-¿Y? ¿Es lo que esperabas? –le
pregunté.
Nos encontrábamos recostados en
su cama. No, no habíamos tenido sexo ni nada. Simplemente nos habíamos quedado
ahí, abrazados y besándonos de tanto en tanto, tomándonos las manos y
acariciándonos. Apenas sí habíamos hablado en ese rato. El estar juntos era
demasiado y ambos nos sentíamos más que “superados” por la sensación de total
paz y felicidad.
-No –musitó, seria. Sonrió,
prácticamente al instante-. Es mejor.
Sonreí.
-Pienso lo mismo.
Me acerqué a ella y la besé, de
nuevo.
-¿Dónde te quedarás?
-No sé… Tampoco sé por cuánto.
Me besó… Y se acercó un poco más
a mí al hacerlo.
-Puedes quedarte aquí. Dudo que a
Steve le importe. –La miré, alzando una ceja.- No es sobre protector.
-¿Y tus padres?
En especial su padre…
-Están de viaje, y vuelven la
otra semana. Y no le va a importar a Steve, de verdad, tiene otras cosas en
mente.
-¿Estás segura? –Asintió,
revoleando los ojos.- Bueno, me quedo aquí.
Sonriendo, acorté más la
distancia y la besé y… Creo que son muy jóvenes para contarles lo que sigue.
Como era su cumpleaños, a eso de
las cinco comenzó a llegar un montón de gente, incluyendo a Billy, el amigo de
Steve. Ambos se sorprendieron al verme ahí, y con Addie, pero no me importó. Me
sentía demasiado sobrecogido por el hecho de ser el menor ahí… Y por el hecho
de que Addie me había presentado ante todos sus amigos y conocidos como su
novio. En fin, aquí la gente era decente y no se fue muy tarde, tras lo que,
inmediatamente, nos fuimos a acostar. Nos quedamos dormidos al instante en que
nos metimos a la cama… Abrazados, claro.
Al día siguiente era domingo, y
despertamos tarde, pasado mediodía. Ella se levantó enseguida, mientras que yo
tardé un poco más en seguirla (cosa que valió la pena, ya que estamos, en
especial porque sólo había un baño). Luego nos fuimos a desayunar en algún
local de la ciudad, para luego pasar un rato en el parque, para luego ir a
almorzar a otro local y pasar el resto del día en su casa.
Desgraciadamente, al día
siguiente era lunes, así que, cuando desperté, estaba solo, y había una nota a
mi lado, en la que decía: “Vuelvo a las dos y media. Besos, Eighty.” Me sonreí.
Era la primera vez que veía su letra. Era bastante más ordenada que la mía, y
mucho más clara. Tomé la hoja y acaricié su caligrafía. Sí, bastante ridículo,
pero no me importaba.
Fue ahí que me di cuenta que
había más papel y un lápiz en el velador. Supe al instante que estaban ahí para
mí. Pero no tenía ánimos de componer. Sí, tenía bastante material, pero no
tenía ganas de ordenar mis ideas y traspasarlas al papel. Addie era lo único
que ocupaba mi mente…
Addie…
Me paré de la cama y me dirigí al
baño, donde hice mis necesidades y me duché. Me cambié de ropa en la habitación
y volví a sentarme en la cama, mirando las paredes. Según el reloj que había
junto al póster de los Rolling Stones, eran las once y media, lo que me dejaba
con tres horas de aburrida soledad. Me dejé caer de espalas en la cama,
decidiendo que lo único “entretenido” que podía hacer era pensar… Y con pensar
me refiero a recordar momentos con Addie.
Recordé la conversación que
habíamos tenido después de haber hecho el amor por primera vez.
-¿Esto va a tu clase de sexualidad?
–le había preguntado yo.
Y ella se había sonreído.
-Si llega a surgir el tema de
“mejor sexo”, sí –musitó, mirándome fijamente con sus ojos castaños que tanto
me encantaban-. ¿Qué tanto miras?
Le sonreí.
-Llevo meses queriendo verte.
Ahora es como si me hubieras robado mis malaquitas…
No, no había dicho “mis
malaquitas”, había dicho “mi mirada”… Pero malaquitas habría sonado tan bien…
Aunque era más para una canción…
Inconscientemente, tomé las hojas
y el lápiz, y me puse a escribir.
Para cuando Addie llegó, me
encontraba en el living de la casa, con una guitarra acústica que había encontrado
en el cuarto de Steve, poniéndole música a lo que había escrito. Tardé bastante
en darme cuenta que Addie me contemplaba desde el umbral de la puerta. Me sentí,
repentinamente, avergonzado.
-¿Cómo te fue hoy? –le pregunté,
seguro de que me sonrojaba.
-Bien… Aunque moría por venirme
rápido. ¿Qué tocas?
Me encogí de hombros.
