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1994 -
El primero de
febrero ocurrió lo que tanto habíamos esperado: Nuestro disco salió. Y para
nuestra sorpresa y la de todos nuestros conocidos, fue un éxito inmediato. De
verdad. Llegaba a dar miedo, quizás demasiado. De hecho, los tres habíamos
comenzado a tener ataques de pánico antes de cada show, porque… Bueno, era
demasiada gente en cada show. Y eso que habíamos puesto al grupo de Chris,
Pansy Division, como teloneros en toda nuestra gira, para “filtrar” un poco de
público, por así decirlo, y pese a conseguir que un par de homofóbicos furiosos
abandonaran cada show, eran tan pocos que podíamos decir que nuestros
conciertos seguían llenos. Por un lado era bueno. Pero, como en todas las
cosas, también había un lado malo… Y ese era que los tres habíamos sido
totalmente marginados del Gilman Street y la escena en sí, por ser “vendidos”. De
hecho, había ido con un amigo que tenía las llaves, para encontrarme con la
sorpresa de que mi nombre finalmente estaba en una de las cabinas de los baños…
Acompañado de un gran “APESTA”.
Pero a Mike y a
Tré eso no les importaba mayormente: Habían logrado desplazar el amor que
sentían por el Gilman hacia sus novias, Anastasia y Lisea respectivamente, así
que no sufrían tanto como yo, quien, pese a tener otros amigos y demás, había
momentos en los que quedaba solo y me deprimía más que la mierda. Todo estaba
bien para ellos… Tenían parejas estables y demás… Nuestro disco iba bien, y
hasta habíamos grabado un video… Pero yo continuaba lamentándome el hecho de no
saber dónde estaba Sarah, y el hecho de que Addie, simplemente, no quería ni intentar el estar conmigo.
Capítulo 31: Caminé por millas hasta encontrarte.
Eran principios de junio y nos
encontrábamos a unos peligrosos treinta kilómetros de Minnesota. Pero eso no
importaba en ese momento. Bueno, sí,
pero tendría que dejarlo de lado por un rato, porque teníamos una maniobra que
llevar a cabo con Mike.
-Tú empiezas, luego él dirá que
no tiene nada, yo insisto, él se enoja conmigo y tú te le acercas más
amigablemente. ¿Entendido?
-Sí, Mike, entendido. Policía
bueno y policía malo.
Mi amigo asintió.
Hora de las acostumbradas
aclaraciones: Tré nos tenía preocupados. Y bastante. Habíamos detenido la gira
la primera semana de mayo para celebrar el cumpleaños de Mike en casa, y Tré
había andado raro desde entonces… Y, obviamente en este caso, raro era normal.
No reía con todo, hacía menos bromas y, para colmo, no había perturbado a nadie
de ninguna manera, ni la más mínima posible. Así que era hora de la
intervención, para la cual entramos a su habitación del hotel en el que
estábamos; por primera vez, podíamos costearnos piezas aparte, que estaban
conectadas entre sí.
-Hola, Tré –saludé, sentándome al
lado suyo de la cama.
-Hola –saludó él, más alicaído de
lo que jamás lo había visto desde que se había ido Ale.
-¿Estás bien? Nos tie…
-Lissea está embarazada –me
interrumpió.
Bueno, hasta ahí llegó lo de
policía bueno y policía malo, ya que tanto Mike como yo nos quedamos mirándolo,
sorprendidos.
-¿Qué? –inquirí.
-¿Es tuyo? –añadió Mike.
-Eso, que está embarazada, y por
supuesto que es mío, Michael querido… -Se cubrió el rostro.- Un condón, un
miserable condón… ¿Tan difícil era?
Con Mike intercambiamos una
mirada. Pese a que no lo dijéramos en voz alta, sabíamos que pensábamos en lo
mismo, y eso era en que nadie era capaz de imaginarse a Tré como padre. Es
decir… Es Tré.
-¿Y qué vas a hacer? –preguntó
Mike.
Tré negó.
-Aprender a ser padre, obviamente
–farfulló, con una especie de mueca que parecía una sonrisa, o una sonrisa que
parecía una mueca-. Es decir, estamos juntos, y ya estamos grandecitos. ¿Y qué
mejor momento que ahora, que tenemos todo el dinero del disco?
-¿O sea que ya tienes todo esto
claro?
-S… No. –Lo miramos intrigados.-
Me gustaría casarme.
Otro intercambio de miradas entre
Mike y yo: Eso sí que no me lo imaginaba. Tré se dio cuenta de esto, y rió.
-No, yo tampoco lo imagino
–admitió-. Sería lindo.
Con Mike no dijimos nada, porque...
Bueno, no sabíamos qué decir. Al final, dije:
-Ok, hora de animarte, pediré
servicio a la habitación.
-¿Alcohol?
-Yep.
Así fue como, unos diez minutos
después, nos encontrábamos bebiendo como nunca. Al cabo de un rato, Tré sacó
tres pastillas de algún lugar de su bolso, tirándonos una a cada uno.
-Creo que será mi última vez
siendo un irresponsable de mierda, así que disfrutémoslo –murmuró.
Y así fue cómo los tres
terminamos tomando una pastillita de LSD cada uno, lo cual, ahora que lo
pienso, fue una terrible idea. De verdad. Tras hablar estupideces varias por un
rato, Mike se fue a su habitación y yo a la mía, por lo que no tardé en caer en
uno de mis ataques de pánico. Me senté en la cama, abrazándome las piernas,
escuchando cómo Mike hacía mucho ruido en su habitación. Un lado de mí se
preguntó qué le pasaba, pero la mayor parte se encontraba distraída por la
música que veía, así que no le presté mayor atención.
-¡BILLIE, KEITH RICHARDS ESTÁ EN
EL HOTEL! –escuché a lo lejos.
De algún modo, llegué a la
conclusión de lo que necesitaba era estar con gente, y que, de preferencia,
debían ser desconocidos. Seguido a esto, concluí que debían verme tal como era,
sin máscaras ni capas de falsedad, por lo que, antes de que mi conciencia
despertara, ya me encontraba en el pasillo, totalmente desnudo, y tocando las
puertas de todas las habitaciones. Sólo tres personas me abrieron, y me
cerraron la puerta apenas dije “hola”. Luego, intenté en el piso siguiente.
Toqué tres veces en la primera puerta…
-Espera, que tocan la puerta
–decía la voz desde el otro lado-. ¿S…? ¡Ja, un tipo desnudo!
El sujeto se me hacía familiar, y
hablaba por teléfono con alguien más, quien, al parecer, le preguntaba algo.
-No sé, Tré, deja preguntarle.
¿Cómo te llamas?
-Billie Joe. ¿Tú?
El tipo rió.
-Dime Keith, creo que conoces al
loco que me llamó.
Ok, quizás eso no haya pasado,
porque lo siguiente que recuerdo es el estar de vuelta en mi habitación,
exactamente en el mismo lugar que había estado antes de salir. La diferencia
era que estaba sólo en ropa interior, y que ya entraba un poco de sol por la
ventana. Aún alucinaba, pero mucho menos… Pero aún continuaba con un gran
ataque de pánico. Temblaba, estaba confundido, necesitaba consuelo de alguien.
Y sabía exactamente de quién.
No tardé nada en tomar el teléfono y marcar el
número de Adrienne, para luego esperar a que contestara…
Cosa que no tardó en pasar.
-¿Aló?
Por suerte era ella. No me
imaginaba intentando mantener una conversación coherente con su madre o padre.
Ni siquiera con Steve.
Y me di cuenta que no sabía qué
decirle. Tras una corta pausa, solté de golpe aquello que me molestaba más.
-Te extraño.
Mi voz salió ronca y áspera, pero
ella me entendió de todas maneras.
-¿Billie?
-Estoy a unos treinta kilómetros
de Minnesota, ¿sabes? –susurré, tras lo que me aclaré la garganta- Y ni
siquiera puedo ir a verte, porque sé que no quieres estar conmigo.
Silencio.
-Tristemente, igual te extraño
–admitió. Sonreí-. ¿Pasarán por Minneapolis?
-Depende. ¿Quieres que pase?
Me diría que no. Que no quería
verme. Y entonces yo le mentiría y le diría que no, que no pasaríamos por ahí,
que partiríamos hacia el siguiente estado de inmediato. Y terminaría la
conversación abruptamente, sin molestarme en ser educado al despedirme… Para
luego llamar disculpándome el día en que estuviera en Minnesota, aguantándome
las ganas de correr e ir a verla. Sí, eso pasaría.
-Sí.
O quizás no.
-¿Sí?
-¡Sí, Billie, sí! Necesito verte.
Se me aceleró el pulso, al tiempo
que veía la música más linda que había visto en mi vida. Volvía a alucinar,
pero no me importaba.
-Nos vemos pasado mañana
entonces.
Y colgué, aún feliz, para luego
cerrar los ojos y dormirme al instante.
-Tienes una cara de mierda
–murmuraba alguien a mi lado.
Abrí los ojos. A mi lado, Tré me
miraba, con una amplia sonrisa en su rostro.
-Mal viaje –me excusé.
-Me di cuenta. Al menos no
destruiste toda la pieza como Mike, Rob va a regañarlo como nunca –comentó.
Alcé una ceja, intrigado-. Nuestro video salió anoche. Mike lo vio, enloqueció
y rompió todo, luego de haber cagado por el balcón hacia abajo… Creo que había
una actriz o algo debajo.
No pude evitar reír.
-Creo que mejor nos vamos rápido
de aquí.
Ese día tuvimos un show en… Algún
lado. Mi cabeza estaba en otra parte. Más específicamente, estaba en
Minneapolis. Prácticamente contaba las horas para ver a mi Eighty. Casi sufrí un nuevo ataque de pánico al oír al padre de
Tré decir, al día siguiente, por la noche.
-Siguiente parada, Minneapolis.
No tardamos mucho en llegar, y,
al hacerlo, ya estaba amaneciendo. Calculaba que Addie ya estaría por
despertar. Después de todo, era bastante madrugadora. Lo que era yo, no había
pegado ojo en toda la noche, pero me daba igual, necesitaba verla ya. Podría dormir más tarde. Así que,
mientras todos continuaban durmiendo y el Tío Frank se iba a lo mismo, yo me
bajé del viejo bookmobile para, lentamente, comenzar a caminar a la casa de
Adrienne. Tomé un camino más largo de lo usual (es decir, me perdí), acabando
por pasar frente a un jardín lleno de rosas. Traté de sacar una, pero terminé
con una espina clavada en uno de mis dedos. Maldije en voz baja y, sin otra
opción, saqué otra flor que había por ahí, más fea, pero sin espinas ni nada.
Continué mi camino y, finalmente, cuando el sol ya iluminaba lo suficiente, llegué.
-Tú puedes –me susurré,
respirando profundamente.
Y, al tiempo que me preparaba
mentalmente para ser recibido por su padre o madre, toqué el timbre.
Y, por una vez, tuve suerte, y me
abrió Addie, quien se quedó mirándome
sorprendida por un buen rato.
-¿Vuelvo en otro momento?
–bromeé, con una sonrisa.
Al instante, me abrazó, riendo.
-¡Billie! –Se separó de mí, aún
sonriente, para luego ver mi mano.
-Para ti –susurré, pasándole la
flor.
Apenas recibió la flor, sentí un
gran impulso de besarla. Pero antes de conseguir decidirme a hacerlo, la sentí
tomando mi mano, causando que una especie de calor se expandiera por todo mi
cuerpo. Pero no lo hacía cariñosamente, si no que lo hacía con preocupación.
-¿Qué te pasó?
Me había olvidado de la herida.
-Intenté robar una rosa para ti
–murmuré.
Sonrió.
-Tengo que limpiarte eso.
Me soltó la mano…
Y me tomó la otra, para guiarme
al interior, como si creyera que no recordaba cómo era la casa.
Así fue que llegamos al estrecho
baño del primer piso. Me hizo sentarme en el borde de la tina, a la vez que
ella sacaba un par de cosas del botiquín.
-Oye, si no es tan grande.
-No importa, se te puede infectar
–murmuró, limpiándome la herida con algo que me ardió su tanto-. Sería una pena
que te diera septicemia y murieras ahora que te está yendo tan bien.
Me sonreí.
-Tragedias de la vida –murmuré.
Me puso un parche.
-Ya está.
-Gracias.
Nos quedamos mirando, fijamente y
en silencio. Con una pequeña sonrisa, le saqué unos mechones de cabello de su
rostro, acariciándoselo de paso. Ella sólo sonrió.
-¿No vas a besarme? –preguntó.
-Depende. ¿Quieres que lo haga?
Su sonrisa creció.
-Deja de usar esa respuesta para
todo.
-Sólo si dices que sí.
Y antes de darme cuenta de lo que
pasaba, era ella quien me besaba, era
ella quien había inclinado su rostro
hacia mí. Y era yo quien devolvía el beso, para, tras varios instantes,
separarnos.
-Extrañaba eso –admití,
dedicándole una cómplice sonrisa. Ella se sonrosó-. Vente conmigo.
Nunca entendí cómo fue que logré
no golpear mi cabeza fuertemente contra el duro y frío cerámico del baño. ¿Cómo
se me ocurría decir eso? Y para colmo, lo decía sin prepararla previamente, sin
intentar crear la conversación perfecta para que me dijera que sí.
-Creo que sabes mi respuesta
–susurró ella, interrumpiendo mis pensamientos.
Suspiré.
-Así es: No puedes dejar todo aquí….
Lo que no entiendo es el porqué.
Rió, irónicamente.
-Es mi vida, no puedo dejar todo
atrás por algo que podría no funcionar. –Despegué mis labios.- No me vengas con
que tú estás completamente seguro de que podríamos retomar lo nuestro y vivir
felices por siempre y jamás, porque sé que no es así, sé que tienes tus dudas y
que aún no estás completamente seguro de que me amas sólo a mí y de verdad.
-¿Qué te hace pensar eso?
–inquirí, extrañado. ¿Cómo podía saber que a veces me preguntaba por Sarah?
Ella bajó la mirada.
-Tu disco.
Silencio.
-¿Qué?
Ella suspiró.
-No hay ninguna canción para mí
en tu disco –se explicó-, pero sí hay canciones de tu ex-novio y de Sarah.
Hice memoria.
-Chump era para ti –murmuré-.
Bueno, para tu novio. Sassafras Roots también.
Rió, irónicamente.
-Qué romántico… En especial
teniendo en cuenta que Sassafras Roots es acerca de drogas.
-No lo es… Es decir, sí, pero ese
es sólo un lado de la… ¿Qué me
dices de When I come around?
Ella negó.
-Sarah de nuevo. Igual que She.
Negué.
-She es sobre Juliet, la chica de
Arkansas que me ayudó a decidirme a intentar algo contigo –me expliqué-. ¿Y
cómo puedes decir que When I come around no es para ti? No hay tiempo para revisar el mundo entero, porque sabes dónde encontrarme
cuando esté por aquí –recité.
Negó, sonriendo.
-Eso sólo significa que no vas a
ir a buscarla a Ecuador, porque encontraste algo para reemplazarla
temporalmente. –No dije nada, porque, simplemente, no sabía qué decir.- ¿Ves?
¿Cómo quieres que me vaya a vivir contigo si ni siquiera estás seguro de que me
am…?
-Te amo. Te amo, te amo, te amo.
Y por eso quiero que te vengas conmigo, que estemos juntos, que seamos felices
estando juntos y…
-Si Sarah estuviera aquí… -Me
interrumpió.- Si Sarah estuviera aquí, al lado mío, y te dijera que ella
estaría dispuesta a vivir contigo, ¿qué harías?
