Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

viernes, abril 29, 2011

Rest - Capítulo Trece: Iba a dejarme.


Desgraciadamente, bastaron un par de días para darme cuenta que no sería tan fácil.
Jaime aún no se había aparecido por la casa, ni tampoco había llamado. De hecho, estaba seguro que no se aparecería en lo absoluto. Por otro lado, Adrienne tampoco se dignaba a aparecérseme… A menos que contasen mis constantes pesadillas, claro está.
-Deberías ver a alguien –comentó mi madre.
Era viernes. Habían pasado cinco días desde la llegada de mi familia, y no parecían tener ningún interés en irse. No me molestaba: Me ayudaban a recordar que debía fingir estar bien, y a no sucumbir ante la tentación de llamar a Jamie histérico, o a cualquier persona que pudiera saber qué le había pasado a mi esposa.
En fin, en ese instante, mi madre y yo nos encontrábamos en mi habitación. Ella se había hecho la costumbre de ir a ver si estaba vivo por las mañanas… Lo cual era bastante tonto, siendo que me escuchaba levantarme temprano a dejar a los niños al colegio, y, seguramente, me oía volver a la cama. El punto es que, todos los días, a las diez con treinta y siete minutos, me iba a revisar.
-¿A qué te refieres? –le pregunté, sentándome bien en la cama, al tiempo que ella se volteaba, desde las cortinas que acababa de abrir, hacia mí.
-A un especialista. No has llevado bien tu duelo, y lo sabes.
Maldije por lo bajo. Ella no lo notó.
-Estoy bien. Ya puedo tocar guitarra y todo –murmuré.
Era verdad. Podía tocar, cantar, animar y todo. Lo único que no podía hacer, era componer, y eso era lo de menos. Bueno, tampoco podía resolver el misterio de la muerte de Addie, pero eso da igual. El punto es que, mentalmente hablando, estaba completamente sano. De hecho, ya ni siquiera “alucinaba” con Addie. Sí, sé que llegué a la conclusión de que es real, pero no ver gente muerta es mejor que verla, ¿no?
-¿Seguro?
Revoleé los ojos.
-Mira, cuando necesite ayuda, iré por ella, ¿ok? No te preocupes, estoy bien, y me voy a levantar –murmuré, dejando el asunto por zanjado.
Mi madre asintió y, sin otra opción, me salí de la cama, estirándome, para ir al baño. Fui más que consciente que me miró con cierta preocupación. Probablemente, notó lo flaco que estaba. Es decir, se me veían las costillas y todo. No me importó. Simplemente entré al baño y me duché, demorándome lo más posible. Para cuando salí del baño, de vuelta a la pieza, mi madre no estaba y mi cama estaba hecha. Además, había un juego de ropa limpia sobre ella. Me sonreí y me vestí.
No pasó nada interesante durante la mañana. A eso de las dos, almorcé con todos mis hermanos y mi madre y, veinte para las tres, salí de la casa, en dirección a la escuela, donde los niños me esperaban.
-¿Mucho rato esperando? –les pregunté, cuando subían al vehículo. Jake negó, mas mi primogénito no respondió. Lo miré, extrañado.- ¿Joey?
-¿Puede ir Jane a la casa mañana? –farfulló.
Lo miré, extrañado.
-¿Quién es Jane? –Mi hijo bajó la mirada, avergonzado. Ahí comprendí.- Ah, claro que puedes llevar a tu novia a la casa, Joseph.
Él sonrió, levemente.
-Gracias, papá.
Un silencio se prolongó, silencio en el cual eché a andar el auto, en dirección a la casa.
-Supongo que no querrás que haga nada estúpido, ¿no? –murmuré, un par de cuadras más allá, en búsqueda de conversación.
-No hay nada estúpido que puedas hacer que la aleje –me “tranquilizó” él-. A menos que te vuelva la manía de andar en tanga por la casa…
-¡Eso fue sólo una vez! –me excusé, riendo.
Jake nos miró, entre asustado y extrañado.
-¿Por qué no recuerdo eso?
-Porque mamá te tapó los ojos con todo lo que tenía a su alcance –respondió Joey.
Los tres tardamos su tanto en reaccionar ante la mención de Addie. Nos quedamos en silencio, demasiado incómodos para decir algo.
-¿Acaso ni siquiera pueden hablar de mí?
