Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

lunes, abril 23, 2012

Hold on - 1991 & Capítulo 21: Se acabó.



-   1991 -

Ya era prácticamente un adulto. Aún no podía beber legalmente, pero no faltaba nada para cumplir diecinueve años. No quería crecer. De verdad que no. Ni siquiera sabía qué hacer con mi vida. Es decir, en el mejor de los casos, mi música me daría el dinero justo para sobrevivir, porque, en una grabadora independiente como The Lookouts!, esa era la meta máxima: Dinero justo. En fin, con ese dinero podría ir a Minnesota y… ¿Qué? ¿Pedirle a Addie que se viniera a vivir conmigo? La quería, bastante, pero no sabía si estaba listo para eso. Y, últimamente, ella andaba bastante rara. O así sonaba, al menos. Bueno, en una de esas, este año es mejor que el anterior y no incluirá ningún intento de suicidio fallido y accidental.

Capítulo 21: Se acabó.
 Las palabras quedan atrapadas en mi mente, perdóname por no tomar el tiempo de sentirme como me siento, porque la primera vez que entraste en mi vida, mi tiempo giró en torno a ti. Pero luego necesito tu voz, como la llave para abrir todo el amor atrapado en mí. Así que dime cuándo es tiempo de decir “te amo”.
Todo lo que quiero es que entiendas que cuando tomo tu mano es porque quiero. Todos nacimos en un mundo de dudas, pero no hay dudas, descubrí que te amo.
Me siento solo por todos los perdedores que nunca se tomarán el tiempo de decir lo que realmente estaba en sus mentes, y en lugar de eso se ocultan. Y nunca tendrán alguien como tú para guiarlos y ayudarlos en el camino o para decirles cuando es tiempo de decir “te amo”. Así que dime cuando es tiempo de decir “te amo”.
 
-Cumpleaños feliz, te deseamos a ti…
Era el diecisiete de febrero y, para variar, me encontraba fingiendo felicidad mientras me cantaban. Cumplía diecinueve años. Me acercaba más y más a los veinte, a ser adulto, a crecer, madurar y demás. Sólo me quedaban 365 días de “adolescencia” y fin, adulto. Quizás al fin podría estar con Addie, ya que maduraría y encontraría que una banda no era un buen futuro y que lo mejor era conseguirme un trabajo genial y de verdad e irme a vivir a Minnesota. Sí, era un sueño totalmente estúpido, pero me daba igual.
En fin, estaba en la okupa de Mike. Tré también estaba ahí, junto a Relva, Roecker y Tim. ¿Mencioné que ya había perdido completamente el contacto con la gente de la secundaria? ¿Y que Al Sobrante aún no se aparecía? Creo que nos tenía miedo o algo. Como sea, lo único que esperaba realmente era el llamado de Addie. Por eso celebrábamos ahí: Tenían teléfono fijo.
-¡Pide tres deseos! –exclamó Roecker, justo cuando yo iba a soplar las velas.
Suspiré. ¿Qué deseaba? Poder vivir de mi música, estar con Addie y… ¿Qué más? ¿Ser feliz? Sí, parecía decente. Soplé las velitas y Mike, el único capaz de servir algo de forma proporcional, repartió la torta entre nosotros seis.
Como sea, mientras los demás conversan y yo espero el ansiado llamado de mi “novia a larga distancia”, como le decía mi madre, los pondré al día respecto a lo que ha pasado en lo que va del año: Habíamos tenido varios shows, claro que ninguno fuera del estado. Aún así, Los Ángeles quedaba lo suficientemente lejos como para que viajar en camioneta con la batería y los equipos fuera totalmente incómodo; la van vieja había “muerto” un par de días después de nuestra primera gira. Fue por esto que el papá de Tré (a quien finalmente conocimos) se consiguió un Bookmobile… Sí, esos que pasaban vendiendo libros por las calles. Era sorprendentemente amplio y cómodo por dentro. Bastaron unos cuantos arreglos (auspiciados por el tío Frank) y ya era utilizable para los shows y las futuras giras.
En fin, unos cuantos minutos después, el teléfono sonó y, obviamente, corrí a contestar, ignorando los gritos y chiflidos de parte de ms amigos.
-¿Addie?
-¡Feliz cumpleaños, amor!
Estaba seguro que la idiota sonrisa que se me formó en ese instante era la más idiota que había tenido en mucho tiempo. Me había saludado por mi cumpleaños, y me había dicho amor, ¿qué más podía pedir?
-¡Salúdala de mi parte! –exclamó Mike.
-¡De la mía también! –dijeron los demás.
Bueno, podía pedir algo de privacidad… Como sea, escuché una risita proveniente del otro lado de la línea.
-Veo que los oíste –musité.
-Así es. ¿Cómo están los diecinueve?
Suspiré.
-Creo que ya te he dicho lo mucho que ODIO estar de cumpleaños. Ni siquiera estás aquí, o ni siquiera estoy yo allá.
Fue su turno de suspirar.
-Te extraño.
Silencio.
-¿Mal día? –le pregunté. Se notaba que no andaba de buen humor o, al menos, no de los mejores.
-Mala semana la verdad –admitió-. Se me pasará.
-¿Segura?
-¡Sí! –Volvió a suspirar.- Ya, cuéntame qué has hecho.
Sin otra opción (ya que no podía negarme a una petición suya), pasé a narrarle lo transcurrido en el último par de días. Luego, ella me contó sus días. Hablamos un par de cosas más y colgamos.
Creo que ese vendría a ser el detonante de las acciones que sucedieron en los próximos meses. Creo que ese fue el detonante para hacer lo que hice.

Fue en marzo que Larry nos informó que habíamos vendido tantos discos que debíamos hacer una gira por el país, para luego volver a Berkeley y grabar un nuevo disco. Obviamente, le informé esto a Addie al instante, ya que significaba que no faltaría mucho para que pasara por Minnesota de nuevo.

Pocos días después, partimos. Por primera vez, no tenía que desgastarme inventando excusas baratas para no conducir, puesto que el padre de Tré decidió venir con nosotros como chofer. Así, además de ayudarnos a comer mejor (aún había liquid dookie, pero mucho menos que antes), el Tío Frank nos ayudó a mantenernos en mejores condiciones de sueño… Aunque, por desgracia, no era de mucha ayuda cuando nos tocaba discutir con la gente en las calles.
-¿Tienen libros de aves? –nos preguntó un tipo una vez.
-¿Libros? Ja, ni siquiera leemos –bromeó Tré.
Tras ello, cerró la ventanilla, ocultando que Mike y yo leíamos lo que el Tío Frank no había botado, al tiempo que bebíamos leche.
-Me siento tan nerd –comenté.
-Yo igual, pero esto es entretenido, y ¿qué más vamos a hacer? Frank Segundo toma la siesta –musitó Mike, sin despegar la mirada del libro-. Necesito lentes.
-Somos dos –musitó Tré, retomando su lectura y su porro. La verdad que nunca entendí el cómo leía drogado-. ¿Aún no quieres?
Con una sonrisa, negué. Por Adrienne, había decidido dejar de drogarme, así que ahora sólo fumaba en raras ocasiones. Lo hacía porque no quería decepcionarla… Y sabía que ella apreciaría mi “sacrificio”. No era algo fácil, puesto que Tré llegaba con cada invento, pero… Bueno, había que intentarlo.
En fin, ese día no hicimos mucho, hasta las ocho, cuando el padre de Tré despertó y echó a andar el Bookmobile. Me puse ansioso al instante: La siguiente parada era Minnesota.
Así fue como, a la mañana siguiente, tras un intranquilo sueño, desperté, en pleno centro de Minneapolis. Les dejé una nota a Mike y Tré, y salí del Bookmobile, en dirección a la casa de Adrienne, a la que llegué a los pocos minutos. Sin pensar que quizás era muy temprano, toqué el timbre…
Para que me abriera su padre. Me arrepentí su tanto, pero la necesidad de ver a Addie era mucho mayor al miedo.
-Buenos días, ¿está Adrienne? –pregunté.
Creo que el hombre no me recordaba, pero mi aspecto bastó para hacer que me mirara con extrañeza por no ir en busca de Steve.
-Está durmiendo.
A su espalda, estaba el reloj: Ocho y media de la mañana.
-No está durmiendo, ella no puede dormir hasta estas horas durante el tiempo de clases –afirmé-. ¿Puede decir que la busca Billie Joe?
Mirándome con una clara molestia, el hombre asintió y gritó hacia el interior.
-¡Addie, te busca un tal Billie Joe!
Bueno, al menos no me había llamado niño esta vez.
Y, al igual que la primera vez que había tocado esa puerta, me pareció escuchar cómo se quebraba algo de loza en el interior de la casa, probablemente en la cocina, tras lo que oí como alguien corría hacia la puerta. Antes de lograr asimilar que se venía otro hermoso día con Adrienne, sentí cómo ella me abrazaba y, sin importarle la presencia de su padre, me besó, intensamente.
-¿Me extrañaste? –le pregunté, con una sonrisa en mi rostro, cuando dejó de besarme, para apoyarse en mi pecho.
-Bastante –musitó-. Papá, voy a salir.
Y sin esperar ninguna respuesta o, mejor dicho, reacción del hombre (¿mencioné que nos miró en una especie de shock durante todo el beso, y que aún seguía así?), me dio otro beso, más corto, y me tomó de la mano, para llevarme a la plaza en la que habíamos pasado nuestro primer día juntos.
-¿Desayunaste? –me preguntó, riendo, un par de horas después, cuando mi estómago rugió.
-No…
-Bueno, vamos a mi casa.
Alcé una ceja.
-No creo que sea una buena idea…
Me besó, intensamente, acariciándome el pecho al mismo tiempo. Solté una especie de suspiro, entremezclado con un gimoteo.
-¿Y ahora? –me preguntó, con una sonrisa.
Me costó un poco recuperar el aire y responder:
-Tu padre va a estar ahí –musité.
Negó.
-Tiene que ir a trabajar… En todo caso, ¿qué importa que esté ahí?
Me encogí de hombros.
-No creo que le agrade mucho.
Rió.
-A mi padre no le agrada ningún hombre que se junte conmigo, no te preocupes. Basta con que se conozcan bien.
-Como tenemos tanto en común…
Se rió. Volvió a besarme, ahora en el cuello. Creo que me puse bastante rojo por esto, ya que… Bueno, ¿mencioné que su polera era bastante ajustada y que llevaba un buen rato besándome?
-¿Te motiva eso? –susurró, con una sonrisa un tanto pícara.
-¿Qué quieres que te diga? Sí –admití-. De hecho, se me llegó a quitar el hambre.
Ella rió y, tras darme un corto beso en los labios, se puso de pié y me tendió la mano, para que me parara. Conteniendo lo que sentía lo más posible, me puse de pié y le tomé la mano, entrelazando nuestros dedos. Quería besarla de nuevo, pero algo me decía que ella quería hacerme esperar más. Bien, llevaba meses sin sexo, y ni siquiera había pensado en ello hasta que me besó así, y ahora tenía que esperar a llegar a su casa, asegurarnos que no hubiera nadie cerca…
Para mi suerte, apenas llegamos, encontramos una nota de parte de la madre de Addie, en la que decía que ella igual había salido. Así que nos dirigimos inmediatamente a su habitación.

-No tienes idea cuánto te extrañé –susurraba ella.
Había pasado un buen rato, y nos encontrábamos recostados en la cama, yo de espaldas y ella abrazándome y apoyada en mi pecho. Suspiré, y le di un beso en la frente, intentando no demostrar lo preocupado que me tenía: Había estado bastante callada después de… Bueno, ya saben.
-¿Qué te pasa? –le pregunté, también en un susurro.
Ella negó.
-Nada… Sólo que… -Volvió a negar.
-Vamos, dime… -Negó.- Dime…
Al ver que iba a volver a negar, le di un beso, bastante largo, poniéndome sobre ella.
-¿Y ahora? –De un modo un tanto menos decidido, negó. La besé en el cuello.- ¿Y ahora? –Negó, débilmente. Bajé a su hombro.- ¿Ahora?
-Billie, detente… -pidió ella, intentando controlar su respiración.
-No hasta que me respondas –susurré, dirigiéndome a su pecho…
Cuando la puerta se abrió, causando que, rápidamente, me separara de ella, al tiempo que ella nos cubría bien con las sábanas.
-Hola, Steve –saludó ella, bastante sonrojada, al tiempo que yo me cubría el rostro, creo que incluso más rojo que ella-. ¿Qué te trae por aquí?
Me atreví a espiar por entre mis dedos, para ver cómo Steve me miraba sorprendido.
-¿Billie Joe? –Asentí.- ¿Qué mierda haces aquí?
-Gira, andaba de paso –respondí, aún sonrojado-. ¿Qué ha sido de tu vida?
Steve no respondió nada, simplemente negó, y dijo:
-Mamá ya llegó, está entrando las compras del auto. Les aconsejo que se vistan y bajen rápido, gracias –musitó.
Sin más salió de la habitación, al tiempo que Addie maldecía.
-Te caerá bien, no es tan sobre protectora como papá –me tranquilizó, al ver que la miraba preocupado-, simplemente no quería que la “magia” acabara.
Sonreí, levemente y la besé, de un modo bastante suave y delicado.
-Te quiero –le susurré, en el oído-, y mucho, así que después me dirás qué te pasa, quieras o no.
Y, rápidamente, me salí de la cama y me vestí, cuidando de no ponerme la ropa de Adrienne por error, para luego observar cómo ella se vestía, de un modo su tanto más lento, pero, aún así, apresurado. Luego, salió de la habitación y yo la seguí, un tanto intimidado ante la perspectiva de conocer a la madre de mi novia (o similar).
-Hola, mamá –saludó Addie, ya en la cocina, acercándose a la mujer que vaciaba el contenido de una bolsa sobre la mesa.
-Hola, hija –respondió ella, con una sonrisa. Le dio un beso en la mejilla a Adrienne y luego reparó en mí-. ¿Y este jovencito quién es?
Sé que es muy hipócrita de mi parte quejarme de que me digan joven, siendo que odio mis cumpleaños, pero realmente me molestaba cuando algún Nesser me lo decía, de verdad. A la única que se lo permitía era a Addie, y eso era porque era ella, por nada más.
-Él es Billie Joe…
Los ojos de la mujer se abrieron, desmesuradamente, lo que comprobó mi creencia de que el padre de Addie le había contado del incidente en la mañana. Me sonrosé, levemente.
-Un gusto en conocerla –farfullé.
-El gusto es mío –musitó, mirándome de cabeza a pies, y deteniendo su mirada en mis brazos. ¿Mencioné que tenía un par de tatuajes nuevos? Tuve que controlarme de salir arrancando o algo así-. ¿Y de dónde saliste tú?
Comprendiendo que me sería muy difícil responder relajadamente, Addie intervino:
-Viene de California. Lo conocí en julio del año pasado.
Su madre asintió, al mismo tiempo que Steve entraba a la cocina.
-¿Billie? ¿Puedes venir un segundo?
No sabía qué era peor: Ir con el hermano de Addie, quien me había visto con ella en la cama… O quedarme con la madre de Addie, que quién sabe qué preguntaría. Sin otra opción, lo seguí, para que me llevara al patio…
Donde me pegó un puñetazo.
-¡¿Por qué mierda fue eso?! –le pregunté, sobándome el rostro, extrañado.
-Por todo lo que la estás haciendo sufrir –respondió.
Lo miré, sin entender.
-¿A qué te refieres?
Suspiró.
-¿Viniste a verla en octubre, no? –Asentí, extrañado de que él supiera todo.- Somos hermanos, me cuenta todo y viceversa.
-Mis hermanos no comparten nada conmigo –comenté.
-Bueno, es que aquí sólo somos dos. Como sea, desde entonces que ha ido de mal en peor; te extraña, y mucho. Sufre bastante por ello, la he pillado llorando después de que cuelga el  teléfono… De hecho, los únicos momentos en los que es feliz es cuando habla contigo, pero con lo triste que se pone después…
Volví a asentir, comprendiendo. Por eso era que la había encontrado tan rara por teléfono, y por eso se había lanzado a mis brazos tan desesperadamente.
-¿Qué quieres que haga? –le pregunté.
Suspiró.
-Ella está dispuesta a sacrificar todo por ti… Quiero saber si tú estás dispuesto a lo mismo. Quiero saber si, en caso de que ella te pida que te vengas a vivir a Minnesota con ella, tú aceptarías. Quiero saber si la amas.
Me quedé en silencio. No sabía qué decir.
-Lo siento, no puedo responderte eso –musité.
De algún modo, supe que él sabía que yo decía la verdad.
-Por supuesto que no, eres sólo un niño. Ni siquiera tienes veinte años.
Tuve ganas de devolverle el golpe, pero golpear a mi cuñado no iba a servirme de nada, de verdad.
-¿Qué pasa si no estoy listo para esto? –le pregunté, tras lo que añadí:- No que no lo esté, sólo quiero contar todas las variables.
Se encogió de hombros.
-Recibirías muchas palizas de mi parte por hacerla sufrir tanto.
Asentí.
-Bueno… Te haré saber la respuesta.

El resto del día en Minnesota me lo pasé pensativo. A eso de las ocho, Addie me acompañó de vuelta a la van, donde los demás me esperaban para el show que tendríamos. Obviamente, ella nos acompañó. Pude ver que disfrutó mucho el concierto, lo que me hizo sentir un tanto mejor respecto a la decisión que se me venía encima… Obviamente, era lo mejor que podía hacer… No lo hacía por mí, lo hacía por ella. De lo contrario, habría optado por la opción más simple, que a mí me bastaba para ser feliz.
Y el concierto terminó. Mike y Tré decidieron que pasáramos la noche allá, para que así yo pudiera estar más tiempo con Addie. Así que, apenas terminé de guardar mis cosas, corrí hacia el ahora desierto público… a excepción de una persona.
-Tenemos que hablar –fue lo que le dije a Addie, apenas la tuve frente a frente.
Extrañada, asintió. Decidido a disfrutar su tacto lo más posible, la tomé de la mano y la llevé a la plaza de siempre, que, para mí, siempre sería “nuestra plaza”.
-¿Qué ocurre? –me preguntó, cuando nos detuvimos y se dio cuenta que yo era incapaz de soltarle la mano.
Suspiré, y, con el dolor de mi alma, susurré:
-Tenemos que terminar.
Me soltó la mano de inmediato, mirándome entre sorprendida y entristecida.
-¿Por qué?
Cerré los ojos.
-Te mereces algo mejor. No deberías estar sufriendo tanto por un idiota como yo. –Despegó los labios, para contradecirme, pero la interrumpí.- Steve me dijo lo mal que has estado.
Volvió a juntar sus labios.
Silencio.
-Si esto es por la distancia, me tomará tiempo, pero puedo aprender a vivir con ello… -susurró ella.
Negué.
-Enfrentémoslo, no va a funcionar. Te amo mucho para verte desmoronarte así. Lo de ahora es sólo el comienzo, ¿qué pasará cuando pasen meses y meses en los que no pueda venir a verte? ¿Qué pasará cuando no pueda llamarte? ¿Qué pasará cuando conozcas a alguien que realmente puede estar aquí siempre, y lo dejes pasar sólo por mi recuerdo?
Me miró, con sus ojos llorosos. Bajé la mirada; no quería verla llorar.
-¿Me amas? –preguntó.
Sonreí, levemente, forzándome a alzar la vista y mirarla a los ojos mientras asentía.
-Y es por eso que debo hacer esto. No puedo venirme a vivir acá… Vivo de mi música… Sin ella, no sería yo y no podría hacerte feliz, así que sería peor –susurré.
Asintió. Se notaba que me comprendía. Dejó, finalmente, que sus lágrimas se le escapasen.
-Voy a matar a Steve –susurró, intentando reír.
También intenté reír, pero lo único que conseguí fue un sonido bastante extraño, al tiempo que sentía cómo mis ojos se llenaban de lágrimas.
-Creo que ahora sí es tiempo: Te amo… y por eso quiero que seas la persona más feliz de todas, sea conmigo o no.
Temblorosamente, le acaricié el rostro, con suavidad, para luego darle un beso en la mejilla y, sin dejarla decirme nada más, me volteé y me fui, en dirección al estacionamiento en el que estaba la van. Al principio, caminé, intentando no lucir muy desesperado pero, varias cuadras más allá, eché a correr, como si el mismísimo demonio me persiguiera. Todo había acabado, dejándome, una vez más, solo y con un montón de canciones que nunca podría mostrarle.

1 comentario:

  1. :cry: :cry: :epiccry: 
    A la semana que lo posteaste recién lo leí, estoy en examenes y no tengo vida. Como sea, me encanta como escribes.
    Cuidate un montón :)

    ResponderEliminar