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Prólogo

lunes, julio 09, 2012

Hold on - 1998 & Capítulo 40: Extraña sensación.



-   1998 -

Y así llegó este nuevo año, en el que, espero, todo siga tan bien como el año anterior. Aunque… releyendo mis balances anuales anteriores… Creo que ir a un psicólogo no sería la peor de las ideas. Al menos sin saber lo que pasó entre cada año, parezco un bipolar de mierda. 


Capítulo 40: Extraña sensación.

Me encontraba llegando a casa con Adrienne de su primera ecografía. No podía creer que estaba cerca de mi esposa para su embarazo. Sí, tenía que irme de gira de nuevo en un par de semanas más, pero, al menos, estaba siendo un poco más útil que la última vez. De hecho, comparado con su embarazo anterior (en el que me destaqué por mi ausencia), mis pobres intentos de apoyar a Addie con sus antojos (aunque, en mi defensa, era imposible que consiguiera manzanas confitadas o algodón de azúcar a las cuatro de la mañana, ¿no?) eran asombrosamente útiles.
-Lástima que aún no podamos saber el sexo del bebé –comentaba ella, cerrando la puerta, para luego seguirme a la habitación de Joey, quien se había quedado dormido en el auto y yo ahora llevaba a su cama.

-Insisto en que es una niña –susurraba yo; no quería despertar a mi hijo.
-¿Por qué tan seguro?
Me encogí de hombros.
-No sé, pero quiero una niña, quiero la parejita –me expliqué.
-También quieres un perro –comentó Addie, risueña, al tiempo que yo acostaba a Joey y lo tapaba-. Es igual a ti cuando duerme.
-No, es más tierno… Como tú. –Le di un corto beso.- Ya, en serio, si es un niño, exijo mi perro para compensar.
Addie rió.
-Bueno, pero yo lo elijo.
-¿Va a ser un perro ridículamente chico como el de tu hermana? –Sí, resultaba que Addie tenía una hermana, a quien yo recién conocí después de la boda.
-Probablemente, ¿qué quieres que te diga? Son más fáciles de cuidar y pueden estar dentro de la casa –se explicó.
-Bueno, lo que elijas está bien… -Le di otro beso.- ¿Sabes? Con Joey durmiendo tenemos la casa para nosotros…
Ella se sonrió y, de la mano, me sacó de la habitación, para, una vez en el pasillo, darme un largo beso…
Y luego salir corriendo, en dirección al baño. La seguí.
-¿Te doy náuseas? –ironicé, en cuanto escuché cómo echaba a correr el agua.
-No, pero tu perfume sí, lo siento –se disculpó-. Qué extraño, es el mismo perfume de la vez que venía Joey…
-Sí, pero esa vez yo no estaba aquí, así que no te dabas cuenta –murmuré-. ¿Me ducho?
¿Desesperado, yo? Sí, un poco.
-No es mala idea…
Al parecer, ella también.
Pero hasta ahí llegaron nuestros planes, ya que el teléfono sonó. Resultó ser Rob, quien quería que los chicos y yo fuéramos a ver algo sobre la gira de Sudamérica. Genial. Faltaban como siete meses para eso (estábamos a principios de marzo) y ya nos estaban llamando para esos detalles.
-Te tendré la ducha lista –me susurró Addie al oído, apenas colgué, tapándose la nariz.
Sonreí.
-Te quiero –susurré yo, y le di un beso en los labios, para correr al auto.


En fin, un par de horas después me encontraba de vuelta en casa, ya que nos encontramos con la sorpresita de que teníamos que tomarnos unas fotos también. Excelente, ¿no? Como sea, llegué y a Addie no la veía por ningún lado, así que fui a la pieza, para encontrarla durmiendo una siesta. Sin ganas de hacerla vomitar de nuevo, me duché, me cambié de ropa y, una vez listo, me acerqué a la cama, donde ella aún dormía. Me recosté y la abracé por la espalda.
-Hola, amor –susurré.
Ella soltó un resoplido.
-¡Llegaste! –exclamó, volteándose para quedar mirándome- ¡Y ya no me das náuseas! –Reí y la besé.

