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-¿Y? ¿Cómo te fue?
–me preguntó Tunny, sorprendiéndome.
Me encontraba tirado en mi cama mirando el interesantísimo techo.
Acababa de llegar del psicólogo. Mi amiga debía haber entrado por su cuenta;
después de todo, la puerta principal no tiene seguro; nunca lo ha tenido, mejor
dicho.
-Digamos que descubrí como llenar el “vacío” –respondí, simulando las
pertinentes comillas.
-¡Ya era hora! ¿Cómo se siente? –exclamó y preguntó mi amiga.
Obviamente, no entendí de qué mierda me hablaba.
-¿A qué te refieres? –inquirí.
-¿Cómo se siente no vivir con el vacío? –se explicó.
-¿Qué? No me he deshecho de él.
-¿No dijiste que ya no lo tenías? –Ahora era ella la que estaba
confundida.
-No, dije que aprendí a llenarlo, pero no es lo mismo –respondí.
-¿Y por qué no lo has llenado? –inquirió, más extrañada y confundida
aún.
-Porque para eso tengo que irme y estoy pensando qué necesito llevar a
La Ciudad –contesté, con tono de obviedad.
La expresión de mi amiga no fue de las mejores. Puso la misma cara que
habría puesto alguien al pisar mierda de vaca sin zapatos.
-¿Qué? –preguntó, cuando logró articular algo- ¡No puedes irte sólo
para huir de tus problemas!
Lo más probable era que ella pensase que me iba para escapar de mis
problemas familiares y de la falta de mis queridos hermanos. El “queridos” va
sin sarcasmo. Realmente los extrañaba. Yo había sido el único imbécil que había
preferido quedarme con mamá antes que irme con mi padre, posiblemente por algún
extraño complejo de Edipo o por el simple hecho de odiar a mi padre más que a
la hipocresía misma. O quizás Tunny pensaba que me iba para escapar de las
miles de deudas que (supuestamente) tenía con traficantes. La verdad era que
todas mis deudas estaban saldadas.
-Sí puedo, y no me voy para huir, me voy para encontrarme –contesté.
Ella me miró, sorprendida.
-Realmente estás seguro de esto.
No era una pregunta, era una afirmación. Mi amiga me conocía más que
nadie.
-Nunca había estado tan seguro de nada, Tunny –admití, con honestidad.
Una sonrisa se formó en su rostro.
-Tráeme un recuerdo de La Ciudad, ¿quieres? –musitó, acercándose a mí.
Me puse de pie y la abracé, sorprendiéndola: Soy conocido por ser
menos expresivo que una tabla.
-Cuídate –susurré.
-Yo estaré bien, tú eres el que me preocupa –dijo ella, mirándome-.
Suerte.
Sin más, salió de mi cuarto. Suspiré.
Así terminé por armar mi “equipaje”, consistente en una mochila con
ropa, dinero, unas cuantas drogas y muchos discos. Además, me llevaría mi
guitarra acústica y mi pequeño televisor, ya que eran, legalmente, mis únicas
pertenencias, junto al cacharro que tenía de auto; había ahorrado durante
muchos años para tenerlos.
Aunque si lo pensaba...
Tras dejar lo ya nombrado en mi auto, volví a mi habitación. Tomé las
sábanas y el resto de la ropa de cama y volví al vehículo, donde las dejé.
Finalmente, volví a mi cuarto y tomé el colchón; si iba a dormir en la calle,
al menos lo haría en un colchón cómodo.
Obviamente, apenas crucé la puerta principal con un colchón, mi madre
salió. Tenía una especie de sensor, ya que, cada vez que hacía eso (sí, lo
había intentado antes), salía persiguiéndome.
-Jesus, ¿a dónde vas? –inquirió ella, acercándose a mí.
-A donde sea que esté mi hogar –mascullé.
Ella empalideció.
-¿Te vas con tu padre?
Reí, irónicamente.
-¡Por supuesto que no! No, me voy a La Ciudad.
Mi madre me miró atónita.
-¿De verdad te vas? –preguntó, ahora dolida.
Fue la única vez que casi flaqueé con el sufrimiento de otra persona.
Me limité a asentir, ya que si no iba a terminar quedándome, como siempre.
-¿Por qué? –me preguntó.
-Mi corazón no está aquí. No sé si llegue a encontrarlo yéndome, pero
es algo que debo intentar. Es la única forma que se me ocurre para llenar el
vacío –respondí, sinceramente, pensando cada palabra que decía (eso es raro en
mí, ¿saben?).
Torpemente, mi madre se me acercó y, por primera vez en mucho tiempo,
me abrazó, estrechamente.
-Cuídate, Jesus. Sé que te irá bien –susurró.
Y se separó de mí.
Estuve a punto de no subirme al auto, pero terminé haciéndolo. Así fue
cómo “huí”.
Eran poco más de las tres de
la mañana del lunes, y Billie ya estaba más que instalado en el departamento.
Mike y Tré lo habían ayudado a desempacar, a poner todo en orden y acabaron por
dormir ahí, ya que, tras celebrar con tanto alcohol, no estaban en condiciones
para conducir. Sin embargo, pese a que Mike y Tré roncaban sonoramente, la
razón del insomnio de Billie era otra.
Desde el sábado, había estado
experimentando sensaciones que no venían al caso. En los momentos que sentía
una angustia insoportable, sentía unas incontrolables ganas de reír; cuando
estaba enojado, un lado de él se sentía triste; y así sucesivamente. Era
controlable, pero a veces llegaba a decir cosas sin sentido aparente para él y
sentía cosas en su cuerpo en partes que ni siquiera había tocado. Sabía que no
podía decirles nada a los chicos, ya que Tré se reiría y Mike se preocuparía
seriamente por la salud mental de su amigo. Pero ¿quién le aseguraba que Mike
no estaría en lo correcto?
Otra de las razones por las
cuales Billie no podía dormir, era el montón de emociones que había vivido el
día anterior. Haber encontrado a Adrienne desmayada con una prueba de embarazo
positiva, siendo que el bebé era imposible que fuera suyo, había causado que el
guitarrista pasara de la tristeza más profunda al enojo más intenso que podía
sentir alguien al ver embarazada de otro a la persona que más amaba, sentimientos
seguidos de una alegría causada por la libertad que le daba el haberse ido de
esa casa. Lo normal es que después de todas esas emociones se durmiera al
instante, mas la preocupación de tener que contarles todo a los niños al día
siguiente era mayor al cansancio.
Y la última razón era que, a
pesar de tener varios motivos para inspirarse, Billie no conseguía escribir
ninguna canción decente. Había logrado continuar la historia y, tras
bloquearse, había compuesto diez canciones: Siete horribles y tres pasables.
Sus
pensamientos se vieron interrumpidos por un sonoro ronquido de Mike, quien se
acomodaba en uno de los sillones (por flojos, habían decidido armar las camas
al día siguiente).
-Soy la morsa, cucucuchuuu, cucucuchuuu
–canturreaba Mike entre sueños.
Para
evitar reírse, Billie dirigió su mirada a Tré, quien dormía en el sofá de al
lado.
-¡Más
perros! Mierda, se acabó, todo se acabó –farfullaba el baterista, entre sueños.
Billie rió, suavemente: Tré
creía que los perros acabarían por dominar el mundo; debido a ello, solía a
soñar con ello. Mike concordaba con esa creencia, además de asegurar que sus
creencias religiosas estaban basadas en Star Wars.
Creencias religiosas...
¿Cómo sería tener creencias religiosas? se preguntó.
Negó
con la cabeza. Eso sí que era algo en lo que nunca había creído. Hubo tiempo en
el que creía creer en Dios, pero
luego descubrió que no era así. En todo caso, no comprendía las religiones: Se
separaban, se unían, volvían a separarse y eran todas iguales. Llegaban a crear
guerras por ellas.
Estoy bien así pensó, bostezando.
Se extrañó. Él no tenía sueño. Genial, más emociones que no me pertenecen.
Sin
embargo, comenzó a sentir un dolor de estómago que sí era suyo. Apresurado, se puso de pie de un salto y corrió al
baño, donde vomitó todo el alcohol consumido aquel día.
Había
despertado hacía un buen rato, y aún no lograba dormirse. Había sentido muchas
emociones extrañas, desde el enojo a la tristeza, emociones que, claramente, no
le pertenecían. En ese mismo instante se sentía ligeramente mareada, sin
motivos aparentes.
Estaba
por quedarse dormida, cuando sintió un fuerte retorcijón en su estómago, como
si hubiese comido de más... Sintió que iba a vomitar...
