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Cosas que odio…
Podría tener una lista. Sería larga. Bastante larga. Estaría el esposo de mi
madre. Mi madre también… No, ella no. Algo de aprecio le tengo por mantenerme
todos estos años.
Seguido al
estúpido, vendría mi “querido” país. ¡Está lleno de idiotas! Primero, un
estúpido presidente que encuentra divertido matar gente inocente para conseguir
lo que quiere. Bush, querido, hay cosas más importantes que el petróleo. Luego
estaban los idiotas que lo seguían, que querían que matara más gente…
Luego vendrían los
idiotas que creen que todos los norteamericanos somos iguales, que todos
apoyamos a ese imbécil, que todos apoyábamos sus decisiones…
El último en mi
lista de odios sería yo mismo. Soy un hipócrita. Le he dicho a medio mundo que
éste país es una mierda, pero nunca he hecho nada para cambiarlo. ¿Por qué?
Porque, en el fondo, soy un cobarde. Soy una estúpida gallina que no es capaz
de hacer lo que cree correcto. No, yo debí haber nacido en Europa, donde las
cosas sí tendrían resultados… O quizás ni siquiera debí haber nacido.
-No
está mal... Si el disco fracasa, puedo seguir con esto –se dijo a sí mismo
Billie, sonriendo. Le estaba gustando mucho esa historia.
Estaba
en su BMW negro hacía casi media hora. Aún no tenía el valor de salir de ahí
para entrar a casa y enfrentar a su esposa. Pero, como no podía quedarse allí
para siempre, tras terminar de escribir esos cuatro párrafos, Billie salió del
auto y caminó hacia el interior de su casa.
Para
todo el dinero que tenían, pensó Billie, era una morada bastante humilde. Tenía
dos pisos, cuatro piezas (dos para los niños, una para él y Adrienne y una para
visitas), una sala de juegos para los niños, un sótano donde Mike, Tré, algún
otro amigo, quizás Adrienne y Billie descansaban y jugaban cartas, pool y cosas
así. Un pequeño estudio de grabación. Un comedor. Un baño por pieza y otro más
para visitas. Una cocina. Una sala de estar. Y, por si fuera poco, una piscina
en el patio. Sin embargo, su casa seguía siendo más pequeña que la de Mike, no
por falta de dinero, sino porque él no quería nada más grande, mientras
Adrienne moría por tener una casa aún más grande que la de Mike.
Billie
sacó la llave de su bolsillo y la metió en la cerradura. Respiró profundo. Giró
la llave y entró, para encontrarse con su esposa y una amiga de ella.
-¡Billie,
llegaste! –saludó Addie, alegremente.- Sandra vino de visita, se va en un rato,
así que no te preocupes.
-De
acuerdo –musitó Billie, sin prestar mucha atención como la amiga de su esposa
lo saludaba tímidamente, mientras sacaba una botella de agua de la cocina... Estaba
intentando no beber por un tiempo, pese a que no estaba dando muchos resultados
-Estaba
pensando en que podríamos juntarnos con los muchachos y hacer algo, ¿qué te
parece? –le preguntó Adrienne desde la otra habitación.
-No
en este momento, estoy muy cansado –murmuró-. Voy al estudio –añadió y fue a su
“humilde estudio de grabación” en el sótano.
Una
vez ahí, recorrió todas las guitarras y tomó una Gibson amarilla con negro que
tenía por ahí. Iba a empezar a tocar cuando entró Joseph.
-Hola,
Joey –saludó Billie, abrazando a su hijo mayor, quien tenía el cabello oscuro y
que cumpliría los nueve años en marzo.
-Papá,
tengo que decirte algo –musitó Joey, bastante serio.
-De
acuerdo... ¿qué pasa? –le preguntó Billie, cariñosamente. Cuando estaba con sus
hijos todas las penas volvían a él, pero permanecían fuera a la vez, como si
ellos las bloquearan de su mente, como si ellos bloquearan el sufrimiento.
-Es
acerca de mamá –respondió-. La... la vi besándose con un tipo el otro día -Y
Joey se echó a llorar en los brazos de su padre.
-Yo...
yo ya lo sabía, Joey –confesó, tristemente, Billie-. No... no quería decirle
nada para que ustedes no se preocuparan. –Fue en ese momento que se dio cuenta
que eso había sido un error. Ahora sus hijos se enteraron de la peor manera
posible…- Joey... tu hermano, Jake... ¿Sabe de esto?
-No...
No he querido decírselo –le contestó, entre sollozos-. Hoy día se quedó en casa
de un amigo.
-Ok...
–dijo Billie-. Escucha... hoy día hablaré con tu madre y quisiera saber si
estás de acuerdo en que es lo mejor, ¿de acuerdo?
-S...
Sí papá –le dijo Joseph, llorando aún más-. Te apoyaré si es necesario
-¿Apoyarte
en qué? –preguntó alguien.
Adrienne
acaba de entrar en el estudio de grabación, sin que ninguno de los dos se diera
cuenta.
-Sandra
ya se fue –le dijo a Billie. Ahí se percató de cómo lloraba su hijo mayor-.
Pero ¿qué le pasa a Joey?
-Aléjate
de mí, puta –le gritó Joey, al ver que su madre se le acercaba.
-¿Qué
te pasa? –alcanzó a preguntarle Adrienne antes de que se perdiera escaleras
arriba, hacia su habitación.
-Adrienne,
tenemos que hablar –musitó Billie, cuando logró disolver el nudo en su garganta
que se le había formado. Lo bueno de ver a su hijo sufriendo, fue que se dio
cuenta que hablar con su esposa era lo que debió haber hecho desde un
principio.
-Está
bien, ¿qué pasa? –preguntó ella, con curiosidad.
-Es
acerca de tu amante –soltó Billie.
-A...
¿Amante, dijiste? –Addie soltó una risita nerviosa.-¿De qué estás hablan...?
-Deja
de mentir –la interrumpió Billie-. Te vi el mes pasado. Y Joey también te vio...
Y Mike. No... ¡No puedo creer que lo hayas hecho!
-¡Cómo
si tú no tuvieras una amante! –exclamó ella, a la defensiva.
-¡Pues
claro que no la tengo! ¡Juré amarte incondicionalmente!
-¡¿Amarme
incondicionalmente?! ¡Ni siquiera estás en la casa! –gritó ella.
-¡¿Y
de qué sirve estar en casa, si, cuando estoy, tú sales?! –exclamó él- Con los
chicos tuvimos un receso para estar en casa, y tú sabes, mejor que nadie, que
intenté estar contigo la mayor cantidad de tiempo posible
Adrienne
se alejó y caminó un par de pasos. Billie estaba que tomaba una de las
guitarras para azotársela en la cabeza por la espalda, pero se contuvo y se
limitó a respirar profundamente.
-¿Qué
haremos? –preguntó Adrienne, rato después, rompiendo el silencio que se había
formado entre ambos.
-Bueno...
está claro que esto debe terminar –musitó Billie-. Y yo creo que los niños
deben saberlo.
Addie
asintió, volteándose hacia el hombre con quien había estado casada por casi
diez años. Pese a que ya no lo amaba, no podía dejar que el cariño que le tenía
la hiciese sentir culpable por todo. Lo único que quería era disculparse, pero
su orgullo no se lo permitía, no aún al menos, por lo cual se limitó a
preguntar:
-¿Y
qué haremos con ellos?
-Que
ellos decidan... Será lo mejor –murmuró Billie, intentando sonar más seguro de
lo que se sentía con la idea.
-¿Estás
loco? -inquirió Adrienne- Son muy pequeños para decidir
-Al
menos Joey está dispuesto a hacerlo –masculló él.
-¡Claro,
tú no te haces problema, se quedará contigo! –gritó ella- ¡Aunque te metas con
tu “amigo”, Mike!
-¿Cuántas
veces tengo que decirte que no me meto con Mike? –exclamó Billie, aún más
fuerte. Eso era el colmo. Mike era como su hermano, nada más. De acuerdo, lo
había besado unas cuantas veces, pero nada significativo.
-Bien,
dejemos a los niños elegir –murmuró Addie- pero durante las giras...
-Tú
tomas la custodia –completó Billie-. Vamos a hablar con Joey
-Sí...
En
ese momento, Billie sentía que mataría por un poco de cerveza o cocaína.
Cualquiera de las dos. Sin embargo, se sentía mejor al haber, finalmente,
hablado con Adrienne. Subieron a la habitación de Joseph y Billie tocó la
puerta.
-¿Joseph?
–preguntó él, suavemente. No obtuvo respuesta- Joey, ¿estás ahí?
-Depende
–dijo el niño-: ¿Está la puta contigo?
-No
le digas así –lo regañó Billie, conteniendo las ganas de agradecerle por recordarle
a su esposa lo que era.
-¡Pero
si tú dices esas palabras a cada rato! –le reprochó Joseph, haciendo que su
padre no pudiese contener una risa. Addie miró a Billie como si quisiera
quemarlo con la mirada. Comprendiendo esto, el hombre prosiguió:
-Bueno,
ella está aquí y sé que no tengo ningún derecho de reprenderte por las palabras
que usas y todo eso, pero ella es tu madre.
-Está
bien –accedió Joey. Billie escuchó cómo su hijo se paraba y sacaba el seguro a
la puerta. Luego les abrió-. ¿Qué quieren? –preguntó Joey, una vez que sus
padres entraron a su desordenada alcoba.
-Tu
padre y yo hemos decidido que lo mejor es que nos separemos... No sabemos si
será permanente o no, pero al menos sí por un tiempo
“Como si quisieses quedarte conmigo, puta”,
pensaba Billie, dejándose llevar por la rabia. “Al parecer sólo te importaba el dinero y ahora tendrás una buena parte.
Felicidades.”
-De
acuerdo –dijo Joey. Para ser tan pequeño, era bastante maduro-. ¿Sólo vinieron
para eso?
-Eh...
no –musitó Billie-. Resulta que nos gustaría saber con quién te quedarías tú
durante el tiempo que estemos separados
-¿No
es obvio? –inquirió Joey- ¡Contigo! –Y abrazó a su padre, logrando que el
hombre se sintiera mejor de lo que había estado en mucho tiempo.
-Tienes
que entender que cuando este de gira debes quedarte con tu madre…
-De
acuerdo –accedió.
Adrienne
se echó a llorar.
-¡Soy
una tonta! –exclamó ella, sintiéndose sobrecogida por toda la culpa que cargaba
en su interior- Voy... voy al cuarto de invitados
-Claro
que no –la detuvo Billie, rápidamente-. Yo dormiré ahí
Un
tanto extrañada por la propuesta del hombre, ella asintió, para dirigirse a la
habitación que habían compartido tantos años a buscar ropa de su marido, para
dejársela en el cuarto de invitados.
-¿Por
qué te quisiste quedar en la pieza de invitados? –inquirió Joey, extrañado.
-Está
más aislada –respondió Billie, con una pequeña sonrisa-. Y en estos momentos
necesito estar solo. –Miró a su hijo a los ojos.- ¿Te importaría si bajo a
tomar una cerveza?
-¿No
que estabas tratando de dejar el alcohol? –le preguntó su hijo.
-Sólo
será una botella –se excusó Billie-. Además no conduciré, ni siquiera saldré.
Lo prometo.
-Ok...
–dijo Joey, finalmente-. En todo caso, estaré dormido.
Billie
dejó la pieza de su hijo, quien cerró la puerta y se acostó. Ya había pasado lo
peor. Ahora tenían que hablar con su otro hijo, Jakob, de cinco años. Lo que
más le dolía, era que Jakob iba a preferir quedarse con su madre. Siempre le
tuvo más cariño a ella. De acuerdo, era su elección, pero Joey se iba a sentir
muy solo y quizás se arrepentiría de irse con Billie.
Bajó
a la cocina y sacó una única botella, pese a que tenía ganas de beber más. Buscó
en su bolso el cuaderno donde tenía la historia de Jesus y varias canciones, se
encerró en su pieza con una de sus tantas guitarras y se puso a escribir
mientras tomaba cerveza. Cuando ésta se acabó, aún no tenía sueño, por lo que tomó
la guitarra y empezó a tocar canciones viejas, en su mayoría dedicadas a la
mujer que más había amado, y quien, poco rato después, le gritó que se callara.
Aún sin ganas de dormir, se fue al estudio de grabación, donde tocó un par de
horas antes de caer dormido. La última canción
que logró tocar fue Westbound Sign...
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