Me concentré en no pensar en ello
y en sonar convincente al decir:
-Le diría que no, que quiero
estar contigo y no con ella.
Negó.
-No lo harías…
-¡Ya basta! –La corté, hastiado.-
¡La única razón por la cual estamos teniendo esta conversación, es porque necesitas una excusa para no irte a vivir conmigo! ¡Tú
eres la que tiene dudas, tú eres la que está confundida! –La miré, fijamente.-
Tú eres la que no me amas.
La mirada que me lanzó bastó para
que sintiera que alguien había abierto la llave del agua fría de la ducha que
estaba detrás de mí. Se paró.
-No tienes idea cuánto he sufrido
por ti, imaginando que vendrías a buscarme, diciéndome que estaba todo listo
para nosotros… Pero nunca viniste. Ni siquiera llamaste sugiriéndome la idea.
Sólo hablabas conmigo y actuabas como si quisieras tener algo, mas sin nunca
hacer nada al respecto. –Un par de lágrimas resbalaron por su rostro.- Creo que
mejor te vas.
Asentí. Sin decir nada más, me
puse de pié y me dirigí a la puerta.
-Gracias por el parche.
Armándome de valor, me volteé,
sólo para ver cómo apretaba firmemente la flor, reduciéndola a pequeños pétalos
rotos. Consciente de que debía irme, salí de la casa.
Bastó con haber avanzado un par
de cuadras para darme lo cuenta lo idiota que había sido. ¿Cómo se me ocurría decirle
eso? Lo correcto habría sido tranquilizarla, decirle que todo estaría bien, que
la amaba de verdad, no gritarle. Tuve que habérselo demostrado, y también tuve
que habérselo demostrado antes por teléfono o algo. ¿Cómo se me ocurría llegar
así como así a pedirle que viviera conmigo, sin siquiera decirle que podía
tomarse su tiempo para guardar sus cosas? Lo que yo le pedía era mucho y ella
tenía razón. Habiendo razonado eso, lo correcto habría sido volver y decírselo,
pero la conocía más que eso, y sabía que no iba a abrirme la puerta ni mucho
menos. Así que me limité a volver al bookmobile,
donde Mike tuvo el suficiente sentido común como para no preguntarme nada.
Para el final del día, me sentía
más miserable que en toda la gira. Hasta entonces, nunca había sufrido tanto al
subirme al vehículo y dirigirnos a la siguiente ciudad, en especial porque
sabía que no volveríamos a pasar por Minnesota; nos íbamos a casa.
-Eres un idiota –murmuró Mike.
Nos encontrábamos estacionados en
una estación de autoservicio del camino, y, finalmente, le había contado todo a
mi amigo. Era de noche y albergaba la esperanza que, al contar lo ocurrido,
podría dormir de una vez. Me equivocaba, claro está.
-Lo sé. No puedo creer que haya
dejado todo así…
Mike sonrió y me pasó una moneda
de veinticinco centavos.
-Hay un teléfono público, llámala
ahora y quizás te perdone y puedas ir
a verla; no estamos tan lejos como para irte a dejar.
Sonreí.
-Gracias.
Así que corrí al teléfono, donde
inserté la moneda y marqué. Un tono, dos…
-¿Adrienne? –preguntó una voz
masculina desde la otra línea.
Me extrañé.
-No… De hecho, llamaba para
hablar con ella.
-¿Billie Joe?
Sonaba agitado.
-¿Steve? –Soltó alguna
afirmación.- ¿Qué ocurre?
-Addie no está. Creí que se había
ido contigo o algo, pero ahora estás llamando y…
-¿CÓMO QUE NO ESTÁ?
-¡No lo sé! ¡Anduvo rara todo el
día, y yo tuve que salir, y para cuando volví ya había tomado todas sus cosas y
se había ido en su auto!
Entré en pánico.
-¿Cuánto rato estuviste fuera?
-No sé, no más de media hora…
-¿Y hace cuánto descubriste que
no está?
-¿Diez minutos? Ya llamé a sus
amigos, ninguno sabe nada y… No sé qué hacer.
Me pasé una mano por el cabello,
nerviosamente.
-Voy para allá…
-¡No, no! Yo puedo hacerlo…
¿Dónde están ustedes? –Le dije la ruta.- Perfecto, puedes esperar ahí, en caso
de que pase por ahí. Llámame cualquier cosa.
-¡Tú igual! –Y le recité el
número del teléfono público, tras lo que colgamos.
Salí de ahí. Me sentía inútil.
Debía encontrarla, debía saber dónde estaba. ¿Y si le pasaba algo?
… ¿y si se había ido con alguien
más?
-¿Y? ¿Cómo te fue? –me preguntó
Mike, ansiosamente, acercándose.
-Mal, Addie desapareció…
–murmuré, tras lo que me expliqué.- Steve me llamará si pasa algo…
Mike maldijo por lo bajo.
En ese instante, comenzó a llover,
por lo que todos se refugiaron en el bookmobile…
Todos menos yo, que me encerré en la cabina del teléfono, esperando el llamado
de Steve, que sentía que no iba a llegar jamás.
-Billie, tenemos que irnos –me
decía Tré, el único que se había atrevido a salir del vehículo en dirección a
la cabina; la lluvia estaba demasiado fuerte-. Papá quiere llegar mañana a
California.
-Está bien, sigan ustedes… -Tré
despegó los labios.- ¡De verdad! Puedo volverme solo, tengo dinero para un
autobús.
Suspiró.
-De acuerdo… Llama a Ollie cuando
sepas algo, nosotros la llamaremos cuando podamos.
-Ok.
Mi amigo me dio un abrazo y se
fue.
Así que ahora estaba totalmente
solo, en medio de la nada, esperando un llamado que nunca llegaría. Estaba muy
oscuro y la lluvia era muy espesa, así que era incapaz de ver nada que
estuviera fuera de la cabina. De hecho, con suerte sí podía ver dentro de la
cabina. Mi noción del tiempo estaba totalmente desfigurada…
Y, repentinamente, el teléfono
sonó.
-¿Steve? –inquirí.
-No…
Mi pulso se aceleró.
-¡Addie! ¿Estás bien? ¿Dónde te…?
-Estoy bien, cálmate… Llamé a
Steve y me dio este número y… Y quería disculparme… Por todo.
Reí, levemente.
-Y pensar que yo había llamado
para disculparme por no hacer bien las cosas.
Ambos reímos, por un buen rato.
-¿Me perdonas? –me preguntó.
-Sólo si me perdonas tú también
–susurré. Supe que se sonreía-. Bien, ¿dónde estás? ¿A dónde te fuiste?
-Ehm… Quería ver si los alcanzaba
para… Bueno, para ver si aún querías que viviera contigo.
Creo que mi corazón llegó a detenerse
de la emoción.
-D… ¿De verdad?
-Sí.
-Y… ¿Dónde estás ahora?
Rió, levemente.
-Ni idea. En un teléfono al otro
lado de la calle de un autoservicio…
Recién ahí me di cuenta que desde
su lado igual se escuchaba el caer de la lluvia. Intentando tranquilizarme,
intenté mirar hacia el otro lado y me di cuenta que había un auto que iluminaba
la cabina telefónica del otro lado, mostrando una distorsionada silueta en su
interior.
-Te veo –susurré.
-¿Qué…?
-Mira a tu izquier… No, espera,
no verás nada, voy para…
-¡No cuelgues! –me pidió.
Sonreí.
-Tranquila, me verás en menos de
dos minutos. Te amo.
Colgué antes de oír su respuesta,
para luego salir de la cabina y correr hacia el otro lado de la calle. No eran
más de veinte metros, pero se me hicieron eternos. Era como si hubiera caminado
millas y millas, sólo para llegar a la cabina telefónica, abrirla y,
finalmente, abrazar y besar a Addie, tras lo que apoyamos nuestras frentes.
-Esto funcionará –susurré-. Te lo
prometo.
Ella sonrió.
-No, yo te lo prometo a ti.
Y nos volvimos a besar.
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