Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

domingo, abril 22, 2012

Hold on - Capítulo 19: A 2.000 años luz.


-¿Qué?
Habían pasado sus buenos segundos y recién ahora Addie era capaz de responderme algo ligeramente coherente. Suspiré. ¿Por qué mierda le había dicho eso? Tuve que hacer otra pausa para ordenar mis pensamientos.
-Eso. No sé si me gustas, si te amo, o si simplemente te quiero. Sólo sé que me encantaría estar contigo.
Silencio. Luego, ella se rió, levemente.
-Billie, vivo al otro lado del país.
-Lo sé.
-¡Son más de tres mil kilómetros!
Mi turno de reír.
-Eso no lo sabía… -Sonó el tono del teléfono… de nuevo. Sí, había sonado durante la larga pausa entre mi “declaración” y su “qué”. Inserté otra moneda.- Sé que es ridículo, pero… Mierda, me siento mejor que nunca cuando estoy o hablo contigo. Eres tan buena persona que haces que yo me sienta como una buena persona. Me haces reír de verdad, y sentir de verdad y…
-A mí me pasa lo mismo contigo –me interrumpió, atropelladamente. Se rió.- Dios, voy a cumplir veintiún años, no me puede estar pasando una idiotez como esta.
-Sí puede. Es una señal de que deberíamos intentarlo –musité, jugueteando con el cable del teléfono.
Supe que ella sonreía.
-No lo sé… Mira, ni siquiera sé cuándo podrás venir de nuevo, y no puedo escaparme de Minnesota por la Universidad –musitó-. No sería una relación sana.
Una corta pausa. Nuevamente, sonó el tono, por lo que puse otra moneda, dejándome con sólo dos monedas restantes. Tenía que ser rápido.
-¿Cuándo es tu cumpleaños? –le pregunté.
-Seis de octubre… ¿Por qué?
Sonreí.

-Porque ese día nos veremos. Iré a verte, ¿ok? No me importa lo lejos que quede. Iré a verte.
Ella rió.
-¡No puedes hacer eso!
-¿Por qué no? Aún me queda la nada de dinero que gané con la gira, y tenía unos ahorros que puedo usar en esto… Es decir, ¿para qué mierda quiero una guitarra acústica?
Volvió a reír.
-Billie, eres músico. Necesitas distintos instrumentos para ampliar tu sonido, no puedes gastar todo tu dinero en venir a verme.
-¿Por qué no? Addie, entiéndelo, quiero verte. –Inserté otra moneda, ya que el tono había vuelto a sonar.- Te necesito.
Tardé un poco en darme cuenta en qué tan vulnerable era la situación en la que me había puesto en ese instante. Adrienne suspiró.
-No sabes cuántas ganas tengo de… No sé, abrazarte, o tomarte la mano, o algo… Aunque sea verte.
Sonreí, esperanzado.
-Se me acabaron las monedas, así que te colgaré. Pero iré a verte el seis, quieras o no. En cuánto sepa cuándo llego y todo eso te llamo.
-Ok… Te quie…
No alcancé a escuchar su “te quiero” completo, ya que se cortó. Pero no me importaba. Me sentía mejor que en mucho tiempo. Con una sonrisa idiota en mi rostro, me fui a la casa okupa. Sonreí más ampliamente al notar, una vez adentro, que estaba empapado. Al igual que aquel lejano diecisiete de febrero en que Tré me había sacado de mi pieza, llovía, pero yo estaba demasiado ocupado pensando en alguien más y en lo que sentía como para que me importara. Mas, al contrario de esa vez, lo que sentía no era miseria y sufrimiento, sino que felicidad y… ¿Amor? Bueno, por lo menos, algo similar, y no me encontraba pensando en… en…
Entré a mi habitación, sacándome la mojada polera, en dirección a mi colchón. Fue ahí que vi a Mike y logré recordar. Prosigo: Ahora no pensaba en Sarah, pensaba únicamente en Adrienne. Sus ojos, su rostro, su cabello, su sonrisa, su voz… Su hermosa voz que me hablaba a tres mil kilómetros de distancia, a dos mil años luz…
Me acosté en mi colchón y me cubrí con las mantas.
-Addie… –susurré.
Y me dormí, prácticamente, al instante.

Al día siguiente, lo primero que hice fue ir a la Universidad Comunitaria. Era un único edificio de cuatro pisos, a varias cuadras de distancia. Sabía cuál era la sala de Mike, porque lo había acompañado el primer día, así que me senté fuera de ella, a esperar que saliera. Apenas tocó la campana, me puse de pié y esperé a localizar a mi amigo. Por suerte, fue de los primeros en salir, así que no tardé mucho en alcanzarlo y gritarle:
-¡TENEMOS BATERISTA!
Nuestro primer ensayo con Tré fue el domingo, y fue mucho mejor que cualquier otro ensayo que habíamos tenido hasta la fecha. De hecho, Tré era tan bueno que con Mike sonábamos mucho mejor, tan así que ni siquiera nos sentíamos como si hubiéramos traicionado a Larry al robarle su baterista, el cual era el mayor de mis miedos.
No tardamos nada en hacernos inseparables. Aunque estaba claro que a Tré le costaba más. Después de todo, Mike y yo éramos prácticamente capaces de leernos la mente… Y Tré no estaba acostumbrado a hacer algo que nadie le dijo que hiciera. No obstante, estábamos seguros que se adaptaría más temprano que tarde, en especial porque había empezado a pasar más tiempo con cada uno de nosotros, para conocernos más por separado. Conmigo estaba cuando trabajábamos repartiendo pizzas (después de contar todo mi dinero, me di cuenta que necesitaba bastante más si quería volver) y con Mike cada vez que yo desaparecía a “pasear por la ciudad”. Es decir, hablar con Addie. Y mis “paseos” estaban haciéndose cada vez más largos y mejores. Realmente me gustaba Adrienne, y cada vez se me hacía más difícil colgarle y aguantar sin ella. Apenas sí ponía atención a mis conversaciones en el mundo “tangible”, y cada vez que veía a alguien de cabello rizado por la calle, la recordaba. De hecho, varias veces hasta había llegado a acercarme… Para terminar disculpándome como el pobre imbécil enamorado que era.
-Oh, mañana va a tocar Pansy Division.
Era el tres de octubre. Quien anunciaba esto era Tré, entrando a la habitación de la okupa, junto a Mike, al tiempo que yo guardaba todas las cosas que llevaba a Minnesota en mi mochila.
-No puedo ir, no voy a estar –murmuré.
Mike y Tré intercambiaron una extrañada mirada. Era obvio que había llegado el momento de decirles que planeaba irme de viaje al otro lado del país, y que no estaría disponible por alrededor de una semana; eran unos dos días en autobús y pedir aventón, y planeaba quedarme, por lo menos, un par de días.
-¿Y dónde estarás? –me preguntó Mike, sentándose en su colchón, viendo como yo empacaba- ¿Vas a la guerra, o algo?
Reí.
-No, no es a la guerra. De hecho, es algo bueno y mejor. Mucho mejor.
-¿Te cambias de okupa? –inquirió Tré, yéndose por la opción más cuerda que su mente podía procesar en ese momento.
-No, me voy de viaje.
El rostro de Mike se iluminó de entendimiento, al tiempo que daba un salto. Me miró, expectante.
-¿Addie? –Asentí, sonrojándome.- ¡Santa mierda!
-¿Quién es Addie? –preguntó Tré.
Creo que me sonrojé más aún. Mike rió.
-El motivo por el que pasea tanto. ¿Para eso andas robándome monedas? –Asentí, sonrosado.- ¿Al fin conseguiste novia?
Me encogí de hombros.
-La verdad que no lo sé… Quizás. –La alarma del despertador que había entre los dos colchones sonó. Lo apagué.- Permiso, tengo un teléfono que contestar…
Sin esperar ninguna reacción de mis amigos, me fui corriendo al teléfono público de siempre. Aún me quedaban unos cuantos segundos, pero algo me decía que Addie estaba igual de ansiosa que yo y que iba a llamar antes, por si acaso.
Y así fue. Apenas llegué, el teléfono público comenzó a sonar. Corrí hacia él.
-Hola, Eighty –saludé.
-¿Cómo supiste que iba a llamar antes?
Sonreí.
-Instinto. Beneficios de ser mitad niña.
Ambos nos reímos.
-Así que… ¿Vienes sí o sí?
Sonreí, más ampliamente. Sonaba más que ansiosa al respecto.
-Yep. Ya compré mis pasajes, salgo a las cinco de la mañana de Berkeley. Luego tengo que tomar otro bus y luego caminar mucho o pedir aventón. Suena loco, pero quiero hacerlo, así que no empieces a disculparte.
¿Cómo había llegado a conocerla tan bien?
-De acuerdo. Probablemente estaré en mi casa y, de no estarlo, Steve podrá decirte dónde ando.
-Lo sé, ya me lo dijiste.
Se rió.
-Lo lamento, es que… Dios, esto me pone tan nerviosa. ¿Qué pasa si en persona no es igual?
Me sonreí.
-Tú sabes que será igual o mejor. ¿Acaso no recuerdas los días que estuvimos juntos cuando yo andaba por allá?
Una breve pausa, en la que, estaba seguro, se sonrió.
-Claro que sí. Pero ahí había una posibilidad de que pasara algo. Ahora ambos queremos algo, sí o sí. ¿Qué pasa si no es lo que esperamos?
-Bueno, si eso ocurre, me quedaré ahí el tiempo que sea necesario para que sea lo que esperamos. ¿Te parece?
Rió, suavemente.
-Sí, me parece. Te quiero.
-Yo a ti.
Breve pausa.
-En mi mente, te estoy tomando la mano, ¿sabes? –susurré.
-Justo pensaba decirte lo mismo –susurró ella-. Y ahora me apoyo en tu hombro…
-Y yo te beso la frente… Esto es ridículo.
-Sí, concuerdo en eso –musitó ella, en un tono “risueño” de voz.
Nos quedamos en silencio un par de minutos más, tras lo que nos despedimos. Tenía que dormirme temprano para alcanzar el bus. Ya en la okupa, me acosté con ropa (no quería perder tiempo por la mañana), puse el despertador y me dormí, agradecido de que Mike hubiera salido con Tré; ver a cualquiera de los dos me habría dado un colapso nervioso.
Sin embargo, cuando desperté, no fue por el despertador, sino que porque Mike y Tré me zarandearon un par de minutos antes de que sonara. Me acompañaron a desayunar y todo, para luego acompañarme al terminal de buses, incluso ayudándome con mi equipaje.
-Bueno, mi bus se va a ir –musité, varios minutos después en el terminal, cuando Tré me pasaba una bolsa de comida y bebida que me había armado junto a Mike-. Adiós.
Mike y Tré me abrazaron.
-Buena suerte –susurró el bajista.
-Gracias.
Y me subí.
Fue un viaje largo. Demasiado. No se imaginan lo impaciente que estaba. Más de una vez me pregunté si valía la pena, y, casi al instante, me respondía que no fuera idiota, que obviamente valía la pena. Y así seguía avanzando por el país…
Así fue como, el seis de octubre por la mañana, me encontré a mí mismo en medio de la nada, donde estaba el terminal de buses. Pedí indicaciones a un guardia y comencé a caminar a Minneapolis.
No tardé mucho en encontrar un auto que me llevó hasta la ciudad. Y, una vez ahí, tardé un poco más en ubicarme y encontrar la casa de los Nesser. Cuando lo hice, toqué el timbre de inmediato.
Y, prácticamente al instante, Addie me abrió.
Era tal como la recordaba, y mejor. Su sonrisa era más que amplia. Nos quedamos mirando por varios segundos.
-Llegué –susurré, como si no fuera obvio, sintiendo como la sonrisa idiota se formaba en mi rostro al instante.
-Me di cuenta –respondió ella, aún sonriendo.
La miré a sus ojos castaños, que parecían brillar bajo la poca luz de la mañana.
-Feliz cumpleaños.
Sin más preámbulos, acorté la distancia y la besé.
Bastó con encontrar mis labios con los suyos para sentir que todo en el mundo tenía sentido. Bastó con eso para entender que el cielo debía ser azul, que el pasto debía ser verde, que el sol debía brillar como brillaba y que ella y yo debíamos estar juntos. Era lo correcto. Y al tiempo que nos separamos y nos miramos a los ojos, supe que ella pensaba lo mismo. Nos dimos otro beso, un tanto más corto y, sin necesidad alguna de hablar, ella me tomó de la mano, para irnos a su habitación. ¿Qué importaba lo que había a 2.000 años luz? ¿Qué importaba lo que había en California? Todo lo que importaba, era ella.

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