-¡Maldición! –exclamó, al botar otra caja.
La desesperación se apoderaba rápidamente de ella con el pasar de los minutos. Tenía que tener la prueba en algún lado, de lo contrario... No quería ni pensar lo que ocurriría.
¿Qué buscaba? Esa era la pregunta que resonaba en su cabeza. No había evidencia alguna que lograra salvarlo de ellos, de aquellos asesinos, y lo sabía. No había nada que hacer, mas ella seguía buscando cualquier dato, cualquier pista, lo que fuera. Cualquier cosa que la salvase de la inminente resignación de que no podía hacer nada, cualquier cosa que la salvase de quedarse completamente de brazos cruzados.
Repentinamente, el piso de su hogar comenzó a sacudirse por completo. Ella volvió a maldecir. ¿Qué tan mala suerte había que tener para que comenzara a temblar cuando estaba por colapsar completamente?
-No puedo hacerlo –susurró para sí, mientras el temblor cesaba-. No puedo...
No podía salvarlo. No importaba lo que hiciera, él moriría. Una única lágrima se resbaló por su rostro. Estaba acabado.
-¿Por qué no fui yo?
Pudo haber sido ella, pero él decidió sacrificarse en su lugar. ¿Para qué lo había hecho? Ella era quien seguía en la cadena de homicidios, no él, ¿para qué intervino? ¿Por qué lo hizo?
-¿Qué cosa, que no debías saber, averiguaste? –musitaba para sí, intentando razonar en medio de su desesperación.
Un relámpago iluminó el cielo, seguido de un casi instantáneo trueno, el cual retumbó sobre toda la ciudad; al mismo tiempo, las luces titilaron en toda la planta baja de la casa de aquella desesperada mujer.
“¡BAM!” fue el sonido que atravesó toda la casa. Un portazo. Asustada, se volteó, preparada para lo peor.
-Oh, eras tú –suspiró, aliviada al ver a su esposo en el umbral de la puerta, mientras colgaba su abrigo.
-¿No hay un saludo para tu marido? –preguntó, molesto, abriéndose el paso a través de los montones de cajas que ella tenía en el living.
-Lo siento, es que... –suspiró- Yo...
-Estás más ocupada con él –masculló él, molesto-. Siempre ha sido así. ¿Sabes? Eres la única persona en el mundo que se preocupa más por su suegro que por su esposo.
El teléfono sonó, trisando el alma de la mujer en pedazos.
-¿Por qué esa cara? –preguntó él, mientras ella se dejaba al caer al suelo. De inmediato, él abandonó el sarcasmo- Amor, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras? –ella no contestó- ¿Lo admites?
El llanto no le permitía contestar, por lo que sólo negó con la cabeza.
-Entonces...
-¡Mierda, Joey, contesta el maldito teléfono! –gritó.
La temida llamada había llegado. Se había acabado todo. Como si estuviera en otra realidad, contempló el cómo Joseph caminaba al teléfono y contestaba. Fue en cámara lenta que vio cómo la expresión de su esposo cambiaba de enojo a tristeza y rabia, pasando por la sorpresa. Habló poco. Colgó y se dirigió a un sofá, donde se dejó caer, en silencio y atónito.
-Amor, ¿estás bien? –preguntó la pelirroja, acercándose a él, decidiendo que era mejor contenerse en ese instante e intentar mantener la compostura-. ¿Quién era?
-Jake –susurró-. Papá está en el hospital, lo envenenaron –miró a su mujer-. Los médicos dicen que si no consiguen el antídoto... –se limpió una lágrima- Le dieron doce horas de vida.
Y, una vez más, Jennifer Kiffmeyer-Armstrong maldijo.
AMO ESTA WEÁAAAAAAA!!!
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