Mi estabilidad mental alcanza su amargo final, y todos mis sentimientos
se están despegando. ¿Hay alguna cura para esta enfermedad que alguien llamó
amor? No mientras haya chicas como tú.
Como ya se había hecho costumbre,
desperté por una patada de mi amigo. Y, como de costumbre me contuve de soltar
alguna fuerte maldición en su contra. Después de todo, despertarlo sólo podía
ser peor.
Tras estirarme y ponerme la misma
ropa del día anterior, fui al baño del cuarto en el que estaba, donde hice mis
necesidades (estoy seriamente considerando ir a un médico, de verdad), me lavé
la cara y salí de la habitación, para ir al primer piso. Steve nos dijo que era
probable que no hubiera nadie despierto, así que tendríamos que hacernos el
desayuno nosotros mismos…
Fue por esto que me sorprendí al
encontrarme con Addie en la cocina, dándome la espalda, preparando algo que
logré reconocer como…
-¡Huevos! –exclamé. Pegó un salto
por la sorpresa; no me había sentido.- Perdón, no quería asustarte.
Apagó el fuego y se volteó hacia
mí, con una sonrisa.
-No te preocupes. ¿Cómo dormiste?
Hice una mueca.
-Todo bien hasta que Mike volvió
a patearme fuera de la cama –respondí-. Estoy seriamente considerando mandarlo
a un psicólogo para que deje de hacer eso, de verdad.
Se rió, causando que, nuevamente,
un escalofrío recorriese mi espina dorsal. Ok, así que no había sido el poco
alcohol que había bebido el día anterior.
-¿Has considerado compartir cama
con algún otro de la gira?
Hice una mueca.
-Nunca tanta confianza. Conozco a
Mike desde los diez años y, literalmente, vive en mi casa. A John lo conocí
hace un par de años y a los demás recién, así que, comprenderás, que prefiera
estar con mi amigo de por vida –me expliqué.
Asintió.
-En fin, ¿quieres café?
-Sí, claro… ¿Es en grano? –Volvió
a asentir.- Mike estará feliz.
-¿Despertará luego? ¿Se lo
preparo?
Negué, rápidamente.
-Quizás despierte rápido, pero no
se lo hagas tú; es un proceso muy complicado, sólo él puede hacerlo bien. –Alzó
una ceja.- Quizás también debería mandarlo al psicólogo por eso.
Ambos reímos y ella dejó los
huevos al centro de la redonda mesa que había en la cocina, para luego servirme
un tazón de café y servirse una taza de té, todo esto tras obligarme a
sentarme. Luego, se sentó a mi lado y me pasó una bolsa con pan. Saqué uno y me
hice un pan con huevo, el cual comí, felizmente.
-Esto está muy bueno –la
felicité, al terminar el primer pan, para luego darle un sorbo a mí café, al
tiempo que ella se sonrosaba, levemente.
-Gracias.
Silencio…
-¿A dónde se van a ir ahora?
Me encogí de hombros.
-Ni idea. Yo sólo me subo a la
van y averiguo dónde vamos cuando ya llegamos –respondí, honestamente, tras lo
que hice una mueca-. Creo que nos vamos después de almuerzo.
Una triste sonrisa curvó sus
labios. ¿Por qué me sonreía de esa forma? ¿Acaso realmente le entristecía la
partida de un grupo de tarados que conoció el día anterior?
-¿Te puedo pedir algo? –preguntó,
repentinamente, cuando ya estaba empezando mi tercer pan.
-Lo que quieras –respondí, sin
pensar.
-¿Puedes llamarme cuando tengas
más discos? Para ver cómo conseguirlo y todo –se explicó.
Me sonreí.
-Por supuesto.
Súbitamente, fui más que
consciente de que su mano descansaba a unos escasos treinta centímetros de mí.
Y, sin darme cuenta, me vi a mí mismo más que tentado a acercar la mía hacia
allá y, quizás, en algún momento, tomársela. Era una idiotez (apenas sí la
conocía), y lo sabía, pero de verdad quería tomarle la mano, mano que imaginaba
cálida y más que dispuesta a aceptar la mía.
Tómasela… Vamos, puede que nunca más la vuelvas a ver, no pierdes nada
pensó un lado de mí.
Comencé a mover mi mano a la
suya…
-Buen día –saludó Mike, entrando
a la cocina, obligándome a retirar mi mano y fingir que quería tomar mi café de
un modo más seguro-. ¿Desayunaron sin mí?
Tenía unas ganas de pegarle…
-Algo de huevos quedan –le
respondí, conteniendo la inexplicable ira que brotaba desde lo más profundo de
mi ser.
-Si quieren, puedo hacer más
–ofreció Addie.
-No, no hace falta, Mike puede
sobrevivir con eso…
Mi amigo me miró como si
estuviera loco. Adrienne lo notó y se rió, levemente.
-No te preocupes, no es ninguna
molestia –musitó.
Y entonces ocurrió lo más
maravilloso que pudo haber ocurrido en aquella situación: Al pararse, Addie me
revolvió el cabello. Pero no me lo revolvió del modo que solía hacerlo todo el
mundo… Fue más delicado, y se detuvo más de lo necesario… Y, al parecer, Mike
igual lo notó diferente ya que, apenas Addie se volteó en la cocina, a preparar
más huevos, me miró extrañado. Sin decirle nada, llevé mi tazón de café a mi
boca, cubriéndola, permitiéndome sonreír sin ser visto.
-Y… Además de recorrer el país en
una van que parece estar a punto de romperse y desayunar basura, ¿qué hacen de
su vida? –nos preguntó Adrienne, mientras cocinaba.
-Mike irá a la universidad cuando
volvamos, ni idea qué será de John y yo me quedaré como un vago en alguna
okupa, supuestamente, “trabajando” –respondí. Ella se volteó y me miró, sin
comprender-. Me expulsaron unos cuantos meses antes de la graduación.
Abrió mucho los ojos, mientras
que Mike estudiaba nuestra conversación, con la más pura de las curiosidades.
-¿Por qué?
Hice una mueca. Se me hacía
incómodo hablar de drogas frente a ella, y no sabía el porqué.
-Tráfico, asistencia, alguna
basura… Como sea, ¿qué haces tú por tu vida?
Al parecer, ella decidió que lo
mejor sería no abordar el tema que yo temía, ya que respondió:
-Estudio. Ahora voy por el tercer
año de sociología.
Mike y yo asentimos.
Apenas Adrienne volvió a sentarse
a mi lado con los nuevos huevos, Steve bajó a la cocina, también a desayunar.
-Ok, como ganaste la apuesta, me
toca lavar –murmuró Addie, molesta, mientras su hermano se sonreía, y se ponía
de pié.
-Menos mal, ya que tengo que
juntarme con un par de personas para ver si hacemos la pista de skate en la
plaza o en el parque… En fin, adiós, un gusto conocerlos.
Nos estrechó la mano a mí y a
Mike y se fue.
-Yo voy a ver si John y los demás
se dignan a llegar antes de mediodía.
Mi estómago se retorció: Acababa
de recordar que nos íbamos en menos de un par de horas.
-Entonces yo te ayudo con la loza
–me ofrecí, intentando no demostrar que sentía el cómo mi estabilidad mental
había alcanzado, nuevamente, su amargo fin…
E intentando no demostrar lo
mucho que quería golpear mi cabeza contra la pared al oír la bocina de la van;
ya habían vuelto. Addie y yo nos intercambiamos una mirada… ¿Acaso su expresión
era de pena?
-¿Te vas entonces? –me preguntó.
Sí, lo era.
-Así parece… Voy a buscar mis
cosas.
Sin más, me fui al cuarto que
había compartido con Mike, quien, al parecer, ya se había llevado sus cosas,
porque sólo encontré mi mochila, que llevaba conmigo a todos lados por mera
costumbre, ya que, con suerte, me cambiaba de ropa. Me la colgué al hombro y me
volteé para salir de ahí…
Y me encontré con Addie, que me
miraba contrariada.
-Los demás dicen que te apures
–murmuró.
Sonreí, amargamente.
-Entonces este es el adiós.
Quería acercarme a ella, quería
abrazarla, quería tenerla a mi lado, quería besarla… ¿Quería besarla? Tuve que
contenerme de regañarme a mí mismo y me limité por acercarme a ella y darle un
suave beso en la mejilla.
-Adiós, Eighty.
Se sonrió.
-Adiós.
Salí de la pieza y, seguidamente,
de la casa…
-¡Billie, espera!
Y, al igual que el día en que me
despedí de Jesus, me encontré a mí mismo deseando que me pidiera que me
quedara.
-¿Qué pasa?
Sacó un papel de su bolsillo.
-Mi número. Para que me llames
cuando sepas cuándo tienes más discos, para ver cómo me lo mandas –respondió,
pasándomelo. Con una pequeña sonrisa, me lo guardé en el bolsillo del pantalón,
haciendo una nota mental para anotarlo en mi cuaderno apenas pudiera; era más
que capaz de perder aquel valioso pedazo de papel y lo sabía.
Y entonces, parándose en la punta
de sus pies, me dio un beso en la mejilla, bastante cerca de mis labios,
causando que mi corazón se acelerara al instante.
-Adiós –repitió.
Yo sólo pude hacer una seña;
estaba muy aturdido. Sin más, me subí a la van, desde donde Mike me miraba
extrañadísimo. Ignorándolo, me fui a mi rincón, donde me acomodé, decidido a no
mirar por la ventana, al tiempo que Sean (quien, como de costumbre, conducía)
nos sacaba de ahí. Sin ser plenamente consciente de lo que hacía, saqué mi fiel
cuaderno y me puse a anotar las ideas sueltas que tenía.
Como se acercaba el cuatro de
julio, nuestras siguientes paradas involucraron fuegos artificiales y
festividades varias. Todo comenzaba a volverse bastante borroso en mi memoria.
Lo único que tengo absolutamente claro son dos cosas: La primera, era que casi
me puse a llorar de alegría al comer decentemente en casa de unos parientes de
Aaron… Y la segunda era que no podía dejar de pensar en la tal Adrienne. No
entendía el porqué. Era como una enfermedad desconocida, y me tenía más que
harto. No podía ordenar mis ideas, no podía sostener conversaciones medianamente
inteligentes y, lo peor de todo, era que me estaba costando mucho convencerme
que llamarla sin saber nada de los discos era una mala idea, e, incluso, me
hacía ver un tanto desesperado. Si la hubiera besado, no me estaría sintiendo
así, y lo sabía. Es más: Lo más probable es que me sintiera así sólo por
haberla tenido tan cerca de mí, o, simplemente, porque me había gustado crear
un lazo real con alguien que no fuera Mike, y extrañaba la sensación.
En fin, como iba diciendo, todos
los recuerdos de lo que siguió se me hacen borrosos. Lo siguiente relevante que
recuerdo (aparte de que nos comenzaba a faltar dinero de verdad), es que nos
encontrábamos en la primera casa de toda la gira que tenía waffles. Aaron, Sean
y John se habían quedado en casa de unos parientes de Sean, mientras que Mike y
yo nos habíamos quedado en el departamento de alguien que estaba en el show del
día anterior. Estábamos de lo más bien desayunando, cuando tocaron la puerta.
El dueño (un tipo bastante agradable y mayor que nosotros) fue a ver, dándole
el paso a los demás, quienes traían una caja cada uno.
-¿Y eso que es? –preguntó Mike, a
modo de saludo.
-Los discos… Larry los mandó acá,
porque sabía que pasaríamos –se explicó Sean, dejándolos en el suelo-. Hay dos
cajas más en la van, pero como con suerte tiene seguro, decidimos no dejarlos
todos ahí.
Mike y yo asentimos, al tiempo
que yo sentía un retorcijón en el estómago. Al fin tenía una excusa para llamar
a Adrienne. Así que, tras excusarme con que quería recorrer un poco la ciudad
antes de irnos, me despedí del sujeto y me dirigí al primer piso del edificio,
tras lo que salí de él, para buscar un teléfono público…
Cosa que encontré a un par de
cuadras de distancia. Nervioso, saqué el cuaderno de mi mochila, y, tras insertar
la moneda, marqué el código de Minnesota y, seguidamente, el número que tenía.
A continuación, volví a guardar el cuaderno, al tiempo que esperaba que alguien
me contestara.
-¿Aló?
Mi pulso se aceleró.
-¿Eighty?
Una pausa…
-¡Billie! ¿Cómo estás?
Me sonreí, ampliamente.
-Bien, disfrutando el haber
comido waffles por primera vez en mucho tiempo. ¿Tú? ¿Te desperté? ¿Qué hora
es?
Había dicho todo esto en rápida y
atropelladamente, pero, de algún modo, sabía que ella me había entendido a la
perfección.
-No me despertaste, tenía que ir
a la universidad a hacer unos trámites en todo caso. Son las diez –respondió.
-¿En serio? ¿Tan poco dormí?
–Ella se rió, levemente, causándome un escalofrío.- Como sea, te llamaba para
decirte que ya tenemos más discos.
Sonó un pitido en el teléfono.
Apresurado, busqué una moneda y la inserté.
-¿Qué pasó? –me preguntó ella,
extrañada.
-Se me acababa el tiempo. En fin,
tenemos más discos.
-¿Sí? ¿Alguna forma de que me
mandes una copia?
Y la respuesta más ridícula que
podía formular salió de mis labios:
-Te lo puedo ir a dejar en unos
días más.
Una pausa.
-¿De verdad? –me preguntó
Me sonreí.
-Por supuesto. Y de paso me
muestras la ciudad decentemente, ¿te parece?
De algún modo, totalmente
inexplicable, sabía que estaba sonriendo,
y ampliamente. También tuve que hacerlo.
-Me parece –musitó, al fin.
El tono agudo del teléfono volvió
a sonar. Suspiré.
-Me queda poco cambio, así que
mejor me voy.
-Ok… Adiós.
-Adiós. Te llamaré cuando sepa
cuándo vamos.
-De acu…
Y la llamada se cortó. Me quedé
con el auricular en mi mano un par de instantes antes de colgarlo y, sin nada
más que hacer ahí, me dirigí, a paso lento, de vuelta a donde estaba la van, en
la que ya se encontraban todos listos para partir. Tras despedirme rápidamente
del dueño del departamento (quien se encontraba ahí conversando con los demás,
esperando mi llegada), subí, y John (encargado de manejar) echó a andar el
motor.
¿Recuerdan que dije que, en esta
gira, había conocido a dos personas importantes? Bueno, hora de presentarles la
segunda.
Nos encontrábamos en Mississippi.
De aburridos, con Mike y Sean habíamos salido a recorrer, mientras que Aaron y
John dormían, ya que ambos habían conducido durante la noche. En fin, estábamos
paseando por ahí, cuando encontramos frente a una tienda de tatuajes.
-¡YO QUIERO UNO! –grité,
repentinamente
¿Mencioné que estábamos
ligeramente ebrios?
-¡YA! –exclamó Mike, saltando
hacia el local.
Ok, quizás bastante ebrios. El
punto es que entramos. Sean justo andaba con una copia de nuestro CD, así que
con Mike terminamos haciéndonos una de las caras del CD cada uno y Sean… No
alcancé a ver qué se hizo Sean, porque fue ahí que la conocimos.
Era una chica de mi porte, quizás
más alta, y tenía el cabello pelirrojo. Sus ojos eran color miel y su tez era
bastante pálida. Pero lo que más me llamó la atención de ella eran las grandes
ojeras que había bajo sus delineados ojos, y lo demacrado que se veía su
rostro. Era como si no hubiese dormido en días, y hubiese usado muchísimas
drogas en poco tiempo. Un escalofrío recorrió mi espalda, y fue un escalofrío
bastante distinto a los que sentía al ver o hablar con Adrienne, o,
simplemente, pensar en ella.
-Lindo tatuaje –me dijo.
Estaba lo suficientemente cerca
de mí como para que yo notase su fuerte olor a cigarros y alcohol.
-Gracias –musité, mirándome el
brazo, intentando olvidar el dolor, que hasta había acabado con los efectos del
alcohol. No me fue muy difícil al ver lo bien que había quedado. De tener más
dinero, probablemente me habría hecho otro.
-¿Cómo te llamas?
Tuve ganas de dar un nombre falso
o, simplemente, no responder. Pero no me vi capaz de inventar nada, y no me
sentí capaz de ignorarla.
-Billie Joe, ¿tú?
-Juliet. ¿Vives por aquí o…?
-Estoy de gira. Se supone que
ahora deberíamos ir a Arkansas.
-Uuuuh, ¿Arkansas? Yo soy de ahí.
-¿Sí?
Mi tono era del más fingido de
los intereses, pero ella pareció confundirlo con uno auténtico.
-Sí… Me vine acá con mi novio
–señaló al tipo de los tatuajes con la cabeza-, pero… Mmm… Sí, cambié de idea,
¿puedo irme con ustedes a Arkansas?
La miré, como si estuviera loca,
pero lo único que ella hizo fue sonreírme. Este simple gesto consiguió que se
viera algo menos demacrada.
-No lo creo, tu novio puede
decidir matarme.
Se rió.
-No, no lo creo… -Volvió a
mirarlo, para luego gritar:- ¡Hey, Rocky, me voy! –El tipo ni se inmutó, y
continuó tatuando a Sean.- ¡Me devuelvo a Arkansas! –Siguió tatuando a Sean.-
¿Ves?
Sin esperar ninguna respuesta de
mi parte, me tomó la mano y me arrastró fuera del local. Mike me gritó algo,
pero no alcancé a escucharlo. Probablemente era algo como “a dónde vas” o “no
tardes”. No me importó. Sólo tenía cabeza para una cosa: Nuestras manos.
Cuando le había tomado la mano a
Addie, había sentido un calor extenderse por todo mi cuerpo, además de las
mariposas en el estómago y la extraña sensación de que todo estaría bien. Sin
embargo, lo que sentía ahora era, absolutamente, nada. De hecho, apenas
estuvimos a una cuadra de ahí, la solté.
-¿Cuál es tu problema? –le
pregunté, en el tono más calmado del mundo.
Se sonrió.
-Que no sé lo que quiero. Me vine
para acá con él, con la esperanza de que todo fuera maravilloso y demás… Y
estoy más que decepcionada, qué quieres que te diga.
Todos mis prejuicios hacia ella
desaparecieron. Comprendía lo que sentía, y demasiado.
-Lo siento.
Alzó una ceja.
-La mayoría de la gente se ríe de
mí y me dice que madure.
Me encogí de hombros.
-Simplemente sé lo que sientes.
Se rió.
-¿Eres más desgraciado de lo que
te ves, o eres un empático de mierda?
Me sonreí, levemente.
-Tú eliges creer lo que te
parezca más creíble.
Seguimos caminando. Al parecer,
ella me seguía a mí, por lo que me dirigí a la van, lentamente, disfrutando que
era el primer día no sofocante de la gira desde… Minnesota.
Quería llamar a Addie. De verdad.
Pero no tenía ninguna excusa para hacerlo, y no quería decirle que la
extrañaba, que necesitaba verla y que sentía cosas por…
Me detuve en seco. Juliet, un par
de pasos más adelante, también se detuvo y se volteó hacia mí.
-¿Qué te pasa? –me preguntó,
preocupada.
Negué.
-Acabo de tener una epifanía
–musité.
Sentía cosas por Addie. Eso era.
Casi me puse a reír por lo obvio y ridículo que era. Apenas la conocía. La
había visto una vez. Había hablado con ella una vez.
-¿Respecto a…?
Negué.
-Nada importante –mentí-. Vamos a
la van, quizás Mike y Sean ya llegaron por otro camino.
Así era. Se encontraban apoyados
en la van, de brazos cruzados, esperándome, más que molestos.
-Perdón, quise explorar
–murmuré-. Ella es Juliet, quiere que la llevemos hasta Arkansas.
John la miró con el mayor de los
intereses, pero Juliet pareció no haberse dado cuenta. Estaba muy ocupada
atándose bien los cordones.
-Adelante, podemos hacerle lugar
–musitó John, abriendo la puerta y permitiéndole pasar, caballerosamente.
Juliet simplemente se rió, y
entró, seguida de John. Ambos se fueron a la parte más alejada de la van, que
era donde el baterista solía dormir. Sin ánimos de conversar con nadie, yo me
fui a mi rincón y fingí dormir, mientras me preguntaba el porqué siempre
terminaba por enamorarme de quien no debía.
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