Era más que consciente de las miradas de todos en la mesa, pero las únicas dos miradas que realmente me molestaban eran la de mi madre y la de Adrienne, la primera por ser una mirada del más puro de los reproches y la segunda por ser la mirada de alguien que nadie más veía y que, definitivamente, no debería estar ahí.
-¿Más papas? –me preguntó mi madre, rompiendo el silencio que se había formado apenas volví a la mesa.
Negué. Mi estómago pesaba bastante y ya sentía renovadas náuseas, pese a tan sólo haber comido dos pequeñas papas. Además, [i]necesitaba[/i] hablar con Addie, para lo que debía pararme de la mesa; sería muy esquizofrénico hablar con una alucinación teniendo más gente presente.
-Quedé bien así –musité.
Algo me decía que se notaba en mi cara lo mucho que quería vomitar en ese momento, ya que mi madre me miró preocupadísima, para luego preguntarme:
-¿Quieres un agua de hierbas?
Claro que no quería un agua de hierbas, no quería nada. Pero negarme sólo nos llevaría a una larga discusión, la cual terminaría conmigo bebiéndome un agua de hierbas de todos modos, así que me limité a asentir, consciente de que Addie se sonreía levemente, en su rincón. Me sentía más loco de lo que me había sentido en toda mi vida, y eso ya era bastante.
En fin, me tomé la bendita agua, mientras conversaba con mis hermanos e hijos, ignorando olímpicamente a Addie, quien se notaba impaciente. De hecho, había comenzado a pasearse de un lado a otro, cruzada de brazos, instándome a que me apurara de una puta vez. No la culpaba, en su lugar estaría igual.
Los niños y yo palidecimos al instante, recordando, rápidamente, que debían haber vuelto hacía un buen tiempo.
-Eh… No han ido desde que Addie… -Negué.- Creo que mejor esperamos a la otra semana.
Mi madre abrió mucho los ojos.
-¡Vuelven MAÑANA, ¿me oíste?! Si siguen así, van a perder el año…
Los dos asintieron, tras lo que yo los imité.
-Llamaré al colegio –musité.
Y, finalmente, tuve la excusa que necesitaba para pararme de la mesa e irme, no sin antes sacar el inalámbrico del living e ignorar la mirada de Addie, una vez más, en dirección al sótano, en cuyo sofá me dejé caer.
-Necesitamos terapia de pareja –ironizó ella.
Me sobresalté su tanto al verla sentada a mi lado. No la había visto bajar conmigo, por lo que supuse que se había materializado a mi lado… O yo era un verdadero despistado.
-Si estuvieras viva y fueras real, no sería necesario.
Con una triste sonrisa, acercó su mano a la mía y, lentamente, me la tomó, causando que me estremeciera por el frío, el cual, si era posible, me pareció más frío que la noche anterior. Guiado por el más natural de los impulsos, le devolví el apretón de manos y comencé a acariciársela, suavemente, con el pulgar. Aún con la sonrisa en su rostro, Addie apoyó su cabeza en mi hombro, donde se quedó.
-Soy real –musitó-, quieras o no.
-Pero eso no tienen ningún sentido –afirmé, más que convencido.
-Lo sé, pero así es –murmuró-. Ya, llama al Colegio, que no quiero que repitan por mi culpa.
Asentí y tomé el teléfono con mi mano libre. Lo encendí y me quedé mirándolo fijamente, por varios segundos, pensativo.
-¿Amor?
Aquella palabra se me salió sin pensar, ya que me era normal llamarla así cuando estaba viva. Adrienne levantó la mirada, para mostrarme que su sonrisa era más relajada que la nerviosa y triste de hacía un par de instantes.
-¿Billie?
-¿Cuál es el número del Colegio?
Se rió, y su risa sonaba igual a como sonaba cuando estaba viva y se reía de lo idiota que podía llegar a ser si no me lo proponía, en especial si era algo relacionado con la tecnología de estos días.
-Aprieta el botón que estaba debajo de donde dice “Directorio” en la pantalla, baja hasta donde dice “Colegio” y luego aprietas el botón que dice “llamar” –explicó, pacientemente, como si le explicase a un niño retardado de tres años que no puede volar.
-Ok… Eh… ¿Cómo bajo?
Mi mujer… Ex Mujer… Difunta esposa… Bueno, [i]Addie[/i] revoleó los ojos.
-¡Con el botón que tiene una flecha hacia abajo dibujada!
Avergonzado, asentí e hice lo indicado, para luego pararme; no puedo hablar por teléfono sentado cuando estoy nervioso, costumbre más que acentuada en la época en la que sólo podía hablar con Adrienne desde teléfonos públicos, donde no podía sentarme aunque quisiera.
-Buenas tardes, Colegio Lincoln, ¿en qué le puedo ayudar?
Sacudí la cabeza, ordenando mis pensamientos.
-Soy apoderado del colegio, padre de Joseph y Jakob Armstrong. No han ido a clases hace unas dos semanas, ¿con quién debo hablar al respecto?
Supuse que el sujeto que contestó se quedó procesando la información, porque tardó su tanto en responder:
-Lo comunicaré con el Director.
Me tuvieron en espera por varios minutos, tras los cuales un hombre de voz ronca y clara me saludó, de modo profesional:
-Buenas tardes, soy el Director Prince, ¿en qué le puedo ayudar?
Sonaba como los tipos que daban las noticias en las radios. De trabajar ahí, le iría excelente. Volví a sacudir la cabeza, ahora para concentrarme. Addie soltó una pequeña risita.
-Buenas tardes… Eh… Mis hijos no han ido al colegio hace un par de semanas, ¿hay algún protocolo que seguir antes de que vuelvan a clases? –pregunté.
-Ah, usted debe ser el señor Armstrong… Siento mucho su pérdida.
No lo sentía en lo absoluto… Al menos no sonaba como si lo sintiera.
-Muchas gracias.
-Bueno, para que sus hijos vuelvan a clases sólo tienen que aparecerse con el justificativo. Debido a las condiciones especiales, no hay problema por la asistencia, pero, si no se ponen al día luego, pueden sufrir grandes consecuencias en su futuro…
-No se preocupe, lo tienen más que claro –inventé. La verdad era que no habíamos hablado al respecto, pero sabía que lo harían, les dijera eso o no.
-En ese caso, están más que bienvenidos… Y cualquier problema, la psicóloga del Colegio puede ayu…
-No se preocupe, mis hijos están bien –lo interrumpí-. Muchas gracias, Señor.
No lo escuché despedirse, simplemente le corté.
-Imbécil –mascullé.
-Acabo de recordar el porqué siempre me encargaba yo de estas cosas –comentó Addie, risueña. Parecía que verme conteniendo mi rabia contra ese cínico la divertía, y bastante-. ¿Qué hizo que te enojaras tanto?
Suspiré.
-Darme un pésame sin sentimientos –murmuré.
Sin decir nada más, me fui del sótano, en dirección al primer piso, cambiando mi expresión por una impasible.
-Se aprieta el botón que está debajo de “Directorio”, se baja con el botón que tiene una flecha hacia abajo dibujada hasta donde dice Colegio y se aprieta el botón de “llamar” –recitó Joey, al verme con el teléfono en la mano, sentado en un sofá del living.
-Ya sé, ya lo hice –mascullé, revoleando los ojos-. ¿Tan anti-tecnológico parezco?
-Con suerte sabes encender el computador, por supuesto que sí –respondió él, con una sonrisa-. ¿Qué dijeron?
-Pueden volver mañana pero “tienen que ponerse al día rápido” –dije, imitando la voz del director y simulando las comillas. Mi hijo mayor rió-. ¿Están seguros de que quieren volver?
Jake, a su lado, asintió.
-Oh, eso fue rápido –comentó David, entrando a la estancia-. Con Alan llevaremos a los niños al cine, ¿quieres venir? Ya estrenó [i]This is it[/i].
Sentí una presión en el pecho. Con Addie habíamos hecho planes para ir a ver la película en Londres, que era donde yo debería estar en esta fecha. Sin embargo, con todo lo ocurrido, la gira se había cancelado y, obviamente, ya no podía ver la película con Adrienne.
-Estrena pasado mañana –musité.
-No si tienes entradas para la [i]avant premiere[/i] –dijo Alan, entrando-. Un amigo trabaja en el cine y nos consiguió entradas. Mamá, Anna y Marci quieren ir al estreno, así que nos quedan bastantes entradas, puedes llevar a Mike y a Tré.
Reí, levemente. Sonaba como cuando me llevaban a alguna parte con la familia y me decían que podía llevar a Mike si quería.
-No, gracias, no tengo ganas de ir al cine –murmuré-. Creo que me quedaré abajo intentando tocar guitarra o algo, tengo la música un tanto abandonada.
David se encogió de hombros, decidiendo que lo mejor era dejarme solo y tranquilo por un rato. Así, me despedí de todos y me devolví al sótano…
Donde no me sería posible estar solo y tranquilo, ya que Addie seguía ahí, observándome.
-Creí que no volverías –comentó ella.
-Era esto o ir con todos al cine.
Noté lo culpable que se sentía por no poder ir conmigo a ver la película que tanto nos entusiasmaba a ambos.
-No me gustaba tanto Michael Jackson, tú querías verla –mentí, en un atropellado farfullo, en un intento de que no se sintiera tan culpable. Se sonrió, levemente.
-Gracias por intentarlo –susurró, poniéndose de pié.
Negué y me dirigí a la cabina a prueba de sonido, no sin antes sacar una guitarra cualquiera y entrar. Ella parecía querer entrar, mas no lo hizo. Simplemente se sentó en la silla que había frente al vidrio que dividía el lugar.
-¿Hace cuánto que no tocas? –me preguntó, a través del micrófono que permitía que quien estuviera fuera me hablara.
-Tú sabes hace cuanto –murmuré, sin mirarla, tocando cosas simples al azar-. Dime una canción.
Se encogió de hombros.
-No sé qué quieres tocar, no puedo ayudarte.
Suspiré. Dejé la guitarra de lado; la verdad que tampoco sabía qué tocar. Simplemente me quedé mirándola, fijamente, dejando que todo lo que sentía al verla me embargara.
-El amor vence cada vez que dos corazones se juntan a colisionar. Tú eres la tarjeta de mi San Valentín y los corazones de caramelo en mi mente –canté, sin despegar mis ojos de los suyos, al tiempo que se paraba y se acercaba a la puerta-; y el amor real es la ley, y no eres la tonta de nadie. El barco viene a la luz y fue amor a primera vista. Nena, nena, tú eres la luz y la llama que quema en los ojos de mi mente, cuando el triunfo sangra en júbilo, y lo supe desde el primer beso.
Ella se sonrió, entrando y mirándome.
-Esta noche, los corazones colisionan. Corazones colisionan. Corazones colisionan –continué, consciente de cómo me abrazaba y cantaba conmigo, desempeñando el papel de Mike perfectamente.
No me digné a terminar la canción. La abracé, estrechamente y la besé, con desesperación, por varios minutos. Mientras que un lado de mi mente sólo podía pensar en lo bien que se sentía estar besándola nuevamente, otro lado se preguntaba seriamente qué vería alguien que entrara en ese instante, mientras que otro más grande que ese lado se preguntaba qué era lo que ocurría. Ella no era real, ella no existía, ella estaba muerta, ¿cómo podía estar besándola?
Pero ahí la tenía. Sí podía tocarla, sí podía conversar con ella, sí podía sentir lo que sentía normalmente al verla, tocarla, besarla o sentirla. El diccionario define real como algo “que tiene existencia verdadera y efectiva”. Y, al menos para mí, la Adrienne que tenía en mis brazos cumplía estos requisitos. Addie era definitiva y totalmente real.
Nos separamos y nos quedamos mirándonos, por varios minutos. Ella estaba bastante sonrosada, pese a seguir gélida como la piedra, y algo me decía que yo estaba del mismo color. Le acaricié la mejilla.
Un par de mis neuronas hicieron la sinapsis de que podría, perfectamente, preguntarle qué le había pasado. Pero no me vi capaz. ¿Qué importaba un rompecabezas imposible de resolver, si tenía a la persona que más había amado en toda mi vida a mi lado? ¿Qué importaba un misterio que sólo a mí me interesaba, siendo que tenía a la mujer de mi vida en mis brazos?
¿Qué importaba mi cordura, si podía ser feliz?
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