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Diez de la mañana. Me encontraba tirado en el
sofá del living. No había nadie en casa, como tampoco lo había en la casa
nueva. Estaba solo, y no sabía qué hacer. Podía haber intentado visitar las
casas de todos los amigos y conocidos de Adrienne, pero sabía que esa sería una
pérdida de tiempo. Si ella no quería que la encontrara, no me lo permitiría, no
tan fácilmente al menos. De hecho, había un lado de mí que estaba seguro que se
había marchado a Minneapolis… Pero no, no se había llevado ropas de más, sólo
se había llevado las cosas más importantes de Joey y Jake, pero no muchas, sólo
lo suficiente para aguantar un día o dos. No, no se había ido a Minnesota… No
se había ido…
¿Y si se había ido? ¿Si se había marchado con
los niños para nunca volver? ¿Si se había ido con su familia?
Una vez más, sentí cómo todo me daba vueltas.
Cerré los ojos y respiré profundamente. La resaca no me estaba ayudando en
nada, de verdad… Menos mal no era tan terrible como mis resacas usuales… De
hecho, creo que era más el no haber dormido decentemente que el haber bebido.
Fue ahí que el teléfono sonó, y, con la
esperanza de que fuera Adrienne, corrí a contestar.
-¿Eighty?
Para mi desgracia, la respuesta no fue un
“sí”.
-No, soy Mike. ¿Estás bien? Addie me contó
que se habían peleado.
No tardé nada en echarme a llorar. Mi amigo
me dijo que me quedara ahí, y que no hiciera ninguna locura, órdenes que
obedecí sin pensar.
-Tuviste que haber vuelto anoche, ¿sabes? –me
regañaba Mike, alrededor de media hora después, al tiempo que me servía un café
bien fuerte en la mesa de la cocina- ¿Dónde fuiste?
Suspiré.
-Volví al bar y… -Tomé un sorbo del café.- Y
me quedé ahí.
Tardé un poco en darme cuenta que había
mentido, y, al lograrlo, me felicité a mí mismo. Estaba seguro que negar todo
lo que había pasado me ayudaría a decirle a Addie lo mucho que la amaba de un
modo más convincente.
-¿Toda la noche?
Negué.
-Cerró a las tres. Ahí me fui a un hotel, y
me quedé ahí pensando qué hacer, hasta que me dormí como a las siete. Desperté
a las nueve, vine acá, no encontré a nadie, así que me fui a la casa nueva,
donde tampoco había nadie, y me devolví para quedarme acá, hasta que se me
ocurriera algo que hacer.
Bebí otro sorbo del café, el cual logró
hacerme sentir un poco mejor. Mike tomó una silla y se sentó frente a mí,
también dándole un sorbo a su café, para luego preguntar:
-¿Por qué se pelearon?
Torcí una mueca, preguntándome cómo hablar
del tema con mi amigo.
-¿Te acuerdas cuando me gustaba Jesus?
-¿Ella no sabía de tu relación homosexual, lo
supo ahora, y se enojó? –aventuró mi amigo. Negué.- ¿Entonces…?
-¿Te acuerdas que, en ese entonces, usaba un
cuaderno a modo de diario? –Mike asintió, pensativo.- Bueno, desde 1990 que
sigo usando ese cuaderno, al menos una vez al año, para, básicamente, escribir
un “balance anual”… Y, en ese balance, me permito hablar de todo lo que pienso,
todas mis dudas sobre mis relaciones, todas las dudas que tuve sobre Adrienne,
dudas que sigo teniendo sobre ella, todo lo que sentí y siento por Sarah…
-Y Addie lo vio –concluyó. Asentí-. Eso es
tener mala suerte.
-Ni que lo digas. Obviamente, se enojó, nos
gritamos por un buen rato, y, al final, me dijo que no me quería volver a ver
hasta que le dijera el porqué la amo, que lo hiciera convencido, y… Eso, me
echó.
-¿Y ahora volviste a decirle el porqué? –Asentí.-
¿Y qué vas a decirle?
No pude evitar reír.
-No lo sé. Tenía un par de ideas en mente,
pero se me fueron todas al darme cuenta que no está en ningún lado.
Al mismo tiempo, Mike y yo levantamos
nuestros tazones y bebimos de ellos.
-Dijiste “todo lo que sentí y siento por
Sarah”. ¿Aún piensas en ella? –preguntó, tras un rato de silencio.