Estuve a punto de chocar con el auto que se detuvo delante de nosotros por el semáforo al oír la voz. Discretamente, miré por el espejo retrovisor del auto, para encontrarme con Addie sentada junto a Jake; Joey viajaba en el asiento del copiloto. Obviamente, por la presencia de mis hijos, no dije absolutamente nada. Addie se sonrió y se acomodó en el asiento.
Y entonces noté algo bastante extraño: Jake se estremeció, como si, repentinamente, algo más helado estuviese a su lado. ¿Acaso también podía verla? ¿O simplemente sentía su presencia?
-Jake, ¿tienes frío? –le pregunté.
Mi hijo asintió, con cierta extrañeza en su rostro.
-Me dio de pronto.
-Bueno, se acerca el invierno –comentó Joey.
-Prenderé la calefacción –musité.
Si mi memoria no fallaba, Addie era lo suficientemente fría como para que mi hijo comenzara a tiritar demasiado si no se predisponía para no hacerlo, cosa que yo siempre tenía que hacer cuando Addie se me aparecía. Bueno, cosa que hacía desde que había descubierto lo gélida que era.
-¿Mejor? –le pregunté, tras un par de minutos. Jake asintió- Me alegro…
Silencio.
-¿Joey?
-¿Papá?
-¿A qué hora irá tu novia a la casa?
-Jane irá a como a las cuatro –explicó, recalcando el nombre.
Revoleé los ojos.
-No me voy a olvidar del nombre. ¿Tan nervioso estás? –Él asintió, sin dignarse a mirarme.- Pero si sólo la saludaré y desapareceré…
-No es eso lo que me tiene nervioso –me cortó él-. Le gusta Green Day.
Addie se rió, levemente, en el asiento trasero.
-Creí que él había dicho que nunca saldría con alguien que le gustara el grupo.
Me costó mucho no responderle, siendo que se sentía de lo más natural del mundo hacerlo. Simplemente manejé en silencio, pensativo.
-Te quiere por más que eso, es obvio –murmuré-, si no habría venido antes a la casa.
-Sí, eso es lo que me he dicho unas veinte mil veces, pero igual… Me pongo inseguro –masculló.
-Mira, si quieres, puedo ser el peor suegro del mundo para calmarte –musité.
Negó.
-Sé tú mismo. Si me quiere sólo porque soy tu hijo, es mejor saberlo, ¿no?
Sonreí, levemente y, aprovechando que había un alto, le revolví el cabello.
-Todo estará bien.
-Gracias, enano –respondió él, molestándome por mi estatura como siempre, demostrando que todo estaba bien. Simplemente me reí y, tras asegurarme que no iba a chocar con nada, volví a echar a andar el vehículo, para llegar a la casa.
Fue bastante extraño ver a Jake bajándose y atravesando a Addie de paso, quien, lo único que hizo, fue estirar su brazo hacia él, mas sin llegar a tocarlo. Al parecer, se arrepintió apenas pensó en ello. Jake entró, seguido por Joey, dejándome a solas con ella.
-¿Por qué no lo tocaste? No lo habría sentido –susurré, cuando la tenía a mi lado, al tiempo que aseguraba el auto.
-Le habría dado más frío. Anda muy desabrigado, deberías cuidar eso.
Hice una mueca.
-Tú te encargabas de eso, no yo. Contigo soy un buen padre, solo soy un pobre imbécil
Ella me sonrió y me tomó la mano.
-Eres un buen padre, Billie, y lo sabes –susurró, tras lo que me soltó-. Ya, entra, que Ollie debe estar preguntándose porqué te demoras tanto.
Sonreí, levemente y entré a la casa, no sin antes susurrar:
-Te extrañé.
Entré, apresurado.
Me sorprendí al llegar al living y encontrarme con que mi madre no estaba sentada con ninguno de mis hermanos, sino que con una mujer de unos cuarenta años: Jaime.
-Hola –saludé, conteniendo mi ansiedad, consciente de que Addie pasaba a mi lado y se sentaba al lado de su amiga.
Jaime me devolvió el saludo. Mi madre sólo atinó a ponerse de pié.
-Los dejo a solas, para que hablen –farfulló.
Salió del living. Me senté donde estaba ella, frente a Jaime, quien lucía nerviosa. Nos quedamos en silencio por un rato, tras el cual pregunté:
-¿Qué te trae por aquí?
Addie, a su lado, se acomodó en el asiento, alejándose lo suficiente de su amiga como para que no notara la presencia de algo extremadamente helado junto a ella.
-Mi hijo me contó que Joey y Jake volvieron a la escuela –contestó-, así que supuse que todos aquí estaban mejor.
Hora de fingir.
-Sí, ya estamos bien. Debería volver a “trabajar” luego, pero no sé… Me gustaría tener libre hasta después de navidad –murmuré.
Obviamente que no quería perderme la navidad más triste del mundo.
Jaime me dedicó una triste sonrisa.
-Addie tenía razón: Eres mejor mentiroso que lo que aparentas –comentó-. Probablemente, aún te sientes como la mierda, y es por eso que, probablemente, yo no debería haber venido a decirte lo que vine a decirte.
La miré, extrañado.
-¿De qué hablas?
Se quedó callada unos momentos, como si pensara en cómo abordar el tema.
-Tu madre me dijo que no tienes idea del porqué Adrienne pudo haberse matado, y que no recordabas nada inusual en ella durante esos últimos días. –Asentí, sin querer admitir que no pensaba en esos días en lo absoluto, y conteniéndome de espetarle que mi esposa no se había matado.- Bueno, yo sí recuerdo algo inusual.
A su lado, Addie bajó la mirada, claramente avergonzada. Ahora ansioso, miré a Jaime, con una curiosidad más que evidente.
-¿Qué cosa?
Sin decir nada, Jaime tomó su cartera y sacó un sobre, el cual apoyó en sus piernas, contemplándolo. Desde el otro sillón, fui capaz de leer mi nombre, escrito en la más que conocida caligrafía de Adrienne.
-No sé si tiene algo que ver con su suicidio o no, pero lo más probable es que sí. –Suspiró, para tenderme la carta.- Addie iba a dejarte.
Un molesto cosquilleo se extendió desde alguna parte cercana al estómago al resto de mi cuerpo, causando que me costara respirar, al tiempo que sentía cómo mis oídos zumbaban. El cosquilleo se repitió, mas, esta vez, llegó a doler. Concentrándome para no mirar a Addie, fijé mi mirada en los ojos grises de Jaime.
-¿Qué?
Negó y me tomó una mano, en la cual depositó la carta. Me zafé y dejé el sobre a un lado del sofá en el que yo estaba.
-Puedo leer eso después, ¿qué te dijo? ¿Qué explicación te dio? –No me dijo nada.- Oh, vamos, Jaime, eras su mejor amiga, algo tuvo que haberte dicho.
Volvió a negar.
-Dijo que lo sentía.
Addie rompió en un silencioso llanto. Yo tuve que concentrarme en no imitarla, aunque no había mucho que hacerle. Mis ojos ardían y sentía como mi rostro quería torcerse para liberar las lágrimas de una puta vez. Además, sentía un sollozo atrapado en mi garganta, luchando por salir. Lo contuve.
-Bueno, gracias por decírmelo –murmuré.
No, no tenía idea qué mierda debía decir. Realmente no me esperaba esto. ¿Recuerdan que yo solía llamarle “Escritor” a la fuerza sobrenatural que gobierna nuestras vidas? Bueno, escritor de mierda.
-Sé que no era lo mejor que te lo dijera, pero supuse que así podrías comprender el porqué lo hizo –se explicó Jaime-. Creo que se dio cuenta que irse no bastaría…
-¿Bastaría para qué?
Jaime frunció los labios, molesta por haber hablado de más, al mismo tiempo que Addie la miraba con enojo.
-Addie no quería un divorcio; quería desaparecer y formar una vida propia y suya de una vez. Al menos eso es lo que entendí de lo que me explicó. Supongo que en la carta hay más información.
Mi difunta esposa suspiró en su lugar.
-Al menos entendió bien.
La ignoré.
Supe al instante que Jaime se arrepentía de haberme dicho todo, como también supe que ella necesitaba saber el contenido de la carta. No obstante, yo no tenía ganas de leerla, no aún al menos. Estaba demasiado dolido como para aceptar explicaciones. Y, para mi suerte, Jaime lo notó.
-Mejor me voy, para que puedas… no sé, tranquilizarte o asimilar todo –murmuró.
¿Tranquilizarme?
¿Acaso mi dolor y mi rabia se notaban?
-Te acompaño a la puerta –murmuré, poniéndome de pié y tomando la carta.
Obviamente, Addie nos acompañó, al mismo tiempo que se limpiaba bien las lágrimas. Dejé a Jaime fuera, le abrí el portón desde el interior y me entré. Con la carta aún en mis manos, bajé al sótano en cuyo sofá me dejé caer, permitiendo que las lágrimas fluyeran libremente, junto al maldito sollozo que ya no podía contener.
