Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

lunes, julio 09, 2012

Hold on - 1994 & Capítulo 31: Caminé por millas hasta que te encontré.


-   1994 -

El primero de febrero ocurrió lo que tanto habíamos esperado: Nuestro disco salió. Y para nuestra sorpresa y la de todos nuestros conocidos, fue un éxito inmediato. De verdad. Llegaba a dar miedo, quizás demasiado. De hecho, los tres habíamos comenzado a tener ataques de pánico antes de cada show, porque… Bueno, era demasiada gente en cada show. Y eso que habíamos puesto al grupo de Chris, Pansy Division, como teloneros en toda nuestra gira, para “filtrar” un poco de público, por así decirlo, y pese a conseguir que un par de homofóbicos furiosos abandonaran cada show, eran tan pocos que podíamos decir que nuestros conciertos seguían llenos. Por un lado era bueno. Pero, como en todas las cosas, también había un lado malo… Y ese era que los tres habíamos sido totalmente marginados del Gilman Street y la escena en sí, por ser “vendidos”. De hecho, había ido con un amigo que tenía las llaves, para encontrarme con la sorpresa de que mi nombre finalmente estaba en una de las cabinas de los baños… Acompañado de un gran “APESTA”.
Pero a Mike y a Tré eso no les importaba mayormente: Habían logrado desplazar el amor que sentían por el Gilman hacia sus novias, Anastasia y Lisea respectivamente, así que no sufrían tanto como yo, quien, pese a tener otros amigos y demás, había momentos en los que quedaba solo y me deprimía más que la mierda. Todo estaba bien para ellos… Tenían parejas estables y demás… Nuestro disco iba bien, y hasta habíamos grabado un video… Pero yo continuaba lamentándome el hecho de no saber dónde estaba Sarah, y el hecho de que Addie, simplemente, no quería ni intentar el estar conmigo.


Capítulo 31Caminé por millas hasta encontrarte.
Eran principios de junio y nos encontrábamos a unos peligrosos treinta kilómetros de Minnesota. Pero eso no importaba en ese momento.  Bueno, sí, pero tendría que dejarlo de lado por un rato, porque teníamos una maniobra que llevar a cabo con Mike.
-Tú empiezas, luego él dirá que no tiene nada, yo insisto, él se enoja conmigo y tú te le acercas más amigablemente. ¿Entendido?
-Sí, Mike, entendido. Policía bueno y policía malo.
Mi amigo asintió.
Hora de las acostumbradas aclaraciones: Tré nos tenía preocupados. Y bastante. Habíamos detenido la gira la primera semana de mayo para celebrar el cumpleaños de Mike en casa, y Tré había andado raro desde entonces… Y, obviamente en este caso, raro era normal. No reía con todo, hacía menos bromas y, para colmo, no había perturbado a nadie de ninguna manera, ni la más mínima posible. Así que era hora de la intervención, para la cual entramos a su habitación del hotel en el que estábamos; por primera vez, podíamos costearnos piezas aparte, que estaban conectadas entre sí.
-Hola, Tré –saludé, sentándome al lado suyo de la cama.
-Hola –saludó él, más alicaído de lo que jamás lo había visto desde que se había ido Ale.
-¿Estás bien? Nos tie…
-Lissea está embarazada –me interrumpió.
Bueno, hasta ahí llegó lo de policía bueno y policía malo, ya que tanto Mike como yo nos quedamos mirándolo, sorprendidos.
-¿Qué? –inquirí.
-¿Es tuyo? –añadió Mike.
-Eso, que está embarazada, y por supuesto que es mío, Michael querido… -Se cubrió el rostro.- Un condón, un miserable condón… ¿Tan difícil era?
Con Mike intercambiamos una mirada. Pese a que no lo dijéramos en voz alta, sabíamos que pensábamos en lo mismo, y eso era en que nadie era capaz de imaginarse a Tré como padre. Es decir… Es Tré.
-¿Y qué vas a hacer? –preguntó Mike.
Tré negó.
-Aprender a ser padre, obviamente –farfulló, con una especie de mueca que parecía una sonrisa, o una sonrisa que parecía una mueca-. Es decir, estamos juntos, y ya estamos grandecitos. ¿Y qué mejor momento que ahora, que tenemos todo el dinero del disco?
-¿O sea que ya tienes todo esto claro?
-S… No. –Lo miramos intrigados.- Me gustaría casarme.
Otro intercambio de miradas entre Mike y yo: Eso sí que no me lo imaginaba. Tré se dio cuenta de esto, y rió.
-No, yo tampoco lo imagino –admitió-. Sería lindo.
Con Mike no dijimos nada, porque... Bueno, no sabíamos qué decir. Al final, dije:
-Ok, hora de animarte, pediré servicio a la habitación.
-¿Alcohol?
-Yep.
Así fue como, unos diez minutos después, nos encontrábamos bebiendo como nunca. Al cabo de un rato, Tré sacó tres pastillas de algún lugar de su bolso, tirándonos una a cada uno.
-Creo que será mi última vez siendo un irresponsable de mierda, así que disfrutémoslo –murmuró.
Y así fue cómo los tres terminamos tomando una pastillita de LSD cada uno, lo cual, ahora que lo pienso, fue una terrible idea. De verdad. Tras hablar estupideces varias por un rato, Mike se fue a su habitación y yo a la mía, por lo que no tardé en caer en uno de mis ataques de pánico. Me senté en la cama, abrazándome las piernas, escuchando cómo Mike hacía mucho ruido en su habitación. Un lado de mí se preguntó qué le pasaba, pero la mayor parte se encontraba distraída por la música que veía, así que no le presté mayor atención.
-¡BILLIE, KEITH RICHARDS ESTÁ EN EL HOTEL! –escuché a lo lejos.
De algún modo, llegué a la conclusión de lo que necesitaba era estar con gente, y que, de preferencia, debían ser desconocidos. Seguido a esto, concluí que debían verme tal como era, sin máscaras ni capas de falsedad, por lo que, antes de que mi conciencia despertara, ya me encontraba en el pasillo, totalmente desnudo, y tocando las puertas de todas las habitaciones. Sólo tres personas me abrieron, y me cerraron la puerta apenas dije “hola”. Luego, intenté en el piso siguiente. Toqué tres veces en la primera puerta…
-Espera, que tocan la puerta –decía la voz desde el otro lado-. ¿S…? ¡Ja, un tipo desnudo!
El sujeto se me hacía familiar, y hablaba por teléfono con alguien más, quien, al parecer, le preguntaba algo.
-No sé, Tré, deja preguntarle. ¿Cómo te llamas?
-Billie Joe. ¿Tú?
El tipo rió.
-Dime Keith, creo que conoces al loco que me llamó.

Ok, quizás eso no haya pasado, porque lo siguiente que recuerdo es el estar de vuelta en mi habitación, exactamente en el mismo lugar que había estado antes de salir. La diferencia era que estaba sólo en ropa interior, y que ya entraba un poco de sol por la ventana. Aún alucinaba, pero mucho menos… Pero aún continuaba con un gran ataque de pánico. Temblaba, estaba confundido, necesitaba consuelo de alguien. Y sabía exactamente de quién.
 No tardé nada en tomar el teléfono y marcar el número de Adrienne, para luego esperar a que contestara…
Cosa que no tardó en pasar.
-¿Aló?
Por suerte era ella. No me imaginaba intentando mantener una conversación coherente con su madre o padre. Ni siquiera con Steve.
Y me di cuenta que no sabía qué decirle. Tras una corta pausa, solté de golpe aquello que me molestaba más.
-Te extraño.
Mi voz salió ronca y áspera, pero ella me entendió de todas maneras.
-¿Billie?
-Estoy a unos treinta kilómetros de Minnesota, ¿sabes? –susurré, tras lo que me aclaré la garganta- Y ni siquiera puedo ir a verte, porque sé que no quieres estar conmigo.
Silencio.
-Tristemente, igual te extraño –admitió. Sonreí-. ¿Pasarán por Minneapolis?
-Depende. ¿Quieres que pase?
Me diría que no. Que no quería verme. Y entonces yo le mentiría y le diría que no, que no pasaríamos por ahí, que partiríamos hacia el siguiente estado de inmediato. Y terminaría la conversación abruptamente, sin molestarme en ser educado al despedirme… Para luego llamar disculpándome el día en que estuviera en Minnesota, aguantándome las ganas de correr e ir a verla. Sí, eso pasaría.
-Sí.
O quizás no.
-¿Sí?
-¡Sí, Billie, sí! Necesito verte.
Se me aceleró el pulso, al tiempo que veía la música más linda que había visto en mi vida. Volvía a alucinar, pero no me importaba.
-Nos vemos pasado mañana entonces.
Y colgué, aún feliz, para luego cerrar los ojos y dormirme al instante.

-Tienes una cara de mierda –murmuraba alguien a mi lado.
Abrí los ojos. A mi lado, Tré me miraba, con una amplia sonrisa en su rostro.
-Mal viaje –me excusé.
-Me di cuenta. Al menos no destruiste toda la pieza como Mike, Rob va a regañarlo como nunca –comentó. Alcé una ceja, intrigado-. Nuestro video salió anoche. Mike lo vio, enloqueció y rompió todo, luego de haber cagado por el balcón hacia abajo… Creo que había una actriz o algo debajo.
No pude evitar reír.
-Creo que mejor nos vamos rápido de aquí.
Ese día tuvimos un show en… Algún lado. Mi cabeza estaba en otra parte. Más específicamente, estaba en Minneapolis. Prácticamente contaba las horas para ver a mi Eighty. Casi sufrí un nuevo ataque de pánico al oír al padre de Tré decir, al día siguiente, por la noche.
-Siguiente parada, Minneapolis.
No tardamos mucho en llegar, y, al hacerlo, ya estaba amaneciendo. Calculaba que Addie ya estaría por despertar. Después de todo, era bastante madrugadora. Lo que era yo, no había pegado ojo en toda la noche, pero me daba igual, necesitaba verla ya. Podría dormir más tarde. Así que, mientras todos continuaban durmiendo y el Tío Frank se iba a lo mismo, yo me bajé del viejo bookmobile para, lentamente, comenzar a caminar a la casa de Adrienne. Tomé un camino más largo de lo usual (es decir, me perdí), acabando por pasar frente a un jardín lleno de rosas. Traté de sacar una, pero terminé con una espina clavada en uno de mis dedos. Maldije en voz baja y, sin otra opción, saqué otra flor que había por ahí, más fea, pero sin espinas ni nada. Continué mi camino y, finalmente, cuando el sol ya iluminaba lo suficiente, llegué.
-Tú puedes –me susurré, respirando profundamente.
Y, al tiempo que me preparaba mentalmente para ser recibido por su padre o madre, toqué el timbre.
Y, por una vez, tuve suerte, y me abrió Addie, quien  se quedó mirándome sorprendida por un buen rato.
-¿Vuelvo en otro momento? –bromeé, con una sonrisa.
Al instante, me abrazó, riendo.
-¡Billie! –Se separó de mí, aún sonriente, para luego ver mi mano.
-Para ti –susurré, pasándole la flor.
Apenas recibió la flor, sentí un gran impulso de besarla. Pero antes de conseguir decidirme a hacerlo, la sentí tomando mi mano, causando que una especie de calor se expandiera por todo mi cuerpo. Pero no lo hacía cariñosamente, si no que lo hacía con preocupación.
-¿Qué te pasó?
Me había olvidado de la herida.
-Intenté robar una rosa para ti –murmuré.
Sonrió.
-Tengo que limpiarte eso.
Me soltó la mano…
Y me tomó la otra, para guiarme al interior, como si creyera que no recordaba cómo era la casa.
Así fue que llegamos al estrecho baño del primer piso. Me hizo sentarme en el borde de la tina, a la vez que ella sacaba un par de cosas del botiquín.
-Oye, si no es tan grande.
-No importa, se te puede infectar –murmuró, limpiándome la herida con algo que me ardió su tanto-. Sería una pena que te diera septicemia y murieras ahora que te está yendo tan bien.
Me sonreí.
-Tragedias de la vida –murmuré.
Me puso un parche.
-Ya está.
-Gracias.
Nos quedamos mirando, fijamente y en silencio. Con una pequeña sonrisa, le saqué unos mechones de cabello de su rostro, acariciándoselo de paso. Ella sólo sonrió.
-¿No vas a besarme? –preguntó.
-Depende. ¿Quieres que lo haga?
Su sonrisa creció.
-Deja de usar esa respuesta para todo.
-Sólo si dices que sí.
Y antes de darme cuenta de lo que pasaba, era ella quien me besaba, era ella quien había inclinado su rostro hacia mí. Y era yo quien devolvía el beso, para, tras varios instantes, separarnos.
-Extrañaba eso –admití, dedicándole una cómplice sonrisa. Ella se sonrosó-. Vente conmigo.
Nunca entendí cómo fue que logré no golpear mi cabeza fuertemente contra el duro y frío cerámico del baño. ¿Cómo se me ocurría decir eso? Y para colmo, lo decía sin prepararla previamente, sin intentar crear la conversación perfecta para que me dijera que sí.
-Creo que sabes mi respuesta –susurró ella, interrumpiendo mis pensamientos.
Suspiré.
-Así es: No puedes dejar todo aquí…. Lo que no entiendo es el porqué.
Rió, irónicamente.
-Es mi vida, no puedo dejar todo atrás por algo que podría no funcionar. –Despegué mis labios.- No me vengas con que tú estás completamente seguro de que podríamos retomar lo nuestro y vivir felices por siempre y jamás, porque sé que no es así, sé que tienes tus dudas y que aún no estás completamente seguro de que me amas sólo a mí y de verdad.
-¿Qué te hace pensar eso? –inquirí, extrañado. ¿Cómo podía saber que a veces me preguntaba por Sarah?
Ella bajó la mirada.
-Tu disco.
Silencio.
-¿Qué?
Ella suspiró.
-No hay ninguna canción para mí en tu disco –se explicó-, pero sí hay canciones de tu ex-novio y de Sarah.
Hice memoria.
-Chump era para ti –murmuré-. Bueno, para tu novio. Sassafras Roots también.
Rió, irónicamente.
-Qué romántico… En especial teniendo en cuenta que Sassafras Roots es acerca de drogas.
-No lo es… Es decir, sí, pero ese es sólo un lado de la… ¿Qué me dices de When I come around?
Ella negó.
-Sarah de nuevo. Igual que She.
Negué.
-She es sobre Juliet, la chica de Arkansas que me ayudó a decidirme a intentar algo contigo –me expliqué-. ¿Y cómo puedes decir que When I come around no es para ti? No hay tiempo para revisar el mundo entero, porque sabes dónde encontrarme cuando esté por aquí –recité.
Negó, sonriendo.
-Eso sólo significa que no vas a ir a buscarla a Ecuador, porque encontraste algo para reemplazarla temporalmente. –No dije nada, porque, simplemente, no sabía qué decir.- ¿Ves? ¿Cómo quieres que me vaya a vivir contigo si ni siquiera estás seguro de que me am…?
-Te amo. Te amo, te amo, te amo. Y por eso quiero que te vengas conmigo, que estemos juntos, que seamos felices estando juntos y…
-Si Sarah estuviera aquí… -Me interrumpió.- Si Sarah estuviera aquí, al lado mío, y te dijera que ella estaría dispuesta a vivir contigo, ¿qué harías?
Me concentré en no pensar en ello y en sonar convincente al decir:
-Le diría que no, que quiero estar contigo y no con ella.
Negó.
-No lo harías…
-¡Ya basta! –La corté, hastiado.- ¡La única razón por la cual estamos teniendo esta conversación, es porque necesitas  una excusa para no irte a vivir conmigo! ¡Tú eres la que tiene dudas, tú eres la que está confundida! –La miré, fijamente.- Tú eres la que no me amas.
La mirada que me lanzó bastó para que sintiera que alguien había abierto la llave del agua fría de la ducha que estaba detrás de mí. Se paró.
-No tienes idea cuánto he sufrido por ti, imaginando que vendrías a buscarme, diciéndome que estaba todo listo para nosotros… Pero nunca viniste. Ni siquiera llamaste sugiriéndome la idea. Sólo hablabas conmigo y actuabas como si quisieras tener algo, mas sin nunca hacer nada al respecto. –Un par de lágrimas resbalaron por su rostro.- Creo que mejor te vas.
Asentí. Sin decir nada más, me puse de pié y me dirigí a la puerta.
-Gracias por el parche.
Armándome de valor, me volteé, sólo para ver cómo apretaba firmemente la flor, reduciéndola a pequeños pétalos rotos. Consciente de que debía irme, salí de la casa.

Bastó con haber avanzado un par de cuadras para darme lo cuenta lo idiota que había sido. ¿Cómo se me ocurría decirle eso? Lo correcto habría sido tranquilizarla, decirle que todo estaría bien, que la amaba de verdad, no gritarle. Tuve que habérselo demostrado, y también tuve que habérselo demostrado antes por teléfono o algo. ¿Cómo se me ocurría llegar así como así a pedirle que viviera conmigo, sin siquiera decirle que podía tomarse su tiempo para guardar sus cosas? Lo que yo le pedía era mucho y ella tenía razón. Habiendo razonado eso, lo correcto habría sido volver y decírselo, pero la conocía más que eso, y sabía que no iba a abrirme la puerta ni mucho menos. Así que me limité a volver al bookmobile, donde Mike tuvo el suficiente sentido común como para no preguntarme nada.
Para el final del día, me sentía más miserable que en toda la gira. Hasta entonces, nunca había sufrido tanto al subirme al vehículo y dirigirnos a la siguiente ciudad, en especial porque sabía que no volveríamos a pasar por Minnesota; nos íbamos a casa.

-Eres un idiota –murmuró Mike.
Nos encontrábamos estacionados en una estación de autoservicio del camino, y, finalmente, le había contado todo a mi amigo. Era de noche y albergaba la esperanza que, al contar lo ocurrido, podría dormir de una vez. Me equivocaba, claro está.
-Lo sé. No puedo creer que haya dejado todo así…
Mike sonrió y me pasó una moneda de veinticinco centavos.
-Hay un teléfono público, llámala ahora y quizás te perdone y puedas ir a verla; no estamos tan lejos como para irte a dejar.
Sonreí.
-Gracias.
Así que corrí al teléfono, donde inserté la moneda y marqué. Un tono, dos…
-¿Adrienne? –preguntó una voz masculina desde la otra línea.
Me extrañé.
-No… De hecho, llamaba para hablar con ella.
-¿Billie Joe?
Sonaba agitado.
-¿Steve? –Soltó alguna afirmación.- ¿Qué ocurre?
-Addie no está. Creí que se había ido contigo o algo, pero ahora estás llamando y…
-¿CÓMO QUE NO ESTÁ?
-¡No lo sé! ¡Anduvo rara todo el día, y yo tuve que salir, y para cuando volví ya había tomado todas sus cosas y se había ido en su auto!
Entré en pánico.
-¿Cuánto rato estuviste fuera?
-No sé, no más de media hora…
-¿Y hace cuánto descubriste que no está?
-¿Diez minutos? Ya llamé a sus amigos, ninguno sabe nada y… No sé qué hacer.
Me pasé una mano por el cabello, nerviosamente.
-Voy para allá…
-¡No, no! Yo puedo hacerlo… ¿Dónde están ustedes? –Le dije la ruta.- Perfecto, puedes esperar ahí, en caso de que pase por ahí. Llámame cualquier cosa.
-¡Tú igual! –Y le recité el número del teléfono público, tras lo que colgamos.
Salí de ahí. Me sentía inútil. Debía encontrarla, debía saber dónde estaba. ¿Y si le pasaba algo?
… ¿y si se había ido con alguien más?
-¿Y? ¿Cómo te fue? –me preguntó Mike, ansiosamente, acercándose.
-Mal, Addie desapareció… –murmuré, tras lo que me expliqué.- Steve me llamará si pasa algo…
Mike maldijo por lo bajo.
En ese instante, comenzó a llover, por lo que todos se refugiaron en el bookmobile… Todos menos yo, que me encerré en la cabina del teléfono, esperando el llamado de Steve, que sentía que no iba a llegar jamás.
-Billie, tenemos que irnos –me decía Tré, el único que se había atrevido a salir del vehículo en dirección a la cabina; la lluvia estaba demasiado fuerte-. Papá quiere llegar mañana a California.
-Está bien, sigan ustedes… -Tré despegó los labios.- ¡De verdad! Puedo volverme solo, tengo dinero para un autobús.
Suspiró.
-De acuerdo… Llama a Ollie cuando sepas algo, nosotros la llamaremos cuando podamos.
-Ok.
Mi amigo me dio un abrazo y se fue.
Así que ahora estaba totalmente solo, en medio de la nada, esperando un llamado que nunca llegaría. Estaba muy oscuro y la lluvia era muy espesa, así que era incapaz de ver nada que estuviera fuera de la cabina. De hecho, con suerte sí podía ver dentro de la cabina. Mi noción del tiempo estaba totalmente desfigurada…
Y, repentinamente, el teléfono sonó.
-¿Steve? –inquirí.
-No…
Mi pulso se aceleró.
-¡Addie! ¿Estás bien? ¿Dónde te…?
-Estoy bien, cálmate… Llamé a Steve y me dio este número y… Y quería disculparme… Por todo.
Reí, levemente.
-Y pensar que yo había llamado para disculparme por no hacer bien las cosas.
Ambos reímos, por un buen rato.
-¿Me perdonas? –me preguntó.
-Sólo si me perdonas tú también –susurré. Supe que se sonreía-. Bien, ¿dónde estás? ¿A dónde te fuiste?
-Ehm… Quería ver si los alcanzaba para… Bueno, para ver si aún querías que viviera contigo.
Creo que mi corazón llegó a detenerse de la emoción.
-D… ¿De verdad?
-Sí.
-Y… ¿Dónde estás ahora?
Rió, levemente.
-Ni idea. En un teléfono al otro lado de la calle de un autoservicio…
Recién ahí me di cuenta que desde su lado igual se escuchaba el caer de la lluvia. Intentando tranquilizarme, intenté mirar hacia el otro lado y me di cuenta que había un auto que iluminaba la cabina telefónica del otro lado, mostrando una distorsionada silueta en su interior.
-Te veo –susurré.
-¿Qué…?
-Mira a tu izquier… No, espera, no verás nada, voy para…
-¡No cuelgues! –me pidió.
Sonreí.
-Tranquila, me verás en menos de dos minutos. Te amo.
Colgué antes de oír su respuesta, para luego salir de la cabina y correr hacia el otro lado de la calle. No eran más de veinte metros, pero se me hicieron eternos. Era como si hubiera caminado millas y millas, sólo para llegar a la cabina telefónica, abrirla y, finalmente, abrazar y besar a Addie, tras lo que apoyamos nuestras frentes.
-Esto funcionará –susurré-. Te lo prometo.
Ella sonrió.
-No, yo te lo prometo a ti.
Y nos volvimos a besar.

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