Y no me di cuenta cómo respondí: -La
amo. Y siempre lo haré. Pero como lo nuestro nunca será, lo mejor es vivir como
si el sentimiento no estuviese ahí, ¿no? –Mike asintió, rascándose un brazo.-
No me malinterpretes… Amo a Addie, de verdad que lo hago. Es perfecta, nadie
más habría aguantado todo por lo que la he hecho pasar, nadie más habría vuelto
a mis brazos de saber todo lo que he hecho, y ella lo sabe. Nadie más es capaz
de hacerme sentir tan feliz y completo como ella, es lo más cercano que
encontraré al verdadero amor… De hecho, quizás ella sí es el verdadero amor,
pero estoy cegado por esta obsesión que tengo hace ya tantos años. –Reí,
levemente.- ¡Addie es perfecta! La amo, y me ama, y es perfecta, y me hace
sentir bien, ¿por qué no habría de amarla?
Fue ahí que sentí un abrazo por mi espalda.
Sobresaltado, me paré, rápidamente, para voltearme y encontrarme con Addie,
quien tenía lágrimas en sus ojos y mejillas.
Bésala, idiota.
Y, rogando que no hubiese escuchado que aún
amaba a Sarah, la besé, con una cierta desesperación que no logré ocultar. Más
tarde supe que había tenido mucha suerte, y que ella había entrado justo cuando
empezaba a hablar de lo mucho que la amaba.
En fin, a partir de entonces, decidí que lo
mejor era no hacer más balances anuales, y limitarme a mentirme todos los días,
diciéndome que Adrienne era el verdadero amor de mi vida, mentirme todos los
días, para así, quizás, convencerme de que la amaba con todo mi corazón, y que
mi amor era el más puro y honesto que podría llegar a sentir un ser humano. Y
repitiéndome esa mentira, logré sacar mi matrimonio adelante. Ok, quizás no era
tan lindo y perfecto como cuando recién nos habíamos casado, pero era mucho
mejor que en esa época en la que nadie me aguantaba, incluyéndome. Nunca sabré
si Addie se daba cuenta que nunca estaría convencido de mis sentimientos, pero
algo me decía que su amor por mí era muy grande como para dejarme ir, lo que
era un alivio que no se podrían imaginar.
Aunque… Había días en los que me preguntaba
el porqué de mi egoísmo, el porqué necesitaba tan urgentemente el estar con
alguien, el porqué me permitía engañar tanto a otra persona… Y era en esos días
que el recuerdo de Jesus se me venía a la mente, más nítido que nunca,
recordándome que terminaría así de solo y triste si dejaba ir a mi esposa… Lo
que causaba que me esforzara aún más en mantener mi matrimonio.
Así terminó 1999, dándole paso al año 2000,
el cual no llegó con el fin del mundo, ni mucho menos, si no que con la segunda
boda de Tré, boda a la cual Mike, Addie y yo asistimos, boda en la cual yo
seguía convenciéndome de que Addie era el verdadero amor de mi vida, y ella
seguía creyéndose esta gran mentira.
t � ' e �� �(� :35.4pt'>-Una estupidez, bastante larga la verdad…
-Fuera de la casa.
-¿Qué?
-Fuera de la casa,
Billie Joe… No estoy bromeando, no te quiero ver.
-Pero… ¿Qué
quieres que haga?
-¡Nada!
¡Simplemente no quiero que estés en “el lugar en el que no quieres estar”! ¡Sal
de aquí y sé feliz de una vez, si eso es todo lo que te importa!
-¡Addie! ¡Me estás
malinterpretando!
-¿Ah, sí?
Ahí tomó el
cuaderno, y lo hojeó.
-“Estaba dispuesto
a dejar todo, con tal de dejar de sentirme tan miserable como me sentía… Y,
tristemente, Addie era parte de ese todo.” ¿Por qué mierda iba a interpretarlo
como que te hacía infeliz?
-Addie… Eighty…
-¿Y qué es esto de
que te encontraste con Sarah? ¿Te metiste con ella?
-¿Qué? ¡No! Ahí
mismo dice que no.
-Aquí sólo dice
que no la besaste, y dice que te arrepientes de ello.
-Me arrepentía de
ello…
-¿O sea que ya no?
-Bueno, sí.
-¡¿QUÉ?!
-¡Billie!
Volví a la realidad.
-Perdón.
-Sigues igual que siempre, qué quieres que te
diga. ¿Vas a contarme qué te pasó? –No dije nada.- No me interesa lo largo que
es, sé que quieres hablar al respecto.
-No quiero hacerlo.
Revoleó los ojos.
-Lo mejor que puedes hacer, es hablar al
respecto… De verdad.
Negué.
-No quiero quedarme todo el día hablando en
medio de la calle…
-Entonces vamos a mi casa.
Suspiré.
-Ok. Guíame en tu auto, yo te sigo.
-De hecho, ando sin auto…
Sonreí, levemente.
-Conduce tú entonces, y yo hablo.
Y le conté todo, absolutamente todo… Y con
todo, me refiero a todo lo que pasó desde que Jesus dejó Rodeo, todo lo que
pasé para olvidar a Sarah, todo pensamiento relevante que tuve al respecto…
Para cuando terminé, nos encontrábamos sentados en la mesa de la cocina de su
departamento, tomando un café bien fuerte cada uno.
-¿Así que no sabes si la amas o no? –Asentí.-
¿Y no puedes volver a la casa hasta que lo resuelvas? –Volví a asentir.- Ay,
Billie, no puedo creer que sigas en esto.
Lo miré, sin entender.
-¿Qué siga en qué?
Suspiró.
-Aún sigas considerando a Sarah como el amor
de tu vida. Está bien, es así, pero no deberías darlo por sentado. Deberías…
-Debería intentar amar a alguien más, ¡lo sé!
¡Y eso es lo que hago con Addie! ¡Sigo intentándolo, pero, aparentemente, no es
lo mismo! ¡Y sí lo es! ¡Addie es perfecta!
-¿De verdad?
-¡Sí!
-¿Y por qué no estás seguro de que la amas?
-¡Porque, por algún motivo, hay algo en mí
que piensa que no es tan perfecta como Sarah! ¡Ni siquiera se te acerca a ti!
Tardé un poco en asimilar lo que había dicho,
y, al conseguirlo, me sonrosé. Acababa de decir que prefería a Jesus que a mi
esposa. Bien, Armstrong, eres un genio.
-¿O sea que prefieres a tu “experimento” que
a tu esposa? –preguntó, en un repentino susurro. Creo que era algún mecanismo
para tranquilizarme o algo, pero no me importó.
-Tú no fuiste mi experimento. Te amé, mucho,
y de verdad. Quién sabe qué hubiera pasado si no hubiéramos terminado.
Él torció una mueca.
-Recuerda que terminamos porque besaste a
Sarah. Eso iba a pasar, tarde o temprano –murmuró-. Menos mal pasó temprano,
para que ninguno de los dos sufriera tanto.
Lo miré, fijamente.
-¿Ah, no? ¿Y por qué no me hablas de tu vida amorosa? ¿Por qué estás solo
aquí? ¡¿Por qué te sentías tan depresivo hoy que acabaste sólo en un bar?!
¡¿Por qué mierda tampoco puedes decirme qué me pasa?!
-¡Puedo decirte, pero no me estás escuchando!
¡Aún amas a Sarah!
-¡No la amo!
-¡¡Admítelo!!
-¡No!
-¡¡¡Admítelo de una vez!!!
Fue ahí que me di cuenta que, al gritar,
habíamos avanzado el uno hacia el otro. Y con la ira acumulada en mi interior,
me tiré sobre él y, sin pensar, simplemente queriendo desahogarme, lo besé, de
un modo más intenso del que me había acostumbrado en el último par de años. Él
no tardó nada en devolverme el beso, como yo no tardé nada en sacarle la
camisa, al mismo tiempo que me llevaba a su pieza.
En retrospectiva, creo que fui un poquito más
bruto de la cuenta. Jesus no hizo ningún comentario, pero, para fines
prácticos, lo que hice fue lanzarlo a la cama, del mismo modo que empujas a
alguien cuando estás enojado. Pero, como ya dije, Jesus no hizo ningún
comentario, y, de hecho, al sacarme la camisa, fue casi tan bruto como yo… Al
igual que cuando me sacó el pantalón. Fue así que terminé sobre él, sólo en
boxers, mientras que él ya estaba completamente desnudo.
Estás casado
Y, por una vez, no me digné a responderle a
la molesta vocecita que tenía por conciencia, si no que me saqué los bóxers y
continué en lo mío.
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