La puerta de mi cuarto fue
golpeada, bruscamente, despertándome. Maldiciendo, me acomodé en la cama.
-David, ándate –mascullé.
Al igual que había hecho en los
días anteriores, mi hermano dejó de golpear. Sonriendo, cerré los ojos.
No pasaron ni cinco minutos cuando
escuché el ruido de vidrios quebrándose. Sobresaltado, me incorporé, para ver
cómo Tré ponía una frazada en el marco de mi ventana, para no herirse al
entrar.
-Le debo un vidrio a tu madre
–anunció, como si fuera lo más normal del mundo, al tiempo que abría las
cortinas.
-¿Qué mierda haces aquí?
–pregunté, enojado. No quería ser molestado en mi hoyo personal, hoyo en el que
me hallaba hundido bajo toda la lástima que sentía hacia mí mismo.
-Te vine a sacar de aquí, ¡dah!
–masculló, abriendo la puerta de mi cuarto- Ya, vamos, que Ale nos está
esperando.
Negué.
-No quiero salir.
Revoleó los ojos.
-Mira, me hice muchos problemas
para venir desde mi casa a escondidas…
-¿A escondidas?
-¿Recuerdas la cagada que nos
mandamos en los baños del cine? ¿Cuándo mi padre nos tuvo que ir a buscar?
-Eso fue el mes pasado.
Tré revoleó los ojos… De nuevo.
-¡La semana pasada! –me corrigió, abriendo la puerta- Ya, vamos.
Volví a negar.
-Prefiero seguir durmiendo.
Sin decir nada, Tré me tomó por
los brazos y me botó al suelo, con facilidad. Realmente debería comenzar a
preocuparme por comer decentemente. De hecho, comencé a considerar el hacer
ejercicio al ver que Tré me tomaba en brazos y me sacaba de la pieza, ignorando
mis quejas y golpes, como si pesase menos que la mochila del colegio… Aunque
claro, cualquier cosa pesa menos que eso.
-¡Ollie, ya lo saqué! –exclamó,
mientras bajaba por las escaleras- ¡Te lo traeremos a salvo hoy o mañana
temprano!
-Bueno, y no le diré a tu padre
lo de la ventana, siempre que la pagues dentro de esta semana.
-¡Bájame! –grité.
Aún ignorándome, salió de la casa
y abrió la puerta de vieja camioneta que había estacionada junto a la acera, en
cuyo asiento delantero me arrojó, para luego pasarme el cinturón, cerrar la
puerta y dar la vuelta, para sentarse al volante y encender el motor. Me toqué
el cabello: Estaba mojado. Recién ahí me percaté de la lluvia que caía,
torrencialmente.
-Feliz cumpleaños –murmuró.
Lo miré perplejo. ¿De qué
hablaba?
La puerta trasera se abrió,
repentinamente, lo que me sobresaltó. Miré por el espejo retrovisor: Ale
acababa de entrar.
-Hablé con Ollie. Mike sigue en
la cafetería –explicó, acomodándose-. Lo llamará para que vaya a mi casa.
Tré asintió y echó a andar el
auto.
-¿ALGUIEN VA A EXPLICARME QUÉ
OCURRE AQUÍ? –inquirí, harto de ser ignorado completamente.
Ale suspiró.
-Estamos preocupados –contestó,
con simpleza-. Estar ahí encerrado no te ayuda en nada.
No dije absolutamente nada. Tuve
que quedarme en silencio por unos instantes antes de conseguir ordenar mis
ideas. Después de todo, tras tanto tiempo intentando no pensar, hacerlo
costaba.
-No me ha hecho ningún mal.
-Bill, te olvidaste de tu
cumpleaños. A que ni siquiera sabes qué día es –musitó Tré, sin despegar la
vista del camino.
-¿Miércoles? –pregunté, tentativamente.
-¡Sábado! Por la mierda, Billie,
estás peor que la primera vez que termin…
-¡No hemos terminado! –exclamé,
sobresaltándolos. Nos quedamos en silencio por unos momentos, tras los que
añadí, de un modo más calmado:- Simplemente no está.
Silencio.
-No va a volver –musitó Ale-, al
menos no por un buen tiempo.
Me negaba a asumir esto, por lo
que me crucé de brazos como pude (ni idea cómo mierda me había sujetado Tré) y
me quedé callado por el resto del viaje. Ale y Tré tampoco conversaron de nada,
así que la lluvia y el motor nuestro y el de los otros autos eran los únicos
que rompían el silencio. La verdad que no me molestaba. Bastaba con
concentrarme en los pocos ruidos que había para no pensar en nada.
-Llegamos –anunció Ale, varios
minutos después, sacándome de mi ensimismamiento-. Bajen rápido, que está
lloviendo fuerte.
Tré asintió y, tras desatarme (no
puedo decirlo de otra forma, ya que, más que ponerme el cinturón, me había
atado al asiento como pudo), salimos del auto corriendo… O, al menos, ellos lo
hicieron y yo lo intenté, porque mis piernas no reaccionaron por completo.
Después de todo, llevaba días sin caminar más lejos del baño y la cocina de mi
casa. Debido a esto, me mojé su tanto, pero no me importó. De hecho, tenía el
cabello tan sucio que me ayudó a disminuir la picazón de la cabeza.
-Te vas a duchar, ¿me oíste?
–musitó Ale, mirándome al entrar a la casa- Luego vas a comer…
-No tengo hambre.
Para mi desgracia, mi estómago
rugió, demostrando lo hambriento que me sentía, aún si no quisiese comer
absolutamente nada.
-Te duchas y luego comes
–resolvió Ale, empujándome con facilidad hacia el baño, en cuya puerta me
esperaba Tré, quien tenía un montón de ropa, el cual me pasó. También había una
toalla. Le di las gracias y entré al baño, para meterme a la ducha.
Me vi más que tentado a
asfixiarme con el champú y el bálsamo, o ahogarme con el agua, pero me contuve.
Me limité a ducharme, secarme y vestirme con las ropas que Tré me había pasado.
Pese a ser de mi talla, el pantalón me quedó suelto. Maldiciendo por esto, salí
del baño y fui a la cocina, donde, tal como supuse, me encontré con Ale y Tré,
además de una gran olla de arroz. Involuntariamente, sonreí, al oler el huevo
que mi amiga cocinaba y el café que se preparaba lentamente en la cafetera. Me
senté en la mesada y me serví un plato de arroz.
-No seas tonto –me regañó Tré, al
ver lo poco de mi ración, sirviéndome casi toda la olla, dejando una cantidad
mínima para él y Ale.
A continuación, Ale sacó el
sartén del fuego y dejó todo el huevo revuelto sobre el arroz de mi plato, para
luego sentarse al lado de Tré, frente a mí. Me quedé mirándolos por varios
instantes, en silencio, sin saber qué hacer. Habría seguido así de no ser por
Ale, quien dijo:
-Come.
Fue como si me hubieran dado permiso
para comer por primera vez en mucho tiempo. Famélico como estaba, comencé a
devorar mi plato. Tenía tanta hambre que terminé mi gran porción antes que Tré
y Ale terminaran la suya pequeña. Al terminar, me encontré con un tazón de
humeante café servido.
-Dos de azúcar, como te gusta
–musitó Ale
-Gracias –murmuré.
Silencio.
-Feliz cumpleaños –susurró ella.
-No le veo nada feliz –admití.
-¡Claro que no! ¡No has salido ni
comido en días! –exclamó Tré.
Negué. Suspirando, Ale se sentó a
mi lado y me abrazó.
-Sarah no querría que estuvieras
así. Probablemente te va a regañar cuando vuelva y sepa como estuviste…
-Cuando vuelva habrán pasado
varias semanas…
No pude evitar pensar “si es que
vuelve”. Aparté ese pensamiento de mi mente y apoyé mi cabeza en su hombro,
conteniendo, una vez más, las lágrimas.
-No has llorado –afirmó Tré.
-Nope.
-Hazlo de una puta vez y supera
todo –espetó. Ale lo miró molesta-. ¿Qué? No le hace ningún bien a nadie así.
-¿Y todavía me preguntas el
porqué terminamos? –musitó.
No escuché la respuesta de mi
amigo. Extrañaba a Sarah y no sabía cuándo volvería, si es que llegaba a
hacerlo. Me separé de Ale y le di un sorbo a mi café. Me arrepentí al instante,
ya que mi estómago comenzó a doler de inmediato.
-Ni se te ocurra vomitar –murmuró
Ale, al verme la cara, interrumpiendo la discusión que sostenía con Tré.
-No pensaba hacerlo –mentí. El
estómago realmente me molestaba.
La puerta principal se abrió,
repentinamente. Los tres desviamos la mirada a la puerta de la cocina, por
donde vimos entrar a Mike, quien estilaba. Nos saludó rápidamente, y no tengo
idea a dónde se fue después, pero supuse que fue al baño, ya que volvió con
otra ropa a los pocos minutos. No obstante, no entró. Simplemente se quedó de
pié en el umbral de la puerta, mirándome.
-¿Estás bien?
Era el primero que me lo
preguntaba… Y, honestamente, no sabía qué debía responder para que no se
preocupara. Al no ocurrírseme nada, negué y contesté con la verdad:
-Mal.
Mike suspiró y se me acercó a
abrazarme.
-Dude, tienes los peores cumpleaños –bromeó.
Algo que intenté que fuera una
risa salió de mi garganta, mas mucho no duró.
-Gracias, supongo.
Mike negó.
-Va a volver –me aseguró.
O eso intentó, ya que la verdad
que parecía que quería convencerse a sí mismo. Me di cuenta al instante que, a
su modo (más introvertido y menos dramático), estaba en un estado similar al
mío.
-Todavía sientes cosas por Sarah,
¿no?
Mike no me dijo nada, y yo
tampoco le dije nada a él. Ambos entendíamos. Lo único que logré hacer fue, sin
soltar a Ale, rodearlo con un brazo y apoyarme en su hombro. ¿Gay, yo? En ese
momento, no, pero me daba igual.
-Tienes que seguir adelante
–murmuró Tré, de un modo más suave que la vez anterior.
-Se acaba de ir, Tré –masculló
Ale, al parecer, adivinando lo que él iba a decir.
-Igual tiene razón –musitó Mike-.
No hace falta que la olvides, simplemente continúa viviendo. Anda a la escuela,
tengamos ensayos…
-Me expulsaron.
Los tres me miraron.
-¿Por qué? –inquirió Ale.
-Drogas, no ir a clases… Le dije
que prefería que me echara a volver…
-Oh, entonces no soy el único.
Repentinamente, meramente por un
ataque de hiperactividad, me solté de Mike y Ale y me puse de pié. A lo único
que atiné fue a darle otro sorbo al café, tras lo que recordé que me dolía el
estómago.
Fue ahí que, súbitamente, la
puerta fue golpeada. Extrañada, Ale fue a ver, para encontrarse con Jesus,
mucho más mojado que Mike. No me había visto.
-Supe que Billie… -Negó.- ¿Puedo
pasar?
Ale lo dejó entrar y lo llevó a
la cocina, donde nos quedamos mirando en silencio, por varios instantes.
-Aféitate –fue su saludo.
Me sonreí apenas.
-Mañana.
Levemente sonrosado, Jesus se me
acercó y me abrazó.
-Feliz cumpleaños.
Asentí, prefiriendo ahorrarme los
comentarios al respecto.
-¿Torta? –ofreció Tré, parándose
hacia el refrigerador de Ale, quien no se inmutó por esto en lo absoluto-
También hay cerveza.
Todos asentimos. La torta me daba
igual, lo que yo quería era beber.
Así terminamos todos en el
living, bebiendo cerveza y comiendo torta. Jesus, Mike y yo estábamos en un
sofá, y Ale y Tré en otro. Conversamos. No había bebido lo suficiente como para
emborracharme, mas sí había bastado para que, repentinamente, todo se apagara.
Cuando recobré el conocimiento,
me encontraba apoyado en el hombro de Jesus quien, al parecer, también dormía.
Pensé en moverme, mas sentí cómo alguien bajaba la escalera, entrando al
living. Me hice el dormido.
-Jesus, acaba de “terminar” con
Sarah –regañó quien acababa de bajar. Era Ale, y sonaba más que molesta.
-Yo no he hecho nada –murmuró Jesus.
Así que él se hacía el dormido
primero.
-Mejor te vas a una pieza de
visitas y dejamos a Billie aquí –dijo Tré, bajando.
Pese a que mi relación con Jesus
había transcurrido hacía ya tanto tiempo, aún recordaba todo lo que había
llegado a aprender de él. Fue por eso que, al apenas abrir los ojos, vi lo
mucho que le desagradaba la idea. Volví a cerrarlos. La verdad que me dio pena:
No tenía ningún interés en volver con él, y parecía que él estaba más que
dispuesto a ello. “Subconscientemente”, me alejé un poco de él. Suspirando,
Jesus se paró y, junto a Tré, me acomodaron a lo largo del sofá. Luego sentí
como alguien (supuse que Ale) me cubría con una manta. Luego, escuché dos pares
de pasos alejarse y, un par de minutos después, un par regresando. Volví a
despegar los párpados para ver, en la penumbra, a Ale y Tré.
-De verdad está mal –comentó él.
-¿Qué esperabas? Es la única
relación de verdad que ha tenido en su vida, sin contar a Mike…
-¿Y nosotros? ¿Y Jesus?
Ale negó. Tré suspiró y la
abrazó.
-No quiero que te vayas –susurró.
Me contuve de preguntarles de qué
mierda hablaban.
-No tengo opción –susurró ella-.
Tú sabías que algún día volvería a New York.
Tré la abrazó más estrechamente,
para luego acercarse más a ella y besarla. Cerré los ojos, fuertemente. No me
veía capaz de aguantar tanto amor cerca. Cuando volví a entreabrirlos, me
encontré solo en la habitación. Me acomodé y volví a dormir.
Desperté. La luz inundaba el
living, mas no parecía ser muy tarde (de hecho, parecían ser menos de las diez
de la mañana) y la lluvia se había detenido. Me senté, en búsqueda de un reloj:
Ocho de la mañana. Maldije. Sabiendo que no podría dormir, me paré y me dirigí
al segundo piso, en búsqueda del cuarto de Mike. Lo encontré. Sin pensar, tomé
un cojín que había en el suelo y se lo tiré en la cara, despertándolo.
-¡Mierda!
-Buen día –saludé.
Mike me miró molesto.
-¿Para qué me despertaste?
–inquirió.
Me encogí de hombros.
-No sé, estaba aburrido.
Su molestia no desapareció hasta
varios minutos después, minutos durante los cuales me senté a los pies de su
cama. Luego me miró con la misma cara que siempre usaba cada vez que me pasaba
algo.
-¿Cómo estás? –Alcé una ceja.- En
comparación a los otros días.
Me encogí de hombros.
-Mejor que ayer: Estoy ebrio.
Mi amigo me miró entristecido.
La puerta de la pieza se abrió,
dando paso a Jesus, quien estaba ojeroso, como si no hubiera dormido en toda la
noche.
-¿La lluvia te mantuvo despierto?
–le preguntó Mike.
Al igual que yo, se encogió de
hombros
-Simplemente no me podía dormir
–se explicó-. Me quedé en mi pieza hasta que los escuché hablar y vine.
Noté al instante que mentía. Me
pregunté si Mike lo habría notado. Volví a sentir esa punzada de culpa en mi
estómago. Tendría que hablar con Jesus, pero no me sentía de humor. De hecho,
la punzada aumentó al imaginarme la situación: “Jesus, no quiero nada contigo…
No, Jesus, no llores”.
La punzada siguió aumentando,
tras lo que recordé que estaba ligeramente ebrio. Me puse de pié y, sin decirle
nada a ninguno de los dos, fui al baño, donde vomité la cerveza consumida. Jalé
la cadena y volví a la pieza, como si nada. Mike me miró preocupado.
-¿Vomitaste?
Lo ignoré.
-¿Quieren desayunar? –pregunté,
desde la puerta- Dudo que a Ale le importe.
Decidiendo que lo mejor era
ignorar que había ido a vomitar, Mike y Jesus asintieron, para acompañarme a la
cocina, donde empezamos a preparar el desayuno. Estábamos en eso cuando Tré
llegó a la cocina.
-Tuviste sexo –fue el saludo de
Jesus al baterista, quien, inmediatamente, se sonrojó.
-No, no tuve –farfulló.
-Uuuh, está rojito, está rojito
–comenzó a molestarlo Mike, picándolo con sus dedos en el brazo.
-Jódete –masculló él, más rojo
aún.
Jesus también comenzó a
molestarlo. Me habría gustado unirme, pero sabía que me sentiría un cínico de
mierda. La verdad que la situación me causaba más celos que gracia. ¿Dónde
estaría Sarah?
¿Por qué olía a quemado?
-¡BILLIE, TE QUEMAS! –me gritó
Mike, alejándome de la cocina.
Tardé su tanto en comprender que
el humo venía de mi brazo. Apenas preocupado, me acerqué al lavaplatos y le
eché agua al brazo.
-Perdón por tu sweater, Tré
–musité.
-No importa, ¿estás bien?
Asentí.
-Pero me vendría bien una
cerveza.
Mike negó.
-No quedan.
¿He mencionado qué tan malo era
Mike mintiendo? Por la mierda, soy mayor de edad y me sigue controlando. Ni que
fuera un alcohólico o algo parecido. No obstante, no hice ningún comentario, y
me serví un café para sentarme a la mesa y desayunar. Jesus tomó los huevos que
yo hacía antes del “incendio” y los llevó a la mesa, para que, finalmente,
todos desayunáramos. Los únicos que hablaban eran Jesus y Tré, ya que Mike
parecía seguir vigilándome.
Varios minutos después, Ale entró
a la cocina. Jesus chifló, causando que tanto ella como Tré enrojecieran, al
tiempo que Jesus y Mike los molestaban. El resto del desayuno transcurrió con
todos (menos yo, claro) conversando. Luego, Mike, Jesus y yo nos fuimos.
-¿Quién quiere correr para
despertar? –nos preguntó Jesus.
-Te gusta atravesar el basurero
con los perros, ¿no? –inquirió Mike. Jesus asintió- Maníaco psicópata de
mierda.
-Pero tiene razón, es un buen
modo de despertar –comentó una voz a nuestras espaldas, sobresaltándonos. Nos
volteamos y nos encontramos con Jimmy-. Estaba donde Stephanie.
Aclaración: Él e Iris habían
terminado hacía un buen tiempo, y ahora estaba con la vecina de Ale. Llevaban
juntos un par de meses y él se la pasaba allá más que en la okupa, en especial
porque los padres de nuestra amiga se la pasaban en Las Vegas. De hecho, ese
día, estaban allá con los padres de Ale, hecho que explicaba el que
estuviéramos todos solos en la casa.
Obviamente, el recordar todo esto
no me ayudó a sentirme mejor. De hecho, me dio asco. Estaba rodeado de parejas
felices, sin contar a Jesus. Mike había vuelto con Claire, por cuarta vez. Y
pensar que hacía unos cuantos días yo formaba parte de los felices enamorados,
con sueños, esperanzas y demás…
-¡BILLIE!
Sacudí la cabeza.
-¿Sí, Mike?
-Concuerda conmigo en que no hay
que tomar el atajo.
-Prefiero el atajo.
Odiaba correr, pero caminar me hacía
pensar con más facilidad. Bueno para componer… Pésimo cuando no quería
recordar. Correr por un basurero escapando de los perros requeriría de una
buena parte de mi concentración, lo que me impediría pensar en la maravillosa
vida que tenía la semana pasada.
-Ja, ja, te pasa por ser menor de
edad –bromeaba Jimmy.
Mike lo miró molesto.
-Aún así, gano una pelea contra
cualquiera de ustedes, adultos –masculló.
En fin, llegamos a la reja que
nos separaba del basurero, la atravesamos (estaba rota) y, tras tomar aire,
echamos a correr. Por desgracia, aún tenía resaca, por lo que no podía correr
muy rápido, y, por los ladridos que oía a mis espaldas, el bulldog estaba
cerca. Aún así, preferí distraerme en una cámara fotográfica antigua que había
en el suelo: Sarah era muy buena tomando fotos. De hecho, mi novia estaba
considerando seriamente el estudiar fotografía o algo en que pudiera tomar
fotos…
-¡MIERDA, BILLIE! –me gritó
Jesus.
Sin darme tiempo para comprender,
me tomó la mano, jalando con fuerza, haciéndome correr más rápido. Así,
llegamos a la reja del otro lado, reja que Jimmy y Mike mantenían abierta para
nosotros. Apenas la atravesamos, la acomodaron y se alejaron, justo al tiempo
que el bulldog chocaba con la reja, fuertemente. Jesus me soltó.
-¿Acaso quieres que te maten?
¡Estabas trotando! –me gritó,
enojado.
Estuve a punto de decirle que sí,
que me daba igual vivir o no, cuando recordé que no quería matarme. ¿De qué me
servía morir si Sarah podía volver?
-Perdón, bebí mucho ayer.
Jesus negó. Estaba más que
enojado. Suspiró y continué avanzando a mi casa, seguido por Mike, Jimmy y,
finalmente, Jesus. No tardamos mucho en llegar al punto en que separábamos
nuestros caminos y, desde ahí, tardamos poquísimo en llegar a mi casa, en la
que aún vivía Mike. Entramos (como de costumbre, con sus llaves) y cada uno se dirigió a su habitación. Ya eran
las nueve y media, pero necesitaba dormir. Me metí en la cama, ignorando en lo
posible la brisa que se filtraba en el trozo de cartón que alguien había puesto
en mi ventana. Supuse que ese mismo alguien había limpiado los vidrios del
piso. Tras un par de minutos despierto, me dormí.
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