-¿Qué mierda estás haciendo aquí, Dave? –repitió Kurt, más molesto aún.
-¿Qué mierda hago aquí? No, nada, ¡sólo vengo a ver que no te hayas pegado un tiro! ¡Y te encuentro discutiendo con alguien, diciéndole que tienes que hacer ese sacrificio! –exclamó el recién llegado.
Kurt rió, encantado por la ironía de la situación.
-¿Cuál es el chiste? ¡Courtney está preocupada! Me llamó llorando y asustada porque no has dado señales de vida... Temía lo peor... Incluso contrató a un investigador y...
-Y me denunció como desaparecido –concluyó el hombre, con una pequeña sonrisa. Dave lo miró, extrañado-. Bueno, como acabas de ver, no estoy muerto...
Aún pensó, lacónicamente.
-... Y estás bastante informado de lo que ocurre –masculló Dave-. ¿Qué mierda tienes en la cabeza?
Nada, sólo muchas preguntas de cómo será la vida después de la muerte pensó.
-En realidad, sí. ¿Con quién hablabas de que tu vida no valía lo suficiente como para que alguien más tomara tu lugar? ¿Y quién era ese alguien más? –demandó el baterista, un tanto molesto y extrañado.
-Ah, eso... No, no tiene importancia –mintió Kurt, en un tono casi inaudible de voz. No quería involucrar a Dave con ese psicópata. Sabía que el tipo no trabajaba solo, así que no sacaban nada. Serían dos músicos contra un número desconocido de gente que estaba dispuesta a todo con tal de matarlos a ellos, tal como ya habían matado a otros.
-¿Cómo que no? Vamos, quizás pueda ayudarte a...
-Nadie puede ayudarme –lo interrumpió Kurt, bruscamente. Si no quería entender por el modo amable, tendría que hacerlo por el modo brusco.
Dave suspiró.
-Mira, si no me dices lo que pasa, llamaré a la policía diciendo que intentas suicidarte de nuevo... –lo amenazó.
-No tengo un arma, ¿cómo quieres que crean que intentaba suicidarme? –inquirió, con algo de risa. Se había preparado para ese momento- ¡Ni siquiera estoy drogado como para que me lleven a rehabilitación!
Fue el turno de Dave para reír levemente.
-¿Tú, sin estar drogado? Di algo más creíble a la otra, Kurt...
Pero si no habrá otra vez... pensó él, sintiendo una especie de nudo en la garganta.
-Es verdad; llevo una semana sin consumir nada más fuerte que un cigarrillo –admitió-. Así que no tienes con que chantajearte, así que ándate de una puta vez, que tengo cosas que hacer.
Dave se mordió el labio inferior.
-¿Qué harás, Kurt? Al menos dímelo para estar preparado –murmuró, en una especie de ruego-. No me gusta lanzarme a lo desconocido, y lo sabes.
El hombre suspiró, pensativo.
-Dave, entiéndeme, si te digo, lo que pienso hacer será en vano; sabrías demasiado –susurró, sin mirarlo directamente a los ojos. Su amigo notaría lo asustado que estaba en verdad si veía sus ojos azules y se daría cuenta al instante que el enojo que expresaba era falso.
Para su desgracia, el baterista negó.
-Dime lo que ocurre... Dime quién tiene una vida que vale más que la tuya propia para que hagas esta estupidez...
-Si te dijera quién es, no dirías que es una estupidez –espetó el guitarrista.
-¿Ah, no? –inquirió- ¡Pruébame!
Con rabia en lugar de miedo, levantó la mirada.
-Tú –soltó.
Dave empalideció levemente, tras lo que sacudió su cabeza, incrédulo.
-¿Yo? No planeo matarme...
-Claro que no, tú no sabes nada de esto –explicó Kurt. El teléfono comenzó a sonar-. Y si digo algo más, no importa que me sacrifique en tu lugar, te matarán de todos modos... Así que, por favor, ándate de una vez y finge no haberme visto.
El baterista se percató del cambio del tono de voz que había experimentado Kurt. Había empezado enojado para acabar implorándole.
-Por favor... –suplicó el rubio.
-¿Estás seguro que no hay otra salida? –preguntó- Tú eres el genio, Nirvana no será nada sin ti. ¿Y qué serán de Courtney y Frances?
Kurt sonrió, levemente.
-Éste es mi escape de la fama... Frances es muy pequeña, no me recordará, no sufrirá. Y es mejor así... Y en cuanto a Courtney... –suspiró- Habrán dos cartas de suicidio aquí. Debes asegurarte que ella abra SOLA la que va a su nombre, ¿me oíste? Tienes que asegurarte de que sólo la lea ella...
-¿Y la otra? –preguntó Dave, ya rendido.
El hombre cambió su sonrisa auténtica por una amargada.
-Esa que la vea todo el mundo. Esa me da igual. Esa sólo muestra lo que todo el mundo piensa de mí. La que importa de verdad es la que ella leerá –susurró, mientras el teléfono seguía sonando-. Ahora, por favor, ándate, no quiero que me escuches hablando con éste sujeto.
Dave lo miró, recién asimilando que sería la última vez que vería a su amigo. Lentamente, se acercó y le dio un fraternal abrazo.
-Suerte –susurró.
Sin más, el baterista se volteó para salir de la habitación.
-¡Y ni una palabra a nadie! –gritó Kurt, con su voz más áspera de lo usual. Suspiró.- Bien, contestemos...
Se acercó al teléfono y levantó el auricular.
-¿Se fue? –inquirió el hombre, a cuya distorsionada voz Kurt estaba más que familiarizado para entonces. Llevaba escuchándolo por más de diez meses, llevaba escuchándolo por casi un año. Y el hombre lo tenía en la mira desde mucho antes...
-Sí, ya se fue –susurró, acercándose a la ventana por la cual se veía la calle-. Ahora puedes venir.
-Está bien... ¿Seguro que no quieres drogarte ni un poquito?
Kurt soltó una carcajada.
-No, no, quiero verte y escucharte tal como eres de una jodida vez.
Sin más, colgaron la llamada.
Abrió sus azules ojos, sobresaltada. El sueño no le había agradado en lo más mínimo. Es decir, ¿a quién le agradaba ver a Mark Chapman morir ante sus ojos, salpicándola de sangre, una vez más? No, con una vez le había bastado.
-Shhh –susurró alguien a su lado, acariciándole la mejilla levemente-. Calma...
Jennifer dirigió su vista al par de ojos verdes que la contemplaba, con algo que podría nombrar como ternura. Sin decir nada, se acomodó en el desnudo pecho del hombre, quien, al contrario de ella, respiraba tranquilamente y su corazón latía normalmente.
-¿No puedes dormir? –preguntó ella, mientras lentamente acompasaba su respiración y su ritmo cardíaco.
Él negó.
-Dormí un poco y soñé con un montón de sangre... ¿Qué te despertó a ti? –respondió y preguntó él, con la voz un tanto ronca. Se notaba que había despertado hacía poco.
-Soñé con el disparo y con Chapman salpicándonos y todo... –musitó.
Billie sonrió levemente y le dio un suave beso en la frente, para infundirle algo de calma, consiguiendo que su respiración y su pulso volvieran a la normalidad por completo.
-Words are flying out like endless rain into a paper cup. They slither while they pass, they slip away across the universe –comenzó a cantar él, por lo bajo, tranquilizándola-. Pools of sorrow waves of joy are drifting through my opened mind, possessing and caressing me...
-Jai guru, Billie –bromeó ella, sacándole una sonrisa al hombre, quien le dio un suave beso en los labios, tras lo que se separó de ella y la abrazó-. ¿Puedo decirte que te amo sin que pongas la cara que siempre pones cuando te lo digo?
Billie la miró extrañado.
-¿Qué cara? –preguntó él.
Ella alzó una ceja.
-Júrame que no te das cuenta... –Silencio. Ella suspiró.- Bueno, siempre que se me sale lo que siento, tú pones una cara de... de culpa o algo así. No sé, pero ¿podrías no ponerla esta vez?
Él sonrió, fingiendo no tomarle real importancia a aquellas palabras. La verdad era que él se esforzaba para no poner ninguna expresión que lo delatase, pero, al parecer, sus mentiras no funcionaban con ella.
-Claro –susurró, volviendo a acariciarle el rostro.
-Te amo –musitó ella.
Billie sonrió y volvió a besarla, intentando no demostrar lo mucho que la amaba (hazaña que seguía sin saber cómo lograba) e intentando no demostrar mucha energía, para que pudieran dormir.
No pasaron muchos minutos antes de que ella volviese a dormir. Él sonrió y se acercó al oído de ella.
-Te amo –susurró, casi inaudiblemente.
-Yo también te amo –susurró ella, entre sueños.
Sabiendo que ella no recordaría nada al día siguiente, se durmió.
-Jefe, descubrimos el porqué no escuchamos ni vemos nada –susurró alguien a sus espaldas, sobresaltándolo.
-Al fin –masculló Hal-. ¿Qué había pasado, Jones?
El hombre suspiró, buscando la forma de decirlo sin que su jefe le gritara a su compañera de trabajo. Pero sabía que no había opción.
-El hermano de Wright sacó los micrófonos del auto y de la ropa que llevaban –soltó.
Y Hal volvió a maldecir, por enésima vez aquel día.
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