-Amo a Joey, pero extrañaba poder hacer esto en cualquier momento –comenté, abrazándola, un buen rato después.
-Hablando de amar, hay algo que me quedó dando vueltas desde que te fuiste –comentó ella-. Probablemente no es nada, pero…
-¿Pero qué? –pregunté, curioso.
-¿Por qué me dijiste “te quiero” al irte?
La miré, extrañado.
-¿Te dije “te quiero”?
-Sí.
-¿Qué tiene de raro?
Sonrió, amargamente.
-¿Por qué no “te amo”?
Honestamente, recién ahí me di cuenta del detalle. Fruncí el ceño, pensativo, pensando la respuesta más correcta (estaba seguro que no había una respuesta correcta en un cien por ciento). No la encontré.
-No lo sé. Supongo que se sintió más como un momento de “te quiero” que de “te amo” –contesté al fin. La miré fijamente a los ojos-. Te amo.
Oh, oh. Por algún motivo, apenas dije esas dos palabras, sentí algo bastante extraño en mi interior. Addie, obviamente, no se dio cuenta de esto, y simplemente me respondió el “te amo”, para luego decidir salirse de la cama, ya que eran como las siete de la tarde, y Joey se iba a despertar en cualquier momento… Pero en mi interior se largaba la más extraña de las batallas. ¿Por qué había sentido eso tan raro en mi interior al decirle “te amo”? ¿Y qué era esa sensación?
En fin, el resto del día transcurrió normal (decidí no pensar en el porqué de mi extrañeza), al igual que el siguiente y el siguiente. Así pasaron las semanas, los meses y, finalmente, llegó septiembre, más específicamente el diez de septiembre.
Aquella mañana, el teléfono sonó bastante temprano. O sea, a eso de las diez, pero bastante temprano para lo que acostumbrábamos. Addie murmuró algo de “no es bueno despertar a una embarazada”, por lo que no me quedó otra que ir a ver yo, medio adormilado.
-¿Aló? –pregunté.
-Hola, hijo.
Me costó un poco reconocer a mi madre.
-Hola, mamá. –Bostecé.- ¿Qué pasa?
-¿Te desperté?
-Sí, pero no importa, dime qué pasa –farfullé, restregándome los ojos y frotando mi frente al mismo tiempo.
Suspiró.
-Es el aniversario de la muerte de tu padre… Normalmente, voy con Anna al cementerio, pero está ocupada…
Apenas terminó de pronunciar esas palabras, comprendí qué quería.
-¿Quieres que vaya contigo?
-Por favor.
-Ok, deja levantarme, te paso a buscar en una hora.
Así fue que, una hora después, me encontré a mí mismo pasando a buscar a mi madre a su casa. Ella ya estaba arreglada esperándome.
-¿Así que tu esposo no quiso acompañarte? –ironicé, un par de cuadras después, intentando que mi voz no sonara demasiado molesta. Era el mismo tipo con el que la había visto hacía ya mucho tiempo atrás, y estaban felices juntos, y, de hecho, pese a ser incapaz de recordar su nombre, me llegaba a agradar. Era más que nada por orgullo que no dejaba que me agradara.
Ella sonrió.
-Lo habría hecho de habérselo pedido, pero no quise hacerlo –se explicó-. Es como si Addie te pidiera que lo acompañara a hablar con un ex novio, sería muy incómodo para ti, ¿no?
Hice un sonido, que no era ni una afirmación ni una negación.
No tardamos mucho en llegar al cementerio, en cuya entrada compramos un ramo de flores cada uno, para luego estacionar el auto y comenzar a caminar a la lejana tumba de mi padre, dejamos las flores y mi madre se sentó junto a él. Sin saber muy bien qué hacer (hacía muchos años que no iba), la imité, sentándome al otro lado. Ella no tardó en comenzar a hablarle, a contarle cómo iban las cosas, pero yo no escuchaba. El lugar era bastante bonito para ser un cementerio. Había bastante pasto, y muchos árboles, y una suave brisa, elementos que bastaron para causar que me pusiera a divagar.
Desde aquel ya lejano día en que le había dicho “te quiero” en vez de “te amo” a Addie, que me costaba más y más decir la segunda frase. Y, cada vez que lograba decirla, la sensación de “extrañeza”, que aún no lograba identificar, aumentaba. ¿Qué era? ¿Por qué costaba tanto? Yo la amaba. De verdad lo hacía. Era capaz de dar todo por ella, estaba esperando mi segundo hijo, ¿por qué no podía decirle que la amaba normalmente?
-¿Billie?
Tardé un poco en darme cuenta que mi madre me hablaba.
-¿Sí?
-¿Estás bien?
Estaba a punto de decir “sí”, como de costumbre, pero algo (probablemente la misma sensación de extrañeza cuando decía “te amo”) me lo impidió, y acabé por ser interrumpido por mí mismo, para decir:
-S… No.
-¿No? ¿Qué pasa?
Me miró preocupada. Supongo que supuso que, si estaba diciendo que no me encontraba bien, debía ser algo bastante terrible… O lo suficientemente terrible como para aceptar consejo de la persona de quién sólo una vez en toda mi adolescencia acepté ayuda, cuando la dejé consolarme después de terminar con Jesus.
Y, antes de meditarlo, me encontré diciendo:
-Hace un tiempo que, por algún motivo fuera de mi comprensión, le dije “te quiero” en vez de “te amo” a Addie… Y, desde entonces, siento algo raro cada vez que le digo que la amo.
Asintió, pensativa, y con cierto alivio que no pudo disimular. Algo en mi interior me aseguró que ella se esperaba que anduviera en algo peor.
-¿Y exactamente qué es lo que sientes cuando se lo dices?
Bajé la mirada, avergonzado.
-Es similar a lo que siento cuando miento –murmuré-, pero no por completo.
Ella no dijo nada por un rato.
-Te casaste muy rápido.
-¡No! ¡Amo a Addie! –Nuevamente, sentí la extraña sensación.- ¿Por qué no puedo decirlo?
-¿Quizás no estás seguro de que la amas?
Negué.
-Estoy seguro de lo que siento por ella. De verdad…
Mi madre se encogió de hombros.
-Entonces quizás estás pasando por alguna crisis o algo. Pero… ¿Te acuerdas lo que sentías por…? Ya sabes, ¿por Ella?
Suspiré.
-Por supuesto que me acuerdo. Me acuerdo como si hubiera sido ayer –admití.
-¿Estás seguro que era amor?
-Sí, por supuesto.
-Y lo que sientes por Adrienne… ¿Se le parece?
No respondí, porque no sabía cómo. Mi madre pareció darse cuenta de esto, ya que se limitó a sonreír, amargamente, para ponerse de pié y apoyar su mano en mi hombro, apretándolo suavemente.
-Ya se te aclarará todo, ahora vámonos, que tengo que hacer el almuerzo.
Asentí, y dejé que se me adelantara un poco antes de decirle “adiós” a la tumba de mi padre y seguirla, aún confundido, quizás más que antes.


Dos días después, Addie dio a luz a nuestro segundo hijo, Jakob. No, no era la parejita, pero me había ganado mi perro… Yay.
Poco después, me fui de gira a Sudamérica. Por motivos de obviedad (los bebés no se cuidan solos), Adrienne no pudo acompañarme. Pero eso mucho no importaba, ya que les dio a Mike y a Tré la excusa perfecta para no llevar a sus respectivas esposas… Por motivos fuera de mi comprensión (prefería no meterme en la vida de parejas de mis amigos, y así ellos no se metían más en la mía), Mike y Anastasia estaban mal, muy mal. El nacimiento de Estelle parecía haber acelerado el desgaste de la relación, cosa que yo no llegaba a comprender, pero allá ellos. Y Tré y Lissea… Bueno, habían quedado en empezar el trámite de divorcio ahora, antes de que las cosas estuvieran peor, para poder terminar como amigos.
Y así tocamos en Sudamérica. Primera vez ahí. Nos fue bien, bastante bien, pero realmente debo mejorar mi español. En serio. Pero eso no importa ahora, lo que importa es que decidimos cancelar lo que seguía de la gira después de eso y dirigirnos directamente a casa… Fue así que, una noche, finalmente nos encontrábamos llegando al aeropuerto de Oakland.
-¡Billie!
Mi esposa corría hacia mí. Sonriente, dejé caer mi maleta, abrí mis brazos y corrí hacia ella.
-¡Addie! –exclamé, tomándola en brazos y haciéndola girar por los aires, causando que riera un poco antes de besarme.
-Te extrañé –susurró.
-Yo a ti.
Eso era verdad. Realmente lo sentía como si fuera verdad, así que debía serlo, ¿no? La volví a besar.
-Te amo –me dijo al oído.
-Yo a ti.
Pero, desgraciadamente, aquellas palabras volvían a verse acompañadas por aquella extraña y aún, sin identificar, sensación.

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