Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

sábado, abril 21, 2012

Hold on - Capítulo 6: Cenizas.


Estábamos caminando hacia mi casa, la cual se encontraba a un par de cuadras, y tanto Mike como Jesus me miraban con cierta preocupación en sus rostros. Harto de esto, me dediqué a distraerlos:
-Honestamente, ¿quién quemó la sala?
Una sonrisa curvó los labios de ambos.
-La idea fue de Jimmy, Mike afinó los detalles y Ben, del eneágono, lo llevó a la práctica –explicó Jesus.
-Lo terrible es que culpa de la profesora de química; ella nos dijo que podíamos incendiar todo con los químicos del laboratorio –añadió Mike.
Los tres comenzamos a reír. Pese a que no hice ningún comentario al respecto, moría por decir que era mi primera risa real en semanas, y que los músculos de mi cara llegaban a doler por tensarse de esa manera. En fin, un par de minutos después, nuestras risas ya se habían apagado y ya nos encontrábamos en la puerta de mi casa. Como de costumbre, Mike abrió y entró, tras lo que lo seguí. No obstante, Jesus no entró. Lo miré, extrañado.
-No entro a tu casa hace unos dos años y las últimas veces lo hice por la ventana –musitó-. En todo caso, yo no debería entrar.
Fue ahí que recordé la prohibición de mi madre. ¿Tanto tiempo había pasado?
-Eso fue porque estábamos juntos. Ya no lo estamos, así que la prohibición se levanta, ¿no? –Me miró, no muy convencido.- Dudo que esté en la casa y no le va a importar, entra.
Desconfiado y cauteloso, Jesus entró a la casa, permitiéndome cerrar la puerta principal de una vez.
-Muero de hambre –comentó Mike.
Al instante, hizo una mueca, como si hubiese dicho algo que no debía. Tardé en comprender que ese “algo” eran las dos sílabas que conformaban la palabra “muero”.

-Yo igual, la comida del hospital apesta –concordé, decidiendo que lo mejor era demostrar que no me importaba (ya que de verdad no me importaba). No me sentía como un suicida, si no que como un imbécil que se tomó muchas pastillas por tarado. Para mi suerte, Jesus y Mike parecieron comprenderlo, y no acotaron nada al respecto camino a la cocina, donde mi mamá había dejado una lasaña vegetariana. Sonriendo y con un sentimiento de gratitud enorme hacia ella (moría de hambre y era mi plato favorito, ¿ya?), me dirigí a la lasaña, pero Mike llegó primero. La tomó y se la llevó a un mesón junto al microondas, para luego sacar un cuchillo. Dividió la lasaña en dos y partió una de esas dos grandes mitades en dos trozos más pequeños (también conocidos como “cuartos”, ya que estamos). La metió al microondas y, mientras se calentaba, sacó tres platos.
-Aquí tienes –musitó, dos minutos después, pasándome un plato en el cual se encontraba la mitad de la lasaña.
-Gracias.
Jesus, mientras tanto, sacó una botella de Coca-Cola. Por una vez, no me molestó el hecho de que no hubiera alcohol en la casa y bebí con gusto el vaso que me sirvió.
No pasaron ni diez minutos y los tres ya nos encontrábamos preparándonos un café, con nuestros platos ya vacíos en el lavaplatos.
-¿Cuándo volvíamos a clases? –le preguntó Mike a Jesus, volviendo a sentarse, pasándonos nuestros tazones.
-Mañana tenemos sala de nuevo –respondió el interpelado, tras lo que se volvió hacia mí-. ¿Estarás bien solo hasta las tres?
Sonreí, levemente, asintiendo.
-Probablemente duerma hasta tarde… No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero sí sé que estoy cansado.
-Agotado, exhausto –soltó Mike, repentinamente. Lo miré, sin comprender-. Prueba de vocabulario pasado mañana.
Jesus maldijo. Yo sólo me reí, percatándome que era la primera vez que me sentía realmente feliz por no tener que ir más a la escuela. Algo me dijo que la sonrisa de Mike se debía a que estaba feliz de verme feliz de verdad, mas no dije nada. Me encontraba pensando en mi “accidente”. No lo veía como un suicidio, lo sentía más como haber renacido. Más profundamente, como cuando los fénix se    incendiaban a sí mismos para renacer de sus cenizas…
¿Por qué sabía eso?
-¿Qué piensas? –me preguntó Jesus, sobresaltándome.
-¿Dónde vi, leí u oí algo de los fénix? –inquirí, extrañado.
Jesus se encogió de hombros, mientras que Mike simplemente se sonrió.
-Sarah había dibujado uno para artes en septiembre. Intentó explicarte qué era y tú estabas muy volado como para entender nada.
Asentí, recordando, vagamente, como mi novia me mostraba el dibujo de un ave roja y cómo hablaba… Claro que yo no le ponía atención y la verdad que me reía de… No estoy seguro de qué. Me sonreí, levemente. Al menos mi subconsciente sí había puesto atención.
No obstante, me costó su tanto mantener la sonrisa, siendo que pensar en eso sólo me ayudó a recordar que nunca más la vería hacer un dibujo o tomar una foto. Recordé que nunca más la vería sonreír, nunca más la vería reírse. Nunca más la vería triste, enojada, feliz o sorprendida. Nunca más vería su reacción al leer alguna canción que estaba, obviamente, compuesta para ella. Nunca más la vería de ninguna forma.
-¿Qué quieres hacer hoy? –me preguntó Mike, decidiendo que llevaba mucho tiempo callado como para que fuera algo bueno.
-Cualquier cosa está bien.
Así que nos quedamos ahí, conversando de cualquier idiotez que ellos pusieran como tema para distraerme… Y lo consiguieron. Varias horas después, me encontraba riendo como no me reía hacía un buen tiempo.
Fue ahí que mi madre entró a la cocina.
Al instante, Jesus dejó de reírse, incómodo. Mike y yo tardamos un poco más en imitarlo, para voltearnos a mi madre, quien nos miraba.
-Hola, mamá –saludé.
-Hola, Ollie.
Ella no nos respondió. Simplemente dirigió su mirada de mí a Jesus. Suspiré.
-No, mamá, no somos nada –respondí-. Con Mike nos quedamos en la Okupa y nos aburrimos de hacer nada allá, así que nos vinimos a hacer nada acá.
-Ah…
Miró a Mike, quien suspiró.
-En serio, Ollie, no pasa nada entre ellos desde hace como dos años.
Mi madre asintió, como si con eso el tema quedara más que zanjado. Luego, desvió su mirada a la bandeja en la que estaba la lasaña, ahora vacía. Se sonrió y se fue de la cocina.
-Perdón –murmuró Jesus, levemente sonrosado.
-¿Por qué? No es tu culpa que crea que me meteré en una relación con la primera persona que se me cruce porque Sarah se fue –lo regañé.
-Da igual, mejor me voy… -Se puso de pié y luego bajó el volumen de su voz, para que sólo yo y Mike lo oyéramos.- Prométeme que no harás ninguna idiotez.
Revoleé los ojos.
-Lo prometo.
Lo acompañé a la puerta principal, se despidió de mí con un estrechón de manos, tras el cual farfulló, atropelladamente:
-Te quiero.
Sonrojado, y sin darme tiempo de reaccionar, salió de la casa y cerró la puerta, rápidamente. Maldije en mi mente.
-Así que… ¿Tú y Jesus?
La voz de Mike me sobresaltó. Me volteé hacia él.
-No y no quiero nada con él –respondí, molesto.
-Lo sé, pero parece que él no.
Negué.
-Lo sabe, pero parece estar dándose falsas esperanzas –aclaré.
Mike suspiró.
Pasamos lo que quedaba de la tarde en el sótano, conversando y comiendo un poco de la basura que mi amigo tenía por ahí, hasta eso de las once. En todo ese rato, Mike no mencionó nada respecto a mi accidente, lo que me alivió su tanto. No me sentía capaz de contarle lo de la carta, la cual seguía en el bolsillo de mi pantalón. Con la excusa de que no quería que mi amigo se quedase dormido al día siguiente (lo cual le iba a pasar si no se dormía ya, porque, por mi culpa, no había dormido al día anterior), me fui a mi habitación, donde me saqué todo y, únicamente en bóxers, me metí a la cama, donde me dormí enseguida.

Al día siguiente, desperté temprano. Me quedé mirando el techo un buen rato antes de salirme de la cama, estirarme y abrir la cortina de mi habitación, permitiendo que la luz entrase a mi habitación. Me sentí más vivo que en mucho tiempo al sentir el calor de los rayos de sol contra mi pecho y mis brazos. De no ser por esta sensación de vitalidad, nunca me habría armado del valor que necesitaba para lo que iba a hacer.
No me duché. Simplemente me vestí. Tampoco bajé a desayunar. Me dirigí directamente a la habitación de Sarah, frente a cuya puerta me quedé parado por interminables minutos, tomando aire. Luego, con un gran esfuerzo, entré.
Se notaba al instante que nadie había entrado desde la partida de ella y el resto de los Horowitz; por un lado, la cama estaba deshecha. Por el otro, el olor a encierro consiguió marearme su tanto. Tuve que ir a la ventana y abrirla; las cortinas ya estaban descorridas. Supuse que, aquel lejano día de febrero, antes de salir, Sarah las había abierto para sentir el calor del sol, tal como yo lo había hecho antes de entrar aquí. Aunque en febrero hacía frío… Así que, probablemente, las había abierto para poder ver lo que hacía.
Lentamente, me dirigí a su cama, donde me encontré con un libro abierto y bocabajo sobre la almohada. Extrañado, lo tomé, poniendo un dedo para no perder la página al cerrarlo. Me sonreí: “El Guardián en el Centeno”. Nos tocó leer eso a comienzos de año. Obviamente no lo leí, pero ella sí, y le encantó. Andaba con ese librito por todos lados. De hecho, el encuadernado ya estaba un tanto gastado de tanto que lo abría y lo cerraba. Doblé la punta de la página en la que estaba abierta y lo cerré, para dejarlo sobre un lado de la cama. Luego, sin contenerme, me recosté en la cama, para apoyarme en su almohada e inhalar el aroma que seguía impregnado. Me sonreí. Esa esencia lograba que me sintiera completo. Me quedé ahí por varios minutos, tras lo que me senté bien en el borde de la cama. Suspirando, tomé el peluche de Ernie que yacía en el suelo. Probablemente, Nick había ido a jugar ahí por la mañana, como acostumbraba, a esperar que Sarah volviera. Lo dejé junto al libro y, sin más, salí de la pieza, en dirección a la alacena que había debajo de la escalera, de donde saqué varias bolsas de basura. Volví a la pieza de Sarah y, con un esfuerzo prácticamente sobrehumano, metí todo lo que había sobre el velador en el interior de la primera bolsa, tras lo que abrí el cajón y vacié su contenido ahí también. No quería ni mirar lo que estaba metiendo, ya que no quería arrepentirme.
Sin embargo, para cuando llegué al escritorio, mi decisión de no ver nada flaqueó. Había una caja que sabía que contenía todas las fotos que había tomado desde la navidad de 1988, navidad en la que recibió la cámara. Con las manos temblorosas, la abrí y dejé caer todas las fotos en el piso de la habitación, para poder contemplarlas esparcidas. Había varias en las que estábamos juntos, varias en las que estaba yo solo. Había unas cuantas que yo había logrado tomarle. Me sonreí al ver una que Mike nos había tomado, en la que estábamos durmiendo abrazados en su habitación. Se notaba que yo estaba sin polera, ya que pasaba mi brazo por sobre ella, mas el cubrecamas lograba cubrirla completamente. Me sonreí.
-¿Qué hago? –susurré, tomando una foto en la que ella me sonreía, ampliamente. Tenía el cabello pelirrojo. De todos los cabellos que usó ese verano, ese era mi favorito- ¿Qué hago?
Con una gran presión en el pecho y unas ganas de llorar que tuve que reprimir, tomé todas las fotos y las volví a meter a la caja, la cual metí a otra bolsa.
No tardé mucho en vaciar el resto del escritorio. Vacié todos los cajones y demás, salvando, únicamente, la cámara, ya que me había costado a mí y a Nadia bastante dinero para regalársela. Sin embargo, no me metí al clóset; no tenía idea qué hacer con su ropa, y sabía que no había nada más ahí. Tomé las dos bolsas que había llenado y salí de la pieza. Fui a mi habitación, tomé el encendedor y lo guardé en mi bolsillo, para luego volver a tomar bien las bolsas y dirigirme al primer piso, donde me encontré con David.
-¿Qué llevas ahí?
-Cosas que quemar –fue todo lo que respondí, al tiempo que tomaba un montón de diarios viejos de una pila que mamá tenía en el living y los metía en la bolsa que iba más vacía.
Me gritó algo, pero lo ignoré. Simplemente salí de la casa y caminé hasta las líneas del tren, donde había un gran basurero de metal, que con Sarah y Jesus siempre ignorábamos. Metí los diarios ahí y les prendí fuego con mi encendedor. Mientras esperaba que se hiciera una fogata decente, mi vista se distrajo hacia un objeto plástico que yacía en el suelo: el frasco de pastillas con las que me había “suicidado”. Lo tomé y lo tiré al basurero, pese a saber que no se quemaría por completo. A continuación, vacié la primera bolsa, generando una llama más grande, para luego abrir la segunda bolsa. Tiré todo dentro, a excepción de la caja de fotos, que abrí.
Una a una, fui tirando las fotos al interior. Cuando se acabaron, tiré la caja lejos y metí una mano a mi bolsillo, para sacar la foto que Sarah había enviado para que pudiese “olvidarla en paz”. Como si eso fuera posible. Temblorosamente, tiré la foto, para observar cómo empezaba a quemarse…
-¡NO! –grité, repentinamente, comprendiendo que era el único objeto que me quedaba para recordarla.
Acelerado, saqué la foto y la soplé, para apagarla. Había perdido una buena parte de su cara, pero el resto estaba intacto. Suspiré y la volví a meter a mi bolsillo, para luego dedicarme a observar cómo todo iba, poco a poco, reduciéndose a cenizas, cenizas de las cuales yo “renacería”, o, al menos, lo intentaría. Debía seguir adelante. Era lo mejor y valía la pena intentarlo. Mal que mal, era eso o quedarme lamentándome el resto de mi vida, y estaba seguro que eso no era lo que Sarah querría. Con eso en mente, tomé el cartel que había en el suelo y que rezaba “Christie Road”. Con él, tapé la boca del basurero, para que el fuego se apagara. No me quedé a ver si funcionó, simplemente, me volteé y me fui, decidido a olvidarla a ella, mas sabiendo que no olvidaría el tiempo, ya que, mal que mal, había dejado una marca en mí.

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