-¿Qué?
Habían pasado sus buenos segundos
y recién ahora Addie era capaz de responderme algo ligeramente coherente.
Suspiré. ¿Por qué mierda le había dicho eso? Tuve que hacer otra pausa para
ordenar mis pensamientos.
-Eso. No sé si me gustas, si te
amo, o si simplemente te quiero. Sólo sé que me encantaría estar contigo.
Silencio. Luego, ella se rió,
levemente.
-Billie, vivo al otro lado del
país.
-Lo sé.
-¡Son más de tres mil kilómetros!
Mi turno de reír.
-Eso no lo sabía… -Sonó el tono
del teléfono… de nuevo. Sí, había sonado durante la larga pausa entre mi
“declaración” y su “qué”. Inserté otra moneda.- Sé que es ridículo, pero…
Mierda, me siento mejor que nunca cuando estoy o hablo contigo. Eres tan buena
persona que haces que yo me sienta como una buena persona. Me haces reír de
verdad, y sentir de verdad y…
-A mí me pasa lo mismo contigo
–me interrumpió, atropelladamente. Se rió.- Dios, voy a cumplir veintiún años,
no me puede estar pasando una idiotez como esta.
-Sí puede. Es una señal de que
deberíamos intentarlo –musité, jugueteando con el cable del teléfono.
Supe que ella sonreía.
-No lo sé… Mira, ni siquiera sé
cuándo podrás venir de nuevo, y no puedo escaparme de Minnesota por la Universidad –musitó-.
No sería una relación sana.
Una corta pausa. Nuevamente, sonó
el tono, por lo que puse otra moneda, dejándome con sólo dos monedas restantes.
Tenía que ser rápido.
-¿Cuándo es tu cumpleaños? –le
pregunté.
-Seis de octubre… ¿Por qué?
Sonreí.
-Porque ese día nos veremos. Iré
a verte, ¿ok? No me importa lo lejos que quede. Iré a verte.
Ella rió.
-¡No puedes hacer eso!
-¿Por qué no? Aún me queda la
nada de dinero que gané con la gira, y tenía unos ahorros que puedo usar en
esto… Es decir, ¿para qué mierda quiero una guitarra acústica?
Volvió a reír.
-Billie, eres músico. Necesitas
distintos instrumentos para ampliar tu sonido, no puedes gastar todo tu dinero
en venir a verme.
-¿Por qué no? Addie, entiéndelo,
quiero verte. –Inserté otra moneda, ya que el tono había vuelto a sonar.- Te
necesito.
Tardé un poco en darme cuenta en
qué tan vulnerable era la situación en la que me había puesto en ese instante.
Adrienne suspiró.
-No sabes cuántas ganas tengo de…
No sé, abrazarte, o tomarte la mano, o algo… Aunque sea verte.
Sonreí, esperanzado.
-Se me acabaron las monedas, así
que te colgaré. Pero iré a verte el seis, quieras o no. En cuánto sepa cuándo
llego y todo eso te llamo.
-Ok… Te quie…
No alcancé a escuchar su “te
quiero” completo, ya que se cortó. Pero no me importaba. Me sentía mejor que en
mucho tiempo. Con una sonrisa idiota en mi rostro, me fui a la casa okupa.
Sonreí más ampliamente al notar, una vez adentro, que estaba empapado. Al igual
que aquel lejano diecisiete de febrero en que Tré me había sacado de mi pieza,
llovía, pero yo estaba demasiado ocupado pensando en alguien más y en lo que
sentía como para que me importara. Mas, al contrario de esa vez, lo que sentía
no era miseria y sufrimiento, sino que felicidad y… ¿Amor? Bueno, por lo menos,
algo similar, y no me encontraba pensando en… en…
Entré a mi habitación, sacándome
la mojada polera, en dirección a mi colchón. Fue ahí que vi a Mike y logré
recordar. Prosigo: Ahora no pensaba en Sarah, pensaba únicamente en Adrienne.
Sus ojos, su rostro, su cabello, su sonrisa, su voz… Su hermosa voz que me
hablaba a tres mil kilómetros de distancia, a dos mil años luz…
Me acosté en mi colchón y me
cubrí con las mantas.
-Addie… –susurré.
Y me dormí, prácticamente, al
instante.
Al día siguiente, lo primero que
hice fue ir a la
Universidad Comunitaria. Era un único edificio de cuatro
pisos, a varias cuadras de distancia. Sabía cuál era la sala de Mike, porque lo
había acompañado el primer día, así que me senté fuera de ella, a esperar que
saliera. Apenas tocó la campana, me puse de pié y esperé a localizar a mi
amigo. Por suerte, fue de los primeros en salir, así que no tardé mucho en
alcanzarlo y gritarle:
-¡TENEMOS BATERISTA!
Nuestro primer ensayo con Tré fue
el domingo, y fue mucho mejor que cualquier otro ensayo que habíamos tenido
hasta la fecha. De hecho, Tré era tan bueno que con Mike sonábamos mucho mejor,
tan así que ni siquiera nos sentíamos como si hubiéramos traicionado a Larry al
robarle su baterista, el cual era el mayor de mis miedos.
No tardamos nada en hacernos
inseparables. Aunque estaba claro que a Tré le costaba más. Después de todo,
Mike y yo éramos prácticamente capaces de leernos la mente… Y Tré no estaba
acostumbrado a hacer algo que nadie le dijo que hiciera. No obstante, estábamos
seguros que se adaptaría más temprano que tarde, en especial porque había empezado
a pasar más tiempo con cada uno de nosotros, para conocernos más por separado.
Conmigo estaba cuando trabajábamos repartiendo pizzas (después de contar todo
mi dinero, me di cuenta que necesitaba bastante más si quería volver) y con
Mike cada vez que yo desaparecía a “pasear por la ciudad”. Es decir, hablar con
Addie. Y mis “paseos” estaban haciéndose cada vez más largos y mejores.
Realmente me gustaba Adrienne, y cada vez se me hacía más difícil colgarle y
aguantar sin ella. Apenas sí ponía atención a mis conversaciones en el mundo
“tangible”, y cada vez que veía a alguien de cabello rizado por la calle, la
recordaba. De hecho, varias veces hasta había llegado a acercarme… Para
terminar disculpándome como el pobre imbécil enamorado que era.
-Oh, mañana va a tocar Pansy
Division.
Era el tres de octubre. Quien
anunciaba esto era Tré, entrando a la habitación de la okupa, junto a Mike, al
tiempo que yo guardaba todas las cosas que llevaba a Minnesota en mi mochila.
-No puedo ir, no voy a estar
–murmuré.
Mike y Tré intercambiaron una
extrañada mirada. Era obvio que había llegado el momento de decirles que
planeaba irme de viaje al otro lado del país, y que no estaría disponible por
alrededor de una semana; eran unos dos días en autobús y pedir aventón, y planeaba
quedarme, por lo menos, un par de días.
-¿Y dónde estarás? –me preguntó
Mike, sentándose en su colchón, viendo como yo empacaba- ¿Vas a la guerra, o
algo?
Reí.
-No, no es a la guerra. De hecho,
es algo bueno y mejor. Mucho mejor.
-¿Te cambias de okupa? –inquirió
Tré, yéndose por la opción más cuerda que su mente podía procesar en ese
momento.
-No, me voy de viaje.
El rostro de Mike se iluminó de
entendimiento, al tiempo que daba un salto. Me miró, expectante.
-¿Addie? –Asentí, sonrojándome.-
¡Santa mierda!
-¿Quién es Addie? –preguntó Tré.
Creo que me sonrojé más aún. Mike
rió.
-El motivo por el que pasea
tanto. ¿Para eso andas robándome monedas? –Asentí, sonrosado.- ¿Al fin
conseguiste novia?
Me encogí de hombros.
-La verdad que no lo sé… Quizás.
–La alarma del despertador que había entre los dos colchones sonó. Lo apagué.-
Permiso, tengo un teléfono que contestar…
Sin esperar ninguna reacción de
mis amigos, me fui corriendo al teléfono público de siempre. Aún me quedaban
unos cuantos segundos, pero algo me decía que Addie estaba igual de ansiosa que
yo y que iba a llamar antes, por si acaso.
Y así fue. Apenas llegué, el
teléfono público comenzó a sonar. Corrí hacia él.
-Hola, Eighty –saludé.
-¿Cómo supiste que iba a llamar
antes?
Sonreí.
-Instinto. Beneficios de ser
mitad niña.
Ambos nos reímos.
-Así que… ¿Vienes sí o sí?
Sonreí, más ampliamente. Sonaba
más que ansiosa al respecto.
-Yep. Ya compré mis pasajes,
salgo a las cinco de la mañana de Berkeley. Luego tengo que tomar otro bus y
luego caminar mucho o pedir aventón. Suena loco, pero quiero hacerlo, así que
no empieces a disculparte.
¿Cómo había llegado a conocerla
tan bien?
-De acuerdo. Probablemente estaré
en mi casa y, de no estarlo, Steve podrá decirte dónde ando.
-Lo sé, ya me lo dijiste.
Se rió.
-Lo lamento, es que… Dios, esto
me pone tan nerviosa. ¿Qué pasa si en persona no es igual?
Me sonreí.
-Tú sabes que será igual o mejor.
¿Acaso no recuerdas los días que estuvimos juntos cuando yo andaba por allá?
Una breve pausa, en la que,
estaba seguro, se sonrió.
-Claro que sí. Pero ahí había una
posibilidad de que pasara algo. Ahora
ambos queremos algo, sí o sí. ¿Qué pasa si no es lo que esperamos?
-Bueno, si eso ocurre, me quedaré
ahí el tiempo que sea necesario para que sea lo que esperamos. ¿Te parece?
Rió, suavemente.
-Sí, me parece. Te quiero.
-Yo a ti.
Breve pausa.
-En mi mente, te estoy tomando la
mano, ¿sabes? –susurré.
-Justo pensaba decirte lo mismo
–susurró ella-. Y ahora me apoyo en tu hombro…
-Y yo te beso la frente… Esto es
ridículo.
-Sí, concuerdo en eso –musitó
ella, en un tono “risueño” de voz.
Nos quedamos en silencio un par
de minutos más, tras lo que nos despedimos. Tenía que dormirme temprano para
alcanzar el bus. Ya en la okupa, me acosté con ropa (no quería perder tiempo
por la mañana), puse el despertador y me dormí, agradecido de que Mike hubiera
salido con Tré; ver a cualquiera de los dos me habría dado un colapso nervioso.
Sin embargo, cuando desperté, no
fue por el despertador, sino que porque Mike y Tré me zarandearon un par de
minutos antes de que sonara. Me acompañaron a desayunar y todo, para luego
acompañarme al terminal de buses, incluso ayudándome con mi equipaje.
-Bueno, mi bus se va a ir
–musité, varios minutos después en el terminal, cuando Tré me pasaba una bolsa
de comida y bebida que me había armado junto a Mike-. Adiós.
Mike y Tré me abrazaron.
-Buena suerte –susurró el
bajista.
-Gracias.
Y me subí.
Fue un viaje largo. Demasiado. No
se imaginan lo impaciente que estaba. Más de una vez me pregunté si valía la
pena, y, casi al instante, me respondía que no fuera idiota, que obviamente
valía la pena. Y así seguía avanzando por el país…
Así fue como, el seis de octubre
por la mañana, me encontré a mí mismo en medio de la nada, donde estaba el
terminal de buses. Pedí indicaciones a un guardia y comencé a caminar a
Minneapolis.
No tardé mucho en encontrar un
auto que me llevó hasta la ciudad. Y, una vez ahí, tardé un poco más en
ubicarme y encontrar la casa de los Nesser. Cuando lo hice, toqué el timbre de
inmediato.
Y, prácticamente al instante,
Addie me abrió.
Era tal como la recordaba, y
mejor. Su sonrisa era más que amplia. Nos quedamos mirando por varios segundos.
-Llegué –susurré, como si no
fuera obvio, sintiendo como la sonrisa idiota se formaba en mi rostro al instante.
-Me di cuenta –respondió ella,
aún sonriendo.
La miré a sus ojos castaños, que
parecían brillar bajo la poca luz de la mañana.
-Feliz cumpleaños.
Sin más preámbulos, acorté la
distancia y la besé.
Bastó con encontrar mis labios
con los suyos para sentir que todo en el mundo tenía sentido. Bastó con eso
para entender que el cielo debía ser azul, que el pasto debía ser verde, que el
sol debía brillar como brillaba y que ella y yo debíamos estar juntos. Era lo
correcto. Y al tiempo que nos separamos y nos miramos a los ojos, supe que ella
pensaba lo mismo. Nos dimos otro beso, un tanto más corto y, sin necesidad
alguna de hablar, ella me tomó de la mano, para irnos a su habitación. ¿Qué
importaba lo que había a 2.000 años luz? ¿Qué importaba lo que había en
California? Todo lo que importaba, era ella.
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