamiento de mi cabeza: Era verdad, no estaba listo para tener un hijo, ni siquiera
era capaz de cuidar una planta. ¿Qué haría con un bebé en mis brazos?
Pero luego me imaginé teniendo a
un niño, idéntico a mí, o a una niña, idéntica a Addie, e, inmediatamente,
sentí una extraña presión en el pecho, que no tenía nada que ver con el miedo.
Era la misma presión que sentía antes de lo que sabía que sería un buen
concierto. Eran ansias, no ansiedad. Y fue así que abracé a Addie.
-¿Qué te parece si te levantas,
yo ordeno todo, y pasamos a una farmacia camino a casa?
Addie se descubrió la cara,
mostrando unas cuantas lágrimas en sus ojos.
-¿No estás enojado?
-¿Por qué iba a estar enojado?
Primero que nada, es responsabilidad de ambos, y segundo, si estás embarazada,
va a ser nuestro hijo o hija, será una bendición.
Me abrazó, estrechamente.
-Te amo.
Me costó un poco (pero sólo un
poco) responderle:
-Yo más.
Tras calmarla un poco más (al
tiempo que me dejaba caer en un estado de inconsciencia total), la llevé al
baño, para que se duchara y demás. A mí me daba igual el no bañarme, así que,
simplemente, me cambié de ropa y junté todas nuestras cosas, para luego
sentarme en el borde de la cama, pensativo. Debía admitir que seguía asustado.
Pero menos. Mucho menos. Un lado de mí rogaba que el test de embarazo resultara
negativo, mientras al otro le daba igual… Y otro recordaba las últimas palabras
de Sarah. Tengo un atraso, no sé si…
Ni siquiera había tenido para reaccionar esa vez. Y ahora reaccionaba, y no
reaccionaba bien. ¿Acaso no aprendía de mis errores?
-Estoy lista.
Levanté la vista, para
encontrarme con Addie, ya vestida, con una clara expresión de ansiedad.
Sonriendo, tomé la maleta que tenía nuestras ropas, metí la llave de la
habitación en uno de mis bolsillos, le tomé la mano y salimos de la pieza, y,
seguidamente, del hotel, para subirnos en nuestro auto (sí, ahora tenía un
auto). Estábamos a mitad de camino a nuestra casa, cuando encontramos una
farmacia. Estacioné el auto en la acera, le di un rápido beso en los labios a
Addie, nuevamente en un intento de relajarla, y entré a la farmacia.
-Buenos días.
-Buenos días, ¿me da un test de
embarazo?
El señor que me atendía sonrió,
sacó un test, lo marcó en la caja y me dijo el precio. Saqué la billetera, pagué
y me devolví al auto, donde le pasé la bolsa a Adrienne, quien parecía haber
quedado enmudecida por este acto. Luego aceleré a la casa.
Una vez estacionado el auto en su
lugar, bajé la maleta, para entrar tras Addie, quien caminaba lentamente hacia
el interior de la casa. Luego cerré la puerta, dejé la maleta en cualquier
lado, volví a tomarle la mano y la llevé al baño de la habitación, donde, tras
darle otro corto beso, la dejé sola, para comenzar a pasear de un lado a otro
de la habitación… Hasta que, un par de minutos después, ella salió.
-¿Y bien?
Negó.
-Hay que esperar dos minutos más.
Automáticamente, me dirigí al
reloj que teníamos en el velador. Addie me imitó.
Faltaba un minuto…
-Pase lo que pase, estaremos
juntos en esto –susurré.
-Lo sé –susurró ella, en un tono
de voz para nada convencido. Alcé una ceja-. Estoy nerviosa, ¿ya?
Reí, levemente, para abrazarla.
Treinta segundos…
-Falta poco…
Pasaron los treinta segundos…
Y pasaron varios más.
De hecho, tuvieron que pasar tres
minutos enteros, y recién ahí me pude separar de mi esposa.
-A la mierda, es ahora o nunca.
Y entré al baño. Addie había
dejado la prueba de embarazo encima del lavamanos, así que hacia allá caminé.
Con las manos temblorosas, lo tomé y vi el resultado.
Sentí un alivio inmenso que no me
imaginaba, cosa que no logré comprender. ¿O sea que esto era lo que realmente
quería? ¿No era todo un gran error?
Con las manos temblorosas y con
el test de embarazo aún en mis manos, me devolví a la pieza, donde Addie me
esperaba impaciente. La miré, fijamente, tras lo que dejé que una amplia
sonrisa curvara mis labios
-Felicidades, mami.
