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Amelia
entró al edificio, preparándose mentalmente para el momento en que tuviera que
saludar a su padre. Esperaba que no hubiera visto por la ventana cómo se bajaba
de un auto, ya que eso requeriría de más explicaciones de las que se creía
capaz de responder.
-Buenas
noches –la saludó el portero, sacándola de sus cavilaciones.
-Buenas
noches –respondió ella, intentando que su voz no estuviese muy tomada.
Sin
más, corrió al ascensor, donde apretó el botón del tercer piso. Para su
desgracia, el elevador no tardó ni un minuto en llegar. Suspirando, bajó de él
y atravesó el pasillo hasta la última puerta. Tomó aire, sacó la llave que
había debajo del tapete, quitó el seguro de la puerta, volvió a dejar la llave
bajo el tapete y entró a su casa. No se sorprendió al ver a su padre
esperándola, furioso.
-¿Con quién andabas? –preguntó él,
mirándola con rabia.
-Con nadie que te interese –musitó ella,
en un intento de voz calmada. Estaba acostumbrada a que su padre le preguntara
eso, aun si hubiese andado sola, mas no le era fácil mantener la tranquilidad
que aparentaba.
-Vi cómo te bajabas de un auto –insinuó
él.
-¿Ves que no estás tan ciego como parece?
–ironizó ella, amargamente, pasando de largo, en dirección a su pieza.
Cosa
que no fue ningún impedimento para su padre, quien la sujetó del brazo,
fuertemente.
-¿Con quién andabas? –preguntó él, en un
cruel susurro.
-¡Suéltame!
–exclamó Amelia, en inglés, sin pensar. Su padre la miró con más ira aún:
Odiaba que su hija le contestara en inglés- Perdón.
-¿No habrá sido el vago músico del que tu
madre me habló o sí? –preguntó el hombre, sujetando el brazo con más
firmeza.
-No es un vago. Y es un buen músico.
–Amelia no sabía para que lo defendía, si sabía que eso no la iba ayudar.- Ahora... ¡Suéltame!
-No hasta que me digas dónde andabas con tu
novio –siseó él.
La
quinceañera empalideció.
-¿Novio? ¿De qué estás hablando?
–inquirió, asustada. Su padre había tomado su amistad con Billie del peor modo
posible- ¡Es sólo un amigo, no es mi
novio!
-Ah, sí, sólo un amigo. ¿Por qué un hombre
más de quince años mayor que tú te quiere como amiga? –masculló el hombre.
Averiguó lo que
pudo
pensó ella, intentando respirar con normalidad.
-Sí, es más de quince años mayor que yo, pero
sólo somos amigos. No se me ha insinuado ni nada –le dijo Amelia,
conteniéndose de gritar.
-¿Entonces qué
hiciste con él todo el día? –inquirió su
padre. Amelia no dijo nada, manteniéndose cabizbaja. Su padre tironeó de ella,
para dejarla mirándolo a los ojos- ¡Responde!
Ella suspiró.
-Lo acompañé a él y a su grupo a ensayar –musitó, decidiendo que lo
mejor era decir la verdad-. Luego fui a
almorzar a su casa con él y su hijo.
-¿Eso es todo? ¿No puedes inventar nada
mejor? –preguntó él, incrédulamente.
-No. En especial porque no es inventado
–espetó ella-. Ahora, suéltame o le diré
a mamá lo que haces cuando no está en casa.
Su
padre le tiró del cabello, haciendo que ella soltara un chillido.
-Llegas a decirle algo a tu madre, y no
respondo de mis actos, Amelia –la amenazó ella-. Hasta que vuelva ella, te prohíbo que veas a ese músico.
Amelia
lo miró atónita. Su madre volvía el viernes y recién era martes. Tres días
encerrada en su casa, tres días en los que tendría que aguantar a su padre.
-¿Por qué? –fue todo a lo que atinó a
decir.
-Ni siquiera hablas bien inglés. Quién sabe
lo que te diga y tú dirás que sí –masculló su padre.
Amelia
sintió la ira acumulándose en su cuerpo.
Hacía
varios años, ella había querido tomar un curso de inglés. Su padre se lo negó.
De todos modos, había aprendido el idioma por su cuenta y era capaz de hablarlo
fluidamente, detalle que su padre no sabía. Sin embargo, en ese momento, ella
decidió que era hora de una pequeñita demostración:
-¡CÁLLATE
DE UNA VEZ POR TODAS! –gritó, conteniéndose de utilizar algunas expresiones con
las que se ganaría un castigo mayor- ¡NO SABES DE LO QUE HABLAS! Además, ¿qué
tanto te preocupas? ¡Ni siquiera te importo!
Su
padre levantó su mano derecha y le pegó una fuerte cachetada, soltándola al
fin.
-Eso te enseñará a no decir cosas que no
entiendes a tus superiores –susurró.
Se
cubrió la mejilla con una mano, cerrando los ojos levemente. No le había dolido
tanto. De hecho, comparado con otras golpizas que había recibido anteriormente,
eso no era nada. Pero el hecho de que su padre le hubiera levantado la mano
ocasionaba que varias silenciosas lágrimas se le escaparan.
-Te
odio –susurró ella, dirigiéndose al refrigerador, sacando una compresa fría que
había-. En cuanto pueda irme de aquí, lo haré y no volveré.
Su
padre se interpuso en su camino.
-Si
te vas, volverás Amelia... –le pegó otra cachetada- Juro que volverás.
Su
padre le permitió el paso. Sin dirigirle la mirada, la adolescente se fue a su
habitación, dejando que las lágrimas que había logrado contener escaparan al
fin.
Billie Joe tocó la puerta de la casa de su esposa,
extrañándose al sentir una fuerte presión en su brazo. Sabiendo que Adrienne
abriría en unos cuantos segundos, decidió ignorar el dolor hasta que estuviera
a solas en su auto.
-¡Al fin llegaron! –exclamó Adrienne, al abrir. Se
notaba que estaba nerviosa por lo mucho que habían tardado- ¡Creí que te habías
ido a vivir con él! –añadió, en dirección a Joey.
-No es mala idea –susurró él, sin mirarla y entrando a
la casa-. ¡Adiós, papá!
Addie suspiró, consiguiendo que Billie le tuviera algo
de lástima. Es decir, ¿a quién le gustaba ver a su hijo despreciando a su
madre? No era nada agradable.
Mas esos pensamientos desaparecieron al sentir cómo
alguien mucho más pequeño que él lo abrazaba.
-¡Papá! –exclamó Jake.
Billie sonrió y le revolvió el cabello, ignorando el
dolor que apareció en su cuero cabelludo, dolor seguido de enojo y miedo.
-¡Hola, Jake! –saludó, intentando que la alegría
remplazara el dolor que sentía en ese instante- ¿Cómo has estado?
-Bien –respondió el menor-. ¿Puedo ir a tu casa
mañana?
El hombre hizo una pequeña mueca, aun conteniendo las
sensaciones en su interior.
-No sé si mañana, ya han faltado mucho a clases esta
semana. ¿Qué te parece si mejor vas el viernes? –contestó él.
-¡Ya! –accedió; le entristecía tener que esperar, pero
sabía que su padre cumpliría su promesa.
Sin más, el niño se separó de él y volvió al interior
de la casa, dejando a Adrienne y a Billie Joe solos.
-Mañana
vendrá el abogado –susurró Adrienne, aprovechando que los niños no estaban
ahí-. Tienes que estar aquí a las nueve.
-Ok,
aprovecharé de ver lo de la puerta –susurró él.
Addie
se mordió el labio inferior.
-Brad
se encargó de la puerta –musitó.
-Un
peso menos –comentó Billie, ignorando la leve punzada de su corazón, punzada
que sí le pertenecía a él-. Adiós.
Salió
de la casa y entró a su auto.
Apenas
cerró la puerta, soltó un grito ahogado. La mejilla le escocía, además de
sentir su brazo agarrotado y su cuero cabelludo tirante.
Encendió
el motor...
Sintió
el dolor de algo afilado cortando su brazo izquierdo. Cerró los ojos
fuertemente, intentando bloquear la sensación.
Y,
en lugar de conseguir su cometido, sintió una profunda tristeza ajena.
¿Qué
le pasaba a Amelia?
Lo
odiaba.
Odiaba
a su padre con todo su ser, odiaba tener un parentesco con él. Odiaba el
trabajo que la había alejado de sus amigos, odiaba tener que vivir en el mismo
departamento de él, y odiaba estar obligada a verlo todos los días. Y lo que
más odiaba, era el cómo se las arreglaba para arruinar su día perfecto en dos
minutos. Había tenido un día fantástico con los chicos y por culpa de su padre
se sentía peor que en muchísimo tiempo.
Suspirando,
se dirigió a una de las paredes, la cual tenía una tabla suelta. La movió y de
ella sacó un pequeño bolsito, cuyo contenido vació sobre la cama.
Removió
entre los objetos y sacó un encendedor. Sonrió amargamente. Lo dejó más
apartado y continuó removiendo entre las cosas, para sacar un estuche plástico.
La misma sonrisa cubrió su rostro, mientras depositaba el estuche junto al encendedor.
Sacó una pequeña botellita con un líquido transparente y un poco de algodón,
tras lo cual guardó todo lo demás en el bolsito.
Ceremoniosamente,
se arremangó la manga izquierda de su polera y abrió la cajita plástica, de
donde sacó una de las tantas cuchillas.
Llevaba varios meses sin
hacerse una cortada, varios meses en los que había sido, relativamente, feliz.
Nada la había molestado tanto como para dejarse nuevas cicatrices. Pero esa
noche...
Encendió el encendedor y
quemó la cuchilla, desinfectándola. Apagó el encendedor y, mirando a cualquier
parte menos a su brazo izquierdo, se hizo dos largas cortadas, olvidando lo
feliz que se había puesto la semana anterior al ver que las cicatrices
comenzaban a borrarse lentamente.
Se hizo los cortes y sonrió
levemente, imaginando que lo que cortaba no era su propia piel, sino que la de
su padre. Sin más, destapó la botellita de alcohol y humedeció el algodón, para
limpiarse. No era tan tonta como para correr el riesgo de adquirir una
infección peligrosa por un simple corte. Luego, se tiró en la cama, cerrando
los ojos.
-Mi vida apesta –se dijo a sí misma, intentando, vanamente, no volver a
llorar.
Billie
sintió cómo algo ardía en su brazo izquierdo, justo donde había sentido algo
afilado cortando. Supuso que sería alcohol o algo parecido. Suspirando, condujo
hasta el edificio, donde, tras estacionar y asegurar el vehículo, se dirigió
hasta su departamento, en cuyo sofá se dejó caer.
¿Qué
había pasado en casa de su amiga para que hubiese llegado a cortarse? Y ¿qué
tanto fingía? Se veía feliz, no
parecía tener ningún problema con su familia, sin contar a su medio hermano.
Hogar, horrible
hogar
había pensado ella cuando él detuvo el vehículo frente a su edificio.
¿Problemas con tu
familia?
le había preguntado él.
Algún día te lo
contaré. Si no bajo ahora, quizás nunca podré hacerlo, había sido su
respuesta.
El
dolor en su mejilla…
¿Acaso
su padre le pegaba?
Un
acceso de ira le nubló la vista. Si había algo que no toleraba, era que alguien
golpeara a sus hijos. Lo segundo que menos toleraba, era que alguien golpeara a
una mujer.
¿Cómo se atreve
tocarla?
se preguntó, apretando los puños, firmemente. ¿Cómo se atreve a levantarle la mano?
Respiró
profundamente, varias veces, intentando calmarse. Sabía que no sacaba nada con
enfurecerse tanto...
Pero
sentir cómo alguien la lastimaba...
Piensa en otra
cosa, piensa en otra cosa.
Así
sus pensamientos se desviaron a Adrienne.
Estaba
más que claro que ella lo había olvidado por completo. Estaba más que claro que
ya no lo amaba. Y, aún así, escucharla hablando de Brad, hacía que el
guitarrista sintiera unas tremendas ganas de golpear algo.
Andas violento la noche de hoy, Armstrong se dijo a sí mismo.
Aunque
eso sí tenía una explicación. Después de todo, había pensado que Adrienne era
el amor de su vida... Si miraba a su futuro, no se veía en ninguna parte sin
ella. Sabía que con el tiempo lo superaría...
¿Y
si no?
Lo
que tenía claro, era que nunca iba a estar con nadie más. No podía. No se
imaginaba a sí mismo en citas, no se imaginaba a sí mismo compartiendo con otra
mujer lo que sentía por Addie.
Negó
con la cabeza.
Ahora me pregunto
cómo estará...
Sintió
como sus neuronas hacían sinapsis...
Guiado
por el impulso, corrió a su bolso, de donde sacó su cuaderno y un bolígrafo. Apresurado,
escribió varias ideas que tenía en su mente. Así terminó una canción.
Entusiasmado con haber logrado componer por primera vez en varios días, revisó
la letra.
-Mierda –masculló.
Había hecho que había estado
evitando desde su pelea con Addie:
Una canción que hablaba de
cómo olvidarse de ella.
-No, no, esto no puedo
hacerlo...
Releyó la canción.
Sin darse cuenta cómo, empezó
a cambiar varias palabras, alterando el sentido de los versos casi por
completo. Volvió a cambiar palabras...
La canción ya no hablaba de
Addie, sino que de una completa desconocida.
Y ya no era él quien lo
cantaba, sino que Jesus.
Sonrió, levemente, con un
proyecto en mente...
-No, eso sí que no –murmuró,
poniendo acordes al azar en la canción-. Mejor piensa en un ritmo ahora.
Se dirigió a su bolso, del
cual sacó una cajetilla de cigarrillos y su encendedor. Mientras pensaba un
ritmo, encendió un cigarro y se lo llevó a la boca.
Podría ser algo lento...
Dio la primera inhalada.
Tosió, asqueado. Abrió los
ojos como platos, sorprendido. ¿Desde cuándo encontraba que la nicotina era
asquerosa?
Esto está mal pensó. ¿Ahora cómo mierda me concentro?
Decidió arreglar eso al día
siguiente. Sin más, se fue a acostar.
Al
mismo tiempo, en su casa, Amelia, quien había sacado su guitarra para
distraerse de algún modo, comenzó a toser, como hacía un buen tiempo que no
tosía. La verdad, la última vez que había tosido así, había sido la última vez
que fumó algo.
Pero
eso no le importó. Unos acordes se le vinieron a la cabeza de la nada. Le sonaban
conocidos, de alguna canción... Sólo que no recordaba cuál. Sacó una hoja de
papel y los anotó, para no olvidarlos al día siguiente.
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