Sin
pensarlo, se puso de pie, se dirigió al baño del departamento y vomitó,
extrañada. El estómago no le había molestado en todo el día.
-Esto
fue raro –susurró para sí Amelia-. A la mierda.
Tenía
demasiado sueño como para quedarse pensando en ello, por lo que se devolvió a
su habitación, donde, tras arroparse bien en la cama, se volvió a dormir.
Volvió
al living y volvió a acomodarse en el sillón. Seguía sin poder dormir, por lo
que, en un desesperado intento, volvió a pensar en las creencias religiosas.
Si
se ponía a analizarlo, hubo un tiempo en el que creía en Dios por completo, un
tiempo en el que por poco no había puesto todas sus esperanzas en él… Sin
embargo, luego de la muerte de su padre, había dejado de creer en él en lo
absoluto. Si era tan bueno y misericordioso, ¿por qué hacía sufrir a toda esa
gente?
¿Por
qué se había llevado a su padre?
Y,
contrario a lo que él sentía, sintió asombro y algo de miedo.
-¿Qué
mierda me pasa ahora? –susurró para sí.
Quizás
sí debía contarles todo a los chicos.
Necesito pensar.
Sin
más, se puso de pie y, tras ponerse sus jeans y zapatillas, se dirigió a la
puerta del departamento.
-¿Billie?
–preguntó una voz a sus espaldas. El guitarrista gruñó, para indicar que
escuchaba- ¿Qué pasa?
-Voy
a caminar –respondió en un susurro-. Sigue durmiendo, Tré.
-Ok
–musitó su amigo.
Obviamente,
el baterista siguió durmiendo de inmediato. Billie sonrió al pensar que su
amigo no recordaría nada a la mañana siguiente. Tomó la chaqueta del colgador
en la que estaba y salió del departamento.
Era
tan feliz por poder caminar libremente por la calle, sin tener que usar gafas y
sin tener que pasar desapercibido. Era una libertad que no solía gozar, por lo
que la aprovechaba al máximo.
-Hola,
cariño –dijo una mujer a su derecha, pasando a su lado.
Otra puta pensó Billie,
recordando a Adrienne repentinamente.
-Déjame
en paz –masculló él.
Siguió
su camino, intentando ordenar ideas.
Quizás me poseen…
No, eso sí que no tiene sentido.
De
algún modo llegó a Adeline Street… Y pasó por el mismo lugar en el que había
chocado con Amelia…
La
vibración…
Quizás
no fue su imaginación, quizás sí pasó algo sin explicación. Quizás sí había
algo que lo unía a ella, quizás por eso ella parecía saber lo que pasaba por su
cabeza. Quizás había sido el destino…
Suspiró
y decidió que lo mejor sería volver. El sueño había aparecido al fin. Así
comenzó la caminata de vuelta a su hogar.
Al
despertar al día siguiente, se encontró con que Mike ya estaba preparando el
desayuno y que Tré ya estaba vistiéndose.
-¿A
dónde fuiste anoche? –preguntó Tré, al notar que Billie ya había abierto los
ojos.
-¿No
que no recuerdas lo que pasa cuando tienes sueño? –inquirió el guitarrista,
extrañado.
-No,
pero Mike si recuerda lo que pasa cuando está despierto –respondió Tré,
sonriendo-. ¿Y bien?
-Fui
a caminar –contestó Billie, sinceramente-. Tenía insomnio y necesitaba pensar.
A
continuación, se estiró y se puso las zapatillas; no se había dignado a sacarse
los jeans cuando volvió al departamento.
-Te
llamó Joey –dijo Mike, desde la cocina-. Dice que quiere hablar contigo.
-¿Hace
cuánto rato llamó? –preguntó Billie, un tanto más interesado, arreglándose el
cabello con la mano.
-Unos
diez minutos; le dije que te despertaría en un rato y que irías después de
desayunar –explicó el bajista.
-Gracias
–musitó Billie.
Se
paró y se dirigió a la cocina, seguido por Tré. Mike ya tenía servido en la
mesa un plato con tocino, unos cuantos panes y el jarrón
de la cafetera, mientras preparaba unos cuantos huevos para todos. Tré se
sirvió un plato de tocino de inmediato y un tazón de café con leche. Billie,
quien había decidido darle un nuevo intento a la vida vegetariana (vale
destacar que por enésima vez), prefirió esperar a que Mike terminara de
preparar los huevos.
Tras desayunar, el bajista y
el baterista decidieron que ya era hora de volver a sus hogares. Tras
despedirse, Billie fue al baño, hizo sus necesidades, se lavó la cara, se
afeitó, se delineó y salió del departamento.
Luego de unos quince cortos
minutos en su auto, había llegado a lo que solía ser su hogar. Un tanto
nervioso ante la posibilidad de que le abrieran Addie o Brad, tocó el timbre.
Para su suerte, quien le
abrió fue Joey.
-¡Papá! –exclamó,
abrazándolo.
-¿Tú no tenías colegio hoy?
–le preguntó el hombre, riendo, devolviéndole el abrazo.
-Sí, pero mamá seguía mal
porque te fuiste y no nos fue a dejar hoy –dijo el niño, con tono acusador-.
¿Por qué te fuiste sin avisarnos?
-Porque no tenía planeado
irme –confesó Billie-. ¿Tu madre les contó el porqué me fui o no?
-Sí, nos dijo que fue porque
ella fue una puta. Bueno, no así –Billie rió, levemente-, pero nos dijo que
estaba embarazada del imbé... Brad. –Joey puso la cara de inocencia que solía
poner cuando pedía disculpas, sacándole otra risa a su padre.- Parece que Jake
está entendiendo que lo que ella hizo está mal y se lo está pensando mejor, así
que a lo mejor nos podamos ir contigo.
-Ojalá –musitó Billie-.
¿Entramos?
-Ok.
Sin
más, cruzaron el vestíbulo y se dirigieron al living. Billie y Joey se sentaron
en uno de los sofás, el primero sintiéndose extrañamente incómodo.
-Ehm...
Exactamente, ¿para qué me llamaste? –preguntó Billie, tras un breve silencio,
en un tono que logró que Joey sonriera.
-Es
que... Bueno, no es algo importante, si lo pienso bien... –Billie alzó una
ceja.- Es que... Papá, ¿tú aún amas a mamá?
El
hombre se mordió el labio inferior, pensativo.
-Un
poco –musitó, sorprendiéndose a sí mismo-. Es decir, el sentimiento sigue ahí,
pero... –Negó.- No sé, nunca podré perdonarle lo que me hizo. Algún día
entenderás lo que es estar enamorado de alguien; no se te puede quitar de un
día para otro.
Joey
asintió, comprendiendo.
-Y...
¿crees que llegues a encontrar a alguien más?
A
Billie le sorprendió esa pregunta. Recordaba que, después de la muerte de su
padre, ni él ni sus hermanos querían ver a su madre con nadie más.
-No
lo sé, quizás. No está entre mis prioridades –farfulló-. En todo caso, ¿quieres
ir a jugar al parque o algo?
-¡Ya!
–exclamó el niño, feliz, decidiendo que era mejor dejar el asunto de lado-
¿Jake igual viene, verdad?
-¡Por
supuesto! –exclamó Billie, con tono de obviedad- Ya, anda a buscarlo.
Joey
corrió y se perdió escaleras arriba, mientras que Billie se ponía de pie,
intentando sacarse las preguntas que su hijo le había hecho de la cabeza. No se
veía buscando a alguien más. Él había creído que Addie era la mujer de su vida
y no tenía ningún interés en equivocarse nuevamente con alguien más.
Sus
hijos no tardaron en volver al living. Joey llevaba una pelota de fútbol en sus
manos, mientras que el menor llevaba un bate de béisbol, el guante y la pequeña
pelota. Billie sonrió al notar que Jake ya lo miraba a los ojos y que estaba un
tanto más cariñoso.
Fueron
a un parque, en el cual jugaron toda la tarde, consiguiendo que Billie se
sintiera la persona más feliz del
mundo.
Bueno, la segunda persona más
feliz del mundo ya que, al mismo tiempo que releía la carta de su hermanastro,
Amelia sintió un repentino arrebato de felicidad, el cual no le hizo para nada
mal.
-Qué mierda me está pasado –se preguntó, por enésima vez en los
últimos días.
Sin más, dejó la carta en su
escritorio y se tiró en la cama, a disfrutar esa alegría que no era suya.
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