Tweet
-
1995 -
Una de la mañana.
Diecisiete de febrero. Veintitrés años. No me importaba.
Primer día en
meses que estaba completamente sobrio y despejado. Le había prometido a Addie
que dejaría todo antes de la llegada de nuestro bebé al mundo, así que era hora
de empezar… Pero no llevaba ni tres horas sin alcohol, y ya me veía más que
tentado a correr a la licorería más cercana.
Quizás se
pregunten el porqué no han sabido nada de mí desde Agosto. Pues es simple: Me
encontraba en tal estado de depresión que no me veía capaz de compartirlo con
nadie. Apenas sí hablaba con Addie, y, por motivos obvios, no podía hablarle de
lo que me tenía así. De hecho, nunca le conté que me había reencontrado con
Sarah, y debe creer que mi cambio de comportamiento se debía a la inminencia de
mi primogénito o primogénita… Y creo que por eso era que apenas sí me hablaba….
Bueno, he de admitir que me había vuelto extremadamente insoportable. En su
lugar, ya me habría ido, así que le debía mucho por quedarse a mi lado… Aunque
estoy seguro que, de no ser por su embarazo, me habría abandonado hacía un buen
rato. El único que intentaba comunicarse conmigo (ya que era el único capaz de
aguantarme) era John Roecker, a quien había recurrido a falta de Mike y Tré.
Con Mike no hablaba porque… Bueno, seguía muy enojado con él, y no quería
aceptarle sus disculpas. Después de todo, ni siquiera era capaz de mirarlo a
los ojos. Y Tré… No me lo admitiría nunca, pero yo sabía que él ya estaba al
tanto de la aventura de Mike y Sarah, y sentía que se había puesto del lado de
mi amigo.
Pero sabía que no
podía seguir enojado por mucho más. Extrañaba a mis amigos. Estaba dispuesto a
que las cosas con Tré volvieran a la normalidad, pero Mike tendría que esperar
un poco más.
A mi lado,
Adrienne se removió. Estaba despertándose.
-¿Estás bien? –me
preguntó, al verme despierto y sentado, mirándola con los que, supuse, eran los
ojos más tristes y opacos que ella había visto en mi desde que nos conocíamos-
Me tienes preocupada.
Sonreí. Me había
decidido: Continuaría como si nada hubiera pasado, continuaría como si ese
encuentro con Sarah nunca se hubiera llevado a cabo, y me hubiera enterado de
lo de Mike y ella por accidente. Tenía que aguantar dentro de mi mente, tenía
que librarme de toda la confusión que sentía. Debía pretender estar bien y
(quizás), al final (esperaba que antes), todo estaría bien.
La abracé.
-Sí, estoy bien.
No te preocupes.
También sonrió, de
un modo más triste.
-Feliz cumpleaños,
amor –susurró.
Me metí bien en la
cama, la abracé más estrechamente, y la besé, poniendo mi mano en su ya muy
crecido vientre. Nuestro hijo nacería en menos de tres semanas.
-Gracias.
Debía estar
bien. Por su bien. Quizás no podría cuidar bien de mí mismo, pero debía hacerlo
con él. Debía darle todas las oportunidades que pudiera darle, debía hacerlo
feliz. Debía ser un buen padre. Por mi bien, y, sobre todo, por el bien de mi
hijo. Repitiéndome eso, una y otra vez, abracé a Adrienne más estrechamente
aún, y me dormí.
Capítulo 36: Joey.
-Quiero un helado.
Addie y yo nos encontrábamos
caminando por un parque de la ciudad. Eran finales de febrero, y, aprovechando
que el buen humor volvía a acompañarme, después de tanto tiempo deprimido, mi
esposa me había invitado a pasar un día de tranquilidad, solos los dos,
probablemente la última vez que saldríamos sin tener una preocupación con patas
en mente: El o la bebé nacería en cualquier momento. El ginecólogo estimaba que
durante la primera semana de marzo… John Roecker apostaba a esta semana. En lo
personal, no quería pensar al respecto. Aún estaba su tanto asustado. Sí, ya me
había hecho a la idea de tener que dormir la nada misma para cuidar al bebé,
pero aún no me veía capaz de asimilar lo grande del asunto: Era un ser vivo,
que había sido creado por mí y Adrienne. Y era nuestra responsabilidad. Y
tendríamos que cuidarlo o cuidarla. Era demasiado para mi pequeño cerebro…
-La de los antojos debería ser yo
–comentó Addie, con una sonrisa.
-Me perdí esa etapa, quiero
vivirla ahora, aunque sean mis propios antojos –farfullé, intentando no
demostrar lo molesto que me sentía, hasta el día de hoy, por no haber estado
con Adrienne durante todo el embarazo. Estúpidas giras.
Hablando de giras… Teníamos que
sacar un nuevo disco. Reprise estaba impacientándose por nuestra falta de
dedicación… Pero, al contrario de hace un par de años, lo último que me
importaba en ese momento era sacar un disco. De verdad. Por un lado, tenía a mi
esposa, a quien apenas sí había visto el año anterior, por culpa de las giras
que seguían a los discos… Y este año eso estaría acompañado por un bebé. No
quería ser un padre ausente, ¿cómo podría evitarlo si me la pasaba fuera de la
casa todo el año? Y por el otro… Simplemente ya no podía componer nada que me
gustara. Sí, tenía un par de canciones, pero la mayoría eran ataques de rabia,
de frustración o de mi ya asumida depresión. Y la verdad que la idea de
encerrarme a grabar con los chicos no me atraía en lo absoluto… En especial por
Mike. Para mi suerte, Tré se encontraba en una situación similar a la mía (su
hija, Ramona, había nacido el mes anterior), y Mike tampoco se veía capaz de
verme, por lo que no nos habíamos juntado ni nada. De hecho, la última vez que
los había visto, había sido el día del nacimiento de Ramona.
-Bueno, entonces fingiré tener un
antojo de helado –bromeó ella. Sonreí. Ella no.- Ouch.
-¿Qué pasa? –le pregunté,
preocupado.
Negó.
-Una punzada en el estómago, nada
impor… ¡Mierda!
Se sujetó el estómago… Y yo sentí
un vuelco en el mío.
-Amor… ¿No serán contracciones?
Abrió mucho los ojos.
-¿Tú crees?
-Bueno, se supone que debería
nacer un día de estos, ¿no? –Nos miramos. Ella hizo una nueva mueca de dolor.-
De cualquier manera, es mejor que vayamos al hospital.
Ella asintió, y empezamos a
caminar al auto…
Frente al cual ella soltó otra
exclamación.
-¿Qué pasó?
-Rompí la bolsa.
La ayudé a llegar al interior del
auto, para luego entrar al asiento de piloto, para así acelerar al hospital.
Una vez allá, Adrienne fue llevada a una sala privada y yo tuve que correr a un
teléfono público. Alguien tenía que traernos todas las cosas, puesto que yo no
estaba dispuesto a alejarme de Addie. Pero… ¿A quién llamaba? Tré nunca había
estado más ocupado en su vida, y John se había vuelto a Los Ángeles hacía un
par de días.
-A la mierda, ¿qué otra opción
tengo?
Y, en contra a mi voluntad,
marqué el número de Mike.
-¿Aló?
Me contestó Anastasia.
-¿Ann? ¿Está Mike por ahí? –Ella
afirmó.- ¿Puedo hablar con él? Es importante.
Estaba un tanto histérico, y
sabía que demostrarlo por teléfono no era la mejor de las ideas (en especial
porque me convenía estar bien con Mike en ese momento), pero no podía evitarlo.
Mi hijo o hija venía en camino. Iba a estar aquí en poco más.
-¿Billie? ¿Estás bien? –me
preguntó mi amigo, preocupado.
Sentí un calor expandirse por
todo mi cuerpo, que relacioné con algún tipo de gratitud hacia la amistad que
tenía con Mike, que sobrevivía peleas y demás. Sí, había un lado de mí bastante
enojado con él aún, pero, en ese momento, Sarah era lo que menos me importaba.
-Sí, sí, estoy bien. Estoy en el
hospital… Lo que pasa es que Addie va a tener el bebé y…
-¿Quieres que vaya a tu casa a
buscar las cosas? –Le dije alguna afirmación.- Claro, voy enseguida.
-¡Gracias!
Colgamos. Lo siguiente que hice
fue llamar a mi madre, para informarle que venía otro nieto en camino. Se
emocionó y dijo que vendría al día siguiente, y que la llamara en cuanto
naciera. Luego llamé a mis suegros, quienes se emocionaron más aún, ya que era
su primer nieto, y dijeron que se subirían al primer avión que encontraran.
Finalmente, llamé a Tré para informarle que su futuro ahijado (la pelea con
Mike podía o no podía tener algo que ver en esto) ya estaba por nacer, y que no
se preocupara si no podía venir de inmediato, que lo hiciera cuando pudiera.
Sin más, eché a correr a la habitación en la que Adrienne se encontraba, ya
recostada en una cama, sufriendo de las contracciones.
-¿Vas bien? –le pregunté,
tomándole la mano. Ella sólo asintió.- Mike va a traernos las cosas, tus padres
llegarán en el primer vuelo que encuentren, mi madre viene mañana, Tré vendrá
cuando Ramona y Lissea estén despiertas y… No sé, ¿quieres que llame a alguien
más?
Ella negó, con una sonrisa.
-Sólo quédate aquí.
Le tomé la mano más fuertemente.
A la media hora, llegó Mike. Pero
yo no supe eso, ya que éramos llevados a la sala de partos. El bebé ya estaba
por nacer.
-Quiero que, mientras cuente
hasta tres, respires profundamente, y luego pujes, ¿ok? –le decía el doctor a
cargo a mi esposa, quien sólo pudo asentir- Uno, dos, ¡TRES!
Lo único que yo podía hacer era
darle palabras de apoyo, y la verdad era que me estaba costando bastante
quedarme en el lugar; no me sentía capaz de ver un parto, aún si era el de mi
propia descendencia.
-¡Tenemos la cabeza! –exclamó el
doctor, y, poco después:- ¡Y los hombros! ¡Queda poco!
Addie cerró los ojos,
fuertemente, como si estuviera muy cansada para continuar. Le tomé la mano más
firmemente aún (si es que era posible), y, con mi otra mano, le acaricié el
rostro.
-Vamos, amor, falta un poquito
más –susurré-. Tú puedes. Sólo un poquitito más...
Y, con un esfuerzo que, al menos
a mí, se me hizo sobrehumano, ella pujó, una vez más.
Escuchamos un llanto.
-¡Es un niño! –exclamó el médico,
sacando al bebé por completo.
Me ofreció cortar el cordón
umbilical. Intentando no demostrar lo asqueroso que me parecía, me negué, así
que lo hizo él, al tiempo que yo me dedicaba a acariciarle el rostro a
Adrienne, quien sonreía. Le di un corto beso, y, al mismo tiempo que me
separaba, la matrona nos mostró a nuestro hijo, ya limpio y vestido. Fue así que
me enteré de la llegada de Mike.
-Hora de que lo amamantes por
primera vez –le dijo a Adrienne, pasándole el bebé. Mi esposa lo recibió,
cuidadosamente, intentando no demostrar lo asustada que estaba de que se le
cayera. Me sonreí, y me limité a ver cómo nuestro hijo se le abrazaba al
instante…
Y a ver cómo ponía una manito
encima de uno de mis dedos. Era tan pequeño… No podía creer que yo había creado
eso. Hasta hacía un par de horas, mi mayor orgullo eran algunas de mis
canciones… Mas ahora, mi mayor orgullo, mi mayor creación, estaba en brazos de
Adrienne, quien, en ese momento, era la única persona que me importaba, y ella
y mi hijo eran lo único que existía en el mundo.
-Hola, Joey –susurré, intentando
ignorar las lágrimas de felicidad que querían escapárseme-. Soy tu papá, y ella
es tu mamá…
Soltó un ruidito que hizo que mi
corazón diera un salto: Su voz. Tras nueve meses de espera, lo escuchaba…
Lo siguiente que supe era que
estábamos de vuelta en la sala privada de Adrienne. Joseph Marciano Armstrong
estaba en la sala que compartían todos los recién nacidos, y mi esposa dormía
profundamente, agotada, mientras que yo le acariciaba la mano, la mejilla, lo
que pudiera. Tenía que ir a llamar a mi madre, para avisarle que su nieto había
llegado, pero no quería separarme de Adrienne.
-Felicidades –dijo una voz
masculina a mis espaldas.
-Gracias, Mike –respondí, en un
susurro. No quería despertar a Addie. Notando esto, Mike se acercó en silencio,
para dejar un peluche gigante de Cookie
Monster en el sillón que estaba desocupado al fondo de la habitación.
Sonreí.- ¿Salgamos al pasillo?
-Me parece.
Tras darle un suave beso en la
frente a mi esposa, salí junto a Mike al pasillo, donde me dio un abrazo. No
estaba seguro si era por mi hijo o por le hecho de que me había extrañado, pero
daba lo mismo, se sentía bien.
-Perdón por no habértelo dicho
–farfulló él.
-Perdón por haber sido tan idiota
–mascullé yo.
Sentimos otro abrazo.
-¡Perdón por llegar tarde!
–exclamó la más que reconocible voz de Tré, causando que riéramos- ¡LOS
EXTRAÑÉ!
Mi primogénito había nacido, me
había arreglado con Mike… Definitivamente, el mejor día de mi vida hasta
entonces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario