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Y pasaron dos semanas.
Pese a que ahora salía de la
pieza y a que ahora sí podía interactuar con otros seres humanos, seguía
sintiéndome como una mierda. De hecho, apenas estaba seguro que todos habían
salido, bajaba a buscar cerveza, la cual bebía sentado en el sofá del living,
al lado del teléfono, esperando a que, milagrosamente, sonara o algo. Al no
ocurrir, terminaba, obviamente, en un estado peor, tras lo cual me iba a mi
pieza, a esperar a que dieran las tres y cuarto, hora en la que Mike solía
llegar a distraerme.
-Necesitas algo que hacer –me
dijo un día.
-No, estoy bien.
Eso había sido todo.
En fin, de vuelta al presente.
Habían pasado dos semanas desde la última vez que había visto a Sarah, habían
pasado dos semanas desde el día más triste de mi vida hasta la fecha, y,
aquella mañana, me encontraba desayunando con David, quien tenía libre por las
mañanas en la universidad.
-Seguir pensando en ella las
veinticuatro horas del día no te hace ningún bien.
-No sólo pienso en ella, David.
Era verdad. También pensaba en el
hijo que podría venir en camino, en la familia que podríamos haber tenido. A
quién se parecería el bebé y todo eso… Aunque, casi de la mano, iban los
pensamientos acerca de cómo estaba Sarah, a la vez que me preguntaba si Nathan
sabía de su embarazo o no… Si es que era un embarazo, claro.
Pese a divagar en torno a esto
una buena parte del día, nunca se lo había comentado a nadie. Ni siquiera sabía
si se había hecho la prueba de embarazo o no, ni mucho menos si había dado
positivo. Y la verdad es que no sabía cómo abordar el tema con nadie, ni
siquiera con Mike. ¿Cómo? ¿“Te conté que parece que voy a ser padre”? No.
-Aún así –prosiguió mi hermano,
devolviéndome a la realidad-, piensas mucho en ella. Necesitas una distracción.
-Todavía tengo mi grupo…
-No me mientas, no has tomado tu
guitarra hace dos semanas.
No dije nada. Tenía razón.
-¿Qué hora es? –pregunté,
desviando el tema, abruptamente.
Sabiendo que únicamente quería
saberlo para cambiar el tema de una vez, mi hermano tardó su tanto en
responderme, un tanto reacio:
-Un cuarto para las doce.
-Me voy a levantar.
Dejé los restos de mi desayuno en
el lavaplatos y salí de la cocina, en dirección al baño. Me duché, me sequé,
volví a la pieza y me vestí, para luego volver al primer piso, sin saber qué
hacer. Dudaba que hubiese alguien fuera de la escuela, pero valía la pena ir a
averiguarlo, ya que eso me mantendría lo suficientemente distraído del hecho de
que no quedaba alcohol en la casa… Sin contar el Whisky de no sé cuántos años
que, obviamente, no podía tomar. Pensando en esto, salí de la casa, sin
dignarme a avisarle a David.
Pocos minutos después, llegué a la Escuela , donde me encontré
con una buena parte de la
Escuela fuera del edificio. Extrañado, me puse a buscar a
alguien con quien hablar. Así me encontré con Ale, quien parecía dormir en una
banca. Aburrido como estaba, la zarandeé.
-Por la mierda, déjenme dormir
algu… -Comenzó, abriendo os ojos. Me vio.- Oh, Hola, Billie.
Reí, levemente.
-Perdón por despertarte, pero
estaba aburrido y no sé qué les pasó que no hay casi nadie en clases.
-Ah, alguien quemó nuestra sala.
Nuestra clase está en interrogatorio y estos son los de otros cursos que aún no
se han ido a sus casas porque no se les ha dado la gana. Los demás aprovecharon
cuando los bomberos evacuaron.
-¿Y por qué tú no estás en el
interrogatorio?
-Porque estaba en enfermería a
esa hora, así que no pude haber sido.
La miré, preocupado.
-¿Qué te duele?
-Nada, sólo ando mareada y me iba
a aburrir en química, así que me fui en el recreo a enfermería. Iba a volver y
sonó la alarma de incendios.
Asentí. Ella se sentó,
permitiéndome sentarme a su lado.
-¿Qué han hecho? –inquirí,
distrayéndome en lo posible del recuerdo que había una botillería cerca.
-Nada, simplemente fingir poner
atención.
-O sea, lo de siempre.
-Correcto.
Volví a asentir.
-¿Y tú? ¿Qué has hecho? –me
preguntó.
Me encogí de hombros.
-Quedarme en mi pieza, ir a la
cocina, volver a mi pieza.
Me miró, preocupada.
-¿Qué haces en tu pieza?
Revoleé los ojos.
-No me estoy drogando.
-¿De verdad?
-¡Sí! Ni que fueras mi mamá…
-Pareciera que sí lo soy
–masculló. Sonaba más molesta por este hecho de lo usual, pero no le di
importancia-. ¿Quieres dar una vuelta?
Asentí. Necesitaba distraerme.
Dimos vueltas por un buen rato,
conversando, hasta que llegamos a la desierta playa, en cuya arena nos dejamos
caer.
-No me quiero ir.
La miré, sin entender de qué
hablaba.
-¿Eh?
Suspiró.
-Me vuelvo a New York al final de
éste trimestre.
Até cabos.
-¿Por eso terminaste con Tré?
–Asintió.- ¿Él lo sabe?
-Sabe que me voy, pero cree que
terminé con él por otra cosa… Y ahora quiere que volvamos.
Se cubrió el rostro con las manos
y yo la rodeé con un brazo.
No sé cuánto tiempo estuvimos
ahí. Sólo sé que a la una y media tuvo que irse, porque debía ayudar a su
familia a vender cosas. La acompañé hasta el pueblo y luego cada uno tomó su
camino.
No tardé en llegar a mi casa, y,
para mi sorpresa, me encontré con mi madre. Estaba tan seria, como si se
hubiera muerto alguien.
-¿Qué pasó? –le pregunté.
Se limitó a pasarme un sobre.
-Llegó esto hoy.
Y el remitente decía, claramente,
“Sarah”.
Sin decir nada, tomé la carta y
corrí a mi habitación, donde me encontré con un hombre mayor poniendo un vidrio
nuevo en mi ventana; hasta ese día, había tenido un vidrio provisorio, con
varios agujeros. Supongo que me dedicó algún saludo, pero no le presté
atención. Simplemente, corrí al baño, donde me encerré, sentándome sobre la
tapa del inodoro, sosteniendo la carta con ambas manos, contemplándola como si
fuera un tesoro. Después de todo, era una carta de mi Sarah, una carta escrita por ella. Soy incapaz de describir lo
que sentí al ver mi nombre escrito con su caligrafía, como soy incapaz de
describir qué tan curioso que me sentía. De lo único que estoy seguro es que la
presión que tenía permanentemente en mi pecho desde su partida se alivianó y
que mi pulso se aceleró al instante. Con las manos temblorosas, abrí el sobre,
para sacar el primer papel, correspondiente a una foto de ella, más actual.
Llevaba el cabello más oscuro y corto, y, se veía, levemente, más bronceada,
tal como se ponía en verano. Sonreí y la guardé en mi bolsillo, para luego
sacar la hoja blanca que estaba doblada en tres. Dejé el sobre en mi pierna
izquierda y, lentamente, desdoblé la carta, para, finalmente, comenzar a
leerla.
20 de febrero.
Billie.
¿Cuánto tiempo ha pasado? Lo más probable es
que, cuando recibas esta carta, ya haya pasado bastante. ¿Y sabes lo más
terrible de esto? Es que, pese a que ha pasado sólo una semana, te extraño, y
mucho. Te amo y muero por verte, pero vamos por parte.
Primero que nada, no, no estoy embarazada.
Apenas llegué aquí me llegó el periodo. Y ya que estamos, es más que obvio que
te preguntas dónde estoy. La respuesta a esto es que mi padre nos trajo a
Ecuador…
-¿Dónde mierda queda Ecuador? –me
pregunté.
Fue ahí que vi un pequeño mapa en
el sobre, mapa en el cual se veía un gran círculo rojo en un pequeño país. Casi
desfallecí… Estaba tan lejos.
… Si, queda a la mierda. Lo que me lleva a
lo siguiente. Al menos por ahora y por un buen tiempo…
Había una gran
tachadura ahí, y una mancha, como si algo líquido hubiese caído en la hoja
mientras escribía. Sentí un retorcijón en el estómago. Si mis suposiciones eran
correctas, esto no terminaba bien.
… No puedo volver. No tengo cómo. Te amo
mucho, y es por eso que te pido que sigas adelante. Supuse que querías saber
cómo estaba, por lo que te mandé la foto, para que así puedas olvidar en paz.
Sigue adelante, olvídame y, quizás en el
futuro, nos volveremos a encontrar. Por ahora, me limitaré a fantasear con lo
que pudo haber sido. Si alguna vez
hallo una forma de volver, te lo haré saber, pero, por ahora, para facilitarte
la tarea de olvidarme, envío esta carta sin más remitente que mi nombre, para
que no puedas contestar. Te amo.
Siempre tuya, aunque sin poder verte.
Sarah.
Una nueva presión apareció en mi
pecho, al tiempo que un ardor repentino aparecía en mis ojos. Una mueca
involuntaria torció mis labios y, sin ser capaz de controlarme, rompí en
llanto: No iba a volver, no tenía cómo y yo tampoco tenía cómo ir a buscarla.
Tras un buen rato de llanto, me
di cuenta que no bastaba para desahogarme. No, lo que necesitaba era
desaparecer por un rato. Sin pensar, me puse de pié, guardé la carta en su
sobre, para luego abrir el botiquín, de donde saqué las píldoras para dormir,
al mismo tiempo que la presión de mi pecho aumentaba. Necesitaba aire.
Arrugando el sobre y metiéndolo
como pude a mi bolsillo, salí del baño. Corrí escaleras abajo y salí de la
casa. Apenas estuve en el pórtico, eché a correr, sin pensar. Quería salir de
ahí, y no sabía exactamente qué era “ahí”. ¿Mi casa? ¿Mi pueblo? ¿Mi cuerpo?
¿Mis pensamientos?
Pasé por las casas de mis amigos,
pasé por todos los lugares que frecuentaba con Sarah, pasé por una buena parte
del pueblo. Mis ojos se llenaron de nuevas lágrimas al recordar todo lo vivido
con ella. Incluso llegué a pasar por el punto en el que nos habíamos conocido,
hacía ya tanto tiempo. ¿Cuatro años ya? Dios, íbamos a cumplir cuatro años de
conocernos…
No sé cuánto tiempo pasó, pero,
repentinamente, me encontré a mí mismo en las desiertas líneas del tren. Más
lágrimas. Ahí había estado con Sarah y Jesus, los dos únicos verdaderos
enamoramientos de mi vida. Mi vista se desvió a un trozo de madera que había en
el suelo, trozo de madera al cual nunca le había prestado atención. En él, se
leía, borrosamente, “Christie Road”.
Sin pensar, abrí el frasco de
pastillas y dejé que todas las que quedaban cayeran a mi mano. A continuación,
me dirigí a la llave de agua que había a un lado, para llenar el frasco y, una
a una, tomar las pastillas, causando que, al acabarse todas, fuese perdiendo la
conciencia, gradualmente.
-Estoy solo –mascullé para mí.
Mis piernas flaquearon, al mismo
tiempo que perdía la sensibilidad de éstas y de mis brazos. Caí de rodillas al
suelo, dejando que el vacío frasco de pastillas rodara por la tierra.
Lo siguiente que escuché fue cómo
alguien clamaba mi nombre. Como tenía la vista nublada, no pude reconocer el
rostro, mucho menos la voz, ya que estaba más que desconectado con lo que
ocurría a mi alrededor. Intentando no pensar en lo que venía después, y con una
especie de alivio, cerré los ojos, dejándome llevar por la oscuridad que se
cernía sobre mí desde que había abierto esa carta.
-Papá –susurré, con mis últimas
fuerzas.
O eso creí. ¿Quién sabe si emití
sonido? Todo lo que sé es que recuerdo cómo perdí la sensibilidad de todo mi
cuerpo y cómo, finalmente, perdía el conocimiento por completo.
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