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Como todo día en el
que decidía variar la rutina, comencé a vagar por la maldita ciudad de la
muerte… Digo, Jingletown. Siguiendo las señalizaciones, no se llega a ningún
lado, pero es una linda forma de recorrer partes desconocidas del pueblo.
Vagando por ahí,
llegué a una calle, la calle “principal”, es decir, una calle que se “perdió”
de las de su ciudad y llegó a ésta imitación de pueblo. Dios. Mi hogar no está
aquí. Es decir… Dicen que casa es donde está el corazón, y mi corazón no está
aquí…
De hecho, he
llegado a dudar que tenga un corazón en lo absoluto. O sea, sí tengo un
corazón, tengo un músculo estirado hueco que bombea sangre muchas veces por
minuto, pero no tengo un corazón que me haga sentir ni nada…
Miré a mi
alrededor, despistado. No tenía la más puta idea de dónde estaba.
-Disculpen, ¿dónde
mierda estoy? –le pregunté a un par de niños que jugaban a las canicas en la
calle. Quizás ustedes encuentren que no empleé un lenguaje adecuado con ellos,
pero lo menos que les importa a estos niños cubiertos en tierra es el modo en
que los trates.
-Si sigues por
allá, llegas al molino –contestó el que se veía mayor, indicando una calle que
había a mi derecha-. Por el otro lado, llegas a unos baños públicos.
Sonreí. Le tiré una
moneda de veinticinco centavos y me dirigí hacia allá. Conocía esos baños. La
mitad de los grafitis los había hecho yo… Hora de agregar unos cuantos más.
Adeline
street era una tienda a la que Billie y Adrienne estaban asociados. En los
momentos en los que decidía esconderse de la sociedad, Billie solía ir ahí y
ayudar en lo que pudiera. ¿Por qué? No lo sabía. El local solía estar lleno,
pero sólo un verdadero fanático lograba reconocerlo. Después de todo, ¿qué iba
a estar haciendo Billie Joe Armstrong en una tienda de ropa?
Sin
embargo, pese a que la tienda solía estar llena los fines de semana, éste fue
la excepción. La gente que entró fue poca, lo que le dio bastante tiempo a
Billie para seguir con la historia e intentar mezclar notas para hacer una
melodía, pese a que ninguna letra se le venía a la cabeza.
Fue
a media tarde que una adolescente pasó por enfrente de la tienda. No tendría
más de quince años. Pese a nunca haberla visto antes, sentía que la había visto
en algún sitio antes. Tenía el cabello oscuro, llevaba un bolso en su mano y se
detuvo en la ventana a ver la ropa. Protegido por los colgadores, Billie se
dedicó a mirarla descaradamente, intentando recordar de dónde la conocía, sin
resultados. Justo cuando estaba convencido de que tendría que preguntárselo
cuando entrara a la tienda, la adolescente miró hacia el otro lado de la calle.
Probablemente, alguien la llamaba desde ahí. Sin más, ella se fue, dejando al
hombre algo decepcionado por no lograr recordar la identidad de la chica, hasta
el momento en que una de las dependientes de la tienda le hizo alguna pregunta.
Varias
horas después, la alarma de su celular sonó. Faltaban veinte minutos para las
siete, y teniendo el auto estacionado a varias cuadras de distancia, debía irse
en ese instante si quería llegar a la hora. Tomó el cuaderno y su bolso, se
puso un par de gafas, se despidió de los vendedores que quedaron en la tienda y
se fue.
Iba
a mitad de la cuadra, todavía acomodando cosas en su bolso, cuando chocó con
alguien. Al mismo tiempo, una extraña fuerza se extendió por su cuerpo, en
forma de una vibración, a la vez que el bolso caía, liberando todo su
contenido, junto al bolso de la otra persona y el contenido de éste.
-Mierda
–masculló la persona con la que chocó, agachándose a recoger las cosas.
-Perdón,
fue mi culpa –se disculpó Billie, imitándole.
Fue
en ese instante que levantó la mirada, y se encontró mirando fijamente a la
adolescente que había pasado fuera de la tienda hacía un rato. Notó que ella se
sonrojaba.
-Bi...
¿Billie Joe Armstrong? –inquirió ella. Tenía un poco de acento, pero él no
sabría decir de dónde.
-El
mismo –respondió él, decidiendo que le sería imposible recordar dónde la había
visto antes-. Pasaste fuera de la tienda hace un rato, ¿no? Creo que seguirá
abierta hasta las ocho.
-No puedo creerlo... –susurró en un
lenguaje que él reconoció como español. Pese a no hablarlo, podía reconocerlo.
La miró con intriga y ella se dio cuenta de que había hablado en otro idioma-
Perdón... llegué hace un par de días y aún no me acostumbro
-No
hay problema –musitó Billie, ayudándola a recoger sus cosas. Entre ellas había
una carpeta en la que estaban él y los chicos-. Algo me dice que no te
interesaba mucho la ropa.
-Bueno...
La verdad es que me acerqué por el nombre de la tienda… Tu disquera tiene el
mismo nombre, ¿no? –admitió ella, con cierta vergüenza en su voz. Él no pudo
evitar reír.
-Buen
razonamiento –comentó, recogiendo la carpeta, de la cual cayó una gran cantidad
de papeles- Lo siento… –se disculpó él, apresurándose a recoger las cosas antes
de que el viento se la llevara. Se encontró con la identificación de la chica-
Amelia Sanhueza.
Ella
se sonrió.
-No
hay cuidado... Escucha... sé que esto debe ser molesto y todo lo demás, pero...
¿Me darías tu...? Cómo se dice…
-¿Autógrafo?
–sugirió Billie, un tanto divertido por lo avergonzada que se veía.
-Sí,
eso –dijo Amelia, con una pequeña sonrisa y más sonrosada aún.
-Claro
–respondió Billie.
Amelia
sacó un papel y un lápiz de su carpeta y se los pasó al guitarrista.
-Por
cierto, ¿cómo supiste en la calle que era yo? –preguntó Billie, fingiendo estar
molesto, a la vez que le pasaba el autógrafo-. Se supone que las gafas debieran
ocultarme.
-Bueno,
nadie lleva gafas cuando está nublado –contestó ella, con una sonrisa-Gracias
–agradeció, recibiendo el autógrafo.
-De
nada… Entonces estas cosas no sirven de nada –masculló él, con una sonrisa, sacándose
las gafas y dejando al descubierto sus ojos verdes. De inmediato, la chica notó
en su mirada que algo andaba mal, y, pese a que un lado de sí le decía que preguntarle
sería una intromisión, no pudo contenerse:
-¿Te
pasa algo? Te ves triste.
Él
se sonrió, de un modo un tanto más amargo esta vez.
-No
es nada –mintió Billie, poniéndose de pie, ya con todos los papeles guardados
en su bolso-. Problemas en casa.
Tras
asegurarse que la carpeta estaba bien cerrada, Amelia la metió a su mochila y
se incorporó.
-¿Seguro?
No
sabía por qué insistía. Estaba segura de que él no le diría más. Fue por ello
que se vio sorprendida al escucharlo decir:
-Voy
a divorciarme.
Claro
que su sorpresa no fue tan grande como la de Billie al pronunciar esas
palabras.
Antes
de ser consciente de lo que ocurría, el hombre comenzó a caminar y acabó por
contarle todo lo que le había pasado en el último mes, todos los problemas con
Adrienne, y lo mucho que temía hablar con su hijo menor esa noche. No sabía por
qué, pero, por primera vez en mucho tiempo, se sentía cómodo, y no había
querido desaprovechar esa oportunidad.
-Bueno…
-comenzó Amelia, a la cuadra siguiente- Yo creo que estás haciendo lo
correcto... Si ya no se aman, no deberían estar juntos.
-Ese
es el problema: Una parte de mí sigue queriéndola, bastante –confesó él.
-Mal
ahí –musitó Amelia, en un tono triste de voz. Miró a su alrededor-. Bueno...
aquí me voy o mamá me matará.
-Está
bien…
Pese
a no querer admitirlo, a Billie le hubiese agradado seguir conversando con
ella. Quizás con un poco más de diálogo averiguaría de dónde la conocía,
porque, al menos en su mente, era imposible sentirse tan cómodo sin haberla visitantes.
Quizás sus pensamientos se reflejaron en su rostro, o quizás ella tampoco quería
dejar todo ahí, ya que preguntó:
-¿Quieres
seguir hablando?
-No
estaría mal... –Admitió él. Abrió su bolso, sacó una hoja de su cuaderno y un
bolígrafo.- ¿Te interesaría ir a un ensayo de la banda?
-¿En
serio? Me encantaría –contestó ella, con una amplia sonrisa.
Aún
extrañado por todo lo ocurrido en los últimos diez minutos, el guitarrista le
pasó el papel con la dirección del estudio.
-Anda
el martes, de las diez en adelante. –Le sonrió.- Nos vemos entonces, yo igual
debería irme. Gracias por escucharme.
Ella
le devolvió el gesto.
-Es
lo mínimo que puedo hacer después de toda la música que has hecho –farfulló.
Billie
se le acercó y le dio un beso en la mejilla, lo cual causó que una extraña
vibración se extendiese por su cuerpo. Se separó algo extrañado, mas no hizo
ningún comentario, puesto que no vio ningún indicio de sorpresa de parte de la
adolescente.
-Hasta
el martes –se despidió, y caminó rápidamente hacia el estacionamiento, sin
saber que Amelia lo miraba desde esa esquina, con una mano en su mejilla, intrigada
por la sensación que había recorrido su cuerpo tras haber estado en contacto
con la piel del hombre.
-Que se joda, ¡conocí a Billie Joe! –se susurró
en su lengua natal, para luego, finalmente, echarse a correr hacia la tienda en
la que iba a juntarse con su madre, sintiéndose verdaderamente feliz por
primera vez en un largo tiempo.
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