Y la abracé.
El resto del mes fue bastante
borroso, ya que nos la pasamos contándoselo a nuestros conocidos, en citas con
médicos y, en mi caso, en conciertos varios. Me mataba no estar en casa, de
verdad, en especial ahora. Me lamentaba el haber aceptado embarcarnos en el
Lollapalooza, de verdad. Nuestra participación en el festival duraba desde
Agosto hasta Septiembre, lo que significaba que me perdería una buena parte del
primer trimestre del embarazo de Adrienne. Genial. Al menos Tré me entendía, ya
que se encontraba en una situación similar con Lissea. Me sorprendí a mí mismo
sumido en una larga conversación acerca de nombres con él, un par de días antes
de nuestra participación en Woodstock, en nuestra habitación de hotel.
-Si es niño, quiero que se llame
Ramone…
-Tré, el nombre es Ramón –lo
corregí, riendo.
-Cierto… Igual, si es niño tiene
que llamarse Frank igual. Bueno, si es niña, se llamará Ramona.
Sonreí. Ramona Wright. Sonaba
bien.
-Joey es un buen nombre –comenté.
-¿Joey Ramone Armstrong?
-No, Joseph Algo Armstrong… -Pensé
en mi padre.- Quizás Joseph Andrew… O Joseph Marciano. Lo que a Addie le guste
más…
Tré iba a añadir algo más, cuando
Mike entró, acompañado del tipo que estaba a cargo de nosotros mientras
estuviéramos de gira.
-¡Qué bien que están todos aquí!
¿Se acuerdan de la sesión de fotos de la que les hablé? –Tré y yo negamos,
mientras que Mike asintió.- Bueno, la fotógrafa ya llegó, así que los
llevaremos a que se arreglen un poco y luego pasarán al salón de eventos del
hotel, que arreglaron para ustedes.
Asentimos, y lo seguimos hacia
los maquilladores y peluqueros y demás. Como de costumbre, el tipo a cargo de
peinarme un poco miró asqueado mi pelo azul.
-Te vas a quedar calvo si sigues
así, chico –me dijo.
-Nah. Aún no entiendo porqué
tienen que peinarnos…
-Porque tus rizos son muy
delicados –bromeó Tré, quien simplemente dejaba que le pararan el pelo en
cualquier dirección-. Al menos nos dejan usar nuestra ropa, ¿no?
-Por desgracia –comentó el
peluquero, poniéndose frente a mí, para asegurarse que mi pelo estuviera bien.
Me miró la corbata-. ¿Para qué la rayaste?
-No sé, me gustan los signos de
interrogación.
Mike y Tré rieron.
-Mejor vamos de una vez –murmuró
Mike.
Asentí y, tras agradecer
burlonamente al peluquero (quien se veía muy ofendido por lo de la corbata, de
verdad), los tres salimos de ahí, en dirección al salón de eventos del hotel,
en el primer piso. Nos encontramos con que no había nadie ahí, mas ya estaban
ahí todas las cámaras y luces en posición.
-Odio esto –murmuré. Mike rió.-
¿Qué?
-Te encanta, admítelo.
Negué. No me encantaba. De hecho,
nunca me había gustado que me tomaran fotos. Sarah era la excepción, pero eso
era algo que nunca diría en voz alta.
-Me carga que nos digan que
actuemos como nosotros en treinta fotos, nos digan qué hacer en 10, y sólo usen
las diez que nos ordenaron –farfullé.
-Bueno, eso es verdad.
Escuchamos como la puerta se
abría, detrás de nosotros, así que nos volteamos, para ver quién era.
Apenas vi a la recién llegada,
sentí un fuerte escalofrío recorrer mi espalda, mis brazos y, mejor dicho, todo
mi cuerpo, al tiempo que mi estómago se retorcía fuertemente, y todo a mi
alrededor parecía dar vueltas. Tuve que inhalar grandes bocanadas de aire para
poder relajarme. Vi a mi derecha cómo Mike y Tré tenían reacciones más lentas,
pero similares… Aunque mucho más disimuladas que la mía. Sentía mis piernas
pegadas al suelo, aunque también sentía que desaparecerían en cualquier
momento, causando que cayera al piso.
Y eso no era todo: A la
distancia, vi cómo sus ojos azules se abrían de asombro, y como la cámara que
llevaba en su mano derecha temblaba levemente. Nuestras miradas se encontraron
y, al instante, supe que ella estaba igual de asustada que yo.
-Hola, Sarah –saludé, en un hilo
de voz.
Santa mierda.
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