Addie ya no me quería. Todo eso del cuchillo en la otra mano y ya ni recuerdo qué más era una excusa barata que yo mismo había inventado, con el fin de no tener que asumir que mi esposa odiaba su vida y se había matado por ello.
-Lo siento –susurró Adrienne, desde el pie de la escalera, sin atreverse a acercarse a mi persona.
No le respondí. Simplemente lloré por un rato más, hasta que logré calmarme. Recién ahí, abrí el sobre. En su interior, había una hoja tamaño oficio… Ya saben, las más grandes. En ella, había unas pocas palabras escritas que, más que tranquilizarme, hicieron que me enojara más.
“Quiero tener una vida propia, e irme es la única forma de conseguirlo. Te amo. Addie.”
Sin creer que no había nada más, di vuelta la hoja, para encontrarla en blanco.
-Wow, esto aclara todo –ironicé, molesto.
Arrugué el papel y lo tiré al tacho de basura que había al otro lado del sótano. Obviamente, por lo enojado que estaba, ni siquiera apunté bien, por lo que no le acerté. Me dio igual. Me puse de pié y salí de ahí.
-Billie –susurró Addie, tristemente, cuando pasé junto a ella. La ignoré y continué subiendo las escaleras, llegando al living, donde mi madre me esperaba, con una expresión de preocupación más que marcada en su rostro.
-¿Estás bien? –me preguntó.
Reí, levemente. Tenía los ojos enrojecidos por el llanto y se notaba que bastaba la mención de un nombre para echarme a llorar de nuevo.
-¿Yo? Pff, perfectamente –mascullé-. Voy a estar en mi pieza.
No tengo idea si me dijo algo o no. Estaba enojado y dolido. Bueno, la verdad era que estaba enojado porque estaba dolido.
-¡Billie! –me gritó Addie, corriendo tras de mí, ya en el pasillo del segundo piso.
-Ándate, sé feliz –la corté, entrando a mi pieza y cerrando de un fuerte portazo, para luego asegurar la puerta. Luego me volteé, con la intención de tirarme en la cama, mas me encontré cara a cara con Adrienne.
-¡¿Vas a dejar que me explique?! –inquirió, molesta.
-¿Qué más tienes que decirme? Te aburriste de mí y odiabas la vida que llevabas por mí.
-¡No! ¡No quería irme, ni mucho menos matarme!
-¿Y por qué escribiste esa carta entonces? ¿Por qué le dijiste a Jaime que te ibas? –La miré, fijamente.- Dime la verdad, ¿te mataste o no?
Adrienne bajó la mirada.
-Sí me maté… Pero sólo porque no tenía otra opción.
La miré, más enojado que antes.
-¡Claro que tenías otras opciones! ¡Si querías una vida propia y sin mí, pudiste haberme pedido el divorcio y luego ir a terapia para que te curaran tu depresión!
Y levantó la mirada, para fulminarme con sus ojos castaños.
-¿No lo entiendes? ¡Lo único real en esa carta, aparte de mi nombre, es lo mucho que te amo! No quería alejarme de ti, te amo mucho para hacerlo… Pero por amarte tenía que hacerlo.
Aprovechando que no encontraba ninguna palabra decente que decirle, ella prosiguió:
-Si hubiera estado en mi poder, yo seguiría aquí, contigo y los niños, viva. De hecho, estaría planeando en qué momento de la gira sería conveniente ir a verte y todo. Si hubiera estado en mi poder, nada habría cambiado.
Fue al sentir su respiración contra mi rostro que me di cuenta lo mucho que me había ido acercando a ella conforme hablaba. Con nuevas lágrimas en mis ojos, ahora de alivio, la besé, intensamente, tomándola por sorpresa, causando que tardara unos cuantos instantes en devolverme el beso. De algún modo, avanzamos hasta la cama, sin soltarnos.
¿Han oído que el sexo de reconciliación es mejor que el normal? Bueno, aunque parezca un necrofílico de mierda, esto fue mucho mejor… Y, aún así, me las arreglé para llegar a una conclusión: Addie iba a irse antes de matarse… Lo que quería decir que tenía todo planeado… Lo que quería decir que esto no se remontaba a un par de días antes de su muerte si no que, tal vez, a mucho tiempo más atrás.

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