-¡¿DÓNDE TE HABÍAS METIDO?!
Fue ese grito de parte de Mike el
que me recibió al entrar a la casa. Me extrañé. ¿Tanto me había demorado?
-¿Qué hora es? –pregunté.
Mike revoleó los ojos.
-Las tres. Corrí desde la
escuela; David fue en un recreo y me dijo que dijiste que habías salido a
quemar cosas.
-Ah… Sí, en eso andaba
–confirmé-. Tardé más de lo que creí.
Mike siguió mirándome, fijamente.
-¿Qué andabas quemando?
Suspiré.
-Las cosas de Sarah –contesté.
El enojo desapareció del rostro
de mi amigo, para ser reemplazado por sorpresa y una especia de tristeza.
-¿Cómo estás? –me preguntó,
delicadamente.
Sonreí, levemente,
sorprendiéndolo más aún.
-Bien… Ya sabes, borrón y cuenta
nueva. –Hice una mueca.- Aunque comer algo no me haría mal… Y un porro tampoco,
ya que estamos.
Mike seguía con aquella expresión
de perplejidad en su rostro. Realmente encontraba increíble que me encontrase
de lo más bien. De hecho, me sentía aliviado, como si me hubiese deshecho de un
peso tremendo. Con pensamientos similares en mente, fui a la cocina. Mike me
siguió.
-¿De verdad estás bien? –me
preguntó, al tiempo que yo servía dos platos de puré, para luego meter el
primero al microondas.
-Yep, hora de avanzar.
Mike sonrió.
-Ya era hora… ¿Te importa si te
acompaño con lo del porro?
Supuse que, además de querer
drogarse, mi amigo no confiaba en que fumara solo al día siguiente de haberme
recuperado de una sobredosis. La verdad que le encontraba la razón, por lo que
respondí:
-En lo absoluto.
Almorzamos conversando de temas
livianos, consistentes, más que nada, en los acontecimientos de la Escuela. Me reí
bastante con varios de ellos y, tras dejar los platos en el lavaplatos, nos
dirigimos a mi habitación, dónde aún quedaban varios porros preparados. Los
tomamos y nos fuimos al sótano, donde Mike puso música. Luego, comenzamos a
fumar, tranquilamente.
-¿No quieres saber? –pregunté,
repentinamente, cuando los dos ya nos encontrábamos en una especie de ensueño.
-¿Saber qué?
-¿Por qué casi me morí anteayer?
Mike suspiró.
-Sí, me gustaría saber –admitió-,
pero no quiero forzarte.
También suspiré.
-Me llegó una carta de Sarah –me
expliqué-. Está en Ecuador.
-¿Ecuador? Eso queda…
-En Sudamérica. No va a volver.
Mike me miró sorprendido. Luego,
sin previo aviso, me abrazó. Aquella demostración de apoyo y afecto era algo
que realmente no me esperaba, por lo que tardé su tanto en devolverle el
abrazo. Al separarme, decidí que lo mejor era cambiar de tema.
-¿Te interesa ensayar? Prefiero
mantener mi mente ocupada.
Mi amigo se sonrió, levemente.
-Voy por Stella.
Stella era el nombre que le había
dado a su bajo hacía un tiempo.
-Y yo voy a buscar a Blue.
Subimos al primer piso y cada uno
tomó su camino: Él al garaje y yo a mi habitación. Entré, tomé la guitarra, los
cables, el amplificador y salí….
Pero no bajé de inmediato. Mi
mirada se había desviado a la ahora desierta habitación de Sarah… Bueno
desierta sin contar la cámara, el Ernie de peluche de Nick y el libro. Me
sonreí y bajé.
Para cuando entré al sótano, Mike
ya se encontraba conectando su bajo. Yo enchufé mi amplificador, conecté la
guitarra y me la colgué lo más rápido que pude. Luego, me saqué la cadena que
llevaba permanentemente colgada en mi cuello, para sacar la uñeta que pendía de
ella. Con una sonrisa, toqué las cuerdas, una por una, sólo para ver qué tan
desafinadas estaban. Tanto Mike como yo nos reímos por el horrible sonido que
salió. Sin más, las afiné, para, sin más preámbulos, comenzar a tocar I wanna be sedated. Mike me siguió en
seguida.
Pasamos el resto de la tarde
tocando. Me sentí más vivo de lo que me había sentido en todas esas semanas. No
tardé mucho en comenzar a cantar, lo que le sacó una amplia sonrisa a Mike.
Estaba más que claro: Había vuelto al ruedo.
Al día siguiente, fui a buscar a
Mike a la Escuela. Me
encontré con varios de mis ex compañeros mientras esperaba que se despidiera de
Claire, pero no me molestó. La verdad, me hizo bien ver qué tan estresados
estaban por todos los trabajos que tenían los últimos años, mientras que yo
sólo tenía que preocuparme de una cosa: Mi música. Finalmente, me había
enfocado y estaba decidido a escribir más canciones y a tener tantos ensayos
como pudiera.
-¿Hablaste con John? –le pregunté
a Mike, a modo de saludo.
-Sí, estará en tu casa como a las
cuatro.
-Excelente.
Fran, Ale, Lau e Iris se nos
acercaron para saludarme. Les devolví los saludos, con una felicidad a la que
no estaba acostumbrado, en especial por haber estado tan serio y apagado por
tanto tiempo.
-Supe que iban a ensayar…
–Comentó Ale, con una sonrisa.- ¿Le digo a Tré, para que se lo haga saber a
Larry?
Tanto Mike como yo asentimos,
fervientemente, sacándoles risas a nuestras amigas. Luego, antes de que Jesus y
Jimmy (en especial Jesus) notaran que yo estaba ahí, nos fuimos a casa.
Al llegar, lo primero que hicimos
fue ir a la cocina, donde devoramos rápidamente nuestro almuerzo, para luego ir
al sótano a “calentar” antes que llegara John, quien, al llegar, lucía más que
feliz de volver a tocar con nosotros. Ensayamos hasta eso de las siete, hora en
la que John se fue a repasar para la
GRAN prueba del día siguiente, que, por lo que escuché,
incluía análisis morfosintácticos de algunas oraciones y léxico en contexto con
el vocabulario que debían haber aprendido con el libro que Sarah había dejado
en su habitación. Podía recordar los títulos de estos temas escritos en la
pizarra, pero no podía recordar nada más.
Me sentí mal por Mike, quien, al parecer, estaba a punto de colapsar por
toda la materia que tenía que aprender, recordar o repasar para el día
siguiente.
-Ya, ¿sabes lo qué haremos?
–Negó, cansinamente, cerrando la puerta principal por la que había salido
John.- Nos haremos un montón de sándwiches, los llevaremos al garaje y
estudiaremos ahí, sin distracciones.
-¿“Estudiaremos”?
-Sí, estudiaremos. Te ayudaré. Y, si quieres, te ayudo de nuevo por la
mañana…
De la nada, Mike me abrazó.
-¡GRACIAS!
E hicimos lo propuesto. Nos
quedamos repasando hasta las doce, hora en la que decidimos que lo mejor era
dormir. Me dio mucha flojera volver a mi habitación, por lo que dormí como pude
en la misma cama de Mike.
-Te voy a patear –me advirtió-.
Claire siempre me reta por eso.
-No importa, tengo sueño pesado.
No obstante, la patada que recibí
a las seis de la mañana fue tan fuerte que, aparte de despertarme, me botó de
la cama. Maldije en voz baja y decidiendo que no sacaba nada con intentar
dormirme otra vez, fui al baño del primer piso y luego a la cocina, donde me
encontré con mi madre.
-¿Dónde estabas tú, que tu pieza
estaba vacía? –me preguntó, preocupada.
-En el garaje, me quedé con Mike
ayudándolo a estudiar anoche –me expliqué, somnoliento-. Me acaba de patear de
la cama, así que…
-¡¿DURMIERON EN LA MISMA CAMA ?!
Revoleé los ojos.
-Sabes tan bien como yo que Mike
no es más derecho porque no puede –murmuré-. Simplemente compartimos la cama,
por dios.
-Perdón…
¿Mencioné en algún momento que mi
madre sigue preocupada de que alguna vez tuve algo con Jesus? Incluso cuando
estaba con Sarah, se preocupaba de que no me molestara cuando veía a un tipo
semi-desnudo en alguna película en familia. O cuando no me molestaba en
disimular lo lindo que me parecía alguien.
Sin más, me serví un pote de
cereal y un tazón de leche. Me sentía como un niño de siete años cuando
desayunaba esto, pero me gustaba. Luego, fui al baño del segundo piso, donde me
duché, para volver a mi habitación y levantarme. Sin más, salí de la pieza.
Como siempre, mi mirada se desvió
a la vieja pieza de Sarah. Sin saber bien lo que hacía, entré y tomé el libro.
Aún con él en la mano, bajé al garaje; Mike no estaba. Supuse que se levantaba.
Habíamos acordado estudiar más ahí, así que me senté en el sofá, analizando el
libro.
Era blanco. No tenía ningún
dibujo interesante, únicamente decía “El guardián en el Centeno” y el nombre
del autor. Recordé lo mucho que Sarah parecía amar al libro. Motivado por lo
más simple del mundo (mi curiosidad), comencé a leer.
No me di cuenta como,
repentinamente, Mike entraba a la habitación, al tiempo que yo llegaba al
capítulo cuatro. Me miró, sorprendido.
-Estás leyendo –afirmó, incrédulo.
-Yep. Está bueno el libro
–confirmé. De mala gana, doblé la punta superior de la página en la que iba-.
Ok, continuemos.
Repasamos hasta eso de las siete
y media, cuando partimos a la escuela; todos iban a llegar temprano a repasar
en conjunto.
Me sorprendí al encontrarme a mí
mismo rodeado de compañeros que sabían menos que yo. Al parecer, repasar con
Mike había servido de algo… Cosa bastante inútil, ya que yo no iba a dar esa
prueba.
-Hola, gente –saludaron los
gemelos, acercándose.
Apenas llegaron, Ale sacó algo de
su mochila. Lo reconocí como el LP que habíamos lanzado. Se lo pasó a Jesus.
-Tré me lo pasó ayer, recién
sacaron más copias.
-Gracias –murmuró el mencionado,
metiéndolo a su mochila, repentinamente sonrosado. Al parecer, le avergonzaba
el hecho de haber pedido una copia de un disco en que la mayoría de las
canciones las había compuesto yo… O simplemente se sonrosaba por verme ahí… O
simplemente yo era un paranoico de mierda.
En fin, me quedé ahí hasta el
toque de timbre, hora en la que choqué puños con todo, a modo de “suerte”, para
luego devolverme a mi hogar, donde me encontré con que mi madre aún no salía a
trabajar y que se encontraba de lo más cómoda leyendo una revista en la cocina.
-Vas a llegar tarde –le comenté,
dirigiéndome al refrigerador a buscar huevos o algo así; me había dado hambre.
Recién ahí me di cuenta que la revista estaba al revés-. ¿Estás bien?
Cerró la revista y me miró,
fijamente.
-Llamaron del hospital,
preguntando si confirmabas el control del lunes –musitó-. ¿Cuándo fuiste al
hospital y por qué tienes que hacerte un control?
Dejé los huevos donde los había
encontrado; mi apetito se había ido. Bajé la mirada al comenzar a hablar:
-No me quedé en la okupa la otra
noche –admití-, si no que en el hospital.
Me atreví a levantar la mirada,
sólo para ver cómo mi madre abría mucho los ojos, algo asustada.
-¿Qué te pasó?
Negué.
-La carta de Sarah. Me dejó mal
y… Y tomé unas cuantas pastillas demás…
Sentí una fuerte cachetada en mi
rostro. Ni me inmuté. Simplemente miré a mi madre, cuyos ojos se llenaban de
lágrimas.
-¡¿Cómo mierda se te ocurre
suicidarte?!
-No se me ocurrió, fue
accidental. Sí, me tomé las pastillas por voluntad propia, pero no pensé que me
daría una sobredosis. Simplemente quería desaparecer un rato, porque no podía
soportar la idea de que Sarah no iba a volver nunca más –me expliqué,
pausadamente, para que mi madre entendiera todo mi razonamiento-. Cuando
desperté me sentí más que idiota y arrepentido de ser tan impulsivo. No volverá
a pasar, lo prometo. Y no digas que me suicidé, porque ni siquiera lo veo así.
Lo siento más como un “reinicio”. Como lo que necesitaba para darme cuenta que
no está bien que siga pensando en Sarah, que lo que debo hacer es seguir
adelante con mi música y mis amigos.
Las lágrimas de los ojos de mi
madre se desbordaron y me abrazó, estrechamente.
-¿Quién te llevo? ¿Qué dijeron
los doctores? –preguntó.
-Los doctores dijeron que
necesito distracciones y fue Jesus quien llamó la ambulancia –respondí-. Así
que creo que estarás de acuerdo conmigo en que no hace falta que lo mires como
si tuviera lepra cada vez que esté cerca, ¿no?
Ella asintió, sin soltarme.
-Billie, ni se te ocurra volver a
hacer eso…
-¿No acabo de decirte que nunca
más lo haré?
-Prométeme que te distraerás de
Sarah…
-Lo prometo, ya estoy en eso: Con
John y Mike tendremos más ensayos y todo.
-Completa los estudios…
-Yo… ¿Qué?
Mi madre me miraba, entristecida.
-Ir a una escuela nocturna o algo
parecido podría mantener tu mente ocupada cuando no estás con los chicos…
Suspiré. Tenía razón.
-Lo haré. Ahora, si me disculpas…
Sin más, salí de la cocina y me
fui al garaje, donde tomé el libro de Sarah. Estaba decidido: Era hora de
volver a ser yo y de demostrarle a todos que estaba bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario