-Viene alguien –susurró Addie, repentinamente.
Nos encontrábamos recostados en el suelo del estudio, ella apoyada en mi hombro y yo acariciándole la mejilla, disfrutando su compañía e ignorando lo anormal que era tenerla junto a mí. Después de todo, la había extrañado, y mucho, por lo que tenerla a mi lado, ya fuese de un modo innatural o no, era una bendición.
-¿Cómo lo sabes? –susurré, con la voz un tanto somnolienta. Me sentía más que relajado a su lado, ya que, por primera vez en un buen tiempo, mis pensamientos se encontraban acallados, lo que me causaba tener un poco de sueño.
Ella se separó de mí y me miró, tomándome una mano con las dos suyas, causando que sintiera un escalofrío desde la mano al resto de mi cuerpo, por lo helada que estaba ella.
-Eso no importa ahora –susurró-, lo que importa es que tienes que pararte y fingir estar haciendo algo, ¿ok?
Se puso de pié. La imité.
-¿Dónde estarás tú? –pregunté, como un niño pequeño que no quiere perder a su madre en el parque de juegos.
Addie sonrió.
-No voy a dejarte, estaré aquí… –contestó, tras lo que se me acercó y me susurró:- Pero no podrás verme.
Me dio un suave beso y, al separarse, me miró por varios instantes, hasta que tuve que parpadear. Al volver a abrir los ojos, ya no estaba.
No obtuve ninguna respuesta. Suspirando, tomé la guitarra que había dejado en el suelo y salí de la cabina, para guardarla.
-¿Tocaste algo, hermanito? –me preguntó Anna, entrando, estirándose.
Negué.
-Practiqué el canto, más que nada –respondí-, no tenía idea qué tocar.
Mi hermana asintió, acercándose a mí, para tocarme la mano, con una expresión de curiosidad.
-Estás heladísimo, ¿seguro que estás bien?
Asentí, extrañado. No sabía que, cuando Addie me tocaba, realmente cambiaba lo que tocaba. Me pregunté qué pasaría si me golpeaba o algo… ¿Quedaría un moretón? ¿O se sentiría en el momento y luego nada? ¿Y qué vería la gente si entraba cuando besaba a Addie?
-Creo que me quedé dormido en la silla que hay en los controles de la cabina –inventé.
-Ah… -Miró detrás de mí.- ¿Estabas escuchando algo?
Me volteé y vi que los audífonos estaban sobre el panel. Yo no los había dejado así, y tampoco recordaba que la silla estuviera en esa posición. Luego recordé que, antes de entrar a cantar conmigo, Addie había estado sentada ahí, hablando por el micrófono… Pero eso no explicaba los audífonos…
A menos que estuviera por ahí en ese instante. Me sonreí, levemente.
-Sí –respondí, dándome cuenta que mi hermana mayor aún esperaba una respuesta.
-¿Puedo oír? Me gusta oírte cantar –pidió ella, con una sonrisa.
No recordaba qué cinta estaba ahí, tras lo que deduje que Addie había grabado cómo cantaba. Obviamente, Anna no debería escuchar a mi esposa cantar conmigo, por lo que asentí. Retrocedí la cinta (que alguien había detenido) hasta el comienzo y saqué los audífonos. Quería asegurarme lo que oiría.
Tal como supuse, sólo se escuchó mi voz. Mi hermana se sonrió: Desde que era pequeño, que siempre me acompañaba, únicamente para oírme cantar. No obstante, me extrañé al oír en la grabación el sonido de una puerta abrirse y cerrarse. Por su expresión, mi hermana igual encontró esto extraño.
Y entonces, mi voz no era la única que resonaba en los parlantes: Addie también cantaba en el coro. Tuve que afirmarme, discretamente, del panel.
-No sabía que Adrienne cantaba –comentó Anna, cuando la canción terminó
Me sonreí. Addie sí cantaba, pero nunca me había dejado grabarla. Al parecer, había decidido presionado el botón de grabar sólo esta vez, para dejarme algún recuerdo de su voz para otros momentos, o, simplemente, hacerme el gusto alguna vez.
-Esa fue la única vez que me dejó grabarla –musité, apretando el botón de pausa. No quería que escuchara la conversación que habíamos sostenido varios minutos después, ya que se extrañaría demasiado, o, en el peor de los casos, se asustaría.
Anna pasó un brazo por sobre mi espalda.
-Hermanito, tienes que dejarla ir. Tienes que dejar de pensar en ella todo el día.
Negué.
-La amé con todo mi corazón, y todavía lo hago. ¿Cómo quieres que la deje ir así como así? –susurré.
Mi hermana no dijo nada, ya que no sabía qué decir. A lo único que atinó fue a abrazarme más estrechamente.
-Mamá pudo hacerlo. Tú deberías intentarlo –susurró. Me dio un beso en la mejilla-. Te dejo solo, y, por favor, práctica de verdad. No querrás que Mike y Tré te echen, ¿no?
Reí, levemente.
-Lo haré en un rato.
Me revolvió el cabello y salió del estudio, dejándome solo.
-Ella tiene razón –dijo alguien a mi lado.
Me volteé. Addie estaba ahí. En búsqueda de evadir el tema, le pregunté:
-¿Por qué tu voz quedó grabada en la cinta? –le pregunté. No me dijo nada.- ¿Vas a responderme algo?
-Depende qué preguntes.
Suspiré, pensativo.
-¿Alguien más puede verte?
-No. Sólo tú.
Asentí.
-¿Y por qué desapareciste cuando Anna vino, si no puede verte?
Se sonrió.
-No quería ponerte nervioso.
Silencio.
-Si te beso y entra alguien… ¿Qué vería ese alguien?
Addie negó.
-Supongo que te vería besando el aire, no lo sé –admitió-. ¿Por qué no me preguntas lo que deberías haberme preguntado hace un buen rato?
La miré, extrañado.
-¿Qué cosa es esa?
-¿Por qué me maté?
Me mordí el labio inferior, recordando los razonamientos que tuve mientras la besaba después de cantar [i]Hearts Collide[/i].
-No quiero saberlo –respondí, finalmente.
Su extrañeza superó la mía y la de Anna con creces.
-¿Cómo que [i]no[/i] quieres saberlo?
-No quiero saberlo. No quiero estar resolviendo un misterio imposible, quiero estar contigo. No quiero andar miserable por la vida porque te perdí otra vez, quiero ser feliz. –respondí. Ella despegó los labios para replicar algo, pero la interrumpí:- Sabes de lo que hablo: Apenas me digas, te irás. Lo sé.
Ella suspiró.
-Creo que eso es verdad –murmuró, tras lo que se sonrió, levemente-. La verdad que yo tampoco estoy segura de ello.
La miré, con curiosidad.
-¿Cómo es? –le pregunté.
Me devolvió la mirada.
-¿Qué cosa? –preguntó, a modo de respuesta.
-Estar… Estar…
No pude terminar la pregunta, pero ella igual me entendió.
-No hay nada malo en decir que estoy muerta, Billie –musitó ella, mirándome-. Y no es tan malo. No tengo que ir al baño. –Me sonrió, diciéndome que estaba bien reírme. No lo hice, ya que realmente no me causaba gracia. Suspiró.- Lo terrible es no poder estar ni contigo ni con los niños, y saber que, eventualmente, tendré que dejarte de verdad.
La miré, entristecido.
-¿Por qué?
Me miró, como si estuviese sorprendida de que preguntara eso.
-¿Por qué tengo que dejarte? –Asentí. Su incredulidad se transformó en enojo.- ¡Billie!
-¿Qué?
-¡No puedes querer estar con alguien que nadie más puede ver! ¡Soy poco más que una alucinación!
Una nueva pregunta afloró en mi mente.
-¿Qué eres?
Me sonrió.
-¿Qué crees tú?
Me encogí de hombros.
-Un fantasma es lo más “racional”, pero eres sólida. Y no pareces un zombie.
Su sonrisa se amplió, causando que el pulso se me acelerara; amaba cómo sonreía. No obstante, con el pasar de los segundos, su sonrisa se volvió triste.
-No tengo pulso. No respiro. No estoy viva. Estoy tan helada como un poco de hielo y te dan escalofríos al tocarme. A una parte de ti, le debo dar miedo. ¿Por qué quieres estar con [i]algo[/i] como yo? ¿Por qué prefieres quedarte con algo que es poco más que una ilusión que buscarte algo de verdad?
Había pequeñas lágrimas en sus ojos, como si le costase mucho decirme todo esto, como si lo único que quisiera era decirme quería estar conmigo para siempre. Suspirando, me acerqué a ella y le acaricié la mejilla, pensando qué decirle.
-Puedes llorar. Puedes sentir. Puedo verte, tocarte, sentirte y amarte. Por eso quiero estar contigo, por eso prefiero estar contigo que buscar a alguien más –susurré.
Y, repentinamente, mi mano no estaba acariciándola a ella, sino que al aire. Addie había desaparecido.
-Y ya no estás –mascullé.
Me dejé caer en el sofá, restregándome las sienes, pensativo. [i]Necesitaba[/i] saber el porqué se había matado, pero no quería perderla otra vez. Una vez había sido demasiado para mí. Y no tenía ninguna forma de averiguar el porqué por mi cuenta. No había pistas. Ninguna. Sólo que no lo había hecho sola, por lo de la fuerza del cuchillo en su otra mano y todo eso que ya les conté. Volví a trazar la línea de posibles causas, y, nuevamente, no se me ocurrió nada. Maldije.
-Necesito papel –musité, con una idea en mente.
Rápidamente, como impulsado por una descarga eléctrica, me paré y salí del sótano, en dirección al pequeño estudio en el que estaba el computador y el desastre que había logrado ordenar antes de que mi madre y mis hermanos llegaran. Para mi suerte, ninguno de mis hijos había estado en la computadora últimamente, por lo que estaba todo intacto, así que no me costó nada encontrar mi cuaderno y un lápiz. Ahí anoté una lista de conocidos que influenciaron a Addie de alguna forma u otra: Mejores amigos, compañeros de trabajo (me refiero a Atomic Garden, ya que Adeline cerró hace un buen tiempo), familiares, conocidos, apoderados del curso de Joey (ella iba a sus reuniones)… Al final, la lista era bastante larga, y estaba encabezada por su mejor amiga, Jaime.
Me vi más que tentado a correr hacia el teléfono y llamarla, pero me contuve. ¿Qué le decía? “¿Tienes alguna idea de porqué tu amiga se mató, dejándome viudo?” No, no era una buena idea.
Fue ahí que recordé que ella no había estado en el funeral, por lo que no me había dado el pésame, ni a mí ni a los Nesser. Y conociéndola como la conocía (es decir, todo lo que Addie me había contado), vendría eventualmente, y ahí podría preguntarle si había notado algo raro en el comportamiento de Addie en sus últimas semanas de vida, ya que yo aún era incapaz de forzarme a recordar. Todo lo que tenía que hacer era esperar…
Todo lo que tenía que hacer era tener paciencia…
Lo único que tenía que hacer era disfrutar la compañía de Addie cuando se decidiera a aparecer de nuevo.
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