-Sé que no estás durmiendo
–susurró Juliet, a mi lado.
Me concentré lo más posible en
mantener mi respiración lenta y pareja, al tiempo que sentía como alguien se sentaba
a mi lado.
-Vamos, todos se durmieron, estoy
aburrida.
Recién ahí abrí los ojos,
percatándome, por primera vez, que la van estaba quieta. Había estado tan
sumido en mis pensamientos, que ni siquiera había puesto atención a lo que
ocurría en el interior del vehículo.
-¿Todos? –pregunté, sentándome,
cuidando de no levantar la voz.
-Bueno, creo que Sean se desmayó
por el dolor del tatuaje, pero, básicamente, es lo mismo –aclaró, aún
susurrando.
Asentí, con una pequeña sonrisa.
A mí, prácticamente, el brazo no me dolía.
-¿Cuánto llevo “durmiendo”?
Se encogió de hombros.
-Son casi las tres de la mañana,
así que un buen rato. Encontramos un estacionamiento seguro y Aaron decidió que
lo mejor sería descansar esta noche. Ahora está durmiendo por ahí con Sean.
Me sonreí, levemente.
-El día que alguno de los dos
salga del clóset, me ganaré veinte dólares de parte de Mike –comenté.
Juliet rió, suavemente.
-¿En qué pensabas tanto rato que
te mantuvo aislado, mas despierto?
Me encogí de hombros.
-En nada –musité. Técnicamente no
mentía.
Aunque al parecer ella pareció
seguir la misma línea de pensamientos que yo.
-¿En quién pensabas?
Suspiré.
-No quiero que ellos sepan
–susurré-, y por muy pesado que tengan el sueño…
Su turno de suspirar, mas con una
sonrisa.
-Paranoico de mierda. Salgamos
entonces, porque algo me dice que quieres hablar al respecto hace un buen
tiempo.
-No realmente… Incluso diría que
al contrario… -Me miró con una clara molestia.- Ok, vamos.
Del modo más silencioso posible
salimos de la van, para encontrarnos en un estacionamiento lleno de autos en
condiciones mucho mejores que nuestra deteriorada van. Era obvio que, si
alguien quisiera robar algo, se iría a esos autos y no a la cosa a punto de
derrumbarse. Comprendí al instante porque Aaron había estacionado aquí.
-¿Cómo supiste que estaba
despierto? –le pregunté, ya varios autos más allá de la van. Había una banca,
en la cual me senté, para pararme de inmediato; estaba mojada.
Se encogió de hombros.
-Instinto. –Se sonrió.- Llevabas
mucho rato quieto.
Silencio.
-¿Quieres que te cuente en qué
pensaba, no? –Ella asintió.- De acuerdo, pero tú tienes que contarme el porqué
te ves como si no durmieras y usaras muchas drogas.
Hizo una mueca.
-Ya te di mi razón: No sé lo que
busco.
-Bueno, ahora te explayarás más.
Torció una mueca.
-Ok, pero tú tienes que hablar
primero.
Suspiré y me senté en el piso del
estacionamiento, que, pese a ser más incómodo, estaba seco. Ella me imitó.
-Hace poco más de una semana,
estuvimos en Minnesota…
Y le conté todo lo que había
pasado con Addie. Nuestra primera conversación, lo que había sentido al
hablarle, al tomar su mano, al tenerla cerca, al sentir su mano en mi cabeza,
al besarle la mejilla… Y todo lo que había pensado de ella en esos últimos
días. Lo hermosa que era, lo bien que me había sentido al estar con ella y lo
mucho que extrañaba su compañía, pese a haberla tenido por sólo unas cuantas
horas.
-¿Y recién ahora te diste cuenta
que sientes cosas por ella?
Hice una mueca.
-Llevo ignorando mis sentimientos
desde marzo, porque así es menos doloroso, obviamente tardé en notar lo que
sentía.
Las palabras salieron de mis
labios antes que llegara a pensarlas, aunque, si lo analizaba, era totalmente
cierto: Eso era lo que estaba haciendo.
-¿Y por qué? –me preguntó, extrañada.
Negué.
-No quiero hablar de eso.
Y, al contrario de todas las
veces que había dicho eso, no me sentí ni triste ni deprimido de haberla
perdido. Ella era lo de menos. De
hecho, no me interesaba en ese instante. No eran sus ojos azules los que rondaban
mi mente sin descanso, eran los castaños de Adrienne.
Juliet sólo se encogió de
hombros, tras lo que dijo:
-Deberías verla, abrazarla,
decirle que la quieres y besarla. –Reí, levemente.- ¿Qué tiene de gracioso?
-La vi una vez y he hablado por
teléfono con ella una vez.
-Bueno, entonces la llamas
mañana, apenas lleguemos a Arizona.
Negué.
-No tengo ninguna excusa para
llamarla, le dije que lo haría cuando supiera cuándo vamos a Minnesota.
-¿Y aún no lo sabes?
Me sonrosé.
-Si le pregunto a Aaron, Mike
escuchará, y me preguntará qué pasó con Addie, porque ya sospecha que hay algo
en mi mente.
-¿Sabes? Hay algo muy raro,
llamado contarles las cosas a tus amigos…
Negué.
-Lo que pasa es que, si le cuento
todo a Mike, lo mío con Addie se sentiría más real, y, si no llega a ocurrir
nada, sufriré más.
Una sonrisa curvó los labios de
Juliet.
-¿Entonces no crees que ella
valga la pena el riesgo que corres al poner tu corazón al descubierto?
Sin más, se puso de pié, de un
modo bastante ágil, fluido y demás, tras lo que se alejó. Tardé un poco en
ordenar mis pensamientos antes de seguirla, uniéndome a su caminata por el
estacionamiento.
-Te toca hablar –musité, tras
unos silenciosos minutos de caminata.
Torció una mueca.
-¿Qué quieres saber?
-¿Cuál es tu problema?
Suspiró.
-Hace mucho tiempo que me di
cuenta que no sabía que quería de mi vida. Estudiar o no estudiar. Ser famosa
en algo o ser nadie… Tener un novio deportista o músico, intelectual o normal,
drogadicto o religioso… Así que me dediqué a buscar lo que quería y… No sabía
que…
Detuvo su andar. Al parecer, no
lograba encontrar las palabras que quería. También me detuve.
-Que iba a ser tan difícil
–concluí yo.
Repentinamente, ella se echó a
llorar. Me quedé en silencio por un rato, sin saber qué decir o cómo actuar,
contemplándola. Al final, atiné a abrazarla, esperando que se calmara. En
cuanto sus sollozos cesaron, dirigí mi mirada al este y dije:
-Mírame… -No lo hizo. Suspiró.-
Quizás no sea lo más perfecto que haya, y es más que probable que esté loco, pero
se me ocurre algo que puede animarte.
Lentamente, alzó su mirada, para
mostrarme lo mucho que sus ojos miel brillaban por las lágrimas. Con una
sonrisa, la giré, para que viera como el sol salía.
-El amanecer del resto de
nuestras vidas –musité, con una idea en mente. Ella se volvió a voltear hacia
mí, ahora mirándome sin comprender-. A partir de hoy, ambos haremos hasta lo
imposible para ser felices, ¿ok?
Juliet se sonrió.
-De acuerdo… Y, si no cumplimos,
nos caerá una vaca voladora encima.
-¿Y así perderé la dignidad que
me queda? –inquirí, irónicamente.
Ambos reímos.
-Tus ojos parecen malaquita
–comentó ella, varios minutos después, los cuales habíamos pasado viendo el
amanecer.
-¿Malaquita?
Nunca había escuchado esa
palabra, por lo que me extrañó verla sacándose un collar y mostrándome una
pequeña joya de color verde.
-Es una piedra.
-Ah…
Sin más, nos sentamos en el
pavimento, a observar cómo el sol se alzaba por completo en… donde fuera que
estuviéramos.
Mucho rato después, un bocinazo
sonó a la distancia, bocinazo que reconocí como el de la van. Claramente, los
demás se habían percatado de nuestra ausencia y se estaban preocupando. Sin
más, nos paramos del suelo en el que estábamos y nos devolvimos al vehículo,
donde no nos dignamos a dar explicaciones a nadie y nos limitamos a desayunar
como si hubiésemos estado ahí todo el tiempo.
No tardamos nada en llegar al
corazón de Arkansas, lugar en el que tendríamos un show en la noche… Y lugar en
el que nos separábamos de Juliet, quien se despidió de todos con un abrazo.
Tuve que contener la risa al ver la cara de envidia que puso John al ver cómo
Juliet, además de abrazarme, me daba un beso en la mejilla y me pasaba un trozo
de papel.
-Si alguna vez pasas por estos
lados, anda a verme. Quizás ya no esté ahí, pero mis padres sabrán donde estoy.
Asentí.
Quería agradecerle por ayudarme a
ordenar mis ideas, y por permitirme entrar a su complicado mundo, pero me vi
interrumpido.
-¡Hey, la pequeña Razorback
volvió!
Juliet se sonrió.
-Adiós –musitó.
Y, antes de que alcanzase a decir
nada más, se alejó a nosotros, a paso rápido, en dirección a la persona que la
había llamado. Al no tener ganas de hacer nada, entré a la van.
-¿Y qué pasó con ella anoche? –me
preguntó Mike, siguiéndome. Los demás seguían afuera.
-Hablamos –respondí,
honestamente-. Nada más.
Mike alzó una ceja.
-¿Lo dices en serio o simplemente
quieres tapar el tema, como lo hiciste con esa Adrienne?
Me sonreí.
-No, ahora lo digo en serio.
Ahora, no dormí nada anoche, así que…
-Ya, te dejaré dormir. Sólo quería
decirte que Aaron dice que iremos de nuevo a Minnesota el tres de agosto.
Me detuve a mitad de camino de mi
“cama”.
-¿De verdad? –pregunté,
volteándome hacia Mike, quien asintió-. ¿Tienes muchas monedas de veinticinco
centavos que me prestes?
Y, tras recibir sus monedas, salí
corriendo de la van, sin darle ninguna explicación, concentrándome en el camino
para no perderme en mi búsqueda de un teléfono público, que encontré a unas
cuantas cuadras de ahí. Metí una moneda y marqué el número (¿mencioné que lo
había memorizado hacía un par de días?) y esperé.
-¿Aló?
Era una voz masculina.
-¿Steve?
-Sí, quién habla.
-Billie Joe… El de la banda que
te salvó la vida.
-¡Ah, Billie! ¿Cómo conseguiste
el número?
Hice una mueca.
-La verdad que quiero hablar con
tu hermana.
Hubo una pausa, un tanto
incómoda…
-Oh, de acuerdo. ¡Addie,
teléfono!
Tras unos momentos de silencio,
escuché cómo Steve le pasaba el teléfono a alguien más.
-¿Sí?
-¿Eighty?
Y, al igual que la vez anterior,
su voz irradiaba alegría al decir:
-¡Billie!
-¿Cómo estás?
-Adormilada. Ahora sí me
despertaste.
-Ups… Mejor cuelgo…
Y, tal como sabía que haría,
dijo:
-¡No! Ya, me siento más
despierta, hablemos. ¿Cómo estás tú?
Me sonreí.
-Cansado. No dormí anoche.
-Wow, ¿por qué?
-Me quedé hablando con una tipa
que trajimos hasta acá. –Silencio. Muy largo. Me sonreí.- ¿Estás celosa?
-¿Qué? No, ¿por qué habría de
estarlo?
-Por nada, por eso te preguntaba
–le dije, conteniendo la risa-. Simplemente hablamos de la vida. En fin, quería
decirte que vamos a Minnesota el tres de agosto.
Silencio… Y luego.
-¿De verdad?
-Yep. –Sin pensar, añadí:- Y, si
quieres, soy todo tuyo por ese día, antes del concierto.
Pausa. Tuve que insertar otra
moneda.
-¡Claro que quiero! ¿Dónde nos
juntamos, a qué hora llegas?
Me sonreí. Quería verme. Realmente quería verme.
-No sé. Pero te paso a buscar a
tu casa, ¿ok?
-Ok.
Hablamos hasta que las monedas se
nos acabaron. Y, por primera vez en mucho tiempo, podía decir que era verdadera
y totalmente feliz.
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