Dejé que mi madre me guiara hasta el asiento disponible en una cabecera de la mesa, para luego observar cómo ella se sentaba en la otra cabecera, quedando frente a frente conmigo. Luego, suspiré, y miré a Mike, quien se encontraba en el asiento de mi derecha.
-¿Qué les dijiste? –le pregunté, cansinamente.
Él suspiró.
-La verdad: Estás alucinando. Necesitas ayuda.
Suspiré.
-No estoy alucinado –murmuré.
-Billie… Mike nos contó que te vio abrazando el aire, hablándole y llorando sin razón –musitó Hollie, preocupada.
-No abrazaba el aire… ¿Acaso ninguno aquí cree en apariciones? –Nadie respondió.- Oh, por Dios… ¡Anna! ¡Tú eres cristiana! ¿No crees en ángeles y en cosas así?
No me dijo nada. Simplemente se quedó mirándome, al igual que todos los demás.
-¡DEJEN DE MIRARME Y DIGAN ALGO! –exclamé, perdiendo la paciencia.
-Billie, por favor, contrólate, o te irá peor –susurró una voz a mi oído derecho.
Era Addie. Suspirando, agaché la cabeza, para quedar cabizbajo.
-¿Por qué están todos aquí? –pregunté.
-Ya te dijimos: Necesitas ayuda –repitió Alan-. Estás viendo a Addie. Claramente, no estás llevando bien tu duelo.
-Pero no tengo ningún problema mental… Simplemente se aparece cuando se le da la gana… Como ahora, ya que estamos.
Tré, a mi izquierda, se me acercó.
-¿Dónde está, Billie?
Me habló como si fuera un niño pequeño… O un retardado. Estaba tan frustrado por todo lo que ocurría que me dio igual.
-Al lado de Mike. Por eso tiene cara de tener frío –murmuré.
Mi madre me miró, preocupada, al tiempo que Mike dejaba de acomodarse la camisa, en un intento de no demostrar qué tenía frío. Fingiendo comprensión, me preguntó:
-¿Qué tiene que ver que ella esté ahí con que Mike tenga frío?
-Bueno, está muerta. No hay mucha sangre circulando por ahí, ¿no? Es tan helada como el hielo, ¿saben? –murmuré.
-Billie, te lo ruego, cállate –susurró Addie, alejándose levemente de Mike-. Sé que crees que podrán entenderlo, pero sabes que no lo harán.
Aún siendo consciente de que todos seguían mirándome fijamente, negué, mirando a Addie, con unas cuantas lágrimas en los ojos.
-¿Por qué no dejas que te vean para que me crean de una vez? ¿Por qué no les dices que estoy bien?
De reojo, vi cómo mi madre se cubría su boca con sus manos, horrorizada de que hablase con el aire. Los demás simplemente se acomodaron en sus asientos, intentando disimular lo que sentían en ese instante.
-Porque no puedo. Estoy intentándolo desde que le dijiste a Mike, y no puedo –susurró Addie, también con lágrimas en los ojos.
Silencio. Me puse a pensar, desesperadamente.
-¿Y si…?
-No hay nada que pueda hacer, apenas intente mostrarme a ellos, desapareceré –murmuró.
Me cubrí el rostro con ambas manos, apoyando los codos en la mesa. Oí como alguien alejaba su silla de la mesa y se ponía de pié, en dirección a mi persona. Al instante, sentí cómo era abrazado, estrechamente.
-Te vas a poner bien, ¿sí, hermanito? –Era Marci. No le dije nada. En parte porque no sabía qué decir… Y en parte porque estaba demasiado ocupado sintiendo como Addie me acariciaba suavemente la mejilla.
-Yo estoy bien –susurré, al cabo de un par de minutos.
Pero no importaba cuántas veces lo repitiera, no me creerían.
Esa misma noche, Mike y Tré me hicieron una maleta con dos pares de jeans y cuatro camisas diferentes. Metieron la maleta en el auto de Mike y, tras hacer que me despidiera de todos, me metieron a mí también. No tardaron nada en llevarme a un psiquiátrico. Supe de inmediato que en eso había andado toda mi familia durante la tarde.
Firmaron unos papeles. Hablaron un rato con el médico a cargo de mi caso… Ni siquiera me interrogó ni nada. Nadie me habló. Simplemente me pasaron un vasito plástico con tres píldoras diferentes. No quise tomarlas, pero me obligaron.
Los siguientes recuerdos se me volvieron borrosos. Vi cómo Mike y Tré se iban, y recuerdo estar recostado bocarriba en mi cama, para luego estar en una fila en búsqueda de mi siguiente dosis al día siguiente, pero no recordaba nada de lo que ocurría entre un momento y otro.
Y esa es la historia. Así fue cómo terminé confinado en éste lugar. Así fue cómo terminé diagnosticado con algún tipo de depresión. Y por una semana, la rutina (despertar, pastillas, vacío, almuerzo, pastillas, vacío, pastillas, dormir, despertar…) se mantuvo. Y, al parecer, así se mantendría hasta que alguien entendiera que estaba perfectamente cuerdo.
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