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El humo de mi cigarrillo flotaba sobre ambos,
lentamente, dando vueltas y vueltas en la oscura habitación. El pulso de Jesus
se sentía acompasado sobre mi pecho, al igual que su respiración, y la
expresión en su rostro era de felicidad… Y, para mi extrañeza, sabía que mi
rostro expresaba la misma sensación, sabía que me veía feliz… De hecho, estaba feliz. No me arrepentía. Y me
arrepentía de no arrepentirme.
-Han pasado como diez años desde la última
vez que hicimos esto… Y sigues igual de bueno –comentaba él, con una sonrisa,
tras lo que llevó su mano a mi estómago y lo pellizcó, suavemente-, aunque
nunca creí que te vería más gordo que yo.
No pude evitar sonrosarme, tanto por el gesto
como por sus palabras.
-Después de mi cumpleaños me iba a poner a
dieta –me excusé.
-Nah, te ves bien igual… Siempre que no
salgas con una tanga de leopardo o algo por el estilo.
Me sonreí y, sin pensar, le di un corto beso.
Luego recordé que no debería estar besándolo, ni debería querer besarlo, ya que
yo estaba casado, y creía en la monogamia y toda esa mierda, pero no podía
evitarlo. Había algo en él que me
hacía querer besarlo, abrazarlo y demás, y estaba seguro que era un algo similar lo que causaba mi amor por
Sarah.
Y, como si me leyera el pensamiento, Jesus
susurró:
-No quiero matar el momento ni nada, pero
¿vas a admitir de una vez que aún amas a Sarah? –Sin otra opción, y sin
dignarme a mirarlo a los ojos, asentí, lentamente.- Bien, estamos avanzando.
Reí, levemente.
-¿Vas a psicoanalizarme? Por favor.
-Ni que fueras tan complicado. Déjame ver…
Amas a Sarah porque es como es, ¿no? –Volví a asentir, ahora sintiéndome casi
tan avergonzado como cuando le confesé a Mike que me gustaba Jesus, hacía ya
tanto tiempo.- Y a Addie la amas/amabas porque, racionalmente hablando, es tan
perfecta como Sarah… Pero, por algún motivo, no te convence del todo.
-Pude haber hecho esa conclusión yo solito,
¿sabes?
-No he terminado. Estás atrapado entre lo que
quieres ser y lo que simplemente eres. Y, al final, todo se reduce a eso, a lo
que eres y a lo que quieres ser.
Miré a Jesus, extrañado.
-¿No viene a ser lo mismo?
Negó, fervientemente, al tiempo que me
soltaba y se sentaba a mi lado en la cama. Apagué mi cigarrillo en el cenicero
y lo miré, atentamente, lo que permitió que me percatara lo mucho que brillaban
sus ojos, como si al fin estuviésemos hablando de algo que él quería abordar
hacía mucho rato.
-Quien realmente eres es un músico de casi
treinta años, que sigue pensando en su adolescencia, y en la novia que tuvo
ahí, ya que su corazón sigue sintiendo que es el amor de su vida. Quien quieres
ser es un hombre de casi treinta años, casado con la mujer de su vida, y no con
un simple parche que encontró por ahí. Y estás ahí, atrapado entre ambas cosas.
Al final te casaste con lo más cercano que encontraste al amor, y te convences
de que es el amor de tu vida para no sufrir. Eso se llama negación, ¿sabes?
Lo miré, ahora molesto.
-Addie no es un parche.
-¡Claro que sí! Al igual que yo lo fui en mi
debido momento. El amor de tu vida es Sarah, y lo sabes, y por eso sigues
amándola, a pesar de todo lo que te ha hecho sufrir.
-No es el amor de mi vida.
-¿Ah, no? –Preguntó, poniéndose de pié.
Desvié la mirada hasta que volvió a hablarme, ya con bóxers puestos:- ¿De quién
hablas en la penúltima canción de este disco?
Se había dirigido a un mueble en el otro lado
de la pieza, y, en sus manos, sostenía mi último disco, Nimrod. Torcí una
mueca.
-Es sobre ella. Pero la letra dice claramente
que…
-Que lo correcto es dejarla ir… Pero en
ninguna parte dice que lo hayas hecho.
Enmudecí, sin saber qué decir. ¿Cómo no me
había dado cuenta de ese pequeñito detalle cuando publiqué la canción?
-Eso da igual, nunca pasará nada con ella de
nuevo, en especial porque nunca la volveré a ver… Y porque está enojada conmigo
sin razón.
Me miró, extrañado.
-¿Cómo que enojada contigo sin razón?
-Bueno, la última vez que la vi, me dijo que
en su carta me había explicado todo, y que por eso se enojó al verme con alguien
más… Lo que carece de sentido, ya que en su carta me decía que no volvería, y
que debía seguir adelante.
Y entonces pasó algo raro, bastante raro, y
ese algo fue que Jesus me miró, inexpresivamente, dejándose caer en un sillón
y, tras un par de minutos, se echó a llorar. Me quedé paralizado, sin saber qué
hacer, hasta que, al final, atiné a buscar mis bóxers, ponérmelos, ponerme una
polera y dirigirme hacia él. Sin embargo, no logré abrazarlo como quería, ya
que algo en mi interior me dijo que era mala idea, por lo que, simplemente, me
quedé de pié, a su lado, mirándolo.
Tan idiota que
eres, ¡rodéalo con un brazo!
Así que eso hice, causando que Jesus sólo
llorara más fuertemente, con sollozos y demás.
-Shh… Ya pasó…
-¿Cómo puedes decir que ya pasó, si ni
siquiera sabes qué pasó? –inquirió,
entre sollozos y demás.
Sonreí, levemente.
-En eso tienes razón, pero llorar no cambiará
nada, así que deberías dejar de hacerlo –le susurré al oído. Algo en su rostro
(o lo que veía de él, ya que se lo había cubierto con ambas manos) me demostró
que esto le causó un escalofrío. Me sonreí.
-Es que… Vas a odiarme.
Alcé mis cejas, demostrando incredulidad.
-Acabo de engañar a mi esposa por primera
vez, y no estoy para nada molesto contigo. Creo que queda claro que no puedo
odiarte.
Suspiró.
-Es que… -Se paró.- A la mierda, ¡todo es mi
culpa!
Tomé su lugar en el sillón.
-¿De nuevo?
-Todo lo que has sufrido por culpa de Sarah,
toda la mierda que ha pasado en tu vida desde que tu padre murió… Todo es mi
culpa. Y la de Jimmy. Y mi madre… Pero ellos no están aquí ahora, así que yo
asumiré.
Lo miré, sin entender nada.
-¿Cómo puede ser todo tu culpa?
Suspiró.
-Nathan estaba enfermo. Mi madre estaba
enferma. Mi madre necesitaba un pulmón. Nathan necesitaba un corazón –comenzó,
paseándose de un lado a otro y moviendo su mano bastante al hablar-. Se
conocieron en un grupo de apoyo, y terminaron creando un negocio: El que
muriera primero, le daba su órgano al otro. Poco antes de que Nathan se fuera,
mi madre empezó a mostrar síntomas de empeorar, así que se fue a Ecuador, donde
podrían hacer la cirugía, que, ya que estamos, era más que ilegal que el viejo
negocio de mi hermano… Al parecer, quien sobreviviría era Nathan, y por eso él
se fue… Necesitaba alguien que lo cuidara e hiciera todo, por lo que necesitaba a Sarah y…
Se calló. Yo lo miraba, con los ojos muy
abiertos, atónito. ¿Qué mierda? ¿Eso era posible?
-Jesus, ¿estás drogado? –inquirí.
-Claro que no, soy más limpio que tú
–farfulló, deteniendo sus paseos-. Mi trabajo y el de Jimmy era el de evitar
que Sarah (y aquí usaré las palabras de mi madre) “se encariñara mucho
contigo”, porque si lo hacía, no se iría con Nathan. Por eso fue que cuando
llegué me interesé en Sarah…
Sentí como si me cayera un balde de agua
helada. La única vez que vi a Jesus con una mujer fue cuando yo, finalmente,
caía en la cuenta que Sarah me gustaba de verdad… ¿Y eso había sido una farsa?
-¿Nunca te gustó?
Soltó una risa sarcástica.
-Dude,
es una chica. Lo hice porque tenía que hacerlo. –Otro balde de agua helada: La
había usado… Y ella de verdad lo quiso.- Pero luego…
-¿Luego qué? –pregunté, intentando no
demostrar lo iracundo que me sentía. Había usado a mi Sarah.
Volvió a suspirar…
-Luego me enamoré de ti.
Silencio.
-¿Así que lo mío fue real?
… Y volvió a reír.
-Por supuesto que fue real, Billie. Eres mi
droga, no puedo vivir bien sin ti. Y fue por eso que deseché el plan, y fue por
eso que me fui a la okupa con Jimmy, ya que nos desvinculamos de nuestra madre.
Recién ahí, me atreví a mirarte como una persona más que podría llegar a
corresponderme algún día, antes no.
Sentí una punzada en la cabeza. Creo que era
demasiada información.
-Me estás diciendo que se desvincularon de su
madre mucho antes de que tú y yo empezáramos a salir… ¿Cómo es que tienes la
culpa de mi sufrimiento, es decir, de la partida de Sarah y demás?
Se dejó caer en la cama y se cubrió el rostro
por completo.
-A fines del ’89 –susurró. Tuve que pararme y
acercarme, porque apenas lo escuchaba-, mamá se puso peor y le pidió ayuda a
Jimmy. Al final, él sucumbió y empezó a trabajar en el correo, para ganar
dinero y poder pagar el pasaje a Ecuador para mamá.
-No entiendo, ¿qué sacaba tu madre de esto?
-Nathan prometió pagar todas sus deudas, y,
mensualmente, le mandaba dinero suficiente para mantenerme a mí y a mi hermano.
Ella, a cambio, le dio un listado de todas las solteras de Rodeo que podrían
interesarse en él. –Levantó la mirada.- Creo que, en el fondo, Nathan también
quería proteger a sus hijos. Por eso se casó con tu madre, y estuvo con ella
hasta que supo que podría salvarse.
» Continuando… Mi madre supo que todo estaba
por acabar, y le encargó a Jimmy que, apenas llegara una carta de Sarah en el
correo, se asegurara que no te llegara. Como sabía lo mal que estabas, Jimmy
sacó la otra hoja de la carta, en la que ella te decía que volvería, y también
sacó todas las demás cartas (creo que te mandó algo así como su diario, Jimmy
nunca me lo mostró), y sólo te dejó la que decía que siguieras con tu vida… Con
la esperanza de que eso harías…
» Y por eso –prosiguió, tras una breve
pausa-, todo es mi culpa. Es mi culpa que tu madre sufriera tanto, es tu culpa
que Sarah sufriera estando conmigo, es mi culpa que ella se haya ido a Ecuador,
y es mi culpa que no te quiera ver en pintura… Principalmente, ¡es mi culpa que
no seas feliz! ¡Es mi culpa que sufras casi tanto como yo!
Y volvió a echarse a llorar. Y yo volví a
quedarme quieto, paralizado. No sabía qué hacer. La información que había
recibido explicaba mucho, quizás demasiado… Sarah iba a volver… Y me avisó… Y
yo no recibí el mensaje… No era culpa de ninguno de los dos, era un simple
malentendido, bastaba con que fuera, se lo dijera, y quizás podríamos volver a
estar juntos…
Pero no. Ella estaba herida, y había salido
adelante. Y yo estaba con Addie, y tenía dos hijos con ella. Lo que yo debía
hacer era querer estar con mi esposa,
no hacerlo porque debía, y debía estar
enamorado de ella. Y para ello, quizás debería mentir, pero sólo un poco, sólo
al principio, para darme ánimos. Sí, podía amar a Addie de nuevo, y de verdad.
Podía hacerlo. Podía aguantar con ella el resto de mi vida, ya que, realmente,
no me sentía capaz de estar solo. Miré la habitación de Jesus: Llena de libros
y discos, un paraíso, pero él estaba totalmente solo.
Pero había una duda con la que no me podía
quedar:
-¿Lo supiste todo el tiempo? –susurré.
Negó.
-L… Lo supe p… poco antes de irme. –Tomó
aire.- Fue una de las tantas razones por las que abandoné Rodeo
Ok, no era enteramente su culpa. No podía
odiarlo, y no quería hacerlo tampoco. Después de todo, no era su culpa. O sea,
era su culpa no habérmelo dicho cuando supo, pero él era un simple peón. Así
que me senté a su lado en la cama, lo volví a rodear con un brazo y dejé que
apoyara su cabeza en mi hombro, donde lloró, por mucho rato, hasta que,
finalmente, se tranquilizó. Aliviado, me dejé caer de espaldas a lo ancho de la
cama, aún abrazándolo, por lo que él cayó a mi lado y se apoyó en mi pecho.
-No tienes idea cuánto duele –susurró él.
-¿Qué cosa? –pregunté, un tanto confundido.
Me miró a los ojos.
-Que no estés conmigo –respondió. Sentí una
punzada-. No tengo idea con qué moral te digo que olvides a Sarah, siendo que
paso la mitad del tiempo preguntándome si vale la pena seguir vivo.
Lo miré, horrorizado.
-¿Quieres matarte? –inquirí.
Sonrió, amargamente.
-Tú no lo hiciste porque tenías la esperanza
de que Sarah volvería. Yo sé que tú nunca volverás a mí.
También sonreí, del mismo modo.
