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Este no es mi
lugar, como Brad no es mi padre.
Mis “amigos” son
unos hipócritas. No les importa nada que no sean ellos mismos. Bueno, ellos, su
“felicidad” y el modo más barato de conseguir drogas. Al diablo los niños
abandonados, al diablo la gente hambrienta. Al diablo todos, sólo importaban
ellos.
-¿En serio no
quieres? –me preguntó uno de mis “amigos”, tendiéndome un poco de cocaína.
Negué con la cabeza.
-Paso –contesté. No
andaba de humor como para aparentar que me agradaban.
-Andas raro –dijo
la única persona que me caía bien: Tunny, una amiga de la infancia; habíamos
abandonado el colegio juntos-. Ya no quieres hacer nada y apenas sí hablas.
¿Qué ocurre?
-Nada... Sólo... Es
que... Éste no es mi lugar, Tunny –respondí.
-¿De qué hablas?
–me preguntó, extrañada, curiosa y algo aturdida. Lo último era por la coca,
obviamente.
-De que quizás éste
pueblo de mierda no es para mí –musité.
-¿De qué hablas,
imbécil? –me preguntó otro “amigo”, que drogado era más agresivo e idiota de lo
normal- ¡Claro que eres de aquí! ¿A dónde vas a ir? ¿San Francisco? ¿Nueva
York? ¡Ahí serás rechazado! Aquí es el único lugar donde encajarás.
-Te equivocas
–susurré-. Sé que puedo.
-Sabes mal
entonces, porque no se puede. Somos de aquí. Éste es tu hogar –masculló otro,
que estaba muy ido.
Hay algo que debo
confesar: Tiendo a perder la paciencia fácilmente. Culpa del Ritalin que
consumía en mi infancia, asumía yo. Fue por eso que perdí el control en este
instante.
-¡Están llenos de
mierda! ¡Son unos hipócritas! ¡Toda la vida me han hecho creer que estoy
anclado a éste pueblo, y no es así! ¡Saldré de aquí y ya verán cómo me va!
Me miraron
sorprendidos, mas no me importó. Simplemente me puse de pie y me fui, ignorando
por completo los pasos que me seguían.
-¡Jesus! –gritó
Tunny, quien resultó ser la persona que me seguía. Me detuve y me volteé-
¿Estás loco?
-Quizás –reconocí.
Era una posibilidad.
Mi amiga me
alcanzó.
-Mira, si tienes
problemas contigo mismo y tu identidad, tienes que ir a un psicólogo o algo,
pero largarte de aquí sin saber el porqué lo haces no es la solución –dijo
ella, sabiamente.
Tenía su punto.
Quizás debería probar eso.
Así que, al día
siguiente, me encontraba en la sala de espera de una sicóloga. Tunny me había
ayudado a conseguir una cita. Ahora, tendría que contener todas mis críticas
ante los terapeutas y esas cosas mientras estuviera dentro, pero da igual. Todo
para acabar con el vacío.
Obviamente, no
funcionó.
Billie
apenas durmió esa noche.
Tras
escribir un rato, pasó a mirar el techo por un buen rato, intentando dormir,
pero demasiado atormentado por los recuerdos de tiempos felices con Adrienne y
sus hijos, los cuatro juntos. Fue por ello que no tardó en dirigirse a la cocina
en búsqueda de alcohol, acabando por beberse varias botellas de cerveza, para, en
algún momento antes del amanecer, caer en un sueño turbado por las imágenes de
Adrienne con Brad, y los niños alejándose de él, poco a poco. Al despertar, se
sentía fatal. Demasiado. De hecho, llegaba a sentir náuseas…
Sin
siquiera pensarlo, corrió al baño que había en el cuarto de visitas, donde
vomitó toda la cerveza que había consumido el día anterior y más; el haber
visto a Adrienne con Brad había tenido consecuencias catastróficas en él.
-Mejor
me levanto –se dijo a sí mismo.
Volvió
a la habitación, tomó unas toallas y se dirigió al baño, donde se afeitó, duchó
y salió envuelto en una toalla. Ya en la habitación, se secó y vistió,
completamente de negro.
Para
cuando llegó a la cocina, ya eran las diez y cuarto, y Jake ya estaba ahí,
desayunando cereal con leche. Sin decir nada, Billie se sirvió un café, notando
que su hijo rehuía sus ojos.
-No
estoy enojado –dijo Billie, al percatarse de ello.
Jake
no contestó, mas lo miró a sus ojos con los suyos enrojecidos, como si hubiera
llorado toda la noche.
-Perdón
–musitó el menor-, pero tú nunca estás en casa.
Su
hijo tomó el cuenco vacío y lo dejó en el lavavajillas, tras lo cual subió a su
cuarto a levantarse. Billie se sorprendió al darse cuenta de que podía sentirse
peor aún.
“Nunca
estás en casa”. Esas eran palabras de Adrienne. Al parecer, su hijo había
pasado demasiado tiempo con la mayor. Aún con esos pensamientos en mente, bebió
su café, tras lo cual pensó en salir a caminar por ahí…
Fue
ahí cuando sonó el timbre. Con total desgano, Billie se paró y se dirigió a la
puerta principal de la casa, la cual abrió para encontrarse con Mike y Tré, el
primero sólo con gafas, mientras que el segundo también llevaba un sombrero.
-¿Estás
mejor? –preguntó Mike, a modo de saludo.
-No
realmente –musitó Billie, honestamente.
-¿Listo
para contarnos bien qué ocurrió? –preguntó Tré.
-Sí... se lo han ganado por meterse tanto en
mi vida –dijo, intentando bromear, pero sin muchos resultados-. Pero preferiría
que no fuese aquí...
-¿Por
qué? Sigue siendo tu casa ¿no? –preguntó Mike, extrañado.
-No
quiero ver a Addie, y creo que no tardará en despertar –admitió; la había
escuchado llegar a eso de las tres de la mañana.
Comprendiendo
la incomodidad de su amigo, los otros dos asintieron, y se dirigieron al
exterior, para subirse al auto de Mike, quien había llevado a Tré con él. Salieron
de la residencia, sin un rumbo fijo, hasta que se decidieron por entrar a un
pequeño café, donde no era mucha la gente que iba. Los tres tomaron una mesa
alejada de la ventana y la puerta y, pese a haber desayunado recién, pidieron
otro café.
-Bueno,
¿qué ha pasado desde ayer? –preguntó Tré, titubeante, tras haberles dado varios
sorbos a sus cafés.
-Bueno,
estuve en la tienda toda la tarde. –Por alguna extraña razón, encontraba importante
decirles que había conocido a Amelia.- De torpe tropecé con una niña a la
salida y empezamos a hablar… Se me hace conocida.
-Puede
que la hayamos viso en algún concierto –sugirió Mike, quien, obviamente,
encontraba ese punto completamente irrelevante.
-No
lo creo, es de otro país. Y como tiene unos quince, ella debía haber tenido… No
sé, diez años en nuestra última gira. El punto es que de algún modo terminé por
contarle todos mis problemas, me apoyó durante esos cinco minutos e irá a la
sesión del martes –concluyó, rápidamente.
-De
acuerdo –accedió Mike, al tiempo que Tré asentía, ambos un tanto extrañados.
-Pero
volviendo a tu otra vida personal... –empezó Tré, invitándolo a continuar.
-A
eso voy –farfulló Billie-. Después de eso fui a buscar a los niños donde Mike y
me fui a la casa, donde con Adrienne le explicamos todo a Jake y…
Billie
enmudeció. No veía como continuar.
-¿Y
qué? –lo apresuró el bajista.
Mike Dirnt: Buen
amigo, poco tacto
pensó Billie.
-¿Creen
que soy sólo una imagen? –preguntó el guitarrista, evadiendo lo que seguía.
-¿Perdón?
–inquirió Tré, mientras que Mike lo miraba atónito. ¿Desde cuándo a su amigo le
importaba lo que los demás pensasen?
-Una
de las críticas de Addie fue que era sólo una imagen –musitó Billie, intentando
aparentar que no le importaba.
-Entonces
está mal –soltó Mike, sin contenerse-. Billie, tú no eres una imagen. Tú eres
así, quizá ella lo encuentre falso, pero no lo es…
-Claro
que no eres una imagen para vender –dijo una voz femenina detrás de ellos-. Veo
que aún no solucionas todo con Adrienne.
Una
leve sonrisa apareció en el rostro del guitarrista, quien se volteó para
encontrarse con Amelia.
-¿Cómo
lo haces? –le preguntó el hombre a la joven.
-¿Cómo
hago qué? –preguntó ella, sin entender.
-¿Cómo
lo haces para saber exactamente lo que me ocurre?
Pese
a no darse plenamente cuenta de ello, Billie se sintió, súbitamente, relajado.
-No
sé, es como si te conociera –musitó ella, restándole importancia. Miró a Mike y
Tré-. Y hola a ustedes dos también.
-Hola
–saludaron los otros dos al unísono, un tanto sorprendidos por el efecto que
tenía la joven sobre su amigo.
Así
fue como, tras presentarla a sus amigos, Billie invitó Amelia a sentarse y
unirse a oír el detallado relato de la noche anterior.
-Así
que ahora tanto Joey como Jake se van con Addie y yo quedo solo como un perro
–finalizó él.
-¡No
digas eso! –exclamó ella.
-¿Por
qué no habría de hacerlo? –preguntó él, cansinamente.
-Porque
nos tienes a nosotros –dijo Tré, señalándose a él y a Mike.
-Y
no importa cuánto lo intentes, no conseguirás que te dejemos tranquilo –añadió
el bajista, fingiendo estar regañándolo.
-Gracias
–musitó el guitarrista-. De verdad.
Silencio.
-¿Sabes?
Creo que tienes una hoja mía –comentó Amelia, intentando distraer a Billie,
quien se golpeó la frente con la palma de su mano.
-Sí,
está en casa –masculló-. Te la pasaré el martes… Eso si aún quieres ir, claro.
Ella
sonrió.
-Si
a ustedes dos –señaló a Mike y a Tré- no les molesta…
-Claro
que no –se apresuró Mike
-Así
tenemos una segunda opinión –agregó el baterista.
-Entonces
ahí te pasaré ahí la hoja. –Para sorpresa de los chicos, Billie sonrió,
auténticamente.- Claro que tendrás que traducirme lo que dice.
-Sólo
si tú me dejas leer una hoja de tu cuaderno –dijo ella, ante lo que Billie
asintió.
La
chica se puso de pie.
-¿Te
vas? –preguntó Billie.
-No,
sólo tengo el síndrome de las piernas inquietas –ironizó ella-. Sí, me voy.
Adiós.
Les
dio un rápido beso en la mejilla a los tres y salió de ahí, dejándolos en un
silencio temporal.
-Azul
–soltó Billie, repentinamente, varios minutos después.
-¿Azul
qué? –inquirió Mike, extrañado.
-Amigo,
estás mal –dijo Tré, poniendo su mano en la frente del pelinegro, simulando
tomarle la temperatura.
-Le
quedaría bien el pelo azul –se explicó, señalando con la cabeza la dirección en
la que se había ido Amelia.
E
inexplicablemente, al mismo tiempo, Amelia estaba pensando en teñirse el pelo.
Después de todo, tenía libre hasta septiembre. Y, por algún motivo, pensó en el
color azul. Fue un impulso que no tenía nada que ver con sus gustos (de hecho,
su idea original era teñirse el pelo verde o algo así), pero terminó
agradándole la idea.
-¿Qué
me está pasando? –se preguntó.
Y
sin darle más vueltas al asunto, inició la caminata hasta su hogar, recordando,
una vez más, la vibración que había sentido al tocar al guitarrista.
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