-Algo que se me ocurrió.
Me miró, intrigada.
-¿Puedo oír?
Negué, ahora un cien por ciento
seguro de que estaba rojo como un tomate.
-No soy tímido, pero esto es
demasiado para mí –admití.
Su intriga fue reemplazada por
extrañeza.
-¿Por qué? ¿Acaso no confías en
mí?
Negué.
-No es eso… Es que tu opinión es
la que más me importa… Eso y estoy acostumbrado a esconder mis canciones hasta
que Mike las apruebe.
Rió, levemente.
-Vamos, no seas tonto. No importa
lo que sea, va a gustarme.
Suspiré.
-Bueno… Ten en cuenta que la
mayoría de esto lo tenía a medio pensar antes de llegar acá, ¿ok? –Asintió. Suspirando,
comencé a tocar los acordes que había acabado por escoger y canté:- Me siento a solas en mi cuarto, mirando las
paredes. He estado despierto toda la maldita noche. Mi pulso está acelerando,
mi amor está anhelando. Aguanto mi respiración y cierro mis ojos y sueño con
ella, porque está a dos mil años luz. Ella sujeta mis malaquitas tan fuerte que
nunca las deja ir, porque está a dos mil años luz.
Me sonreí levemente al ver cómo
se cubría el rostro, con los ojos brillando de algo que sólo podía describir
como felicidad e incredulidad. Continué:
-Me siento fuera y veo el amanecer, mirando cuan lejos puedo. No puedo
verla, pero a la distancia escucho una risa, nos reímos juntos. Entonces
aguanto mi respiración y cierro mis ojos, y sueño con ella. Porque está a dos
mil años luz…
Repetí el coro y terminé la
canción, para luego ser abrazado y besado por Addie, quien parecía muy
emocionada.
-Nunca nadie me había dedicado
una canción –murmuró.
-¿Nadie? –Negó.- Bueno, yo te
dedicaré montones. Lo prometo.
Mi idea original era que
almorzáramos juntos, pero nunca llegamos a la cocina.
-Creo que me tengo que ir
–murmuré.
Addie me abrazó, estrechamente.
-¿Por qué?
Era el
miércoles por la noche. Ambos nos encontrábamos en su cama y nos disponíamos a dormir,
pero yo no lograba conciliar el sueño. Tenía que llegar esa semana a
California, y eran dos largos días de viaje. En otras palabras, el momento de
mi partida había, finalmente, llegado.
-Hablé con
Mike, tenemos un show el sábado por la noche, y no pueden tocar sin el
vocalista y guitarrista, ¿no?
Adrienne se
apoyó en mi pecho.
-Te tengo una
propuesta –musitó. La miré, atentamente, instándola a hablar.- ¿Por qué no te
vas el sábado en la maña…?
-Addie, tengo
que estar allá el sábado.
-Déjame terminar
–me interrumpió-. Te vas en avión. Yo te pago el pasaje y todo. Sólo… Sólo
quédate un poco más.
Sonreí.
-¿No me he
aprovechado mucho de tu hospitalidad ya?
Me dio un
corto beso.
-Claro que no.
Entiende que quiero pagarte le pasaje… Por favor.
La besé.
-Sólo porque
tú lo pides.
Así fue que mi
estadía se alargó hasta el sábado en la mañana, momento en el que Addie, luego
de desayunar, me llevó al aeropuerto de Minnesota.
-¿Te dije que
nunca he andado en avión? –comenté, sentado en los asientos que había, para
esperar la llegada de mi vuelo.
-Sí. ¿Te da
miedo?
-No –alzó una
ceja-, de verdad. Lo que pasa es que me gustaría que vinieras conmigo.
Sonrió.
-Alguna vez
iré a verte… Sólo que no aún.
Asentí y me
apoyé en su hombro, cerrando los ojos.
-Quiero que
sepas que esta fue la mejor semana de mi vida –musité.
Asintiendo,
comenzó a acariciarme el rostro, suavemente. Repentinamente, sentí cómo una
gota caía sobre mi nuca. Extrañado, levanté mi mirada, para encontrarme con que
Addie lloraba, silenciosamente. Intenté sonreírle, para darle apoyo, para
indicarle que todo estaba bien y que nos volveríamos a ver, pero no fui capaz.
Sólo conseguí llevar una mano a su mejilla, y secarle sus lágrimas. Despegué
mis labios, guiado por un súbito instinto…
-No lo digas
–susurró-, no aún.
Sonreí.
-¿Cuándo
entonces?
Negó.
-No lo sé.
Sólo que no aún.
Suspirando, la
besé, por varios minutos.
-Te llamaré
apenas pueda, ¿ok? Probablemente cuando acá sea la tarde… Así que tienes que
estar atenta al teléfono.
Sonrió.
-Por supuesto.
Volví a
besarla.
-Vuelo a San
Francisco, por favor, abordar por la puerta tres.
No pude evitar
soltar una lágrima.
-Te quiero
–musité-, y quizás más de lo que quieres creer, pero… Bueno, aún no es tiempo
de decirlo.
-Exacto
–susurró.
Le di otro
beso.
-Nos veremos
pronto, mi chica de Minnesota –le susurré, rozando nuestros labios.
La besé, una
vez más y, sin voltearme en ningún momento (ya que al hacerlo no podría
continuar avanzando sin llorar), abordé el jodido avión.
Llegué a San
Francisco unas tres horas más tarde. El bus de ahí a Berkeley tardó cuarenta y
cinco minutos y la caminata del terminal a la okupa me tomó unos veinte
minutos, los necesarios para calmarme. No era que nunca más la volverá a ver,
no debería sufrir tanto por eso.
No obstante,
mi plan de entrar, dejar mis cosas y correr a un teléfono se vieron postergados
por el hecho de que no había absolutamente nadie en la okupa. Confundido, le
pregunté a una señora que salía de su casa a trotar si sabía qué había pasado.
Se sonrió.
-No sé
detalles, pero todos se fueron. Un chico rubio como de tu edad me dijo que
estaría donde tu madre… Porque tú eres Billie, ¿no?
Asentí.
-Gracias.
Así que tomé
otro autobús, sólo que, esta vez, a Rodeo. Bajé en el paradero más cercano a mi
casa y, como de costumbre, caminé, tranquilamente, hacia la casa de mi madre.
No tenía ni llaves ni reloj, pero sabía que, en California, era demasiado
temprano, así que lo mejor que podía hacer era entrar por la ventana de la
cocina, como siempre. Fue así que acabé por abrir la ventana, tirar mi mochila
al interior y luego entrar yo.
-¿DÓNDE MIERDA
ANDABAS?
Me caí de la
ventana hacia dentro por culpa de ese grito de parte de mi madre, quien estaba
en la puerta de la cocina, mirándome enfurecida.
-Hola, mamá.
¿Mike no te explicó?
-¡No lo dejé!
¡No es su trabajo explicarme a dónde desapareces por una semana, Billie Joe!
Soy tu madre y merezco saber a dónde te fuiste.
Suspiré.
-Está bien,
tienes razón: Tuve que haberte avisado. –Me rasqué el brazo, causando que mi
madre abriera mucho los ojos. Revoleé los míos.- No es nada.
Se me acercó y
me tomó el brazo, para encontrarlo lleno de…
-¿Picaduras de
mosquito? –preguntó, extrañada- ¿Hay mosquitos en Ecuador?
Alcé una ceja.
-¿Acaso nadie me
cree cuando digo que superé a Sarah? No estaba en Ecuador. Por Dios, ni que
tuviera el dinero, el pasaporte o las ganas.
Me miró.
-¿Entonces a
dónde fuiste?
No pude evitar
sonreír al pensar en la respuesta.
-Minnesota
–musité.
Su expresión
era de incomprensión total.
-¿Qué hay ahí?
Mi sonrisa se
amplió más aún.
-La persona
más maravillosa que he conocido… -Mi madre cambió su incomprensión por
sorpresa.- Su nombre es Adrienne. La conocí en la gira y hablamos por teléfono
desde entonces y… Bueno, siempre hubo química y empezó a atraerme bastante, así
que junté mi dinero y fui a verla.
-¿O sea que viajaste
al otro lado del país para ir a ver a alguien que apenas conoces?
Volví a
sonreír.
-La verdad que
la conocía mejor que a la mayoría de la gente de acá. –Mi mamá despegó sus
labios, mas la interrumpí.- Sé lo que le gusta y lo que no. Sé lo que piensa
del mundo; sé lo que hace y lo que quiere hacer; sé sus hobbies, y, desde antes
de ir a verla, conocía su hogar y lo que sentía al tenerla cerca de mí. ¿Qué
más puedo pedir?
Mamá frunció
los labios, pensativa.
-¿Prefiere los
Beatles o los Rolling Stones?
Sonreí al
recordar la conversación que habíamos sostenidos en torno al único poster de su
pieza.
-Si no está
enamorada prefiere a los Rolling Stones, ya que es incapaz de soportar a los
Beatles sin estarlo… Y durante mi estadía, sólo escuchamos a los Beatles.
Mi madre rió.
Ahora era yo el extrañado.
-De verdad la
conoces. ¿Y qué harás?
Me encogí de
hombros.
-Esperar a la
siguiente gira para irla a ver… O esperar a que ella venga a verme alguna vez.
Suspiró.
-¿La amas?
Volví a
encogerme de hombros.
-Me vi tentado
a decírselo en el aeropuerto, porque… Bueno, me nació en el momento… Pero ella
no me dejó, porque no era el momento indicado. No sé si es lo que en verdad
siento, pero… La necesito. Soy feliz con ella y ella lo es conmigo.
Me abrazó,
sorpresivamente.
-Me alegra que tengas a alguien.
-Gracias…
Ahora, ¿dónde está Mike?
Sonrió.
-En el garaje.
Lo que me tenía preocupada es que Mike dijo que llegarías ayer… Espera,
¿aeropuerto?
Una triste
sonrisa curvó mis labios.
-Creo que ella
igual quería decirme que me amaba, aunque prefirió pagarme un pasaje de avión
para que me quedara más tiempo a admitirlo.
Sin más, tomé
mi mochila y corrí hacia el garaje. Mike ya estaba, milagrosamente, despierto…
Y estudiando.
-Buen día
–saludé.
Alzó su mirada
de inmediato.
-¿Y? ¿Cómo te
fue?
Mi sonrisa
creció a un nivel que no creía capaz de llevarla.
-Excelente.
Y me dejé caer
en el sillón de siempre, listo para dar un relato detallado de los sucesos.
Los siguientes
meses pasaron bastante rápido, y fueron bastante raros. A lo menos dos veces
por semana llamaba a Addie. Hablábamos bastante y nos prometíamos vernos lo más
pronto posible, pero eso no iba a ocurrir aún. Yo me esforzaba como nunca en
cada show, con la intención de conseguir más propina y, por ende, más dinero
para ahorrar e irla a ver… Pero era, prácticamente, un adulto más, y tenía
otras obligaciones. Por ejemplo, a renta. La okupa anterior había muerto (nunca
me explicaron bien lo que pasó, pero, al parecer, la casa tenía propietario y
nos descubrieron), y había terminado en la okupa de Tré, que, pese a ser más
amplia y cómoda, era más cara. Por desgracia, Mike tuvo un malentendido con el
encargado (se besó con su novia en una fiesta) y se fue a la casa que manejaba
su amigo, Jason Relva (y su alquiler era prácticamente nulo, pero, por
desgracia, yo no cabía ahí), así que, por primera vez en un buen tiempo, no
vivíamos juntos.
Pero todo eso
no significaba que habíamos dejado de ser los amigos que se veían todos los
días o que nos juntáramos a tocar menos seguido. Al contrario. El mismo día de
mi vuelta de Minnesota, Mike revisó todas las canciones que había escrito allá.
-¿Tú
escribiste todo esto? –preguntó. Asentí.- Dude…
Apenas tengamos una gira que requiera de varios meses, dejo la universidad,
esto es mucho mejor.
Y pese a que
Larry aún no nos pedía ningún disco, comenzamos a armar un listado: 2,000 light
years away y 80, que eran dos canciones para Addie, iban sí o sí. Tenía otra
canción para ella, pero, desgraciadamente, no calzaba con el resto. Creo que lo
mejor era dejarla como nuestra
canción. Se llamaba Minnesota Girl, y se la había cantado por teléfono… En fin,
también teníamos One for the razorbacks, escrita para Juliet, Android, para
John Roecker y Welcome to Paradise, que trataba de nuestra supervivencia en
okupas. Además, tenía un par de canciones que recordaban mis días depresivos
durante la primera mitad de este año, No one knows y Christie Road. Aún
faltaban canciones (quería que Mike y Tré también compusieran algo), pero, en
mi opinión, íbamos bastante bien.
Así llegó
diciembre. Más específicamente, el treinta y uno.
-¿Mi regalo de
navidad llegó? –pregunté.
Me encontraba
en… Oh, sorpresa: Una cabina telefónica. Faltaban un par de horas para el año
nuevo, pero en Minnesota sólo faltaban un par de minutos. Mis amigos se
encontraban en la okupa de Relva, festejando, y yo, simplemente, había tomado
un montón de monedas y me había escapado hacia acá.
-Sí –musitó
Addie-. Gracias, es hermoso. ¿Llegó el mío?
Yo le había
regalado un collar y ella me había regalado un disco de los Beatles. No
recuerdo si era el primero o el segundo, pero da igual. Puras canciones de
amor.
-Yep. Ya lo
estrené.
Desde su lado
de la línea, se escuchó, claramente, la voz de Steven:
-10, 9….
Riendo, con
Addie también comenzamos a contar.
-Feliz año
nuevo, amor –susurré.
-Feliz año
nuevo, cariño –susurró ella. Se rió.- ¿Desde cuándo nos tratamos así?
Sonreí.
-No sé, pero
me agrada.
Hablamos
varios minutos más y colgamos, tras lo que me dirigí a la fiesta en la otra
okupa, con una sonrisa tonta en mi rostro, intentando ignorar lo mal que me
sentía por no poder besarla en año nuevo, pese a que siempre hubiera podido
besar a Sarah en esta celebración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario