-¿Y? ¿Cómo les fue?
Me encontraba en el patio de la
escuela. Era el primer recreo y, ansioso por saber cómo les había ido a todos,
había ido a verlos. Todos hicieron muecas de desagradado.
-Pudo haber sido peor –murmuró
Fran.
-Sí, pudimos haber tenido que ir
a vomitar como Ale –añadió Lau, frunciendo la nariz-. Los colapsos nerviosos
son cosa seria.
-O nos pudieron haber regañado
por ponernos a leer a mitad de la prueba –añadió Jimmy, mirando a Jesus, quien,
nuevamente se sonrojó.
-¿Qué? –inquirí, con algo de
risa.
-Me quedé en blanco, así que
saqué el LP a ver si se me ocurría algo leyendo las letras –admitió, más rojo
aún-. El profesor manda esto…
Y me pasó todas las letras, con
las faltas ortográficas corregidas por el profesor con un lápiz rojo. No pude
evitar reírme, aunque he de admitir que me sentí mal de que corrigieran mi
“trabajo”. En fin.
-¿Quieres colarte a música? Dudo
que al profesor le importe –me invitó Mike, quince minutos después, cuando tocó
timbre para que volvieran a entrar a clases.
Negué.
-Nah, tengo que buscar alguna escuela
nocturna para hacer feliz a mi mamá… -Todos me miraron extrañados.- Decidió que
necesito más distracciones aún. –Revoleé los ojos.
Sin previo aviso, Iris, Fran,
Mike y Jimmy me tomaron de los brazos y me arrastraron al interior del
edificio. Ya en la escalera, dejaron de arrastrarme, mas no me soltaron,
obligándome a subir junto a ellos hasta la sala de música en el último piso,
sala a la cual fui más que invitado por el profesor.
-Recuerden, si alguien ve al
director, nos avisa para que Billie se esconda bajo la batería mala –anunció
Jimmy, haciendo que todos nos riéramos.
Estuve ahí los noventa minutos de
la clase, conversando con todos. Ale volvió a los cinco minutos del toque de
entrada y se sorprendió bastante al verme ahí. En fin, lo pasé bien y, tras
otro recreo de quince minutos, estaba más que listo para irme…
-¿Por qué no te colas a español?
–sugirió Jesus, hablándome directamente por primera vez en todo ese rato- No
estamos haciendo nada.
Así terminé siendo empujado al
salón, al tiempo que saludaba a la profesora, quien nos quedó mirando con cara
de sorpresa. Yo estaría igual en su lugar. ¿Qué persona en su sano juicio se
cola a la clase en la que peor le iba?
Tal como Jesus había asegurado,
lo que estaban haciendo era nada. Tenían que completar una guía, pero,
obviamente, la doblaron por la mitad y guardaron en sus cuadernos, para juntar
las sillas al fondo de la sala y conversar entre todos.
-¿Se dan cuenta que sólo quedan
tres semanas para el fin de trimestre? –comentó Lau, alegre de que eso
significase que tendrían tres semanas libres.
Ale hizo una mueca, la cual no
pasó desapercibida por ninguno de los presentes. El fin del trimestre
significaba su vuelta a New York. La rodeé con un brazo.
-Te vamos a hacer una despedida
tan grande, que no podrás sentirte triste, ¿ok? –le aseguré.
Ella se sonrió y asintió.
Luego de esa clase, venía un
recreo de veinte minutos, seguido de una clase de física.
-Ya, aquí no podrán colarme, así
que me iré al final de recreo.
-Sí, y te acompañamos –murmuró
Iris, tomando su mochila antes de salir de la sala. Noté que todos lo estaban
haciendo-. Corrida general.
-Te acompañaremos a encontrar tu
escuela nocturna –añadió Lau, tomando bien sus cosas.
Así que, acompañado de todos,
terminé en el lugar más cercano que encontramos. Me anoté para las clases.
Podía ir cuantas veces quisiera a la semana, siempre que fueran más de dos, que
era el mínimo. Tras aclarar los horarios, me fui con todos los demás a la playa,
obviamente tras comprar varias cosas para beber y demás en el camino.
-El día que esa señora deje de
tenerle ganas a Jimmy, estaremos cagados –comentó Mike, repartiendo las
cervezas.
-Para ese día, alguno tendrá
veintiuno y podrá comprar legalmente –comenté, recibiendo una botella.
Estuvimos ahí hasta eso de las cuatro,
hora en la que recordamos que teníamos hogares a los que ir. Caminamos juntos
al pueblo y, uno a uno, fuimos separándonos, para, al final, sólo quedar Mike y
yo.
-Jesus no te quitaba la mirada de
encima –comentó Mike.
-Sí sé…
-Y Fran tampoco.
Me detuve en seco, mirándolo
extrañado.
-¿Qué?
-No te quitaba los ojos de
encima.
Me reí.
-No, no soy su tipo –musité. Alzó
una ceja-. En serio.
Encogiéndose de hombros, Mike
reanudó la caminata y yo lo seguí.
Las siguientes tres semanas
pasaron bastante rápido. Yo iba entre dos y tres veces por semana a las clases
nocturnas, donde era el más joven de mi salón. Al día siguiente, despertaba
bastante tarde por el cansancio mental y me quedaba componiendo o haciendo
cualquier estupidez hasta diez para las tres, cuando iba a buscar a Mike y a
John, para volver a ensayar. Los días que no iba a las clases nocturnas, me
quedaba hasta tarde leyendo el famoso librito. Realmente lamentaba leer tan
lento, pero no había nada que hacerle.
En fin, el punto es que, antes de
lo esperado, llegó el último viernes de ese trimestre. Y con esto, llegó el
último día de Ale en Rodeo.
El plan de sus padres era irse el
sábado en la mañana. Así que la despedida (consistente en una junta entre todos
en casa de Tré) tuvo que terminar a eso de las once, hora en la que sus padres
la fueron a buscar. Se despidió de todos de un gran abrazo y, tras prometer que
se mantendría en contacto, se fue a su casa.
No pasaron ni tres minutos y Tré
se echó a llorar como un niño pequeño.
-¡NO LA VOY A VOLVER A VER!
–sollozaba.
¿Mencioné que estaba ebrio? Como
sea, al instante, Mike, Jimmy, Jesus, Stephanie y yo comenzamos a calmarlo como
podíamos. Al cabo de media hora, estuvo lo suficientemente tranquilo como para
no llorar más, aunque se notaba que seguía bastante tomado.
-Tengo una idea –propuse, mirando
por la ventana que daba a la casa de nuestra amiga.
-¿Qué se te ocurrió? –preguntó
Stephenie.
Mike y Jesus siguieron mi mirada,
que estaba fija en la ventana de los padres de Ale, cuya luz estaba apagada. Comprendieron
al instante lo que pensaba.
-Billie, ¡no podemos entrar a su
pieza por la ventana! –me regañó Mike.
-¡Sí podemos! –afirmamos Tré y yo
al unísono.
-Suena como si lo hubieran hecho
–comentó Jimmy.
-Yo lo hice una vez… -admití.
-Yo lo he hecho varias veces
–murmuró Tré, ligeramente avergonzado.
Mike alzó una ceja.
-Ale duerme en el tercer piso.
-Sigue siendo fácil: Tomas una
escalera y subes por ella hasta el balcón del segundo piso… -comencé.
-… Luego la tomas de alguna forma
y la subes a ese balcón y la pones de forma que puedas llegar al balcón del
tercer piso… -continuó Tré.
-Y, finalmente, le tocas la
ventana –concluí.
Mike, Jimmy, Jesus y Stephenie
tardaron bastante en recuperarse del shock. El primero en recuperarse fue
Jesus.
-Aún así, ustedes han subido de a
uno, lo que es más discreto que seis personas subiendo por una escalera a una
casa que no es de ninguno de ellos –murmuró.
-No me importa, yo voy a ir igual
–dije, saliendo de la casa.
-¡Y yo también! –exclamó Tré,
siguiéndome.
Tal como sabía que harían, los
demás nos alcanzaron cuando con Tré ya teníamos instalada la escalera. Y, al
igual que la otra vez, subí cuidadosamente, con miedo a que la escalera se
cayera. No obstante, esta vez, alguien estaba sujetándola en la parte de abajo,
lo cual me causó más seguridad.
Después de mí, subió Mike,
seguido de Jesus, Stephenie y Jimmy. Finalmente, subió Tré, rápidamente, como
si tuviera bastante experiencia haciéndolo… La verdad que así era, pero eso no
importa ahora.
Con ayuda de Mike, Tré y yo
subimos la escalera a ese balcón, para llegar a la ventana de la pieza de Ale.
Al igual que recién, fui el primero en subir, así que fui el encargado de tocar
la ventana tres veces.
-¿Ale? –susurré. Nadie respondió.
Toqué tres veces más- ¡Ale! –susurré, un poco más fuerte.
Al instante, vi como la luz de
una lámpara se encendía y como la adolescente se acercaba a la ventana,
sorprendida.
-¡¿Qué haces aquí?! –me preguntó,
también susurrando, abriendo la ventana para que pudiera entrar.
-Bueno, decidimos que la
despedida fue muy corta, así que vinimos a verte –me expliqué.
-¿“Decidimos”? ¿En plural?
Al mismo tiempo que yo asentía,
Mike apareció por la ventana. Ale se sorprendió más aún al ver, detrás de él, a
Jesus, Stephenie y Jimmy. Finalmente, Tré apareció.
-¡Hola! –exclamó.
Como estaba bastante ebrio,
perdió el equilibrio al pasar a la ventana. Con Jesus alcanzamos a sujetarlo y
a tirarlo hasta el interior, pero la escalera se cayó, para chocar fuertemente
contra el suelo, tres pisos más abajo.
Los siete nos quedamos en
absoluto silencio, escuchando como, en el piso inferior, dos personas
caminaban, rápidamente. Supusimos que el papá y la mamá de Ale habían ido a ver
qué ocurría por la ventana…
Efectivamente, alrededor de medio
minuto después, escuchamos pasos subir la escalera. Ale nos miró a todos, de
brazos cruzados, al tiempo que Tré la abrazaba por la espalda y que los demás
bajábamos la mirada, avergonzados de haberla metido en problemas.
-Vaya –fue el saludo de la mamá
de nuestra amiga.
-Hola, tía –saludé, tímidamente-.
Tanto tiempo.
Tré se separó de Ale, se acercó a
ella y la saludó de un abrazo y un beso a la mejilla, para luego sentarse en la
cama. La mujer quedó tan sorprendida, que tardó un tanto en continuar:
-Ya, se pueden quedar, pero no
hagan mucho ruido –musitó.
Y salió de la pieza.
Así que nos quedamos ahí,
conversando, intentando no pensar que esta sería la última vez que estaríamos
juntos. Y así seguimos hasta las cinco, hora en la que la mamá de Ale nos llevó
unos sándwiches, para informarnos que podíamos quedarnos una hora más, ya que a
las siete ellos tenían que irse.
-Tu pieza se ve muy rara vacía
–comentó Stephenie, cuando la luz del sol finalmente llegó.
-Sí –concordé.
Ale suspiró.
-Bueno, será mejor que me vaya a
levantar…
-¡NO! –le exclamamos todos.
Suspiró.
-Está bien… Pero tendrán que irse
acostumbrando a las despedidas, ¿no? –La miramos sin comprender.- Bueno, este
año la mayoría se irá, ¿no? Nadie se va a quedar en este pueblo. Todos se irán
a la universidad o a buscar suerte en alguna otra ciudad. Yo sólo soy la
primera en partir.
Tenía razón. La mayoría de mis
amigos ya estaba postulando a alguna universidad. Y yo estaba ahí, sin ningún
otro plan que vivir de mi música… Y, seamos honestos, eso no me llevaría a
ninguna parte, a menos que fuera el tipo más suertudo del mundo y, como se ha
ido demostrando a lo largo de esta historia, no era así.
Así que, a las seis, nos dimos un
abrazo grupal y, tristemente, nos despedimos de ella, para salir, uno a uno,
por la puerta de su habitación, hacia el primer piso, seguidos por ella, quien
nos dejaría en la salida.
-Ah, cierto, Tré, quedó comida en
el refrigerador. Para que tus padres tengan tiempo de acostumbrarse a que comas
allá –soltó Ale, repentinamente, en el primer piso.
Tré negó, frunciendo el ceño.
-Dudo que me quede mucho tiempo
aquí. Ya no tengo motivación para ello –admitió-. Iré a otra parte que tenga un
refrigerador que llene alguien más.
Ale rió y, tras asegurarse que
ninguno de sus padres estuviera cerca, abrazó a Tré por el cuello y le dio un
corto beso.
-Ya, váyanse antes que me ponga a
llorar como idiota –musitó ella, quien ya tenía unas cuantas lágrimas en sus
ojos.
Y, uno a uno, salimos de la casa.
Como siempre que íbamos con los
gemelos, con Mike tomamos el atajo del basurero. Gracias a ello, no tardamos en
llegar a mi casa, donde Mike se fue al garaje, a dormir algo. Con la misma idea
en mente, me fui a mi habitación. Pero no pude dormir. Simplemente tomé mi
cuaderno de canciones y, por primera vez en mucho tiempo, me senté en el
escritorio con las ideas más que claras en la mente.
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