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-Lo siento, Mike, olvidé avisarte, llegaré un poco más
tarde.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Mi citación era para hoy día…
Habían pasado unos cuantos días desde mi retorno a Oakland.
Tras pasar un par de días con mi familia y arreglar todo con Addie, llamé a
Mike y a Tré, para tener un ensayo el primer lunes de febrero… Sin saber que mi
citación en la corte del tránsito estaba para el tres de febrero, que resultó
ser ese lunes. Menos mal se me había ocurrido revisar la guantera del auto, en
parte para sacar los porros y guardarlos en un lugar más seguro, y en parte
para asegurarme que la citación no hubiera sido para los días en los que estuve
fuera de la ciudad.
-¿Y qué se supone que haga mientras te espero? Tré tuvo que
reunirse con Claudia por lo del divorcio, dijo que tardaría un poco.
-No sé… Ve televisión, toca bajo… ¡Compone algo! ¡Eso!
¡Escribe una canción!
-¿Acerca de qué? –inquirió él. Supe que, desde el otro lado
de la línea, alzaba una ceja. Al mismo tiempo, escuché cómo llamaban “Caso
#6655321; Armstrong, Billie Joe”.- ¡¿Billie?!
-No sé, lo que sientas ahora –farfullé, sin pensar-. Me
llaman, adiós.
Colgué el celular y pasé frente al juez, quien me miraba un
tanto molesto.
-Perdón por eso, su Señoría –me disculpé, al tiempo que
guardaba el celular en mi bolsillo.
-Hay un cartel de “apague su celular” a la entrada, Señor
Armstrong –me regañó el hombre.
Me sentía como si estuviera en la escuela o peor.
-Ya le dije que lo sentía –volví a disculparme, intentando
no sonar insolente ni nada. Aparentemente, lo logré… O el tipo decidió ignorar
mi tono.
-Usted se encuentra aquí por haber excedido el límite de
velocidad y haber conducido con un 0.18 de alcohol en la sangre, ¿cómo se
declara?
¿Para qué me preguntaba? ¿Acaso había gente que se
declaraba inocente?
-Culpable.
-Bien, vaya a la caja y pague.
Fue una fila larga, y, más encima, tuve que esperar a que
aprobaran el cheque y todo eso. Para cuando llegué al estudio, era bastante más
tarde que la hora acordada. Me sonreí al encontrarme con que Mike dormía
profundamente en el sofá, con una taza de café a su lado y el televisor frente
a él encendido en algún noticiero.
-¡Buen día, Michael, querido! –exclamé, despertándolo.
-Querido una mierda, ¿cómo se te olvida qué día era tu
citación?
-No había leído la carta, lo siento –me excusé-. En todo
caso, ¿por qué Tré tampoco ha llegado?
-Ya te dije, reunión con Claudia por el divorcio. Creyó que
tardaría menos, pero algo debió haber pasado…
Suspiré.
-Perdón por hacerte venir entonces –musité, honestamente-.
Pero ¡mira el lado bueno! ¡Esta vez tengo
canciones!
Se notaba a lo lejos que Mike estaba molesto y que quería
seguir regañándome, pero bastó con decir esas palabras para que la curiosidad
lo venciera.
-¿Sí? –Asentí.- ¿Completas?
-Bueno, la letra sí. Quizás necesite unos arreglos, pero
sería después de la música. –Saqué el cuaderno de mi bolso.- Lee lo que
quieras, sólo hay canciones, esbozos de canciones y uno que otro número de
teléfono.
Por la cara que puso al oír la palabra “esbozos”, supe que
Mike esperaba encontrarse con una única corta canción, y muchos versos sueltos
y sin sentidos. No pude contener una risa al ver su expresión al hojear el
cuaderno, pasando por la primera canción (tentativamente llamada Jesus of
Suburbia), la segunda (Extraordinary Girl) y la tercera (September). Para la
cuarta canción (Boulevard of broken dreams, escrita después de caminar por un
boulevard de Nueva York que me recordó a Los Ángeles), Mike no parecía dar más
de la impresión. Y luego venían las estrofas enteras que estaban inconexas,
acompañadas de dibujos de Nueva York, de gente, de ese Jesus of Suburbia que
era y no era yo, con una mujer sin rostro ni nada que la identificara. Claro
que eran dibujos muy malos, de palito o como quieran llamarlos, pero bastó para
que mi amigo quedara más impresionado aún, ya que no parecía ser capaz de creer
que realmente había sido un retiro a componer, a sentirme creativo.
-Forgetting you but
not the time –murmuró Mike, leyendo lo que estaba junto a uno de los tantos
dibujos.
-Ni idea qué es –admití-. Lo siento como si pudiera ser de
Sarah, pero no. Ni siquiera siento que soy yo quien escribe las canciones.
Mike levantó la mirada del cuaderno.
-¿Al fin te dio la esquizofrenia que tanto temíamos con tu
madre?
Negué, riendo.
-No, me refiero a… No sé. Es un lado de mí que no suelo
usar. Es como si escribiera un cuento, ¿sabes? No estaré cantando yo, me estaré
poniendo en el punto de vista del personaje.
-¿O sea que tienes en mente un disco conceptual?
Me encogí de hombros.
-No lo sé, quizás… Ya, lee las canciones y dime qué opinas.
Eso sí, si crees que son una mierda, dilo en un tono delicado –farfullé,
atropelladamente.
Él asintió y comenzó a leer. Mientras lo hacía, me instalé
en el sofá; no me sentía cómodo viendo cómo alguien leía mis canciones, por lo
que decidí ver un poco de televisión. Iba a cambiar el canal, cuando me
encontré a mí mismo mirando atentamente. Al principio creí que Mike había
cambiado el canal y que veíamos una película, pero no, el logo de la CNN seguía
ahí… O sea que ese bombardeo era real. La televisión estaba mostrando cómo la
gente moría, estaba mostrando cómo otros sufrían… Y nadie hacía nada para
detenerlo. Esa guerra sólo seguía, sin dar tregua ni por la lluvia, ni por los
gritos… Gente inocente castigada con bombas, simplemente porque alguien que los
representaba se atrevió a diferir y a soñar. ¿Y acaso no era eso lo que le
pasaba a toda persona que se atreviera a ser diferente, a pensar diferente, a
soñar cosas nuevas? ¿No eran todas esas personas atacadas por ser distintas?
¿Acaso el ser diferente no era también como una guerra contra el mundo?
¿Acaso no era esa la única guerra que valía la pena?
-Mike, ¿tienes papel por aquí? –pregunté, sintiéndome,
repentinamente, acelerado, al tiempo que una presión aparecía por todo mi
cuerpo.
-En el mesón de la cocina –murmuró, al tiempo que cambiaba
de hoja-. Apúrate, que quiero hablar contigo después.
-Sí, sí, no tardo.
Sin pensar en nada que no fueran las palabras que se me
habían ocurrido, corrí a la “cocina” (teníamos comida, un refrigerador, un
hervidor, una cafetera y un microondas, pero no teníamos una cocina), en cuyo
mesón había muchas hojas y un lápiz. Tomé una hoja en blanco y escribí media
canción, que, creía, se conectaba con otro bosquejo que tenía en mi cuaderno.
Satisfecho con lo escrito, doblé la hoja en dos y me la guardé en el bolsillo
del pantalón.
Fue entonces que Mike entró a la cocina, lentamente, como
si le costase avanzar normalmente.
-¿Y? –pregunté, al notar que no me iba a decir nada.
-Dude –fue todo lo
que dijo.
-¿Dude bueno o dude malo?
-¡Dude bueno,
claro está! Billie, esto… ¡Esto es genial! Es… ¡No puedo describirlo!
-¿Qué es lo que Mike no puede describir? –preguntó Tré,
entrando a la cocina, con voz cansina- Perdón la demora.
-No te preocupes, el que la sufrió fue Mike –comenté,
restándole importancia, intentando no demostrar lo feliz y sorprendido que me
tenía la reacción de Mike, a quién le pregunté:- ¿Hablas en serio?
-Mierda, ¡sí! Estas canciones… ¡Mierda! –Reí.- ¿Es posible
tener un orgasmo leyendo algo para nada sexual? Porque creo que tuve uno.
Tré abrió mucho los ojos.
-Si tú dices eso,
debe ser algo demasiado genial –musitó-. ¿Dónde están esas famosas canciones?
-En la mesa que hay frente al sofá. Pero léelas después,
quiero hablar de algo con ustedes dos –murmuró Mike, pasando de emocionado a
serio en menos de un segundo-. ¿Vamos allá, lo hablamos, y después nos ponemos
a trabajar?
Extrañados y curiosos, lo acompañamos de vuelta a la sala
del televisor. Mike se sentó en un sofá y Tré y yo nos sentamos en el otro. No
obstante, Mike se paró casi al instante, apagó al televisor y comenzó a
pasearse frente a nosotros, al otro lado de la mesa de centro que había.
-Tré, ¿tú estás de acuerdo con la boda, no? –Mi amigo
asintió.- ¿Qué hay de ti, Billie? ¿Realmente estás de acuerdo?
-Si son felices, sí. Pero no seré tu padrino –respondí,
intuyendo hacia donde se dirigía. Mike se sonrió.- ¿Qué?
-No es eso lo que iba a preguntarte. Es que… Necesitamos a
alguien que lleve a Sarah al altar.
Tré y yo intercambiamos una mirada, él asustado por mi
reacción y yo simplemente porque estaba muy sorprendido por la pregunta. ¿Había
escuchado bien?
-¿Qué?
-Necesitamos que alguien la lleve, y no se nos ocurre nadie
mejor.
Negué, rápidamente.
-No, Mike, eso sí que no.
-Perfecto. Entonces eres mi padrino. –Despegué los labios.-
Mira, lo estuve pensando bastante, y los quiero a ustedes dos en la boda. Y
esas son las dos posiciones, a menos que alguno quiera ser una dama de honor, y
una de las damas de honor quiera llevar a Sarah al altar.
-Nadia haría eso –murmuré-. ¿No puede ser Nick? Ya está
grande, debe tener unos veintitrés años, perfectamente puede llevar a Sarah al
altar.
Estaba al tanto que los dos hermanos de Sarah venían a la
boda, y conocía a Sarah lo suficiente como para estar seguro de que Nadia sería
la dama de honor, y que querría que Nick hiciera el papel de su padre.
Mike negó.
-Nick se opone a la boda –murmuró-. Irá, pero se rehúsa a
participar de ninguna otra manera que no sea de invitado.
Esto me extrañó.
-¿Sí? ¿Por qué? –pregunté.
Mike sólo me miró, tras lo que prosiguió:
-Entonces necesito que uno sea el padrino y que el otro
lleve a Sarah al altar. ¿Quién hace qué?
¡Dios! Esto era terrible. Ambas posiciones eran terribles,
ya que en una representaba al padre y en la otra al mejor amigo, quien haría
hasta lo imposible por velar por la felicidad de la pareja.
Al instante, una imagen mental de Sarah caminando hacia el
altar de mi brazo apareció. Y no pude evitar sonreírme al imaginarla a mi lado,
más cerca de lo que la había tenido desde que me había pagado la fianza… Y la
tendría feliz, sonriente. Sería yo quien la hiciera partir definitivamente de
mi lado… Sería yo quien la entregaría a Mike, a su nuevo amor…
-Yo la entregaré.
Tardé un poco en darme cuenta que lo había dicho, no
pensado. Pero no me importó. Tenía sentido. Simbólicamente hablando, sería
importante y toda esa mierda para mí, ya que representaría que la dejaba atrás…
Porque si llegábamos al día de la boda, y ella seguía mostrándoseme indiferente,
quería decir que mi batalla estaba perdida. Sólo lucharía por ella si me
demostraba que aún podía sentir cosas por mí.
-¿Qué?
Por su tono de voz, supe que Mike no creía haberme
entendido correctamente, por lo que decidí explayarme.
-Yo la llevaré al altar. Así Tré será tu padrino, Nadia
será la dama de honor y Nick será el invitado que quería ser desde un
principio.
-¿Estás seguro? –me preguntó Tré- Lo que no entiendo es
cómo Nathan puede ser tan tarado como para no llevarla él.
-Sarah no habla con él desde que se escapó, es
comprensible. Ni siquiera pensó en invitarlo a la boda. –murmuró Mike. Me
removí, incómodo en mi asiento. Ellos no sabían que Nathan había muerto.- En
fin, Billie, ¿estás totalmente seguro?
Asentí, con una sonrisa (un tanto forzada, ya que estamos).
-¿Al fin tienen fecha?
Mike también asintió, mirándome fijamente, como si
intentara comprender lo que pasaba por mi cabeza.
-El viernes dieciocho de abril.
Abril… Eso me daba poco más de dos meses para ver si Sarah
seguía interesada en mí o no…
-Ok. Reservaré ese día para tu boda entonces. ¿Algo más?
–Negó.- Ok, vamos a trabajar entonces. Tré, lee las canciones, yo traigo las
cervezas.
Estaba calmado. Quizás demasiado. ¿Lo encontraba raro? Sí.
Pero así me sentía. Realmente estaba tranquilo respecto a llevar a Sarah al
altar. Quizás era porque aún faltaban dos meses que se me hacían eternos.
Después de todo, los veinte días en Nueva York se me hacían una vida entera,
¿cómo podían dos meses ser más cortos?
