Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

jueves, abril 28, 2011

Rest - Capítulo Diez: Sopa de tomate.


Sentí una suave caricia en el brazo, despertándome. Sin querer abrir los ojos, me aferré más aún a Addie, a quien aún rodeaba con mi brazo izquierdo.
-Billie, cariño, es hora que te levantes –susurró una voz femenina en mi oído.
Comencé a sentirme más despierto… Lo que me permitió comprender que mi brazo no estaba rodeando a otra persona, sino que, simplemente, estaba apoyado sobre el colchón. Aturdido, abrí los ojos, para encontrarme con que la abundante luz del sol entraba por las ventanas, cuyas cortinas ya estaban abiertas.
-¿Qué hora es? –pregunté, parpadeando rápidamente, consciente de que la persona que me había despertado seguía tras de mí, sentada en lo que quedaba de la cama.
-La una y media. El almuerzo estará listo en media hora.
Sonreí, levemente: Había dormido más de doce horas, todo un récord para mí.
-Gracias, mamá –musité, sentándome y volteándome hacia ella-. Ya me levantó.
Ella me sonrió, para luego acariciar mi rostro, suavemente, como cuando era niño. En lugar de, como de costumbre, molestarme, me hizo sentir más que confortado. Aún sonriente, la abracé, causando que riera.
-Quién diría que tendría que esperar a que cumplieras cuarenta años para ponerte mamón –bromeó ella, mirándome fijamente.
-Mamá, ese es David –la corregí-. Yo soy el de treinta y siete.
Ella asintió, aún riendo, para luego darme un beso en la frente. Me sonrosé, levemente.
-Ya, te dejo para que te levantes de una vez… El almuerzo no se hace solo –musitó ella, separándose de mí y poniéndose de pié.
-Ok.
Salió de la pieza…
Mi sonrisa de desvaneció al instante. No es que haya sido un cínico y haya fingido toda la felicidad con mi madre, no… Lo que pasa es que, como todo ser humano, tengo la capacidad y el derecho de sentir más de una cosa a la vez… Y además de la felicidad de haber dormido, y la alegría y el agradecimiento que sentía hacia mi madre, me sentía sumido en la más profunda de las tristezas. Ya saben, esas tristezas que se originan por haber perdido algo que, mientras se tuvo, fue maravilloso… Ese algo era, en mi caso, Addie… Y era aún peor, pues era la segunda vez que me la arrebataban.
-Al menos ya no alucinaré más –me afirmé.
Estirándome, me salí de la cama y me dirigí al cuarto de baño, donde me afeité, duché y sequé. Luego, volví a la pieza, donde me vestí con unos jeans negros y una camisa verde musgo… En otras palabras, saqué el primer colgador que tuviera tanto pantalones como camisa que encontré. Me extrañé al notar que el pantalón se me caía, por lo que revisé el cinturón. Maldije: No podía achicarse más.
-¿Qué mierda? –me pregunté.
-[i]Ah, es algo bastante inusual, se llama “bajar de peso”[/i] –ironizó una de mis conciencias, la cual solía adoptar la voz de Tré y estaba aquí, más que nada, para burlarse de mí-. [i]Suele ocurrir cuando no comes.[/i]
Ignorando esto, me dirigí al baño, donde me delineé los ojos y me alisé el cabello, ahora con la intención de distraer las miradas de mi evidente desnutrición. Al menos ya no tenía las grandes y profundas ojeras. En fin, me abroché bien las Converses y salí, en dirección al living, donde Marci y tejía algo y Jake le sujetaba la lana con sus manos.
-¿Sabes? Mamá usaba una silla –comentaba él, denotando en su voz lo aburrido que estaba.
-A mí me enseñaron que alguien tiene que sujetarlo, sobrinito –musitó mi hermana, sin despegar la mirada de su tejido.
-Lo siento, Jake, todos los Armstrong pasamos por lo mismo –comenté, sentándome en el sofá que quedaba frente a mi hijo menor-. Tu madre ideó el sistema de la silla para ahorrarle el sufrimiento a Joey.
Mi hijo rió, levemente.
-Al fin despiertas… Me gusta tu pelo –comentó Marci, mirándome.
Algo digno de mencionar: Mi hermana mayor mentía, y descaradamente. ODIABA que me tiñera, y odiaba que me alisara el cabello. En su opinión, ambas cosas atentaban contra los genes que había heredado (genes que me obligaban a tener el cabello rizado y de un color aburrido e indefinido) y  que lo hacía únicamente para negar mi herencia y mis orígenes. No obstante, desde el nuevo milenio (vale destacar que ella creía que el mundo iba a acabarse el 2000), mi hermana decidió fingir que le daba igual. Aunque, aquí entre nos, creo que lo que más le desagradaba era lo mucho que acentuaba mi homosexualidad, la cual todos mis hermanos intentaban ignorar. Sin embargo, pese a saber todo esto y más, mi único comentario fue:
-Gracias –murmuré, revolviéndome un poco mi cabello-. ¿Dónde están todos los demás?
-David, Alan y Joey están en tu estudio, mamá y Anna cocinan y yo estoy aquí con el pequeño Jake…
-… Que no bajó porque creyó que sobraría entre todos los bateristas –murmuró mi hijo, respondiendo a la pregunta que le hacía con la mirada desde el instante en que mi hermana dijo la palabra “estudio”.
Reí.
-Vamos de todos modos, seremos los únicos imbéciles con guitarras –musité, poniéndome de pié de un salto.
Obviamente, mi hijo no tardó ni diez segundos en dejar la lana en la mesita de centro e incorporarse, para acompañarme al estudio…
Donde Joey tocaba rápidamente, sorprendiendo a sus tíos.
-Todos un Armstrong –comentó Allan, al ver que mi hijo no parecía cansado en lo absoluto.
-Sí, heredó lo que yo no –murmuré, revelando mi presencia-. ¿Cómo están todos?
Mis hermanos sonrieron al verme mucho más despierto que el día anterior y sin ojeras.
-Divirtiéndonos con el próximo Bonham –contestó David-. ¿Sabías que tu hijo puede tocar Moby Dick entera?
Asentí.
-Qué esperabas, Tré le enseño –murmuré, dirigiéndome a las guitarras del estudio-. Bien, Jake, ¿qué quieres tocar hoy?
Mi hijo miró todo antes de responder, tímidamente.
-¿Me prestas a Floyd?
Sonreí. Tomé la Les Paul y se la pasé, para luego dejarme caer en uno de los sofás y observar como Jake se unía a su hermano con la guitarra, generando más sorpresa aún en sus tíos, quienes acabaron por aplaudir, más que entusiasmados, ignorándome por completo… Gracias al cielo.
¿Cuánto tiempo llevaba sin tocar guitarra? ¿Cuánto llevaba sin componer? Hasta ese día, no me había percatado de mi falta de interés en lo musical, mas ahora se me hacía obvio… Con razón que durante los días que viví con Tré, él se la pasaba mirándome extrañado cuando bajábamos al estudio y no hacía NADA que no fuera conversar con él, Mike y/o Ruri, siendo que, normalmente, si había guitarras cerca, era probable que sacara una. Bueno, tendría que bajar un día de estos a practicar, lo tenía más que claro… De lo contrario, era probable que terminara sin trabajo. Reí, levemente, al imaginarme a Mike y Tré “despidiéndome”.
-¿Ves? ¡Hasta Billie lo encuentra gracioso! –exclamó David.
Allan revoleó los ojos.
-Aún así, hermanito, no es un chiste apropiado para los niños…
-Estamos acostumbrados, el tío Tré es peor –comentó Joey, riendo.
Reí, levemente.
-Sí, eso es verdad –concordé.
En ese instante, la puerta del estudio se abrió, dándole paso a Anna, quien nos observó a todos antes de entrar bien.
-El almuerzo está listo –anunció, observándome extrañada-. ¿Por qué no estás tocando nada?
Me encogí de hombros.
-Es muy temprano –me excusé, poniéndome de pié y dirigiéndome a la salida del estudio-. Comida de mamá, ¡yay!
Mi hermana rió, decidiendo que lo mejor era creerme. Sin más, nos dirigimos al comedor, donde Marci y mamá servían todo. Me senté en mi puesto de siempre, al igual que Joey y Jake, y los demás se acomodaron donde pudieron… Claro que dejando la cabecera libre para que mamá se sentara ahí una vez que acabase de servir.
-Y…. ¿qué es el almuerzo? –pregunté, antes de que me sirvieran mi plato.
-Sopa de tomate, para empezar. Luego hay papas con carne…
Asentí, recibiendo mi plato de sopa… El cual no me veía capaz de comenzar. Aparte que, como de costumbre, no tenía hambre, el plato era totalmente [i]rojo[/i]. No comprendí el porqué me dio tanto asco…
Hasta que vi cómo los demás se servían y dejaban que un poco del líquido goteara: Parecía sangre. Mi madre había exprimido los tomates ella misma y se veía más rojo de lo usual. Mi asco aumentó.
-Billie, cariño, ¿no vas a comer? –me preguntó mi madre, preocupada, desde el otro lado de la mesa, causando que todas las miradas se fijaran en mí. Me pareció sentir cómo me sonrojaba, pero la verdad era que estaba palidísimo.
-N… No tengo ganas de comer sopa, mamá –musité, en un hilo de voz. Alzó una ceja-. Ok, comeré…
Tomé la cuchara que tenía a mi derecha y la metí en el plato, sacando una buena cantidad de sopa, para luego acercar la cuchara hacia mí, en lo que parecía cámara lenta. No me pasó desapercibido el cómo las gotas caían lentamente de vuelta al plato… Como tampoco dejé de notar el color similar a la sangre que rodeaba a Addie el día que la encontré.
Sin pensarlo, dejé la cuchara ahí mismo y me puse de pié, para correr en dirección al baño, en cuyo inodoro vomité, al instante. Jalé la cadena, con la respiración agitada: No podía creer que había vomitado por algo tan imbécil como un color.
-Cálmate… Es normal que sufras de algunos “traumas” después de…
Casi vomité de nuevo al [i]sentir[/i] a Addie a mi lado, rodeándome con uno de sus heladísimos brazos. Tuve que ponerme de pié, rápidamente, para mirarla, sorprendido.
-¿Por qué alucino si ya dormí bien? –susurré, sorprendido.
La expresión de Addie cambió de compresiva a dolida.
-Creí que anoche habíamos acordado que era real –susurró.
Asentí.
-Pero al despertar hoy creí que había alucinado todo –susurré yo, rascándome la nuca, nervioso. Sí estaba ahí, de nuevo-. Eres más real de lo que pensé.
En ese instante, sentí pasos acercándose. Me volteé, rápidamente, para encararme a mi madre, que me miró a mí (sudoroso y pálido, ya que estamos) y exactamente al punto en que Addie estaba. Me sentí paralizado. ¿La miraba a ella o al inodoro?
-¿Vomitaste?
Mis piernas casi flaquearon por completo cuando oí esa pregunta, debido al alivio. Por algún motivo, prefería ser el único que veía a Addie. Ahora que lo pienso, debía aliviarme más el que no fuera el único que la viera, pero qué se le iba a hacer.
-Sí –musité, levemente avergonzado.
Mi madre suspiró.
-¿Qué te pasó?
Reí, amargamente.
-Me recordó a la sangre –respondí, sin entrar en más detalles. Con eso bastaba. De reojo, vi como Addie bajaba la mirada, sintiéndose culpable-. Creo que no almorzaré…
-Sí, sí almorzarás. No creas que no he notado lo flaco que estás, Billie Joe –me regañó mi madre-. Vas a comer, aunque sean las puras papas, ¿me oíste?
Asentí, molesto. Sin más, salió del baño, en dirección al comedor.
-Lo siento –susurró Adrienne.
No le respondí. Me limité a seguir a mi madre y a cerrar la puerta del baño al salir, fuertemente, dejándola sola, conteniéndome de devolverme a abrazarla en búsqueda de consuelo.

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