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-¿Y
cuál es tu gran idea? –inquiría Billie Joe.
Tras
llamarlos, Joey, Mike y Tré, habían vuelto a aquella salita con sofás que había
fuera de la cabina de grabación. El último (a quien iba dirigida la pregunta)
suspiró.
-Estas
emociones se pasan al otro cuando los superan a ustedes mismos, ¿no? –musitó el
baterista.
-Así
parece –contestaron Billie y Amelia a la vez.
Fue
el turno de Mike para suspirar.
-Esto
no me gusta –comentó, estresado. Mike se desesperaba con facilidad, y ver que
Billie y una niña casi desconocida para él pensaran lo mismo, lo desesperaba
bastante.
-¿Crees
que a mí sí? –preguntó Joey, quien seguía sin entender nada.
-Al
menos ustedes no se marean cada dos segundos –musitó Amelia.
¿Por qué mierda
tienes que sentir tantas cosas a la vez? pensó la adolescente, pensamiento que fue
“oído” por Billie, quien se sobresaltó.
-¿Crees
que yo siento mucho? Por favor, ¡me
estás volviendo loco! Y no del modo figurado –masculló Billie.
-Hey,
¡cálmense! –exclamó Tré-. Mi idea es que cada vez que sus emociones se vuelvan
demasiado para ustedes, piensen en otra cosa o repriman el sentimiento en sí.
-¿O
sea que tu idea es que no podamos sentir NADA más fuerte de lo necesario?
–susurró Amy.
Silencio
de parte de todos.
Pese
a nunca haber hablado de ello, Billie y Amelia sabían que la mente era el
refugio que ambos tenían de todas las cosas que les pasaban. Podían no
discutirlo con nadie, pero sus problemas eran analizados por sus mentes,
análisis que conseguían evocar más emociones de las que pudieran evitar.
Pero si no las
evitamos, nos volveremos locos pensó Billie, razonablemente, percatándose
por la expresión de Amelia de que era “escuchado”. ¿No lo crees?
Tienes razón pensó ella.
-No
suena tan complicado –musitó Billie.
-Podría
llegar a funcionar –agregó ella.
Tré
sonrió levemente, intentando no pensar en el cómo se habían puesto de acuerdo
el guitarrista y la niña.
-¿Qué
tan lejos llega esto de leernos la mente? –preguntó Billie, sin darse cuenta de
que hablaba en voz alta hasta que notó las miradas de sus amigos y su hijo- Aparentemente,
si yo pienso algo, ella puede escucharlo, y viceversa.
-No
sé, pero me preocupa un poco –confesó ella-. Tratemos de que no pase, el
llenarme de sensaciones y pensamientos ajenos no es lo mío, ¿sabes?
Billie
sonrió levemente, asintiendo.
Otro
silencio.
-¿Dónde
está John? –preguntó Mike, rompiendo el silencio- Dijo que llegaría pronto...
-Da
igual, podemos grabar sin él –dijo Tré, poniéndose de pié-. ¿Te sientes capaz?
Eso
último iba a dirigido a Billie, quien sonrió y asintió. La alegría de grabar
era lo mejor que podía sentir en esos momentos...
No dejes que te
sobrepase se
recordó, despejando su mente, para reemplazar la felicidad por la
inexpresividad. Amelia lo notó y también sonrió, levemente.
Sin
más, los tres mayores entraron a grabar, dejando a Joey y a Amelia de público.
-¿Siempre
es así? –preguntó ella, al ver cómo bromeaban y hacían estupideces en lugar de
tocar algo.
-Sí,
uno termina por acostumbrarse –respondió Joey, con risa-. ¿Tú tocas algo?
-Guitarra
–respondió ella-. ¿Tú?
Él
negó.
-Quiero
aprender a tocar guitarra, pero no sé, no creo que sea lo mío –comentó.
Pudieron
haber seguido conversando, de no ser por la llegada de John, quien los quedó
mirando extrañado.
-¿Quién
demonios eres? –le preguntó a la adolescente, directamente.
Qué delicado pensó, un tanto
molesta.
De
reojo, observó el cómo Billie miraba extrañado hacia ellos. Se contuvo.
-Soy
Amelia, una amiga de los chicos y Joey –se presentó ella-. Tú eres John, ¿no?
-Sí
–respondió él, escuetamente, demostrando que Amelia no le causaba ninguna
confianza. Quizás era por su ropa, quizás por su edad o quizás por su actitud,
pero ella sólo sabía que no le agradaba al hombre-. Iré hacia allá a ver cómo
van las cosas.
John
se alejó de ellos, dejando a Amelia extrañada.
-¿Qué
le pasa? –le preguntó a Joey en un susurro.
-Al
parecer no le agradan los punks y similares –contestó él, indicando las ropas
de la joven: Jeans negros y ajustados en la parte inferior, y una polera negra,
cuyo cuello estaba cortado con una tijera.
-¿Y
cómo acabó siendo agente de Green Day? –preguntó ella, extrañándose, pero sin
dejar que la sensación la embargase.
-Por
el dinero, supongo –musitó el niño, encogiéndose de hombros.
Billie,
Mike y Tré tocaron por un buen rato. Amelia se sorprendía al escuchar lo que
Billie pensaba de las canciones de vez en cuando, pero, concentrándose en otra
cosa, conseguía “bloquearlo”.
-¡Bien
hecho, chicos! –exclamaba John, mientras los tres salían- Sigan así y tendrán
su nuevo disco muy pronto.
Si hubiese estado
escuchando, se habría dado cuenta que son las mismas canciones de la última vez pensó Billie,
quien estaba al lado de la adolescente, quien sonrió y reprimió su risa lo más
posible.
-Joey,
¿te molestaría que Amy nos acompañara al departamento? –preguntó Billie,
también sonriendo. Tenía que admitir que poder compartir conversaciones que nadie escucharía jamás tenía su gracia y
sus ventajas.
Y así cumpliremos
el trato que tenemos
pensó él, pícaramente.
Ella
volvió a sonreír.
No olvides que tú
me tienes que dejar leer DOS hojas de tu cuaderno le respondió ella
por el mismo “sistema”.
-Claro
que no –contestó Joey, sacándolos de su “trance”-. Y así podrás mostrarle todas
tus guitarras.
-¿Mis
guitarras? ¿Por qué habrían de interesarle? –preguntó él, extrañado y algo
confuso.
-Porque
toca guitarra –dijo Joey, revoleando los ojos. Para él, era algo más que obvio
que la adolescente se viera interesada si tocaba.
-¿De
verdad? –preguntó Billie, ahora dirigiéndose a la pelinegra.
-Sí...
Bastante mal, pero bueno, es un comienzo –respondió ella, tímidamente.
-No
lo creo –musitó él.
¿Se sabrá Good
Riddance?
se preguntó él.
¿Qué? inquirió ella,
extrañada.
-Nada
–le susurró él, en voz alta.
Deberíamos dejar
estas conversaciones
pensó ella.
Él
no pensó nada al respecto. De hecho, decidió concentrarse en despedirse de
todos y en salir de ahí, seguido por su hijo y su amiga, quien lo miraba
suspicazmente.
-Tampoco
era para que pararas así como así –le susurró ella, acercándose, ya en el
estacionamiento del subterráneo.
-Es
que la verdad es que esas “conversaciones” no me incomodan –admitió él,
aprovechando que Joey ya estaba dentro y ellos no-. De hecho, pienso que
podrían llegar a servir algún día.
Ella
negó con la cabeza.
-Ya
veremos –susurró.
Amelia
se subió al asiento del copiloto, mientras que Billie daba la vuelta y se subía
al de conductor. Encendió el motor y salió del estacionamiento.
-Ehh...
¿Dónde vives? –preguntó Amelia, un buen rato después.
-En
un departamento perteneciente a un edificio casi abandonado –contestó él, con
una sonrisa-. Ok, no está casi abandonado, ha progresado bastante estos últimos
años, pero no es un paraíso. Bueno, sí... Ah, da igual, es el ex departamento casi
okupa.
Tanto
Amelia como Joey rieron levemente al ver lo mucho que se había enredado el
hombre, cosa que Billie notó al instante.
En
menos de veinte minutos, ya habían llegado al edificio. Dejaron el auto en el
estacionamiento que había en el subterráneo y subieron al segundo piso (a falta
de ascensor, por las escaleras), el cual atravesaron rápidamente y se
dirigieron a un apartamento que tenía dos entradas. Billie sonrió al ver la
extrañeza de Amy.
-Con
Mike le pagamos a un sujeto para que derribara la pared de estos dos
departamentos. Nunca nos dimos el trabajo de quitar la segunda puerta, pero
bueno, está inutilizable; está cubierta por cajas de huevo y guitarras
–explicó, mientras los hacía pasar-. ¿Tienen hambre?
-Un
poquito –contestó Amelia, educadamente, olvidando que Billie podía sentir cuán hambrienta
estaba en verdad.
-¡Yo
sí tengo mucha hambre! –gritó Joey, haciéndose el gracioso.
-Ok,
pediré pizza –musitó Billie, dirigiéndose al teléfono que tenía en la pared de
la cocina-. ¿Con carne?
Eso
iba dirigido a la adolescente, quien hizo una mueca.
-Si
tú quieres con carne, bueno, pero si quieres vegetariana, prefiero de esa.
–contestó. Él sonrió.- ¿Qué?
-Pediré
una familiar vegetariana y una individual de carne –dijo él, marcando el número
de la pizzería-. Y luego tendrás que traducirme esa hoja de papel.
-Siempre
que tú me leas dos hojas de tu
cuaderno –le recordó Amelia, riendo, ante lo que Joey rió también-. ¿Qué?
-Parecen
dos hermanos peleando –fue la respuesta del niño, quien se encontraba
recordando algunas peleas entre él y Jakob.
-¡No
es cierto! –Exclamaron los nombrados a la vez, tras lo que intercambiaron una
mirada y rieron.- Ok, quizás sí –continuó Billie, pese a que la idea le molestaba
por razones desconocidas para él.
Luego
de unos quince minutos, durante los cuales Billie y la joven pusieron la mesa,
las pizzas llegaron. Billie le pagó al sujeto y, sin ceremonias previas, los
tres se sentaron a almorzar.
-Está
bastante buena –comentó ella.
-Gracias
–dijo él, con aires de grandeza. Su mirada se dirigió a Joey, quien ya se había
terminado la suya-. ¿Quieres un poco?
Joey
le echó un vistazo a la masa cubierta de muchas verduras que no logró
reconocer. Hizo una mueca.
-¿Puedo
no probar eso nunca, papá? –preguntó él a modo de respuesta.
Billie
volvió a reír.
-Claro
que puedes no probar, Joseph –contestó él, haciendo que su hijo suspirara de alivio-.
Pero no te relajes tanto, yo era así a tu edad.
-Mierda
–susurró Joey. Billie abrió mucho los ojos, a modo de regaño-. Perdón... Aunque
no sé cómo vienes a retarme si tú lo dices todo el tiempo.
-Pero
me gustaría que no lo dijeras aún –farfulló el mayor-. En fin, Amy, te toca
traducirme esa hoja.
-Supongo
que no tengo otra opción –musitó ella, abatidamente, mientras recibía la hoja
que Billie le tendía, hoja que ella leyó detenidamente, intentando comprender
su letra-. Se me tenía que caer la que no
se entiende –dijo para sí en español. Se dio cuenta de que Billie y Joey la
miraban extrañados-. Lo siento... Bueno, creo que sé que hoja es.
Así
la adolescente comenzó a contar la historia de un sujeto llamado William y de
un ángel llamado Ángel (valga la redundancia), quienes discutían respecto al
bien y al mal.
-Y
eso sería todo –resumió ella-. Bueno, te toca.
-Maldición
–masculló Billie, sacando su cuaderno, mientras que su hijo reía-. Dos hojas...
Oh, tengo escritas tres hojas y media.
-¿Entonces
me lo puedes leer entero? –pidió Amelia, con una cara que consiguió hacer que
él flaqueara rápidamente- ¿Por favor?
-Ok
–musitó él.
Así
le leyó toda la historia de Jesus, historia que Amelia escuchó atentamente.
-¿De
dónde sacaste todas esas ideas? –preguntó, cuando su amigo acabó.
-Cosas
que me pasan, cosas que me han contado, cosas que he visto... Cosas que
simplemente salen de mi cabeza –contestó él, con una sonrisa-. Ya, me leíste tu
hoja, te conté la historia de Jesus, ¿qué te parece si ahora vamos al “estudio”
que tenemos aquí?
-Me
encantaría –contestó ella, entusiasmada.
-Ok,
yo me voy a ver tele –comentó Joey-. ¿No te has descolgado, cierto?
Billie
sonrió levemente al recordar cómo era que tenían cable en ese departamento.
-Por
supuesto que no –musitó-. Ya, vamos Amy.
Los
dos cruzaron el departamento hasta llegar al final de un pasillo, cuya puerta
estaba cerrada. Billie sonrió al ver la expresión de sorpresa que cubría el
rostro de Amelia.
Las
paredes de la habitación, además de estar cubiertas por cajas de huevos para
amortiguar el sonido, estaban cubiertas de instrumentos. Había varios bajos y
más guitarras, además de dos baterías, un par de saxofones, varios teclados y
unos cuantos micrófonos. Sin embargo, la pared en la que estaba la puerta, no
estaba cubierta por instrumentos, sino que por uñetas, cuerdas de repuesto,
cajas de armónicas, un único acordeón, muchísimas correas y varios cables para
los amplificadores que había en el centro de la habitación. Y, aún así, esos no
eran todos los instrumentos que el guitarrista tenía.
-¿Qué
te parece? –preguntó Billie, quien, pese a saber exactamente lo que su amiga
sentía, quería oírlo de sus labios.
-Es
fantástico –susurró ella, tocando con una mano temblorosa una de las tantas
réplicas de Blue-. Toda mi vida he soñado con tomar esta guitarra.
-¿Y
tocarla? –inquirió él, sacando dos de los cables y dos de las correas.
-¿Perdón?
–preguntó ella, extrañada.
Sin
decir nada, él puso la correa en la guitarra y se la pasó a su amiga, tras cual
tomó un bajo, al que le puso otra correa, para colgárselo él.
-Ya
que estás aquí, podríamos tocar algo –respondió él, al fin, encogiéndose de
hombros, gesto que, por un momento, logró que el hombre fuera idéntico a Joey.
-¿Quieres
tocar Good Riddance? –preguntó ella, con algo de risa. Él la miró, fingiendo
sorpresa-. Por favor, Billie, lo habrás pensado hace rato, pero mi memoria no
es tan mala.
-Bueno,
es que desde que te conozco tengo esa canción pegada –admitió, un tanto
incómodo-. Quizás porque coincidió con que me “libré” de Addie.
Ella
también se sonrosó.
-Ya,
eso da igual, no quiero tocar eso hoy –masculló él, para cambiar el tema de una
vez-. ¿Te sabes Minority?
-Sí,
pero no la introducción –contestó ella.
Todo bien mientras
no me hagas cantar
pensó Amelia.
-Bien,
te la enseño, y yo toco el bajo y canto –dijo él, sorprendiéndola-. ¿Qué?
-¿Cómo
supiste que no quería cantar? –preguntó ella.
Amy, puedo leer tu mente, ¿recuerdas? pensó él, con una sonrisa en su rostro.
Ella
igual sonrió.
-¿Qué
te parece un pequeño jueguito? –preguntó ella. Billie la miró, con curiosidad,
instándola a seguir con su mirada- Que pensemos algo e intentemos que el otro
no lo “oiga”.
-Me
parece bien –respondió él-. Aunque hay algo que no anda bien, esto debería
tener sus limitaciones.
Silencio.
¿Cuál es tu animal
favorito?
pensó él, mientras punteaba algo en el bajo, en un intento de distraer su mente
de sus pensamientos.
-Las
mariposas –respondió ella, con simpleza, haciendo que Billie maldijera. Ella
rió levemente-. Ok, mi turno.
“Piscinas de
solitarias olas de alegría están deslizándose por mi mente abierta, poseyendo y
cuidando de mí” canturreó
ella en su mente, concentrándose lo más posible en la guitarra que tenía en sus
manos.
-Otra
Beatlemaníaca –masculló, con algo de risa.
-No,
sólo me gusta esa canción –admitió Amelia-. Ok, no podemos evitar leernos la
mente.
Él
suspiró, sacándose el bajo y tomando una guitarra cualquiera.
-Será
de utilidad –aseguró él-. Bien, apréndete esto.
Practicaron
Minority una vez sin cantar y luego la tocaron de nuevo, él cantando y tocando
el bajo, saltando en un pie y más, sacando risas de la adolescente.
-Tocas
bien –comentó él, mientras ella tocaba el solo de Waiting.
-Sólo
lo dices para no quedar mal –farfulló Amelia, sonrosándose.
-No,
en serio. Podrías ayudarnos en los ensayos o algo así, no sé –dijo él,
honestamente.
Ella
negó.
-La
única razón por la que estoy tocando bien hoy es porque estoy “conectada”
contigo –musitó.
Él
negó.
Tocaron
toda la tarde. A eso de las cinco y media, Joey fue a hacer de público y a
“jugar” con la batería. El niño no sabía tocar nada aún, pero le gustaba intentar tocar la batería, ya que aún no
aprendía a tocar la guitarra.
-¿Qué
hora es? –preguntó Amelia, un buen rato después.
Billie
sacó el celular de su bolsillo y revisó la hora.
-Las
ocho –respondió.
-Mierda, mi papá me va a castigar –dijo
ella, en su lengua natal, tras lo que notó que Joey y Billie la miraban sin
comprender-. Perdón.
-¿Qué
significa mier...? –comenzó Joey.
-Tu
papá te lo explica otro día –se apresuró ella, en tono de disculpa-. Como sea,
tengo que irme o me castigarán.
-Ok,
te llevo –dijo Billie, descolgándose el bajo.
-No
hace falta –se apuró a decir Amelia-. De verdad.
-¿Acaso
sabes cómo llegar a tu casa desde aquí? –preguntó él, alzando una ceja y con una
sonrisa en su rostro.
-Bueno...
No –confesó.
-Vamos,
Amy... Tengo que ir a dejar a Joey de todos modos –insistió y añadió, lo último
en un tono amargo de voz.
-Está
bien –accedió. Luego añadió:- Pero tengo que aprender a llegar sola algún día,
Billie Joe.
Así
los tres salieron del departamento, riendo. Bajaron hasta el subterráneo y se
subieron al auto de Billie, quien condujo rápidamente hasta el edificio de la
adolescente, quien le había dado la dirección al subir.
Al
cabo de diez escasos minutos, ya estaban allá.
Hogar, horrible
hogar
pensó ella, a la vez que Billie detenía el vehículo y la miraba de reojo.
¿Problemas con tu
familia?
preguntó en su mente. Ella se concentró en la canción que estaba sonando en la
radio del vehículo. Amy...
Algún día te lo
contaré
pensó ella, cansinamente. Si no bajo
ahora, quizás nunca podré hacerlo.
-Está
bien –dijo él, sorprendiendo a Joey, quien, obviamente, no sabía de la
“conversación mental” que su padre y la chica llevaban a cabo en su mente-.
Adiós, Amy.
-Adiós,
Billie –le dio un beso en la mejilla, causando más vibraciones en ambos-.
Adiós, Joey.
-Adiós, Amy –dijo Joey en español,
haciendo que Amelia sonriera. Sin más, bajó del auto y entró al edificio, con
un aire de resignación a su alrededor, mientras que Billie miraba sorprendido a
Joey-. ¿Qué? Algo tenía que aprender
en español, ¿no?
-Sí,
tienes razón.
Sin
más, Billie volvió a echar a andar el auto, ahora en dirección a la casa de
Adrienne, rogando que la pelinegra no hubiese notado lo mucho que había
disfrutado el roce entre sus pieles al despedirse.
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