-No lo des por sentado, me excitas más tú que
mi esposa.
Rió.
-Tienes una familia, y creo que prefieres
estar con Adrienne que conmigo, que soy un dramático depresivo, incapaz de
interactuar con nadie porque sigue enamorado de su primer amor real. –Abrió los
ojos, como si tuviera una idea.- Creo que es por lo mismo que te insisto tanto que
Sarah es el amor de tu vida, pero que deberías superarlo, porque sé cuánto se
sufre si piensas en la persona y no estás con ella, y no quiero que pases por
lo mismo. Quiero que seas feliz.
No me di cuenta cómo una lágrima rodaba por
mi mejilla.
-Pero Jesus, yo sufro eso. Cada vez que la
recuerdo, siento… No sé, siento una presión en el pecho. Addie la aliviana,
pero sigue –señalé mi pecho- aquí. Y no se irá. Sé que no se irá. No puedo
respirar hondo, y sé que nunca podré. Pero aprendí a seguir adelante.
-Lo aprendiste porque tienes porqué hacerlo.
Tienes tu grupo, tus amigos y tu familia. Yo sólo tengo… -Señaló la pieza.- Y
no es muy motivante que digamos. El hecho de que haya sobrevivido tantos años
es un milagro, de verdad.
Cerró los ojos, creo que demasiado
avergonzado para mirarme a la cara. Y lo entendí.
-Olvídate de mí. Estoy seguro que hay muchos
tipos dispuestos a amarte más de lo que yo te amé. Sólo tienes que abrir los
ojos. Quizás tú necesitas una Addie en tu vida. Mal que mal, sigues diciendo que
gracias a ella estoy aquí, vivo.
Torció una mueca.
-No me faltan las Addies, pero, al igual que
la tuya, no son tan perfectas como mi Sarah.
Bufé.
-¿Perfecto, yo? ¡Mira donde estoy! ¡Mi esposa
está en casa, esperando a que llegue con veinte razones para amarla, y así
poder, finalmente, perdonarme, pero prefiero quedarme con mi ex novio!
No pudo contener la risa.
-Lo pensaré. –Bostezó-. Fue bueno hablar
contigo.
También bostecé.
-Lo mismo digo… Buenas noches, Jesus…
Sonrió.
-Buenas noches, Billie.
Estaba a punto de quedarme dormido, cuando
una última duda me asaltó:
-Jesus… La operación… ¿Cómo salió?
Creo que tardó un poco en entender a lo que
me refería.
-Ninguno de los dos lo logró. Ambos murieron
en la mesa de operaciones. Irónicamente, Nathan lo hizo primero.
E, inmediatamente, se durmió.
-Aguanta, Jesus. Aguanta. Tienes cosas a las
que aferrarte –susurré, casi quedándome dormido-. Sólo tienes que aguantar,
aferrándote sólo a ti mismo, ya que, a las finales, es lo único que todos
tenemos.
Ok, quizás sí estaba bien ebrio. Lo siguiente
que supe fue que desperté en la habitación, solo. El sol ya entraba por la
ventana, cuyas cortinas estaban descorridas. Mi ropa estaba toda doblada a mi
lado y alguien me había tapado. Me vestí, fui al baño, me lavé la cara, fui al
escritorio, encontré papel y lápiz y escribí:
“Mientras camino
al borde tras la sombra de una duda, con mi conciencia latiendo como el pulso
de un tambor que es golpeado y golpeado, hasta que alcanzo el amanecer.
Mientras el sol baja en la casa a medio camino, tiene mi consciencia latiendo
el sonido en mi oído y la voluntad de perseverar, mientras llego al amanecer.
Cuando pierdes
toda esperanza y las excusas, y los tacaños y los perdedores, no queda nada a
lo que aferrarse, y tienes que aferrarte, aferrarte a ti mismo.
Un llanto de
esperanza, un ruego por paz, y mi conciencia latiendo. No es lo que quiero,
pero es todo lo que necesito, hasta alcanzar el amanecer, por lo que corro al
borde tras la sombra de una duda, con mi conciencia sangrando. Aquí yace la
verdad, los perdidos tesoros de mi juventud, mientras me aferro al amanecer.
Aguanta, Jesus.
Aguanta.”
Dejé la hoja en el velador de Jesus y me fui,
dispuesto a mentir descaradamente, con tal de que Addie me aceptara de vuelta.
Después de todo, ya había visto lo que me pasaría si no lo hacía. Jesus era
como uno de esos fantasmas de la navidad, fue una gran advertencia, y, como
cualquier persona con sentido común, yo le hice caso.