Saqué las botellas de cerveza del refrigerador y las dejé
en la mesada. Pasé a botar las hojas que aún había ahí, por lo que me agaché a
recogerlas…
Fue ahí que vi que una estaba escrita, con la desprolija
letra de Mike (aunque era más ordenada que la mía propia). Curioso, me puse a
leerla…
Me quedé dormido
viendo “Spike TV”, después de diez tazas de café, y aún no están aquí. Soñando
una canción, pero algo salió mal, pero no le puedo a decir a nadie, porque no
hay nadie aquí. Déjenme aquí solo… Y debí haberme quedado en casa. Después de
diez tazas de café, estoy pensando… Nadie te quiere, todos te dejan, están
todos sin ti, divirtiéndose.
Y por segunda vez en el día, mi pulso se aceleró. Tenía una
idea. Una idea muy, muy grande. Noté que había una guitarra acústica ahí… Mike
había estado trabajando ahí… Tomé la guitarra y la hoja y me devolví a la sala
del televisor, donde Tré aún leía las canciones, boquiabierto.
-Mike, ¿puedes tocar esto? –le pregunté, mostrándole la
hoja.
Alzó una ceja.
-Sí, algo pensé cuando estaba solo y aburrido…
-¿Tócalo? –le pedí, pasándole la guitarra.
Extrañado, Mike tomó la guitarra.
-Ok, pero realmente no le viene a tus canciones…
-¡Claro que sí! Vamos, tócala, que tengo una idea.
-Pero Billie, dura como cuarenta segundos…
-¡Lo sé! ¡Sólo tócala!
Aparentemente, eso lo dije en un tono un tanto histérico,
ya que tanto Mike como Tré se sobresaltaron, y el primero se puso bien la
guitarra de inmediato y tocó y cantó la maldita canción. Lo miré, con una
sonrisa en mi rostro.
-Caballeros –dije, en un pésimo acento inglés-. ¿Quién
quiere hacer la primera rapsodia punk?
Ese día llegué bastante tarde a casa, porque nos quedamos
trabajando. Estábamos emocionados, y de verdad. La idea era demasiado buena.
Entre los tres, empezamos a hacer varias canciones cortas, y terminamos con una
cosa de unos nueve minutos, al igual que la otra canción que escribí Nueva
York, que aún no tenía música. Y cada cierto rato debía detener el ensayo de la
canción nueva (¿Homecoming?) para correr a mi cuaderno a arreglar una letra,
escribir una nueva… Planear la trama…
Nos habíamos decidido: Sería un disco conceptual. Trataría
del tal Jesus of Suburbia, pero no sabíamos qué le pasaría aún. De momento,
parecía ser una persona que estaba muy enojada con todo y todos. En la canción
homónima se iba de… de algún lado… Y en Homecoming, la canción nueva, volvía.
El qué pasaba entre ambas era en lo que estábamos trabajando. Ya le habíamos
mandado a Rob un demo por correo, y esperábamos su respuesta que, en teoría,
llegaría al estudio al día siguiente.
En fin, llegué a la casa, y, silenciosamente, subí a mi
habitación. Me sonreí al ver que Addie estaba despierta, leyendo un libro.
-Hola, amor –la saludé, en un tono cansado de voz, para que
notara que no había andado en bares ni nada, si no que trabajando.
-¿Largo día?
-Ni que lo digas… Pero valió la pena… -Dejé el bolso en el
suelo al lado de mi cama y me saqué rápidamente la camisa, las zapatillas y los
pantalones, para dejarme caer junto a Addie en la cama.- Ha sido el mejor
ensayo de la historia de los ensayos.
-¿Tan así?
-¡Sí! Fue… Wow.
La abracé.
-¿Cómo estuvo tu día?
-Menos ocupado. –Sonrió y me besó.- Te eché de menos.
Sólo le sonreí y le di otro beso, ya que decirle que
también la había extrañado sería una mentira gigantesca. Y, pese a lo cansado
que estaba, saqué fuerzas para cumplir con mis deberes de esposo. Apenas
terminamos la besé una vez más y me dormí.
Las semanas siguientes fueron similares. Lo que varió fue
que las canciones costaban un poco más, pero eso daba igual, ya que ya teníamos
bastantes. Le habíamos creado un alter ego al tal Jesus (llamado Saint Jimmy,
lo que causó risas de parte de Mike y Tré). Faltaba algo que explicara la
existencia de “Extraordinary girl” en el disco, pero eso aún no se me ocurría.
Por otro lado, John Roecker había empezado a hacer un documental de cómo
grabábamos y todo eso, y, de momento, era bastante entretenido. Ahora
contábamos siempre con otra opinión externa.
-A ver… explícamelo de nuevo, que no me queda claro –me
pedía Rob Cavallo, en el estudio. Había ido a revisar todo lo que teníamos.
-Jesus está harto de su vida en los suburbios, harto de la
hipocresía de todos, de las fallas del gobierno del país, de las malas
decisiones y las malas acciones –comencé, por enésima vez-. Así que se va a “La
ciudad”, a buscar respuestas, a desaparecer, a pensar… Allá desarrolla un alter
ego, Saint Jimmy, quien es todo lo que él no es: Es atrevido, dice lo que
piensa, no le importa nada… Y es un drogadicto de mierda, quien empieza a
sumergir a Jesus en eso también, empieza a transformarlo… Luego algo pasa,
tenemos “Extraordinary Girl” y a “Wake me up when September ends” dando vueltas
por ahí, algo pasa entre ellas, y llegamos a “Homecoming”, que sería el final…
Rob negó.
-Eso no me gusta. No puede terminar con Homecoming.
Mike, Tré y yo lo miramos sorprendidos.
-¿No con “Homecoming”? Rob, ¿te estás drogando? –inquirió
Tré.
-Empezamos con una canción de nueve minutos y terminamos
con otra de nueve minutos. Es como si el ciclo se cerrara.
-Concuerdo en lo del cierre del ciclo, pero no deberían
terminar con “Homecoming”. Esa canción contiene una cantidad de energía
sorprendente, y eso que aún no terminamos todos los arreglos… Hay que liberar
esa energía de alguna otra manera –se explicó-. Y respecto a empezar con “Jesus
of Suburbia”… ¿No sería mejor agregarle algo antes? ¿Algo que haga de prólogo?
-Eso sí, también lo estaba considerando –respondí-. Pero…
¿No terminar con “Homecoming? No se me ocurre nada mejor.
Rob sonrió.
-Piénsalo… Ahora… Mike, ¿tu boda es el otro viernes?
Me desconecté de inmediato de lo que pasaba en la realidad
al oír esa pregunta. ¿El otro viernes? ¿Cuándo había pasado tanto tiempo?
Faltaba poco más de una semana, ¿cuándo habían pasado esos dos meses? Y aún no
había hecho ningún avance para ver si Sarah podía sentir algo por mí o no… De
hecho, sólo la había visto dos veces: Para la fiesta de compromiso, durante la
cual me la pasé con Tré, quien estaba un tanto deprimido por su divorcio… Y una
vez que había ido donde Mike a dejarle unos demos, y ella me había recibido, un
tanto cortante, ya que tenía que irse a trabajar. Si las cosas seguían así, la
siguiente vez que la viera sería para la boda y hasta ahí llegaría mi plan.
Noté que me miraban, como si me hubieran preguntado algo.
Me obligué a volver al mundo real.
-¿Perdón?
Tré revoleó los ojos.
-Si estabas de acuerdo con tomarnos la semana libre, para
que los tortolitos arreglen bien todo lo de la boda.
Dijo esto rápidamente, como si no quisiera que asimilara
bien que hubiera empleado la palabra “tortolitos” para referirse a Mike y a
Sarah.
-Ah… Sí, está bien…
-Digo, no has tenido esas canciones que aparecen de la nada
durante los últimos días, así que… -Se excusó Mike.
-Sí, sí, entiendo, entiendo… Yo… Necesitan tiempo para
disfrutar la soltería un poco más…
Mike sonrió, asintiendo.
-Si se te ocurre algo, nos llamas, ¿ok?
Asentí.
En el camino a casa, me sorprendí a mí mismo esforzándome
para que una canción, la que fuera, saliera. Me regañé a mí mismo por ello;
había un lado de mí que quería sabotear la relación, pese a haberme prometido
que no lo haría, que los dejaría ser felices si de verdad lo eran. Así que, en
vez de pensar canciones que pudieran destruir la relación, decidí encender la
radio del auto y escuchar todas las canciones que sonaran, atentamente, para
distraer mis pensamientos.
Me sorprendí al escuchar una letra de una canción de Lynyrd
Skynyrd, de la que se concluía que estaban de acuerdo con todo lo que estaba
pasando, de las guerras, de la injusticia, del gobierno… ¿Cómo podían ser tan
idiotas? Yo no quería ser parte de esos idiotas, no quería ser parte de una
masa que discriminaba a quien fuera diferente. Quería ser parte de la
diferencia, de la minoría, de quienes no encajaban. No quería ser parte de la
agenda redneck¸ quería ser un marica,
quería ser alguien que no creyera todo lo que dijera la televisión…
Tras asegurarme que no hubiera ningún policía ni nada, di
vuelta en U, en dirección al estudio, al tiempo que sacaba mi teléfono.
-¿Tré? ¿Puedes devolverte al estudio? Tengo una canción… Y
llama a Mike también… Gracias, nos vemos.
La semana pasó rápidamente y, antes de lo esperado, era el
jueves antes de la boda. Con Addie y los niños ya teníamos listos los trajes
formales, y ya nos habíamos puesto de acuerdo para que Addie condujera a la
vuelta (John Roecker estaba invitado, así que sabía que no saldría sobrio de
ahí). Todo lo que quedaba por hacer era dormirme de una vez, ya que la boda
sería a las tres de la tarde… Así que debía dormir, tenía que estar allá a
mediodía porque Mike lo quería así, ya que me quería para que le hiciera
compañía como si fuera un padrino…
Pero no podía. No lograba quedarme dormido. Addie dormía a
mi lado, profundamente… Pero yo no podía…
Una de la mañana… Dos… Bostecé… Dos y media… Mis ojos,
finalmente, empezaban a cerrarse de cansancio… Tres…
Me encontraba de pié en medio de mi ya familiarizado campo
de centeno. Y, al otro lado, se encontraba Sarah, tan hermosa como la
recordaba, con sus ojos azules brillando y su largo cabello ondeando con el
viento.
-¿Problemas para dormir? –me preguntó, con una sonrisa.
-Así parece –respondí, acercándome-. Ni idea el porqué…
Ella rió, irónicamente.
-¡Es más que obvio el porqué! Billie, mañana me caso con
Mike.
-¿Y? Eres feliz con él. Yo ya te dije que te amaba, y me
mandaste a la mierda… Fin del asunto.
Sonrió, levemente.
-Me lo dijiste estando ebrio, Billie.
-Los borrachos dicen la verdad…
-Pero sí sólo eres capaz de decirla estando ebrio, no vale
la pena. ¿Has intentando decírmelo estando sobrio?
Negué, con una mueca.
-No se ha dado la ocasión.
Suspiró.
-¿Por qué me amas tanto, Billie?
Sonreí, ampliamente, acercándome y tomarle la mano.
-Tus ojos… Tu cabello…
Ella se sonrió.
-Mi cabello ni siquiera es tan largo, me lo corté. Y mis
ojos nunca fueron tan azules…
-Pero así te recuerdo. Y así quiero recordarte… Lo único
que me quedan son estos recuerdos, porque ya quemé todas las fotos, no me digas
que están errados. En todo caso, esas son sólo las cosas físicas… Te amo por
más que por eso.
Me miró, fijamente a los ojos, acercándose un poco más.
-¿Cómo qué?
Sonreí.
-Tu risa. La forma en la que me mirabas… La forma en la que
pensabas… Dios, durante los últimos años en Rodeo te volviste una verdadera
rebelde. –Sonreí, recordando.- ¿Te acuerdas cuando nos escapamos de clases para
que pudieras ver una exposición de fotografía en Berkeley, que sólo estaría ese
día? ¿O los millones de colores que le pusiste a tu cabello, aquel último
verano? ¿Alguna vez te dije que el rojo era mi favorito?
-No, creo que no…
-También amo el cómo me hacías sentir, el cómo drenabas el
sufrimiento de mí, el cómo hacías que mis demonios desaparecieran por completo…
Addie puede hacer eso también, pero no tan bien como tú, ni tan rápido. –Me
acerqué más.- Y, por sobre todas la cosas, te amaba por ser tú.
La besé…
La escena cambió. Estaban ella y Mike, más viejos, jugando
con una niña, con los característicos rasgos de Mike, pero los brillantes ojos
de Sarah. Su hija… Nunca había pensado en que tendrían hijos… Pero claro, eso
era lo que iba a pasar. Iban a tener hijos, a ser felices juntos, a envejecer
juntos…
La escena volvió a cambiar. Un funeral. Sarah estaba ahí
con Mike, tomados del brazo, bastante viejo. Me acerqué al ataúd…
Solté un grito ahogado al verme a mí mismo.
Desperté, agitado.
-Amor, ¿estás bien?
Aparentemente, había gritado también en la realidad.
Asentí.
-Estoy bien –susurré, acompasando mi respiración.
-¿Seguro? –Volví a asentir.- ¿Qué soñabas?
Negué. No quería contarle.
-Besa los demonios fuera de mis sueños, Adrienne –susurré-.
Llévate esta sensación que llevo dentro.
-¿Qué sensación? –preguntó ella, asustada, pasando su mano
por mi frente.
-Es como un dolor de muelas en la mente….
-Podrías tener fiebre.
Negué. Quería explicarme, quería decirle que no era nada,
que era sólo una pesadilla… Pero la sensación que sentía en todo mi cuerpo era
mucha para ello.
-Vengo enseguida –susurré.
Sin prestarle atención, eché a correr hacia el pequeño
estudio… No el de las guitarras, si no que el de los cuadernos y libros. Tomé
el primer cuaderno que encontré y escribí. No fue una canción, fueron dos.
“She’s a rebel” y otra sin nombre aún, que no logré completar. Saqué las hojas
y las doblé. Me devolví a la pieza, dejé las hojas en el velador y me volví a
dormir, sin responder a ninguna de las preguntas que Addie me hacía.
-¿Estás nervioso?
-Bastante.
Nos encontrábamos en la habitación del novio, es decir, de
Mike. Éste se paseaba de un lado a otro en el cuarto, mientras que Tré y yo lo
observábamos, comiendo una pizza; aún no nos poníamos el traje ni nada, pues
era recién mediodía.
-Todo saldrá bien, y lo sabes.
-Sí sé, pero… No sé, igual estoy nervioso –farfulló,
rápidamente-. Creo que voy a vomitar…
Mike corrió al baño. Yo maldije.
-Mierda, necesito ir al baño –me quejé; llevaba
aguantándome un buen rato, y, justo que me decidía a ir, Mike sufría un ataque
de pánico severo.
-Busca otro baño, yo voy a ver cómo está.
Salí corriendo, hacia el fondo del pasillo, preguntándome
dónde mierda habría otro baño. Probé todas las puertas que me encontré, y
estaban todas cerradas con llave. Finalmente, pillé una puerta que se abrió…
Tras la cual me encontré con Sarah.
-¿Qué haces aquí? –me preguntó, sorprendida.
Aguantándome las ganas de decir lo que debía, dije:
-Necesito un baño.
Soltó una breve risa.
-Adelante.
Entré corriendo, hice mis necesidades, me lavé las manos y
salí, aliviado. Sarah seguía riendo.
-No te rías tanto, que es culpa de tu futuro esposo –la
regañé, cruzado de brazos-. Le dio un ataque de pánico y sé que no saldrá del
baño hasta vomitar lo que comió anteayer o antes de eso.
Se sonrió.
-¿Tan nervioso está?
-Bastante, sí… ¿Qué hay de ti?
-También, pero supongo que es lo normal.
La miré. Sus ojos estaban más opacos que los de mi sueño, y
aún no se había puesto el traje de novia. El peinado ya lo tenía listo, y era
hermoso, aunque, la verdad, no podía ser muy objetivo al respecto.
-¿Sabes? Nunca pensé que mi vida sería así –murmuré.
Me miró, extrañada.
-Por supuesto que no, nadie cree que su vida será tal como
es.
Me sonreí y me senté en un asiento que había junto al
tocador.
-Yo siempre creí que conocería a la mujer de mi vida, que
pasaría un tiempo y que, cuando yo ya estuviera profundamente enamorado de
ella, ella se fijaría en mí. Luego estaríamos juntos, nos casaríamos,
tendríamos hijos y seríamos felices –susurré-. Y cuando me enamoré de ti, todo
calzó. Creí que mi vida sería como lo había pensado, y contigo.
Ella también se sonrió, y se sentó a mi lado.
-Yo pensé lo mismo. Y luego me fui de Rodeo y todo cambió.
Pero yo no creo que haya un único amor, Billie. Nunca creí que me casaría con
Mike, a quien siempre vi como un amigo… Y aquí me tienes.
-Te amo –solté.
Su sonrisa se tornó amarga.
-Claro que no. No me conoces, Billie, ha pasado mucho desde
que estábamos juntos, he cambiado y tú también.
-Quizás. –Ya habiendo empezado, era más fácil continuar que
callar.- Pero igual te amo. Para mí eres perfecta. Tu cabello, tu sonrisa, tu
mirada… -Me acerqué un poco.- Tus labios…
Con la sonrisa más que borrada, ella se paró y avanzó hacia
el ventanal que había, de brazos cruzados, sin voltearse.
-Tú amas a tus hijos y a tu esposa. Para ti yo soy sólo un
juguete que no puedes tener, y por eso lo quieres tanto.
-¡Por supuesto que no! –exclamé, molesto por ese
comentario. ¿Ella creía que era un juguete para mí, siendo que era lo que más
me importaba? Me acerqué.- Si estuviera convencido de que estarías dispuesta a
ser feliz conmigo, ya te habría propuesto que nos fugáramos, que me besaras,
que recuperáramos el tiempo perdido.
-Si crees que no puedes hacerme feliz, quiere decir que no
me amas de verdad.
Negué.
-Yo puedo hacerte tan feliz como quieras… Y puedo darte
todas las respuestas que quieras. Pero, si amas a Mike como dices, con él
estarías mejor que conmigo… -Suavemente, la giré por el hombro-. Dime que lo
amas a él y no a mí. Dímelo y te dejaré tranquila.
Me miró por unos instantes. Por un momento, sus ojos
parecían ser casi tan brillantes y azules como los que conservaba en mi
memoria, pero este brillo desapareció casi de inmediato. Me sostuvo la mirada
un poco más y se acercó hacia mí, para susurrar.
-Amo a Mike. A ti no.
La miré y no detecté ningún rastro de mentira en su rostro.
-Perfecto… Iré a arreglarme –susurré.
Y con el mayor esfuerzo de mi vida, le solté el brazo y me
fui, de vuelta al cuarto donde Mike y Tré me esperaban… Bueno, Tré me esperaba,
Mike seguía en el baño, vomitando.
Antes de lo esperado, dieron las tres de la tarde. Era hora
de ponernos todos en posiciones. Mike fue el primero en llegar al otro lado del
pasillo formado por las corridas de asientos. Los siguientes fueron Nadia y
Tré. Y, finalmente, fue mi turno con Sarah, quien llegó justo a tiempo,
maquillada y con su hermoso vestido. Le ofrecí el brazo y lo tomó, sin mirarme
a la cara.
-Siempre creí que sería nuestra boda en la que te vería con
un vestido –comenté, cuando estaban todos de pié.
Y, por primera vez, Sarah me miró a mí, con sus ojos
brillando por la sorpresa.
-Billie… -susurró ella.
Ignoré esto.
-Te ves más hermosa de lo que me imaginaba. –No dijo nada.-
No puedo creer que tras quemar todas tus fotos, tras quemar un montón de cosas
que me recordaban a ti, volvieras y deshicieras todo eso de golpe.
-¿Por qué me dices esto ahora? –inquirió.- ¿Por qué me
dijiste hoy que me amabas? ¿Por qué me estás diciendo todo esto, si sabes que
no cambiara nada?
-¿Cuándo iba a decírtelo?
-¿Tu lecho de muerte?
Sonreí, volviendo a fijar mi vista en el altar, al cual ya
estábamos llegando. Le di un beso en la mejilla y susurré:
-No me he rendido contigo. Sólo me tomaré un tiempo, para
asegurarme si eres feliz o no con él.
La dejé junto a Mike, ante quien me incliné un poco, y me
puse junto a Tré, quien me miraba sorprendido.
-¿De qué mierda hablaban en el camino hacia acá? –me
susurró, cuando el hombre que realizaba la ceremonia empezó a hablar.
-De nada importante –mentí.
Durante la ceremonia, sólo la miré a ella. Ni siquiera le
dediqué un segundo a Mike, sólo la miraba a ella. Esperaba que no fuera muy
notorio, ya que Addie y mis hijos estaban en el público.
-¿Aceptas, Michael Ryan Pritchard, a Sarah Leah Horowitz,
como tu futura esposa? –Supongo que Mike aceptó, pero yo no le presté atención.
Sólo le presté atención a Sarah, quien miraba a Mike fijamente, mordiéndose el
labio inferior, con una sonrisa en su rostro.- ¿Aceptas, Sarah Leah Horowitz, a
Michael Ryan Pritchard, como tu futuro esposo?
Por un instante me pareció ver que sus ojos azules se
desviaban un poco de los de Mike hacia donde estaba yo, pero eso debió ser idea
mía, ya que su “acepto” fue el “acepto” más seguro que jamás había escuchado.
Y así fue como fracasé, y como Sarah pasó a ser Sarah
Pritchard, sin siquiera tomar en cuenta lo mucho que yo la amaba. Yo la había
llevado al altar, había sido yo quien la había entregado… Era el cierre que
nunca tuvimos, el cierre que tanto nos merecíamos. Y así empezaba una nueva
etapa en mi vida. No más Sarah. De verdad que no.
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