Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

sábado, abril 21, 2012

Hold on - Capítulo 4: La carta.



Y pasaron dos semanas.
Pese a que ahora salía de la pieza y a que ahora sí podía interactuar con otros seres humanos, seguía sintiéndome como una mierda. De hecho, apenas estaba seguro que todos habían salido, bajaba a buscar cerveza, la cual bebía sentado en el sofá del living, al lado del teléfono, esperando a que, milagrosamente, sonara o algo. Al no ocurrir, terminaba, obviamente, en un estado peor, tras lo cual me iba a mi pieza, a esperar a que dieran las tres y cuarto, hora en la que Mike solía llegar a distraerme.
-Necesitas algo que hacer –me dijo un día.
-No, estoy bien.
Eso había sido todo.
En fin, de vuelta al presente. Habían pasado dos semanas desde la última vez que había visto a Sarah, habían pasado dos semanas desde el día más triste de mi vida hasta la fecha, y, aquella mañana, me encontraba desayunando con David, quien tenía libre por las mañanas en la universidad.
-Seguir pensando en ella las veinticuatro horas del día no te hace ningún bien.
-No sólo pienso en ella, David.

Era verdad. También pensaba en el hijo que podría venir en camino, en la familia que podríamos haber tenido. A quién se parecería el bebé y todo eso… Aunque, casi de la mano, iban los pensamientos acerca de cómo estaba Sarah, a la vez que me preguntaba si Nathan sabía de su embarazo o no… Si es que era un embarazo, claro.
Pese a divagar en torno a esto una buena parte del día, nunca se lo había comentado a nadie. Ni siquiera sabía si se había hecho la prueba de embarazo o no, ni mucho menos si había dado positivo. Y la verdad es que no sabía cómo abordar el tema con nadie, ni siquiera con Mike. ¿Cómo? ¿“Te conté que parece que voy a ser padre”? No.
-Aún así –prosiguió mi hermano, devolviéndome a la realidad-, piensas mucho en ella. Necesitas una distracción.
-Todavía tengo mi grupo…
-No me mientas, no has tomado tu guitarra hace dos semanas.
No dije nada. Tenía razón.
-¿Qué hora es? –pregunté, desviando el tema, abruptamente.
Sabiendo que únicamente quería saberlo para cambiar el tema de una vez, mi hermano tardó su tanto en responderme, un tanto reacio:
-Un cuarto para las doce.
-Me voy a levantar.
Dejé los restos de mi desayuno en el lavaplatos y salí de la cocina, en dirección al baño. Me duché, me sequé, volví a la pieza y me vestí, para luego volver al primer piso, sin saber qué hacer. Dudaba que hubiese alguien fuera de la escuela, pero valía la pena ir a averiguarlo, ya que eso me mantendría lo suficientemente distraído del hecho de que no quedaba alcohol en la casa… Sin contar el Whisky de no sé cuántos años que, obviamente, no podía tomar. Pensando en esto, salí de la casa, sin dignarme a avisarle a David.
Pocos minutos después, llegué a la Escuela, donde me encontré con una buena parte de la Escuela fuera del edificio. Extrañado, me puse a buscar a alguien con quien hablar. Así me encontré con Ale, quien parecía dormir en una banca. Aburrido como estaba, la zarandeé.
-Por la mierda, déjenme dormir algu… -Comenzó, abriendo os ojos. Me vio.- Oh, Hola, Billie.
Reí, levemente.
-Perdón por despertarte, pero estaba aburrido y no sé qué les pasó que no hay casi nadie en clases.
-Ah, alguien quemó nuestra sala. Nuestra clase está en interrogatorio y estos son los de otros cursos que aún no se han ido a sus casas porque no se les ha dado la gana. Los demás aprovecharon cuando los bomberos evacuaron.
-¿Y por qué tú no estás en el interrogatorio?
-Porque estaba en enfermería a esa hora, así que no pude haber sido.
La miré, preocupado.
-¿Qué te duele?
-Nada, sólo ando mareada y me iba a aburrir en química, así que me fui en el recreo a enfermería. Iba a volver y sonó la alarma de incendios.
Asentí. Ella se sentó, permitiéndome sentarme a su lado.
-¿Qué han hecho? –inquirí, distrayéndome en lo posible del recuerdo que había una botillería cerca.
-Nada, simplemente fingir poner atención.
-O sea, lo de siempre.
-Correcto.
Volví a asentir.
-¿Y tú? ¿Qué has hecho? –me preguntó.
Me encogí de hombros.
-Quedarme en mi pieza, ir a la cocina, volver a mi pieza.
Me miró, preocupada.
-¿Qué haces en tu pieza?
Revoleé los ojos.
-No me estoy drogando.
-¿De verdad?
-¡Sí! Ni que fueras mi mamá…
-Pareciera que sí lo soy –masculló. Sonaba más molesta por este hecho de lo usual, pero no le di importancia-. ¿Quieres dar una vuelta?
Asentí. Necesitaba distraerme.
Dimos vueltas por un buen rato, conversando, hasta que llegamos a la desierta playa, en cuya arena nos dejamos caer.
-No me quiero ir.
La miré, sin entender de qué hablaba.
-¿Eh?
Suspiró.
-Me vuelvo a New York al final de éste trimestre.
Até cabos.
-¿Por eso terminaste con Tré? –Asintió.- ¿Él lo sabe?
-Sabe que me voy, pero cree que terminé con él por otra cosa… Y ahora quiere que volvamos.
Se cubrió el rostro con las manos y yo la rodeé con un brazo.
No sé cuánto tiempo estuvimos ahí. Sólo sé que a la una y media tuvo que irse, porque debía ayudar a su familia a vender cosas. La acompañé hasta el pueblo y luego cada uno tomó su camino.
No tardé en llegar a mi casa, y, para mi sorpresa, me encontré con mi madre. Estaba tan seria, como si se hubiera muerto alguien.
-¿Qué pasó? –le pregunté.
Se limitó a pasarme un sobre.
-Llegó esto hoy.
Y el remitente decía, claramente, “Sarah”.
Sin decir nada, tomé la carta y corrí a mi habitación, donde me encontré con un hombre mayor poniendo un vidrio nuevo en mi ventana; hasta ese día, había tenido un vidrio provisorio, con varios agujeros. Supongo que me dedicó algún saludo, pero no le presté atención. Simplemente, corrí al baño, donde me encerré, sentándome sobre la tapa del inodoro, sosteniendo la carta con ambas manos, contemplándola como si fuera un tesoro. Después de todo, era una carta de mi Sarah, una carta escrita por ella. Soy incapaz de describir lo que sentí al ver mi nombre escrito con su caligrafía, como soy incapaz de describir qué tan curioso que me sentía. De lo único que estoy seguro es que la presión que tenía permanentemente en mi pecho desde su partida se alivianó y que mi pulso se aceleró al instante. Con las manos temblorosas, abrí el sobre, para sacar el primer papel, correspondiente a una foto de ella, más actual. Llevaba el cabello más oscuro y corto, y, se veía, levemente, más bronceada, tal como se ponía en verano. Sonreí y la guardé en mi bolsillo, para luego sacar la hoja blanca que estaba doblada en tres. Dejé el sobre en mi pierna izquierda y, lentamente, desdoblé la carta, para, finalmente, comenzar a leerla.

20 de febrero.
Billie.
¿Cuánto tiempo ha pasado? Lo más probable es que, cuando recibas esta carta, ya haya pasado bastante. ¿Y sabes lo más terrible de esto? Es que, pese a que ha pasado sólo una semana, te extraño, y mucho. Te amo y muero por verte, pero vamos por parte.
Primero que nada, no, no estoy embarazada. Apenas llegué aquí me llegó el periodo. Y ya que estamos, es más que obvio que te preguntas dónde estoy. La respuesta a esto es que mi padre nos trajo a Ecuador…

-¿Dónde mierda queda Ecuador? –me pregunté.
Fue ahí que vi un pequeño mapa en el sobre, mapa en el cual se veía un gran círculo rojo en un pequeño país. Casi desfallecí… Estaba tan lejos.

… Si, queda a la mierda. Lo que me lleva a lo siguiente. Al menos por ahora y por un buen tiempo…

         Había una gran tachadura ahí, y una mancha, como si algo líquido hubiese caído en la hoja mientras escribía. Sentí un retorcijón en el estómago. Si mis suposiciones eran correctas, esto no terminaba bien.

… No puedo volver. No tengo cómo. Te amo mucho, y es por eso que te pido que sigas adelante. Supuse que querías saber cómo estaba, por lo que te mandé la foto, para que así puedas olvidar en paz.
Sigue adelante, olvídame y, quizás en el futuro, nos volveremos a encontrar. Por ahora, me limitaré a fantasear con lo que pudo haber sido. Si alguna vez hallo una forma de volver, te lo haré saber, pero, por ahora, para facilitarte la tarea de olvidarme, envío esta carta sin más remitente que mi nombre, para que no puedas contestar. Te amo.
Siempre tuya, aunque sin poder verte.
Sarah.

Una nueva presión apareció en mi pecho, al tiempo que un ardor repentino aparecía en mis ojos. Una mueca involuntaria torció mis labios y, sin ser capaz de controlarme, rompí en llanto: No iba a volver, no tenía cómo y yo tampoco tenía cómo ir a buscarla.
Tras un buen rato de llanto, me di cuenta que no bastaba para desahogarme. No, lo que necesitaba era desaparecer por un rato. Sin pensar, me puse de pié, guardé la carta en su sobre, para luego abrir el botiquín, de donde saqué las píldoras para dormir, al mismo tiempo que la presión de mi pecho aumentaba. Necesitaba aire.
Arrugando el sobre y metiéndolo como pude a mi bolsillo, salí del baño. Corrí escaleras abajo y salí de la casa. Apenas estuve en el pórtico, eché a correr, sin pensar. Quería salir de ahí, y no sabía exactamente qué era “ahí”. ¿Mi casa? ¿Mi pueblo? ¿Mi cuerpo? ¿Mis pensamientos?
Pasé por las casas de mis amigos, pasé por todos los lugares que frecuentaba con Sarah, pasé por una buena parte del pueblo. Mis ojos se llenaron de nuevas lágrimas al recordar todo lo vivido con ella. Incluso llegué a pasar por el punto en el que nos habíamos conocido, hacía ya tanto tiempo. ¿Cuatro años ya? Dios, íbamos a cumplir cuatro años de conocernos…
No sé cuánto tiempo pasó, pero, repentinamente, me encontré a mí mismo en las desiertas líneas del tren. Más lágrimas. Ahí había estado con Sarah y Jesus, los dos únicos verdaderos enamoramientos de mi vida. Mi vista se desvió a un trozo de madera que había en el suelo, trozo de madera al cual nunca le había prestado atención. En él, se leía, borrosamente, “Christie Road”.
Sin pensar, abrí el frasco de pastillas y dejé que todas las que quedaban cayeran a mi mano. A continuación, me dirigí a la llave de agua que había a un lado, para llenar el frasco y, una a una, tomar las pastillas, causando que, al acabarse todas, fuese perdiendo la conciencia, gradualmente.
-Estoy solo –mascullé para mí.
Mis piernas flaquearon, al mismo tiempo que perdía la sensibilidad de éstas y de mis brazos. Caí de rodillas al suelo, dejando que el vacío frasco de pastillas rodara por la tierra.
Lo siguiente que escuché fue cómo alguien clamaba mi nombre. Como tenía la vista nublada, no pude reconocer el rostro, mucho menos la voz, ya que estaba más que desconectado con lo que ocurría a mi alrededor. Intentando no pensar en lo que venía después, y con una especie de alivio, cerré los ojos, dejándome llevar por la oscuridad que se cernía sobre mí desde que había abierto esa carta.
-Papá –susurré, con mis últimas fuerzas.
O eso creí. ¿Quién sabe si emití sonido? Todo lo que sé es que recuerdo cómo perdí la sensibilidad de todo mi cuerpo y cómo, finalmente, perdía el conocimiento por completo.

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