Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

domingo, abril 22, 2012

Hold on - Capítulo 20: Mi chica de Minnesota.


-¿Y? ¿Es lo que esperabas? –le pregunté.
Nos encontrábamos recostados en su cama. No, no habíamos tenido sexo ni nada. Simplemente nos habíamos quedado ahí, abrazados y besándonos de tanto en tanto, tomándonos las manos y acariciándonos. Apenas sí habíamos hablado en ese rato. El estar juntos era demasiado y ambos nos sentíamos más que “superados” por la sensación de total paz y felicidad.
-No –musitó, seria. Sonrió, prácticamente al instante-. Es mejor.
Sonreí.
-Pienso lo mismo.
Me acerqué a ella y la besé, de nuevo.
-¿Dónde te quedarás?
-No sé… Tampoco sé por cuánto.
Me besó… Y se acercó un poco más a mí al hacerlo.
-Puedes quedarte aquí. Dudo que a Steve le importe. –La miré, alzando una ceja.- No es sobre protector.
-¿Y tus padres?
En especial su padre…
-Están de viaje, y vuelven la otra semana. Y no le va a importar a Steve, de verdad, tiene otras cosas en mente.
-¿Estás segura? –Asintió, revoleando los ojos.- Bueno, me quedo aquí.
Sonriendo, acorté más la distancia y la besé y… Creo que son muy jóvenes para contarles lo que sigue.


Como era su cumpleaños, a eso de las cinco comenzó a llegar un montón de gente, incluyendo a Billy, el amigo de Steve. Ambos se sorprendieron al verme ahí, y con Addie, pero no me importó. Me sentía demasiado sobrecogido por el hecho de ser el menor ahí… Y por el hecho de que Addie me había presentado ante todos sus amigos y conocidos como su novio. En fin, aquí la gente era decente y no se fue muy tarde, tras lo que, inmediatamente, nos fuimos a acostar. Nos quedamos dormidos al instante en que nos metimos a la cama… Abrazados, claro.
Al día siguiente era domingo, y despertamos tarde, pasado mediodía. Ella se levantó enseguida, mientras que yo tardé un poco más en seguirla (cosa que valió la pena, ya que estamos, en especial porque sólo había un baño). Luego nos fuimos a desayunar en algún local de la ciudad, para luego pasar un rato en el parque, para luego ir a almorzar a otro local y pasar el resto del día en su casa.
Desgraciadamente, al día siguiente era lunes, así que, cuando desperté, estaba solo, y había una nota a mi lado, en la que decía: “Vuelvo a las dos y media. Besos, Eighty.” Me sonreí. Era la primera vez que veía su letra. Era bastante más ordenada que la mía, y mucho más clara. Tomé la hoja y acaricié su caligrafía. Sí, bastante ridículo, pero no me importaba.
Fue ahí que me di cuenta que había más papel y un lápiz en el velador. Supe al instante que estaban ahí para mí. Pero no tenía ánimos de componer. Sí, tenía bastante material, pero no tenía ganas de ordenar mis ideas y traspasarlas al papel. Addie era lo único que ocupaba mi mente…
Addie…
Me paré de la cama y me dirigí al baño, donde hice mis necesidades y me duché. Me cambié de ropa en la habitación y volví a sentarme en la cama, mirando las paredes. Según el reloj que había junto al póster de los Rolling Stones, eran las once y media, lo que me dejaba con tres horas de aburrida soledad. Me dejé caer de espalas en la cama, decidiendo que lo único “entretenido” que podía hacer era pensar… Y con pensar me refiero a recordar momentos con Addie.
Recordé la conversación que habíamos tenido después de haber hecho el amor por primera vez.
-¿Esto va a tu clase de sexualidad? –le había preguntado yo.
Y ella se había sonreído.
-Si llega a surgir el tema de “mejor sexo”, sí –musitó, mirándome fijamente con sus ojos castaños que tanto me encantaban-. ¿Qué tanto miras?
Le sonreí.
-Llevo meses queriendo verte. Ahora es como si me hubieras robado mis malaquitas…
No, no había dicho “mis malaquitas”, había dicho “mi mirada”… Pero malaquitas habría sonado tan bien… Aunque era más para una canción…
Inconscientemente, tomé las hojas y el lápiz, y me puse a escribir.
Para cuando Addie llegó, me encontraba en el living de la casa, con una guitarra acústica que había encontrado en el cuarto de Steve, poniéndole música a lo que había escrito. Tardé bastante en darme cuenta que Addie me contemplaba desde el umbral de la puerta. Me sentí, repentinamente, avergonzado.
-¿Cómo te fue hoy? –le pregunté, seguro de que me sonrojaba.
-Bien… Aunque moría por venirme rápido. ¿Qué tocas?
