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Sentía todo mi cuerpo
extremadamente pesado, desde la punta de los dedos de mis pies hasta mis
párpados, los cuales era incapaz de despegar. Pero no me molestó… No quería
despertar.
No obstante, tras un rato
analizando lo raro que me sentía, me di cuenta que, poder pensar eso,
significaba que estaba despierto… O
estaba en un estado bastante similar…. Entonces…
Tras un gran esfuerzo, logré
abrir los ojos, para encontrarme con techo blanco. Apenas tomé conciencia de
que estaba despierto, tomé conciencia de todo lo que sentía, desde el hormigueo
en mi brazo derecho hasta el tubo en mi garganta. Pero más que esas dos cosas,
sentía el cómo mi mano era sujetada firmemente por alguien más. Parpadeé y, al
volver a abrir los ojos, me encontré con alguien inclinado sobre mí. Tuve que
parpadear otra vez para enfocarlo y reconocer a mi acompañante como Jesus,
cuyos ojos se encontraban bastante enrojecidos.
-Eres un imbécil, ¿sabes?
–murmuró, con nuevas lágrimas en sus ojos.
Intenté hablarle, explicarle que
no tenía idea de qué mierda hablaba, decirle que me explicara qué había
ocurrido, pero no pude…. Y no sólo por el tubo: Los recuerdos comenzaban a
aparecer en mi mente. La carta, el hecho que Sarah no volvería, las líneas del
tren… Y la idiotez más grande de mi vida. ¿Por qué lo había hecho? No quería
morir.
Por medio de señas, le pedí que
me quitara el tubo de una vez. Negó.
-Idiota –masculló, al mismo
tiempo que apretaba el botón que llamaba a la enfermera, quien entró un par de
minutos después. Sonrió al verme despierto y me quitó el tubo.
-El doctor vendrá en un rato
–anunció, aún sonriente, pasándome un vaso de agua. Lo bebí de un sorbo; mi
garganta estaba más que seca.
-Gracias –murmuré.
-De nada, cariño.
Sin más, se fue, dejándome solo
con Jesus. El silencio que se formó era más que incómodo, por lo que pregunté:
-¿Mi mamá sabe que estoy aquí?
Negó.
-Cree que tú y Mike se quedaron
en la okupa.
Lo miré, extrañado.
-¿Cuánto ha….?
-Fue ayer. No te preocupes, hoy
te dan de alta.
Asentí.
-No quería hacerlo –farfullé,
rápidamente, tras un breve silencio-. De verdad.
-¿No? ¿Entonces llevaste todas
esas pastillas por accidente y te las tomaste todas por error? –inquirió.
Negué.
-Sabes lo impulsivo que soy.
Saqué el frasco sin pensar y, harto de todo, me lo tomé, sin acordarme que
tantas pastillas dan sobredosis –murmuré, honestamente.
Jesus me miró fijamente, como si
estudiara mi rostro para ver si lo que decía era verdad o no. Al final, más
lágrimas salieron de sus ojos y me abrazó.
-Te creo, pero me tenías tan preocupado –susurró, apoyando su
rostro en alguna parte de mi pecho. Sólo atiné a acariciarle levemente la
cabeza, para luego dejar caer mi brazo a un lado. Pesaba tanto. Fue ahí que noté que tenía una intravenosa que llevaba algo
que, supuse, era suero. Me dio una especie de escalofrío, pero me contuve.-
¿Por qué lo hiciste?
Suspiré ante la pregunta.
-¿Realmente no has revisado mis
bolsillos? –Sin soltarme aún, negó.- Bueno, hazlo, no soy capaz de contarte
todo.
Jesus asintió y se dirigió a una
silla en la que se encontraban mis ropas. Al mismo tiempo que yo me relajaba
(no me gustaba que me abrazara, siendo que yo no sentía nada por él y le daba
falsas esperanzas), la puerta se abrió, dándole paso a un hombre mayor, quien
leía una hoja en una carpeta. Supuse que era mi “historial”, ya que dijo:
-¿Píldoras para dormir? Vaya,
¿qué te pasó?
Lo reconocí al instante como el
doctor que me había tratado después del ataque de Zero al llegar a la casa,
hacía ya varios años. Se me retorció el estómago. Realmente extrañaba ese gato.
-No quiero hablar de eso
–murmuré.
Hizo una mueca.
-Desgraciadamente, debes hacerlo. De lo contrario, puedes
terminar haciendo algo similar.
Me sentí mal. Era una posibilidad
y lo sabía, pero no quería admitirlo. Para mi suerte, Jesus intervino.
-¿Qué recomienda que hagamos?
El doctor cabeceó, pensativo.
-No deben dejarlo solo. Si tiene
la necesidad de comunicar algo, debe poder hacerlo –explicó, para luego
voltearse hacia mí y decirme-. Tienes buenos amigos: Él no te ha dejado solo
ningún instante y hay otro que se fue porque sólo puede quedarse una persona
por paciente.
-Mike –musitó Jesus, levemente
sonrosado, confirmando mis sospechas.
-¿Algo más? –pregunté, aliviado
de darme cuenta que nadie más supiera de mi… incidente.
-Sí. Te recomendaría que fueras a
un psicólogo, pero algo me dice que no irás, así que sólo te diré que necesitas
un hobbie o alguna actividad que te distraiga de lo que sea que te haya puesto
tan mal. También recomendaría que hablaras con tu familia. Muy mayor de edad
serás, pero necesitas a tu madre, ¿ok?
Asentí, y el doctor sonrió… En
especial porque no sabía que no le contaría esto a mi mamá nunca.
-Ahora te haré un chaqueo general
y, si todo está bien, te podrás ir después de almuerzo.
Me chequeó. Todo estaba en orden.
Tras sacarme la intravenosa, firmó el papel que me daba de alta y se fue,
causando que Jesus volviera al instante a su puesto, junto a mí, con la carta
en su mano. Por su expresión, supe que la había leído.
-Esto no significa que nunca más vaya a volver, ¿sabes? Es
decir… Aún son jóvenes, tienen una vida por delante, puede que vuelva en el
futuro.
-Tú lo dijiste: Puede. No es seguro.
Suspiró.
-Ya, arriba el ánimo, que saldrás
de aquí. Mike estaba preocupadísimo, y, como no tenemos sala, dijo que vendría
a mediodía, que es cuando abren a visitas. Tienes tiempo de poner una cara
humana antes de que llegue –musitó. Asentí y, con un gran esfuerzo, torcí mis
comisuras, de modo que una especie de sonrisa se formó en mi rostro.
-Perdón por hacerte pasar por
esto –me disculpé.
-Descuida, al menos no pasó nada
grave.
Nos quedamos en silencio. Al
rato, apareció la enfermera, quien me pasó la bandeja con mi almuerzo,
consistente en una nada de arroz y un gran trozo de carne. Obviamente, sólo
comí el arroz y dejé la bandeja a un lado.
-¿Qué tan lejos llegué? –solté.
Jesus me miró sin entender.- ¿Cómo me encontraste?
Ató cabos, tras lo que frunció
los labios y la frente al recordar.
-Todavía respirabas, parecía que
recién te habías dado la sobredosis. Luego me di cuenta que estabas más que
inconsciente y que tu respiración disminuía, así que te tomé como pude y corrí
a un teléfono público. La ambulancia te trajo a Berkeley. –Una pausa.-
Ingresaste sin respirar.
Asentí, más que arrepentido de
ser tan idiota e impulsivo.
-Gracias.
No me dijo nada. Simplemente se
puso de pié, se dirigió a una silla y me pasó la ropa que había ahí.
-Vístete para que salgamos de una
vez.
No me moví. Él revoleó los ojos.
-Ya te he visto desnudo, ¿sabes?
-No es eso, me siento idiota.
Jesus sonrió y me tomó la mano.
-Fue un error. No pasará de
nuevo… No dejaré que pase de nuevo.
Tuve la certeza de que quería
inclinarse y besarme. Más que seguro de esto, me acomodé “casualmente”, de modo
que quedé varios centímetros más lejos de él. Supuse que supuso que estaba en
una posición incómoda, ya que no me dijo nada. Simplemente me dedicó una
sonrisa (la cual, debo admitir, me causa mariposas en el estómago desde que
fuimos novios) y me pasó mi ropa, para salir de la pieza, comprendiendo que
necesitaba un poco de privacidad para vestirme…
Cosa que hice. Luego, fui al
baño, donde me espanté ante mi propio reflejo: Estaba pálido y ojerosos, y mi
cabello no estaba más revuelto porque no se podía. Hice mis necesidades, tomé
un sorbo de agua de la misma llave (seguía sediento) y procedí a lavarme la
cara, para luego arreglarme el pelo como pude. Luego, salí del cuarto de baño,
para encontrarme con Jesus. Fuimos a la recepción, donde anotaron que me iba y
me dieron una hora para un control la semana siguiente. Agradecí, me despedí y,
acompañado de Jesus, salí del hospital.
Fuera del cual casi fui derribado
por un fuerte abrazo.
-¡NO VUELVAS A JODERME DE ESA
FORMA, ¿OÍSTE?!
Era Mike. Sonreí, levemente.
-Descuida, no volverá a pasar.
Sabía que no me creía, como
también sabía que se moría por preguntarme qué había pasado, pero no me dijo
nada. Mejor así, pensé. Sin más, cruzamos la calle a esperar el autobús que nos
llevaría de vuelta a Rodeo. Nadie habló nada hasta la mitad del corto viaje,
cuando pregunté:
-Mike, ¿cuándo estás libre para
ensayar?
No podía superar a Sarah, en
especial porque no tenía idea qué significaba eso. Todo lo que sabía era que no
podía recordar los buenos momentos sin sentirme una mierda. Lo único que podía
hacer, era actuar como si nada hubiese pasado nunca, como si ella nunca hubiese
existido y nunca hubiese intervenido en mi vida. Y para lograr todo eso…
Era hora de ordenar las
habitaciones de los Horowitz. Era hora de despertar.
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