Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

viernes, mayo 06, 2011

Simple Twist of Fate - Chapter thirty-seven: Mother.


Madre, tú me tuviste, pero yo nunca te tuve. Yo te quise, pero tú no me querías a mí, así que yo tengo que decirte adiós, adiós. Padre, tú me dejaste, pero yo nunca te dejé a ti. Te necesitaba pero tú no me necesitabas a mí, así que yo tengo que decirte adiós, adiós. Niños, no hagan lo que yo acabo de hacer. No pude caminar e intenté correr, así que tengo que decirles adiós, adiós.
MOTHER – JOHN LENNON

Al mismo tiempo que Billie Joe se drogaba como el idiota que era (¿Qué quieren que les diga? De mí no escucharán que drogarse es una buena idea), Jennifer conducía por la ciudad, sin ningún destino en particular. Sabía lo que tenía que hacer hacía un buen tiempo, pero no se animaba a ello. Después de todo, no veía a su madre hacía doce años y, si quería hablar decentemente con su padre respecto al psicópata, debía ir a la casa de ellos.
-A la mierda –masculló, tomando la calle que la llevaría a su viejo hogar.
No hacía mucho que había estado en ese vecindario (el departamento estaba ahí), pero sí había pasado un buen tiempo desde la última vez que comenzaba a revisar las antiguas casas. La mayoría tenían un cartel de “se arrienda” o “en venta”. Eran pocas las que permanecían exactamente igual desde la última vez que la pelirroja paseaba por ahí... Y, entre esas pocas, se encontraba la casa de sus padres.
La casa de cemento color ladrillo estaba exactamente igual: No lucía abandonada, el césped estaba podado y verde, y los vidrios de las ventanas estaban resplandecientes y completamente transparentes. Tras suspirar, estacionó el vehículo en la vereda contraria, cruzó la calle y, nerviosamente, tocó el timbre de su casa.
No habían pasado ni dos minutos, cuando la puerta se abrió un poco, dejando un resquicio apenas lo suficientemente grande como para que el ojo de su madre fuera visible.
-¿Sí? –preguntó la mujer, con una voz áspera, probablemente producida por el cáncer de pulmón que la consumía.
-Éste... –comenzó Jenny, titubeante. Tomó aire.- Mamá, soy yo, Jennifer.
La mujer abrió mucho su ojo celeste, sorprendida. Cerró la puerta de golpe, sorprendiendo a la pelirroja...
Sorpresa que desapareció al ver que su madre había cerrado para sacar la cadena que aseguraba la puerta y poder abrirla por completo.
Se quedaron mirando por varios segundos. La mayor analizando sorprendida cuánto había crecido su hija en los últimos doce años y la menor analizando lo mayor y demacrada que se veía su madre.
-¿Qué...? ¿Por...? –comenzó a preguntar la mujer, sorprendidísima.
Sin pensar, Jenny la abrazó, fuertemente, sorprendiendo más aún a Diana, quien sólo atinó a devolvérselo torpemente.
Estuvieron así unos dos minutos, tras los cuales entraron a la casa, la cual seguía exactamente igual, con la única diferencia de que estaba más limpia aún (si eso era posible) y de que ya no había un interruptor para la alarma que Jenny tuvo en su cuarto por dos días.
-¿Qué te trae por aquí? –preguntó Diana, una vez dentro, con una expresión que indicaba que aún no estaba cien por ciento segura de que su hija fuera real.
-Te vine a ver –contestó ella, con una pequeña sonrisa-. Quería ver cómo estabas.
Diana sonrió, amargamente.
-Hablaste con tu padre –masculló, escuetamente.
-¿Qué? –inquirió, extrañada.
-Hablaste con tu padre y él te contó de mi en... condición –completó la mujer-. Esa es la única razón por la que viniste.
Jenny suspiró.
-Vine porque hace tiempo quería limar asperezas contigo, simplemente no veía cómo hacerlo –musitó Jenny, sinceramente, mirando a su madre fijamente-. Luego supe que tenías cáncer y... –La voz se le quebró a Jennifer. Acababa de asimilar que su madre dejaría de estar pronto.- Bueno, supe que ya no me quedaba tanto tiempo...
Una solitaria lágrima se le escapó. Su madre la abrazó, nuevamente.
-No quiero que pienses en eso, ¿ok? –La reprendió.- Lo único que quiero que pienses es en lo que ha pasado en tu vida desde la última vez que nos vimos y me cuentes todo. Haremos como que no nos vimos porque no podíamos, no porque estábamos peleadas, ¿ya?
Jenny asintió, separándose de su madre y siguiéndola en dirección al living, en cuyos sofás se sentaron.
-Bien... Supe que te casaste. ¿Quién fue el afortunado? –dijo y preguntó Diana.
Jenny sonrió levemente.
-El hijo mayor de Billie Joe –contestó, sorprendiendo a su madre.
-¿Cómo se llama? ¿Tienen hijos? –preguntó la mayor, ansiosamente.
-Se llama Joseph, le decimos Joey y sí, tenemos hijos. El mayor tiene cuatro y se llama Jack, mientras que la menor tiene dos y se llama Jessica. De momento, no planeamos tener más.
La mujer sonrió y la abrazó.
-Estoy tan orgullosa de ti –susurró, logrando que Jenny se sonrojara a más no poder-. De verdad. Me encantan tus libros, que eres buena persona y, lo mejor de todo, te veo feliz.
Jenny sonrió, separándose de su madre, mientras pensaba lo triste que se pondría su madre si llegaba a enterarse de la relación que sostenía con Billie Joe. Decidió no mencionárselo nunca, ni por accidente.
-Gracias, supongo –farfulló la pelirroja, sin saber qué decir.
Conversaron bastante rato de todo lo que había ocurrido esos últimos años. A eso de las doce, Jenny estaba a punto de irse, cuando su padre entró por la puerta, causándole un escalofrío.
Obviamente, él quedó mirando fijamente a la pelirroja que conversaba con su esposa al entrar, incrédulo. Para él, eso era tan posible como que Billie Joe llegara a festejar alguna estupidez con él.
-¿Jennifer? –preguntó él, extrañado.
-Hola, p... papá –saludó ella, titubeando en la segunda palabra. Había decidido hacer feliz a su madre mientras estuviera ahí, cosa de la que John se dio cuenta-. ¿Cómo estás?
-B... Bien –respondió él, aun asombrado-. ¿Y tú?
-Bien igual, vine a ver cómo estaban... Digo... Ya han pasado doce años, no quiero ser tan rencorosa –contestó ella, con una leve sonrisa-. ¿Me perdonan?
Por primera vez en mucho, mucho tiempo, John Kiffmeyer sonrió, auténticamente, acercándose a su hija, quien se había puesto de pié.
-Por supuesto que sí –susurró él, abrazándola.
Y, por primera vez en muchísimo, muchísimo tiempo, Jennifer Kiffmeyer-Armstrong sintió lo que era ser querida por su padre. Se sorprendió por la calidez del abrazo, se sorprendió por la emoción de su padre... Y se sorprendió por la lágrima que se les escapaba a ambos y a su madre, quien se había parado para unirse al abrazo familiar.

Jennifer se quedó ahí hasta las dos, hora en la que decidió que lo mejor era irse.
Apenas salió de la casa (tras prometer que volvería en algún momento de la semana), sintió cómo las lágrimas se agolpaban rápidamente en sus ojos. Caminó a paso rápido hacia su auto, cuyo motor encendió apenas se sentó. Sin pensar en nada en lo absoluto, aceleró, en dirección al edificio del departamento, en cuyo subterráneo detuvo el motor, dejando que las lágrimas ganaran la batalla.
Su madre iba a morir. Lo tenía más que claro. Pero haberla visto feliz por primera vez en tantos años, se lo hacía más difícil de aceptar. El último recuerdo que tenía de su madre con semejante sonrisa se remontaba a cuando ella tenía unos siete años y le había preparado un gran desayuno para el día de las madres, desayuno cuya loza ella misma lavó.
Se sintió mal. Muy mal. Se abrazó a sí misma, en un intento de que la felicidad que tenía hacía unos minutos no se le escapara por completo.
Por primera vez comprendió el completo sentido de la canción Mother, de John Lennon. Su madre la tuvo a ella, su madre estaba conforme con Jenny... Pero ella nunca tuvo a su madre. Nunca estuvo conforme con lo que le había tocado, y ahora tenía que pagar. Cuánto se arrepentía de no haberla hecho reír más seguido, cuánto se arrepentía por no haberla visitado en doce años, cuánto se arrepentía por no haberle exigido un abrazo en la juventud. Ahora apenas le quedarían recuerdos una vez que Diana se hubiera ido.
Eso era lo único de lo que Jenny se arrepentía: El no haber pasado más tiempo con su madre cuando pudo.
Y pensando en la canción de Lennon...
Recordó su infancia, cuando, harta de que su madre estuviese limpiando todo el día, intentaba llevarse bien con su padre... Y también recordaba lo mucho que había fallado. John no había conseguido llevarse bien con su hija y sentía que no la necesitaba, por lo que la había dejado atrás, para dedicarse únicamente a su trabajo. Así fue cómo comenzó a trabajar más horas de lo normal, así fue cómo abandonó a Jenny, siendo que ella sí lo necesitaba...
Si hay algo que tengo claro en mi vida, es que, si mis hijos quieren hacer algo, lo harán pensó, aún sin cesar el llanto. Y no tendrán que fingir que son felices cuando no.
Se limpió un poco las lágrimas y, sin más, salió del vehículo, intentando no pensar en lo equivocada que estaba su madre al asegurar que ella era feliz.

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