Me encogí de hombros.
-Algo que se me ocurrió.
Me miró, intrigada.
-¿Puedo oír?
Negué, ahora un cien por ciento seguro de que estaba rojo como un tomate.
-No soy tímido, pero esto es demasiado para mí –admití.
Su intriga fue reemplazada por extrañeza.
-¿Por qué? ¿Acaso no confías en mí?
Negué.
-No es eso… Es que tu opinión es la que más me importa… Eso y estoy acostumbrado a esconder mis canciones hasta que Mike las apruebe.
Rió, levemente.
-Vamos, no seas tonto. No importa lo que sea, va a gustarme.
Suspiré.
-Bueno… Ten en cuenta que la mayoría de esto lo tenía a medio pensar antes de llegar acá, ¿ok? –Asintió. Suspirando, comencé a tocar los acordes que había acabado por escoger y canté:- Me siento a solas en mi cuarto, mirando las paredes. He estado despierto toda la maldita noche. Mi pulso está acelerando, mi amor está anhelando. Aguanto mi respiración y cierro mis ojos y sueño con ella, porque está a dos mil años luz. Ella sujeta mis malaquitas tan fuerte que nunca las deja ir, porque está a dos mil años luz.
Me sonreí levemente al ver cómo se cubría el rostro, con los ojos brillando de algo que sólo podía describir como felicidad e incredulidad. Continué:
-Me siento fuera y veo el amanecer, mirando cuan lejos puedo. No puedo verla, pero a la distancia escucho una risa, nos reímos juntos. Entonces aguanto mi respiración y cierro mis ojos, y sueño con ella. Porque está a dos mil años luz…
Repetí el coro y terminé la canción, para luego ser abrazado y besado por Addie, quien parecía muy emocionada.
-Nunca nadie me había dedicado una canción –murmuró.
-¿Nadie? –Negó.- Bueno, yo te dedicaré montones. Lo prometo.
Mi idea original era que almorzáramos juntos, pero nunca llegamos a la cocina.

-Creo que me tengo que ir –murmuré.
Addie me abrazó, estrechamente.
-¿Por qué?
         Era el miércoles por la noche. Ambos nos encontrábamos en su cama y nos disponíamos a dormir, pero yo no lograba conciliar el sueño. Tenía que llegar esa semana a California, y eran dos largos días de viaje. En otras palabras, el momento de mi partida había, finalmente, llegado.
         -Hablé con Mike, tenemos un show el sábado por la noche, y no pueden tocar sin el vocalista y guitarrista, ¿no?
         Adrienne se apoyó en mi pecho.
         -Te tengo una propuesta –musitó. La miré, atentamente, instándola a hablar.- ¿Por qué no te vas el sábado en la maña…?
         -Addie, tengo que estar allá el sábado.
         -Déjame terminar –me interrumpió-. Te vas en avión. Yo te pago el pasaje y todo. Sólo… Sólo quédate un poco más.
         Sonreí.
         -¿No me he aprovechado mucho de tu hospitalidad ya?
         Me dio un corto beso.
         -Claro que no. Entiende que quiero pagarte le pasaje… Por favor.
         La besé.
         -Sólo porque tú lo pides.
         Así fue que mi estadía se alargó hasta el sábado en la mañana, momento en el que Addie, luego de desayunar, me llevó al aeropuerto de Minnesota.
         -¿Te dije que nunca he andado en avión? –comenté, sentado en los asientos que había, para esperar la llegada de mi vuelo.
         -Sí. ¿Te da miedo?
         -No –alzó una ceja-, de verdad. Lo que pasa es que me gustaría que vinieras conmigo.
         Sonrió.
         -Alguna vez iré a verte… Sólo que no aún.
         Asentí y me apoyé en su hombro, cerrando los ojos.
         -Quiero que sepas que esta fue la mejor semana de mi vida –musité.
         Asintiendo, comenzó a acariciarme el rostro, suavemente. Repentinamente, sentí cómo una gota caía sobre mi nuca. Extrañado, levanté mi mirada, para encontrarme con que Addie lloraba, silenciosamente. Intenté sonreírle, para darle apoyo, para indicarle que todo estaba bien y que nos volveríamos a ver, pero no fui capaz. Sólo conseguí llevar una mano a su mejilla, y secarle sus lágrimas. Despegué mis labios, guiado por un súbito instinto…
         -No lo digas –susurró-, no aún.
         Sonreí.
         -¿Cuándo entonces?
         Negó.
         -No lo sé. Sólo que no aún.
         Suspirando, la besé, por varios minutos.
         -Te llamaré apenas pueda, ¿ok? Probablemente cuando acá sea la tarde… Así que tienes que estar atenta al teléfono.
         Sonrió.
         -Por supuesto.
         Volví a besarla.
         -Vuelo a San Francisco, por favor, abordar por la puerta tres.
         No pude evitar soltar una lágrima.
         -Te quiero –musité-, y quizás más de lo que quieres creer, pero… Bueno, aún no es tiempo de decirlo.
         -Exacto –susurró.
         Le di otro beso.
         -Nos veremos pronto, mi chica de Minnesota –le susurré, rozando nuestros labios.
         La besé, una vez más y, sin voltearme en ningún momento (ya que al hacerlo no podría continuar avanzando sin llorar), abordé el jodido avión.
         Llegué a San Francisco unas tres horas más tarde. El bus de ahí a Berkeley tardó cuarenta y cinco minutos y la caminata del terminal a la okupa me tomó unos veinte minutos, los necesarios para calmarme. No era que nunca más la volverá a ver, no debería sufrir tanto por eso.
         No obstante, mi plan de entrar, dejar mis cosas y correr a un teléfono se vieron postergados por el hecho de que no había absolutamente nadie en la okupa. Confundido, le pregunté a una señora que salía de su casa a trotar si sabía qué había pasado. Se sonrió.
         -No sé detalles, pero todos se fueron. Un chico rubio como de tu edad me dijo que estaría donde tu madre… Porque tú eres Billie, ¿no?
         Asentí.
         -Gracias.
         Así que tomé otro autobús, sólo que, esta vez, a Rodeo. Bajé en el paradero más cercano a mi casa y, como de costumbre, caminé, tranquilamente, hacia la casa de mi madre. No tenía ni llaves ni reloj, pero sabía que, en California, era demasiado temprano, así que lo mejor que podía hacer era entrar por la ventana de la cocina, como siempre. Fue así que acabé por abrir la ventana, tirar mi mochila al interior y luego entrar yo.
         -¿DÓNDE MIERDA ANDABAS?
         Me caí de la ventana hacia dentro por culpa de ese grito de parte de mi madre, quien estaba en la puerta de la cocina, mirándome enfurecida.
         -Hola, mamá. ¿Mike no te explicó?
         -¡No lo dejé! ¡No es su trabajo explicarme a dónde desapareces por una semana, Billie Joe! Soy tu madre y merezco saber a dónde te fuiste.
         Suspiré.
         -Está bien, tienes razón: Tuve que haberte avisado. –Me rasqué el brazo, causando que mi madre abriera mucho los ojos. Revoleé los míos.- No es nada.
         Se me acercó y me tomó el brazo, para encontrarlo lleno de…
         -¿Picaduras de mosquito? –preguntó, extrañada- ¿Hay mosquitos en Ecuador?
         Alcé una ceja.
         -¿Acaso nadie me cree cuando digo que superé a Sarah? No estaba en Ecuador. Por Dios, ni que tuviera el dinero, el pasaporte o las ganas.
         Me miró.
         -¿Entonces a dónde fuiste?
         No pude evitar sonreír al pensar en la respuesta.
         -Minnesota –musité.
         Su expresión era de incomprensión total.
         -¿Qué hay ahí?
         Mi sonrisa se amplió más aún.
         -La persona más maravillosa que he conocido… -Mi madre cambió su incomprensión por sorpresa.- Su nombre es Adrienne. La conocí en la gira y hablamos por teléfono desde entonces y… Bueno, siempre hubo química y empezó a atraerme bastante, así que junté mi dinero y fui a verla.
         -¿O sea que viajaste al otro lado del país para ir a ver a alguien que apenas conoces?
         Volví a sonreír.
         -La verdad que la conocía mejor que a la mayoría de la gente de acá. –Mi mamá despegó sus labios, mas la interrumpí.- Sé lo que le gusta y lo que no. Sé lo que piensa del mundo; sé lo que hace y lo que quiere hacer; sé sus hobbies, y, desde antes de ir a verla, conocía su hogar y lo que sentía al tenerla cerca de mí. ¿Qué más puedo pedir?
         Mamá frunció los labios, pensativa.
         -¿Prefiere los Beatles o los Rolling Stones?
         Sonreí al recordar la conversación que habíamos sostenidos en torno al único poster de su pieza.
         -Si no está enamorada prefiere a los Rolling Stones, ya que es incapaz de soportar a los Beatles sin estarlo… Y durante mi estadía, sólo escuchamos a los Beatles.
         Mi madre rió. Ahora era yo el extrañado.
         -De verdad la conoces. ¿Y qué harás?
         Me encogí de hombros.
         -Esperar a la siguiente gira para irla a ver… O esperar a que ella venga a verme alguna vez.
         Suspiró.
         -¿La amas?
         Volví a encogerme de hombros.
         -Me vi tentado a decírselo en el aeropuerto, porque… Bueno, me nació en el momento… Pero ella no me dejó, porque no era el momento indicado. No sé si es lo que en verdad siento, pero… La necesito. Soy feliz con ella y ella lo es conmigo.
         Me abrazó, sorpresivamente.
-Me alegra que tengas a alguien.
         -Gracias… Ahora, ¿dónde está Mike?
         Sonrió.
         -En el garaje. Lo que me tenía preocupada es que Mike dijo que llegarías ayer… Espera, ¿aeropuerto?
         Una triste sonrisa curvó mis labios.
         -Creo que ella igual quería decirme que me amaba, aunque prefirió pagarme un pasaje de avión para que me quedara más tiempo a admitirlo.
         Sin más, tomé mi mochila y corrí hacia el garaje. Mike ya estaba, milagrosamente, despierto… Y estudiando.
         -Buen día –saludé.
         Alzó su mirada de inmediato.
         -¿Y? ¿Cómo te fue?
         Mi sonrisa creció a un nivel que no creía capaz de llevarla.
         -Excelente.
         Y me dejé caer en el sillón de siempre, listo para dar un relato detallado de los sucesos.
        
         Los siguientes meses pasaron bastante rápido, y fueron bastante raros. A lo menos dos veces por semana llamaba a Addie. Hablábamos bastante y nos prometíamos vernos lo más pronto posible, pero eso no iba a ocurrir aún. Yo me esforzaba como nunca en cada show, con la intención de conseguir más propina y, por ende, más dinero para ahorrar e irla a ver… Pero era, prácticamente, un adulto más, y tenía otras obligaciones. Por ejemplo, a renta. La okupa anterior había muerto (nunca me explicaron bien lo que pasó, pero, al parecer, la casa tenía propietario y nos descubrieron), y había terminado en la okupa de Tré, que, pese a ser más amplia y cómoda, era más cara. Por desgracia, Mike tuvo un malentendido con el encargado (se besó con su novia en una fiesta) y se fue a la casa que manejaba su amigo, Jason Relva (y su alquiler era prácticamente nulo, pero, por desgracia, yo no cabía ahí), así que, por primera vez en un buen tiempo, no vivíamos juntos.
         Pero todo eso no significaba que habíamos dejado de ser los amigos que se veían todos los días o que nos juntáramos a tocar menos seguido. Al contrario. El mismo día de mi vuelta de Minnesota, Mike revisó todas las canciones que había escrito allá.
         -¿Tú escribiste todo esto? –preguntó. Asentí.- Dude… Apenas tengamos una gira que requiera de varios meses, dejo la universidad, esto es mucho mejor.
         Y pese a que Larry aún no nos pedía ningún disco, comenzamos a armar un listado: 2,000 light years away y 80, que eran dos canciones para Addie, iban sí o sí. Tenía otra canción para ella, pero, desgraciadamente, no calzaba con el resto. Creo que lo mejor era dejarla como nuestra canción. Se llamaba Minnesota Girl, y se la había cantado por teléfono… En fin, también teníamos One for the razorbacks, escrita para Juliet, Android, para John Roecker y Welcome to Paradise, que trataba de nuestra supervivencia en okupas. Además, tenía un par de canciones que recordaban mis días depresivos durante la primera mitad de este año, No one knows y Christie Road. Aún faltaban canciones (quería que Mike y Tré también compusieran algo), pero, en mi opinión, íbamos bastante bien.
         Así llegó diciembre. Más específicamente, el treinta y uno.
         -¿Mi regalo de navidad llegó? –pregunté.
         Me encontraba en… Oh, sorpresa: Una cabina telefónica. Faltaban un par de horas para el año nuevo, pero en Minnesota sólo faltaban un par de minutos. Mis amigos se encontraban en la okupa de Relva, festejando, y yo, simplemente, había tomado un montón de monedas y me había escapado hacia acá.
         -Sí –musitó Addie-. Gracias, es hermoso. ¿Llegó el mío?
         Yo le había regalado un collar y ella me había regalado un disco de los Beatles. No recuerdo si era el primero o el segundo, pero da igual. Puras canciones de amor.
         -Yep. Ya lo estrené.
         Desde su lado de la línea, se escuchó, claramente, la voz de Steven:
         -10, 9….
         Riendo, con Addie también comenzamos a contar.
         -Feliz año nuevo, amor –susurré.
         -Feliz año nuevo, cariño –susurró ella. Se rió.- ¿Desde cuándo nos tratamos así?
         Sonreí.
         -No sé, pero me agrada.
         Hablamos varios minutos más y colgamos, tras lo que me dirigí a la fiesta en la otra okupa, con una sonrisa tonta en mi rostro, intentando ignorar lo mal que me sentía por no poder besarla en año nuevo, pese a que siempre hubiera podido besar a Sarah en esta celebración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario