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No podía creer que
yo fuera tan estúpido.
Acababa de llegar a
la ciudad y, obviamente, no tenía ni idea de a dónde ir. No sabía dónde
encontrar moteles baratos y de mala muerte para dormir (mejor dicho, vivir), no
sabía donde vendían droga (de la buena, que de la otra se encuentra en cada
callejuela) y no conocía a nadie. La única vez que había estado ahí, había
estado con Zack, uno de mis tantos “amigos”.
Pero si me ponía a
pensarlo...
Entré el auto a un
callejón y lo estacioné ahí, tras lo cual comencé a adentrarme por varias
callejuelas; esa vez, sí habíamos comprado cocaína. Así que no sería muy
difícil encontrar al sujeto de nuevo.
Y así fue. Me lo
encontré al par de minutos. Me quedó mirando extrañado.
-Sal, por favor
–pedí, en un susurro.
El hombre
comprendió de inmediato. Metió una mano en su bolsillo y me pasó la bolsa con
el poco de coca que venía por paquete. Tendría para un par de días con eso. Le
pagué el dinero que me pidió y me dirigí a un callejón que quedaba en un punto
medio entre mi auto y el sujeto.
Me dejé caer al piso, sin ánimos. Estaba jodido...
O eso pensé, ya que, después de la primera aspirada, un par de tipos
de mi edad se sentaron a mi lado. Iban a lo mismo: a huir de sus problemas.
Empezamos a conversar y, para mi asombro, descubrí que teníamos varias
cosas en común. Hubo uno que incluso me ofreció un departamento desocupado que
había en el edificio en el que él vivía, edificio lleno de gente okupa.
Obviamente, acepté, pese a que no llegamos a dormir ahí aquella noche. Todos
estábamos tan drogados, que nos quedamos dormidos ahí mismo, poco antes de que
la lluvia cesara y diera paso al amanecer de nuestras vidas...
O, al menos, el amanecer de la mía.
Recién
eran las nueve de la mañana y Joey ya estaba despierto. Jake había vuelto a la
casa de su madre, mas el mayor había decidido acompañar a su padre al estudio
al día siguiente, sin importarle que fuese martes.
Tras
asegurarse de que su padre estuviese en la ducha, Joey se salió de la cama y se
dirigió al living del departamento, en cuyo sofá había dormido Billie (puesto
que seguía siendo un flojo que no armaba su cama, pero esa es otra historia).
Buscó con su mirada y, casi al instante, se encontró con el descuidado cuaderno
del hombre. Rápidamente, lo hojeó y llegó a lo que le interesaba: La historia
de Jesus.
Pese
a no escribir perfectamente (el niño se contenía varias veces de corregir
varias palabras), su padre había logrado cautivarlo. Y debido a ello, cada vez
que podía, sacaba el cuaderno y revisaba si había algo nuevo o no. Sonrió al
percatarse de que había avanzado bastante desde la última vez que había leído
algo.
-¿Sigues
interesado en lo que va a pasar después? –preguntó Billie, secándose el cabello
con una toalla y saliendo completamente vestido (de negro, como de costumbre)
desde el baño.
-Sí...
¿Quién es Ángel? –preguntó el niño, haciendo una disimulada mueca al ver cómo
su padre tiraba la toalla lejos y sacaba el delineador de su bolsillo.
Billie
se delineó y se acercó a revisar de qué le hablaba su hijo, para encontrarse
con que su primogénito leía la hoja de Amelia.
Cada
vez que podía, sacaba aquella hoja e intentaba entender una palabra nueva. Pero
no entendía absolutamente nada. Con suerte, había logrado inferir que Ángel era
el nombre de algún personaje, al igual que William. Pero eso no importaba.
Bastaba con leer esa hoja y mil ideas se cruzaban por su cabeza, ideas que
lograba emplear tanto en canciones como en la historia de Jesus.
-No
tengo idea, esa hoja es de una amiga –respondió Billie-. ¿Cómo te va en
español?
-Lo
suficientemente bien para entender que un tal William se encontró con Ángel,
pero lo suficientemente mal como para no entender nada más –contestó el menor,
sacando una leve sonrisa del hombre-. ¿Qué amiga?
Aparte
de Brittney, Anastasia, Claudia y Lissea, Joey creía que su padre no tenía
amigas, por lo que quedó bastante extrañado, cosa que Billie notó al instante.
-Es
una chica mayor que tú que conocí hace unos cuantos días. Nos conocimos porque
se nos cayeron las miles de cosas que llevábamos en nuestros bolsos y, entre sus cosas, estaba esta hoja.
-Ah... ¿Cómo se llama?
–preguntó Joey, demostrando un ligero interés. No le gustaba mucho la idea de
que su padre hubiese comenzado a conocer gente nueva tan pronto. Sabía que no
recuperaría su familia, pero le gustaba creer que aún había posibilidades de,
al menos, tener a su padre cien por ciento para él y Jake.
-Amelia –respondió. Joey lo
miró extrañado-. Es latino.
-Suena como Amy –comentó el
niño, restándole importancia.
-Puede ser –musitó Billie-.
Bueno, irá a la grabación de hoy, así que la vas a conocer.
-Genial, algo que hacer –dijo
Joey, decidiendo que lo mejor era fingir alegría; no estaba seguro de que fuera
a agradarle la chica.
Tras desayunar, Joey se
dirigió al baño a levantarse, mientras que Billie lavaba la poca loza
utilizada. Luego de eso, salieron del departamento, bajaron al estacionamiento
y se subieron al auto.
No tardaron ni quince minutos
en llegar al estudio, donde Mike, Tré y Amelia ya los estaban esperando.
-¡Al fin! –exclamó Tré,
fingiendo haber estado esperando por horas.
-Creíamos que ya no llegarías
–comentó Mike.
-¡Recién son las diez!
¡Ustedes son los que llegaron antes! –exclamó Billie, fingiendo molestia, al
mismo tiempo que la chica se sorprendía de sentir una alegría que no era suya.
-Como sea, John aún no ha
llegado –musitó Mike, mientras que Billie saludaba a Amelia con un beso en la
mejilla, consiguiendo una nueva vibración que recorrió el cuerpo del
guitarrista.
-¿Quién es John? –preguntó
Amelia, extrañada, ignorando la sensación de disfrute que sentía y no era suya.
-Eso mismo iba a preguntar
–dijo Joey, sorprendiendo a la adolescente, quien no había notado su presencia.
-Tú eres Joseph, ¿no?
–preguntó ella, amablemente.
-Sí, pero dime Joey
–respondió él, alegre de que ella fuera amable y no luciese pesada ni nada,
tras lo que se recordó a sí mismo que no podía juzgar a alguien por cómo se
mostraba la primera vez-. ¿Puedo decirte Amy?
Con una sonrisa, ella
asintió, mientras que Billie sentía la leve alegría que no le pertenecía.
Recién ahí, el guitarrista
comenzó a comprender qué era lo que ocurría.
-Bien,
vamos a grabar –farfulló Billie, ocultando su nerviosismo lo más posible. Si lo
que él creía era cierto, lo que ocurría no era de su agrado en lo absoluto-.
Ustedes dos se pueden quedar aquí, pero no hagan desorden, ¿ok?
-Sí,
señor –dijo Amelia, riendo por el falso tono de regaño del hombre-. Pero no me
has dicho quién es John.
-John
es nuestro querido productor –intervino
Tré, quien, como de costumbre, ya tenía sus baquetas y comenzaba a malabarear
con ellas.
Ella
asintió, mientras que Mike abría la puerta de
a la parte de grabación y dejaba la puerta abierta para sus amigos, tras
lo que fue a buscar su instrumento. Amelia lo miró extrañada.
-Mike,
¿por qué llevas dos bajos? –inquirió.
-Porque
la vez pasada le rompí la cuerda a uno y aquí no hay ninguno que me guste, así
que traje dos –contestó él.
Billie
y Tré cruzaron la puerta, el primero preocupado de lo que podía pasar y el
segundo haciendo un ritmo con las baquetas en el aire. El menor se sentó en la
batería y el mayor se colgó la guitarra que ya estaba ahí; solía dejar ahí sus
instrumentos. Mike se dirigió al tablero que había fuera y apretó un botón,
tras lo cual sacó uno de los bajos, dejó el otro apoyado en una pared y entró
al estudio.
-Esta
es la grabación del ensayo del veintisiete de enero del 2004 –dijo Billie, ignorando los dos pares de ojos castaños que
lo miraban desde la ventana que había-. Esta canción es “Cigarrettes and
Valentines”.
Los tres comenzaron a tocar.
La canción era buena, pero se notaba que era nueva, porque a cada instante,
Billie paraba y “regañaba” a los otros dos, ante lo que Tré le tiraba una
baqueta.
-¿Cuántas tiene ahí?
–preguntó Amelia, la tercera vez que esto ocurría, intentando ignorar
(vanamente) la emoción que la embargaba hacía un buen rato. ¿Qué ocurría?
-No tengo idea –respondió
Joey, quien, obviamente, no tenía idea de lo que pasaba por la mente de la
joven.
Al mismo tiempo, Billie había
comenzado a saltar mientras tocaba, sacando risas de todos. Sin embargo, en uno
de los saltos, pasó a golpear el pedestal del micrófono, causando que le pegara
fuertemente en la mano.
-¡Mierda!
–exclamó el guitarrista.
-¿Qué
pasa? –preguntó Mike, dejando de tocar; no había visto como el micrófono le
pegaba a su amigo.
-Nada,
se me cayó el micrófono en la mano –masculló él, sobándose.
Y
mientras que Billie maldecía, Amelia también lo hacía, sin saber porqué,
tomándose la mano al sentir un fuerte dolor ahí.
-¿Qué
pasó? –preguntó Joey, extrañado, mirando cómo se tomaba la mano.
-Nada,
sentí... sentí un golpe o algo, no sé –musitó ella, dudando de su sanidad
mental-. No es nada... Pero no andes repitiendo esa palabra.
Joey
la miró intrigado.
-¿Sabes?
Mi papá se acaba de pegar ahí y gritó esa misma palabra al mismo tiempo
–comentó él, como si nada.
-¿En
serio? –preguntó Amelia, fingiendo no haber notado el grito que había soltado
Billie Joe- Qué raro.
Los
sentimientos de extrañeza que sentía tanto el guitarrista como la adolescente,
se mezclaron, logrando que ambos sintieran como todo daba vueltas bajo sus
pies. Anonadado, Billie dirigió sus ojos verdes a los castaños de la joven,
quien le dirigía la misma mirada que él le dirigía a ella: Una mirada que decía
que acababa de comprender lo que ocurría hacía varios días.
¿Qué ocurre? pensó Billie.
Y
Amy lo escuchó en su mente.
Lo mismo me
pregunto
pensó ella.
Y
sin darse cuenta cómo, ambos perdieron el conocimiento, desmayándose, siendo
los ojos del otro lo último que vieron.
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