Me encontraba en una cafetería cualquiera de la ciudad. Ya había ido a dejar a los niños al Colegio e, incapaz de ordenar mis pensamientos, había dejado el auto en un estacionamiento bastante central, para luego dedicarme a caminar, pensativo. Tenía que averiguar qué sabía Vickie respecto al suicidio de mi esposa, pero no sabía cómo abordar el tema… Mejor dicho, no sabía cómo acercarme a ella en primer lugar.
-¿Qué va a ordenar? –me preguntó la camarera, una tipa joven y pelirroja.
Me despabilé.
-Eh… Un café y un sándwich de huevo –respondí, decidido a gastar más tiempo aún.
-¿Con azúcar o endulzante?
Tardé en comprender que se refería al café.
-Azúcar.
Me sonrió y se fue. Algo me dijo que me había reconocido, porque se veía más que feliz, y, al volver, varios minutos después con mi orden, no parecía querer irse. Me sonreí. Hacía un buen tiempo que no me pasaba esto y debía admitir que se extrañaba. Abrí uno de los sobres de azúcar y se lo eché al café, el cual revolví para luego darle un pequeño sorbo. Cerré los ojos por lo caliente que estaba…
Cuando volví a abrirlos, me encontré con que Addie estaba sentada frene a mí.
-Sé que no quieres parecer esquizofrénico, así que no hace falta que me respondas, pero… Te escribió algo en la servilleta, ¿sabes?
La miré, extrañado, tras lo que tomé la servilleta, que estaba doblada de tal modo que no se leyera lo que decía. La desdoblé:
Siento mucho lo de tu esposa. Espero que estés mejor y que Green Day vuelva luego a las giras.
Volví a sonreírme levemente y me guardé la servilleta en el bolsillo delantero de la camisa, acentuando el gesto, para que la camarera me viera hacerlo. Vi, de reojo, cómo se sonrojaba, lo que causó que me sonriera más aún.
-Debo admitir que estoy celosa –comentó Addie.
Asegurándome que nadie mirara hacia donde yo estaba (la camarera había bajado la mirada y se había entrado a la cocina, demasiado avergonzada para quedarse ahí por más tiempo), fijé mis ojos en los de Addie.
-¿Por qué? –susurré- Tú eres la única dueña de mi corazón, y lo sabes.
-Sí, lo sé… Estoy celosa porque ella está viva y porque puede coquetearte y hacérselo saber al mundo, no como yo, que soy poco más que un fantasma –murmuró-. Y no se te ocurra acariciarme, detrás de ti hay un tipo que se pregunta el porqué miras tan fijamente el vacío, como si hubiese alguien hablándote.
Volví a concentrarme en mi desayuno, suspirando. Quería tomarle la mano y decirle que todo estaba bien, que me daba igual que nadie más pudiese verla, que ella era lo más importante y por eso nada me importaba, pero me contuve… Aunque no pude contenerme de contemplar sus cicatrices. Como de costumbre, la necesidad de saber qué le había pasado brotó en mi interior, pero me concentré en no manifestarla. Simplemente terminé el desayuno, y pedí la cuenta, la cual me la trajo la misma camarera. Cuando se fue a atender otra mesa, saqué un lápiz de mi bolsillo y le escribí un gran “gracias” en una servilleta que firmé, la cual dejé junto al dinero de la cuenta y la propina. No quería quedarme sentado más tiempo. Sin más, salí.
Pero no me fui solo; Addie me acompañaba.
-No sabía que caminabas tan rápido solo –comentó, varias cuadras más allá, en una calle completamente desierta.
-Lo siento, si quieres voy más lento –me disculpé, iniciando una caminata más relajada-. Es que… Estoy nervioso.
-¿Por qué?
-Quiero hablar con Vickie, pero no sé ni cómo, ni de qué exactamente. De hecho, ni siquiera sé si eso es lo que realmente quiero hacer.
Addie suspiró.
-No sé cómo ayudarte… -Desvió sus ojos castaños a algo en el cielo.- Tengo que irme.
Asentí, entristecido, sin pedirle explicaciones. Sabía que no le entendería. Sonriéndome, me acarició la mejilla.
-Suerte con lo que sea que decidas –susurró, tras lo que se puso en la punta de sus pies, para besarme cerca de la frente-. Y estaré ahí viendo cómo va lo de la novia de Joey.
Me sonreí. Prácticamente lo había olvidado.
-Menos mal, porque necesitaré ayuda.
Me dio otro beso, ahora en la comisura de los labios, y se desvaneció. Nuevamente suspirando, comencé a caminar, de vuelta a mi dilema. ¿Qué hacía? Necesitaba averiguar qué había pasado entre Vickie y mi esposa, estaba seguro que era una pieza importante de mi rompecabezas imaginario… Pero la verdad era que me daba un poco de miedo lo que iba a averiguar. Y no podía llegar, entrar y preguntarle a la pobre mujer si había tenido un romance secreto con Addie. Si no era así, podía terminar con un infarto… O podía echarme de la casa antes de que lograse explicarme. No, lo que tenía que hacer, era trazar bien mi plan. Cómo aparecer, qué rodeos tomar, cómo formular la pregunta de un modo no ofensivo…
Pero si me ponía a pensarlo, me daba igual ser ofensivo o no. Vickie no era mi amiga, era amiga de Addie. Podía vivir sin que volviera a hablarme sin ningún problema. Lo único que tenía que hacer era suavizar un poco la pregunta para que no me echara sin ninguna respuesta… Y eso no era tan difícil…
¿Pero con qué excusa entraba?
Pasé frente a una librería, junto a la cual había una tienda de tejidos. Aquello me dio una idea. Sonriendo, comencé a caminar al estacionamiento en el que había dejado mi auto.
La casa de Vickie se encontraba en uno de los suburbios que quedaban más lejos de Berkeley. Era una casa mediana, rodeada de casas medianas y pequeñas, con un jardín tan cuidado que parecía de revista. Estacioné el auto en la acera que quedaba junto a la reja y apagué el motor, para luego intentar relajarme. Tras conseguirlo, bajé del vehículo y caminé hasta la reja, cuya puerta encontré sin seguro. La atravesé y caminé hasta la puerta principal. Antes de tocar el timbre, aseguré el auto con el remoto; quizás el barrio era lo suficientemente seguro como para tener la reja abierta, pero no arriesgaría mi auto por un “quizás”. Luego, extremadamente nervioso, toqué el timbre.
Alrededor de un minuto después, la puerta se abrió un poco. Por la rendija, pude ver parte del rostro de Vickie.
-¿Billie? –preguntó, extrañada de verme ahí.
-Hola, Vickie, perdón por la hora –saludé, recordando que eran las diez y tanto de la mañana-. Tengo que hablar contigo y ahora andaba de paso.
Si es que “de paso” era un sinónimo de “estaba al otro lado de la ciudad cuando me di cuenta que Vickie podría darme las respuestas que necesito”, claro está.
-Eh… Ya, pasa… Ya estaba despierta, no te preocupes.
Me sonreí levemente ante esto. Al menos no la había despertado, lo que significaba que la mujer andaría de buen humor… O de un mejor humor que si la hubiese despertado yo.
Así me abrió la puerta por completo, permitiéndome entrar a una casa que, al igual que el jardín, parecía de revista. Sin decir nada, dejé que me guiara al living, donde ella tomó asiento. La imité.
-Así que… ¿De qué quieres hablar? –me preguntó.
Recordé el plan.
-Respecto al libro de tejidos que hiciste con Addie… ¿Qué hacemos con las ganancias? Porque realmente no necesito el dinero…
Se sonrió.
-Yo tampoco. Tu esposa trabajó duro por ese libro, mereces quedarte con su parte de las ganancias.
La noté incómoda. Era mi oportunidad.
-Tú sabes algo –afirmé.
Me miró extrañada.
-¿Algo de qué?
-Algo del porqué lo hizo.
El silencio que se formó era prácticamente palpable. Lo único que fue capaz de hacer, fue removerse en su asiento, cabizbaja.
-¿A qué te refieres?
Negué.
-Esto puede sonar ridículo (la verdad que eso es lo que espero), pero… ¿Tuviste algo con mi esposa?
No levantó la mirada, causando que me sintiera peor aún, como si esto confirmara mis sospechas. No obstante, me quedé en silencio, esperando a que ella tuviera el valor suficiente como para responder mi pregunta.
-Una vez hizo el comentario de que pasaba más tiempo conmigo que contigo, que se sentía como si te engañara. Intenté aprovecharme de la situación… No funcionó. No hablamos desde entonces... –Levantó la mirada.- Hasta el día anterior a su suicidio.
» Ese día, Addie vino. Me pidió disculpas por no haber sabido controlar la situación y me dijo que, por el bien de todos, me olvidase de ella y de la amistad que habíamos tenido… Realmente te amaba, nunca te habría engañado. De hecho, sin contar a sus hijos, tú eras lo más importante en su vida… En fin, se quedó un rato, terminó un diseño que queríamos añadir a la siguiente edición del libro y se fue… Y… al día siguiente…
Se calló. Yo sólo suspiré, intentando no exteriorizar el alivio que sentía de saber que mi esposa no me engañó y la frustración debida a la falta de información útil. Pero la verdad era que el alivio era mayor. Se sentía como si me hubiera engañado.
-¿No dijo nada más?
Recién ahí noté que gruesas lágrimas rodaban por su rostro.
-Dijo que estaba cansada… Supuse que estaba cansada de no poder estar conmigo en la misma pieza sin sentirse incómoda –murmuró.
Fue como si algo hiciese clic en mi cabeza. Esa era otra pieza. “Cansancio”. ¿De qué? ¿O de quién? Luego me percaté de algo más… Si Addie había intentado decirme que se sentía como si me estuviese engañando, ¿por qué no le había escuchado? ¿Acaso esto era más relevante aún?
-Gracias –murmuré.
Sin decir nada más, me paré y salí de la casa, para entrar al auto e irme a mi hogar. Ya eran las diez con treinta y siete. Probablemente mi madre entraría a mi pieza y vería que aún no volvía y se preocuparía y lo mejor era llegar luego para darle explicaciones. Decidido a no romperme la cabeza pensando hasta tener papel o algo que rayar, me fui…
Para encontrarme, al llegar, que no había nadie en casa. Supuse que habían decidido ir a hacer las compras o alguna idiotez así. Contento de no tener que fingir nada ante nadie, me encerré en mi habitación, donde, nuevamente, me hallé a mí mismo trazando mapas mentales. ¿Qué unía todo? Drogas, escape de algo, cansancio de otra cosa… O quizás de la misma cosa. Se sentía como si me engañara, su suicidio estaba planeado con antelación, yo era lo más importante en su vida, junto a los niños…
Yo era lo más importante en su vida…
¿Por qué se había matado entonces, si sabía que me haría más que desdichado?, me pregunté, dejándome deslizar por una pared hasta el suelo. No estaba seguro de cómo había llegado hasta esa parte de la habitación…
¿O acaso estando viva, me habría hecho sufrir más aún? ¿Acaso viva nos habría hecho infelices a todos de un modo aún peor? ¿Qué modo era ese?
O quizás no era importante…
-¿Por qué no simplemente haces la pregunta? –susurró Addie.
Recién ahí me di cuenta que no estaba solo en la habitación. Alcé la mirada.
-¿Hace cuánto que estás aquí?
-Desde que entraste –contestó, sentándose a mi lado-. Billie, no vas a llegar a ningún lado así, ¿por qué no me preguntas de una vez?
Negué.
-No quiero –susurré.
Me acerqué a ella, para apoyarme en su hombro…
Pero, en lugar de chocar con su hombro, mi cabeza siguió bajando. Extrañado, me senté derecho y, temblorosamente, llevé una mano a su brazo, el cual atravesé.
-No puedo tocarte –murmuré, comenzando a asustarme.
-Eso es porque no quiero que lo hagas –musitó ella-. Adelante, haz la pregunta.
Todo ese rato hablando de la pregunta, y aún no tenía idea de qué hablaba.
-¿Qué pregunta?
Adrienne bajó la mirada, mordiéndose el labio inferior, para luego volver a mirarme, con determinación en los ojos.
-La que te has estado aguantando desde la primera vez que me aparecí. Por qué me maté.
Negué.
-No quiero saberlo –mentí.
Su determinación cambió a exasperación.
-¡Claro que quieres saberlo! ¡No podré leer tus pensamientos, pero basta con verte la cara en este momento! ¿Crees que no me doy cuenta? Todas las veces que te has quedando mirándome como si fueras a decirme algo y prefieres quedarte callado. Todas las veces que te has quedado mirando los cortes de mis muñecas. Todos los papeles que has llenado con tus supuestas “pistas”, intentando averiguar el porqué morí… Sé todo eso, ¿y quieres que te crea cuando me dices que no quieres saberlo?
Bajé la cabeza, avergonzado.
-Me gustaría saberlo, pero no quiero que me lo digas, porque, después de hacerlo, te irás… Y no quiero perderte otra vez –confesé.
Pese a no verla, sabía que revoleaba sus ojos, disimulando la lástima que sentía.
-No vas a perderme, simplemente no me verás más, pero siempre estaré a tu lado, cuidándote.
Silencio.
-¿Ya no me quieres? –pregunté.
Era la duda que me atormentaba. Si tanto me amaba, ¿por qué pasaba más tiempo con su amiga? ¿Por qué se iba cada vez que podía? ¿Por qué quería desaparecer para siempre? Si me amaba tanto, ¿por qué me hacía sufrir tanto?
-No te quiero, te amo, y lo sabes –musitó-. ¿Acaso no entiendes que por eso debo dejarte?
-No.
Suspiró, y se puso de pié, dándome la espalda.
-Si me preguntas el porqué me maté y, finalmente, te respondo, dejaré de aparecerme y podré descansar en paz de una vez por todas. Además, tendrás tu respuesta y podrás olvidarme tranquilamente –susurró-. Y si la respuesta no te basta, podrás comenzar a investigar con información de verdad, sin basarte en suposiciones…
Me paré y me acerqué a ella, para ver que lloraba. Llevé mi mano a su rostro y, nuevamente, no pude tocarla.
-No quiero que te vayas.
Ahora era yo quien tenía lágrimas en los ojos.
-Tengo que hacerlo. Por el bien de todos… No estás bien, Billie, y todos se dan cuenta. El hecho de que prefieras a un fantasma ante tus amigos y tu familia… Apenas sí estás comiendo…
-Puedo estar mejor…
-Billie… Quiero irme. Quiero poder descansar en paz… Y no puedo hacerlo si no te digo el porqué me maté.
Con más lágrimas, asentí.
-¿Puedo abrazarte antes? –susurré. Ella se sonrió, levemente, tras lo que me arrojé a sus brazos, donde me puse a llorar como un niño pequeño…
Y, repentinamente, la puerta se abrió. Apenas la oí, me separé de Addie, quien desapareció al instante, permitiéndome voltearme, para encontrarme con Mike, cuya cara no podía describir con otra palabra que no fuera espanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario